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lunes, 18 de abril de 2016

CRITERIO PROPIO


En lo tocante a posicionamientos políticos, ideológicos y religiosos es importante esforzarse por cultivar un criterio propio.

En mi juventud me predicaron muchas veces que atrincherarme en mi propio criterio era un acto de soberbia, puesto que muchas personas más inteligentes, cultas y santas que yo ya habían estudiado esos temas que me preocupaban y dictaminado lo correcto. La prudencia aconseja –me decían– adherirse humildemente a los criterios de los más sabios, de los más virtuosos o de los que ostentan mayor autoridad, para no hacer el ridículo de creer estar inventando algo que lleva diez o veinte siglos inventado.

Esta tesis que tanto me repitieron y que solía parecerme razonable, hoy me produce cierto sarpullido. Así en abstracto no parece plantear muchas objeciones, pero en la práctica se trata de una teoría que se presta al abuso de embaucadores y manipuladores como yo mismo tuve ocasión de comprobar. Está muy bien eso de sumarse, de forma más o menos automática, a las opiniones de gente más capacitada y acreditada moralmente que nosotros, pero los problemas suelen ser tres. Primero, que no siempre es fácil estar seguros del fundamento de esa supuesta superioridad, que podría estar prefabricada o basarse en falsedades. Segundo, que la mayoría de las veces no conocemos las opiniones de esos sabios o santos sino a través de fuentes indirectas, material extractado, resumido o interpretado casi siempre, qué casualidad, por quienes nos recomiendan no tener criterio propio. Y tercero, que esa autoridad ideológica o filosófica a la que hemos secundado, parafraseado y emulado con fervor durante años podría muy bien cambiar de parecer de un día para otro, opinar de repente todo lo contrario a lo que opinaba, y dejarnos con cara de idiotas y más perdidos que un pulpo en un garaje.

Como estas situaciones yo ya las he vivido, hoy tiendo a fiarme más bien poco de los iluminados. Prefiero consultar yo mismo las fuentes que me interesan, reservarme el derecho a posicionarme o no –incluso sobre temas aparentemente meridianos– y guiarme por mi olfato, que será una actitud muy soberbia y tal, pero, visto lo visto, bastante más segura que repetir como un papagayo las ideas de un señor, por muy perfecto que alguien me diga que es. 

Ahora me viene a la cabeza un tipo que conocí en los noventa y que es fiel reflejo de esto que estoy explicando. El personaje en cuestión era, y me parece que sigue siendo, un católico exaltado. A mí me caía gordo, y no por sus convicciones, que me parecen muy bien, sino por su rigidez chirriante, su forma de hacer proselitismo y su seguridad impostada y casi ofensiva. Era muy cansino. Se pasaba el día analizando la conducta de los demás y practicando la corrección “fraterna” con un estilo punzante y deslenguado. Siempre estaba discutiendo con otros jóvenes de la parroquia o de su grupo de oración que tenían visiones más flexibles que las suyas –o simplemente distintas– sobre cualquier cuestión religiosa o moral. Su estrategia dialéctica era muy burda pero a la gente más inexperta siempre la sugestionaba. La piedra angular de todo su argumentario era el magisterio pontificio. Tenía estudios de teología y se sabía de memoria todas las encíclicas y documentos papales. Siempre zanjaba los debates con alguna cita, generalmente de Pío XI o de Juan Pablo II, que eran sus favoritos, y atacando con dureza a todo aquel que osara discrepar de su postura. “¿Acaso vas a contradecir lo que ha dicho un papa? ¿Es que no respetas las encíclicas? ¿Y tú te consideras católico?”.

Era verdad que sabía un montón y que la gente lo respetaba por ello, pero siempre se aprovechaba de su posición, de sus conocimientos, y empleaba continuas trampas dialécticas. Cuando alguien es un experto en una materia de la que casi nadie a su alrededor tiene ni idea, la tentación de manipular la información es demasiado fuerte, y él, por supuesto, siempre caía en ella. No solo citaba los textos que le interesaban obviando otras fuentes que contradecían sus opiniones personales (como hizo una vez, aún lo recuerdo, con el tema de la objeción de conciencia al servicio militar), sino que exageraba o falseaba los datos, no distinguía entre el magisterio solemne y el ordinario, y esgrimía textos pastorales que habían sido rectificados por otros posteriores que, naturalmente, se escondía en la manga. Pero para darse cuenta había que hilar muy fino y era imposible pillarle en un renuncio porque tenía respuesta para todo.

   Pero Juan Pablo II se ha pronunciado a favor de la democracia –le decían–.  ¡Mira, mira, lo pone aquí en el nuevo Catecismo!

– ¡Por favor! –vociferaba escandalizado–. El Santo Padre se está refiriendo a una democracia perfecta, ideal, verdaderamente participativa y respetuosa con la dignidad humana, y no a este engendro que padecemos ahora, con un sistema de representación viciado de raíz y unas leyes que permiten el asesinato de niños inocentes en el vientre de sus madres. ¡Cómo va a estar la Iglesia a favor de una democracia así!

Y se ponía a citar papas, encíclicas, exhortaciones y documentos conciliares que avalaban su propio concepto de democracia.

Pero los temas con los que más caña daba con diferencia eran los de índole moral y de costumbres, sobre todo los sexuales. Con una potente batería de constituciones y cartas apostólicas, pronunciamientos papales y demás elementos del Magisterio de la Iglesia, discurseaba al personal de forma incansable sin que nadie dijera ni pamplona por miedo a ver puesta en tela de juicio su Fe y su ortodoxia. Yo lo recuerdo mucho despotricando, con la cara enrojecida, contra la comunión en la mano, el amancebamiento, los noviazgos largos –fuente inagotable de tentaciones contra la pureza– y, en general, contra ciertos comportamientos de los novios, como por ejemplo cogerse del brazo por encima del codo. ¡Y no digamos sobre otras expansiones de mayor alcance o sobre los "métodos anticonceptivos artificiales"!

  Muchas de las cosas que se hacen mal es por desconocimiento –solía decir–. Pero basta leerse la Mulieris Dignitatem, la Humanae Vitae y la Familiaris Consortio para saber a qué atenerse en estas materias.

Parece ser que los divorciados vueltos a casar ya no están excomulgados
Pero la cuestión que yo me planteo en estos momentos es cómo se tiene que sentir hoy este paisano, cuya única baza argumental era la autoridad de los papas, al escuchar las declaraciones públicas de Francisco sobre los temas más variados, y, en especial, al leer su reciente exhortación apostólica, Amoris Laetitia, en la que parece instar a los pastores a huir del rigorismo a la hora de negar el sacramento de la la eucaristía a los católicos divorciados que se han vuelto a casar o conviven maritalmente.

No sé por qué pero mucho me temo que por muy confundido que se encuentre con estas insólitas novedades, no se callará ni agachará la cabeza cuando alguien le pregunte, con malicia, si ahora también va a comerse con patatas lo que diga el Papa o va a pensar por su cuenta. Me apuesto lo que sea a que ya tiene preparado un sermón explicando la diferencia –ahora sí– entre los dogmas y las opiniones de un papa a título particular, y vapuleando a la prensa por “sacar de contexto” las palabras del Pontífice. 

viernes, 31 de julio de 2015

CON LOS AÑOS...


Según voy cumpliendo años me doy cuenta de que tardamos demasiado tiempo en conocernos de verdad a nosotros mismos. Cualquier veinteañero cree conocerse bien, pero lo cierto es que aún tiene una idea demasiado incompleta y difusa sobre su personalidad, capacidades, límites e incluso gustos. Creo que hasta que no cruzamos la barrera de los treinta o treinta y cinco no somos capaces de observarnos introspectivamente con la suficiente objetividad. Y algunos necesitan mucho más tiempo.

A mí me ha sucedido con mis defectos. De más joven tenía las mismas o parecidas limitaciones personales que ahora pero por lo general me negaba a aceptarlas, me esforzaba continuamente en disimularlas e incluso en no pocas ocasiones me autoatribuía habilidades o aptitudes de las que carecía por completo, en mi insensato afán de proyectar una imagen ideal de mí mismo. Para mí la madurez ha consistido en hacerme, poco a poco, una composición de lugar aceptable sobre mi puntos fuertes y débiles, mis virtudes y mis taras, mis talentos y mis debilidades. A mí la edad me ha enseñado no a sentirme cómodo con mis muchas imperfecciones, sino a convivir con ellas con naturalidad, sin aspavientos y sin avergonzarme más de la cuenta; a convencerme de lo que hay sin comerme demasiado el coco y sin negar lo evidente.

He aprendido también que para conocerse bien hay que tener voluntad de hacerlo. Hay mucha gente que no tiene el mínimo interés en hacerse un chequeo imparcial ni en sacar otras conclusiones sobre su manera de ser o sobre su vida que las que elaboró antaño desde el subjetivismo bisoño de la primera juventud. Otra herramienta indispensable para vernos por dentro son las personas que nos rodean, amigos y enemigos. Está claro que si no somos capaces de enterarnos de nuestros defectos con nuestros propios medios, muy rara vez alguien nos los va a explicar de palabra. Por eso es tan importante, y es una destreza que se adquiere con el paso del tiempo, saber observar a quienes conviven o trabajan diariamente con nosotros. Será difícil que nos señalen, a la cara, esas lacras nuestras que tanto nos cuesta ver, pero su comportamiento, actitudes y lenguaje no verbal, bien captados e interpretados, nos pueden dar las pistas suficientes para esbozar un autorretrato robot bastante fiel, para dibujar sin miedo el mapa de nuestras luces y sombras.

martes, 23 de junio de 2015

TRAMPAS DIALÉCTICAS


En una etapa ya superada de mi vida me enseñaron muchos trucos dialécticos con los que dominar las discusiones políticas y convencer a mis interlocutores. Durante años creí que ambos objetivos eran equivalentes, pero hoy tengo claro que no tienen nada que ver. No es lo mismo imponerse en un debate, es decir lograr que tus adversarios terminen callándose, que persuadir a los demás de la bondad de tus opiniones. Hoy creo que la mayoría de las estrategias que aprendí pueden ser útiles para alcanzar el primer fin pero malamente el segundo. También pienso que estas técnicas tienen un trasfondo violento y tramposo que las aleja mucho de lo que podemos entender como honradez intelectual. 

Una de estas tácticas, más vieja que el mundo, consiste en intentar objetivizar a toda costa los debates subjetivos de carácter ideológico, llevándolos de manera forzada al terreno de las conclusiones científicas, las citas de autores, y las fechas y hechos históricos. Se trata de convertir una controversia que ha nacido del contraste de sentimientos y de convicciones íntimas en una guerra de conocimientos en la que el contrario lleve las de perder, en una exhibición apabullante de datos previamente aprendidos que provoque en el auditorio la sensación de una gran diferencia de nivel entre los contendientes, y consiguientemente descoloque y humille al rival.

Hay debates en cuyo desarrollo y conclusión es esencial el despliegue de datos objetivos, pero otros no, o, al menos, no en la misma medida, así que me parece bastante fullero hacer que un simple cruce de opiniones se transforme en un impertinente examen académico, o en una medición de lecturas o de escalafones culturales. El gran error de partida de los que emplean –y yo lo he hecho– esta clase de estratagemas es considerar que toda charla es una discusión, que todo intercambio de pareceres es una competición que ha de ganarse como sea, quedando siempre de pie como el gato. Recopilar sistemáticamente información científica y bibliográfica; coleccionar armamento argumental en forma de citas, fechas, nombres de historiadores y títulos de libros (que a veces ni se han leído) para apabullar en público a quien piensa diferente es una actitud que suele evidenciar sectarismo, inmadurez y complejo de inferioridad.

Es fundamental estar bien formado para defender dignamente nuestras posturas, pero sepamos diferenciar. 

Hay temas en los que para polemizar sí es importante atesorar un mínimo de conocimientos. Por ejemplo, si una amiga se empeña en que Carlomagno era un emperador romano no será muy difícil sacarla del error (si se deja) tirando de nuestra humilde cultura histórica.

Pero hay otros debates que por diversos motivos no tienen puerta de salida. Hay disputas que o bien son como la del sexo de los ángeles que sostenían los bizantinos en el siglo XV, o bien están tan ligadas a creencias religiosas, posturas ideológicas o sensibilidades personales que es absurdo pretender su objetivización o su racionalización. Esto no quiere decir que tengamos que dar la razón a nuestros oponentes, pero sería bueno tener en cuenta que en este tipo de confrontaciones nadie da jamás su brazo a torcer, que los ánimos se suelen calentar más de la cuenta y que cualquier argumento racional caerá con toda probabilidad en saco roto. Conviene admitir que por mucha artillería erudita, leguleya, médica o politológica que esgrimamos sobre ciertos asuntos, al tipo que tenemos en frente no le va a hacer ni cosquillas, igual que nosotros nos mantendríamos en nuestros trece por muy leído que sea el que nos lleva la contraria. Pensemos en las discusiones sobre temas como el aborto, el matrimonio homosexual, los separatismos regionales, la inmigración, la Iglesia, la política nacional o el clásico Barça-Madrid, en las que hacer alarde de pruebas y de razonamientos documentados solo sirve para enredar, lanzar tinta de calamar, abrumar a nuestros enemigos más incautos y, en definitiva, perder el tiempo. 

Además a aquellas personas fácilmente impresionables por las avalanchas de datos estadísticos, antecedentes históricos, frases oportunas o informes concluyentes, yo les recomendaría precaución y les advertiría que no es oro todo lo que reluce. No hay nada más fácil de manipular que la información; el experto en teoría más acreditado podría ser un vulgar encantador de serpientes muy capaz de defender, de una forma  igual de convincente, la posición contraria.

lunes, 15 de junio de 2015

LOS CHISTES DE ZAPATA

El concejal Guillermo Zapata

Nada más constituirse el sábado el nuevo consistorio madrileño, Guillermo Zapata, el concejal de Cultura de la formación marxista Ahora Madrid, revolucionaba las redes sociales y se convertía en portada de todos los periódicos al salir a la luz dos polémicos chistes que publicó en su Twitter hace dos años, uno de ellos sobre las desventuras del pueblo judío durante la Segunda Guerra Mundial, y el otro sobre la famosa víctima de ETA Irene Villa y las adolescentes Míriam, Toñi y Desirée, violadas y asesinadas en Alcácer (Valencia) en 1992. 

Socialistas y peperos llevan 24 horas exigiendo la cabeza del concejal y la Federación de Comunidades Judías de España, siempre con tan poco sentido del humor, ha emitido un enérgico comunicado de protesta.  Estos hebreos deberían aprender de Irene Villa, que ha demostrado su buenrollismo declarándose fan número uno de las chirigotas sobre el atentado en el que perdió las piernas.

El fallo de Guillermo Zapata no es su falta de sensibilidad. La mayor parte de la población (yo incluido) ha contado alguna vez algún chascarrillo un poco bestia, quizá no sobre estos temas concretos (sobre todo el segundo) pero sí sobre otros similares. Casi todos en algún momento hemos hecho en la intimidad bromas que, de hacerse públicas, nos habrían inhabilitado de por vida para ejercer un cargo representativo

Es más: yo he escuchado a personas que ostentan puestos de altísima responsabilidad política expresar, en una comida o tomando café en confianza, ciertas opiniones sobre los inmigrantes de Europa del Este y sobre los oriundos de determinada provincia de mi región que si llegaran a filtrarse les costaría el puesto. ¡Y que conste que yo estoy al 100% de acuerdo con dichos comentarios!

El mayor error de Zapata tampoco ha sido publicar estos chistes en una red social. Diariamente encontramos en Twitter o en Facebook multitud de barbaridades firmadas con nombre y apellidos. Y solo puede haber un motivo para que una persona suscriba con su identidad real unas chanzas tan políticamente incorrectas: que se trate de un mindundi desconocido cuyas opiniones se la traigan al fresco a todo el mundo. Y eso era precisamente Guillermo hace dos años: un don nadie anónimo que ni en sus mejores sueños podía imaginarse que llegaría a concejal de Madrid; un simple cineasta aficionado, bastante rojo, que podía permitirse escribir gratis cualquier parida.

La verdadera metedura de pata del nuevo munícipe es no haber cribado los mensajes de su cuenta de Twitter antes de presentarse a las elecciones del 24 de mayo, sobre todo teniendo en cuenta que el historial de todos y de cada uno de los concejales de esta candidatura de "unidad popular" respaldada por Podemos iba a ser mirado con lupa, con prismáticos y hasta con telescopio astronómico por los medios derechistas de toda España. 

No creo que por haber puesto estos chistes en la Red sea Zapata mucho más inmoral ni menos sensible que el resto de concejales del ayuntamiento de la capital de España. Me apuesto doble contra sencillo a que si alguien se pusiera a investigar, con la misma minuciosidad que se emplea con Podemos, los avatares de la vida privada de los candidatos del PP, del PSOE y no digamos de los recién aterrizados de Ciudadanos, empezarían a salir temas mucho más chuscos que lo del cenicero de los judíos y las niñas de Alcácer.

Este concejal barbudo de sugerente apellido y de aspecto, por cierto, tan poco saludable debería dimitir inmediatamente, pero no por cruel o por desaprensivo, sino por mentecato. Un sujeto incapaz de adelantarse a los mecanismos hipócritas del juego democrático y al celo detectivesco de sus enemigos no se merece dirigir el área de cultura de una ciudad de tres millones y medio de habitantes.

viernes, 6 de marzo de 2015

SI TE HE VISTO NO ME ACUERDO


Hay varias canciones de Joaquín Sabina que nunca han salido en un disco. 

Una de ellas es la sintonía del legendario programa gastronómico Con las manos en la masa (1984-1991), presentado por Elena Santoja. Yo siempre había creído que tanto la música como la letra de esta genial composición, que se sabe de memoria media España, era obra del propio cantautor jienense, pero lo cierto es que su autoría corresponde al dúo Vainica Doble, integrado por la hermana de la presentadora y por Gloria Van Aerssen, que la interpreta junto a Sabina (quien, por cierto, una vez insinuó que se avergonzaba de esta faceta de su carrera artística).

Otro tema inédito es el titulado Si te he visto no me acuerdo, una reliquia valiosísima que hoy quiero rescatar del olvido. Sabina lo interpretó para Televisión Española durante el programa especial homónimo de la Nochevieja 1985-1986. Sus siete largas estrofas separadas por un pegadizo estribillo rebosan veneno y sarcasmo contra el primer gobierno del PSOE. Provocó un gran malestar en las altas esferas socialistas y fue la primera cuenta del rosario de desencuentros que sostuvieron el cantante y la cadena pública. Al año siguiente, en vísperas de elecciones y siendo ya Pilar Miró la directora de RTVE, el Gobierno se cobró su venganza censurando la canción Cuervo ingenuo (de Javier Krahe) en la emisión de un concierto de Sabina y Viceversa. No fue ni mucho menos la única acción represiva de la supuestamente demócrata Miró contra las voces disidentes en el medio que dirigía, y si no que se lo pregunten a Lolo Rico, creadora y directora de La bola de cristal. 

Si te he visto no me acuerdo es una joya histórica que con el tiempo ha cogido solera, pues se escribió a modo de crónica humorística de la primera legislatura de Felipe González, incidiendo en las contradicciones entre el programa político ultrarreformista y aderezado con chaquetas de pana que votaron diez millones de españoles en el 82 y la realidad de los hechos una vez que los sociatas tomaron las riendas del país. Las estrofas abordan temas entonces de plena actualidad, como la expropiación de RUMASA, el escándalo Flick, el cambio de postura sobre el ingreso en la OTAN, la retransmisión de la visita de Juan Pablo II, el romance de Boyer con la Preysler, las vacaciones de González en el yate Azor, el sida o los anuncios de condones. Se cita además a personajes televisivos de la época como Coll, Ramoncín, José María Calviño, Paloma Gómez Borrero, Fernando García Tola, Eva Nasarre, Felipe Mellizo, José María Íñigo, Jesús Hermida o Alfredo Amestoy. Incluso el líder de Fuerza Nueva aparece en el verso “cenarán tortilla en la bodeguilla Palazón y Blas Piñar”. ¡Quién le iba a decir al veterano patriota que acabaría teniendo un puesto “de honor” en el cancionero de Sabina! Y por cierto: ¿alguien sabe quién era Palazón? 

En Youtube no hay ningún vídeo completo de la canción, así que he elegido para encabezar el post una versión editada a base de empalmes de sonido, aunque desgraciadamente sin imágenes. Para ver varios fragmentos de la actuación recomiendo este enlace

Más sobre Sabina en La pluma: 

- Sabina, Viceversa, Varona y la igualdad
- Joaquín Sabina 



miércoles, 19 de noviembre de 2014

LIBROS DE CABALLERÍAS


“Es, pues, de saber, que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso (que eran los más del año) se daba a leer libros de caballerías con tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza, y aun la administración de su hacienda; y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendió muchas hanegas de tierra de sembradura, para comprar libros de caballerías en que leer; y así llevó a su casa todos cuantos pudo haber dellos; y de todos ningunos le parecían tan bien como los que compuso el famoso Feliciano de Silva: porque la claridad de su prosa, y aquellas intrincadas razones suyas, le parecían de perlas; y más cuando llegaba a leer aquellos requiebros y cartas de desafío, donde en muchas partes hallaba escrito: la razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura, y también cuando leía: los altos cielos que de vuestra divinidad divinamente con las estrellas se fortifican, y os hacen merecedora del merecimiento que merece la vuestra grandeza. Con estas y semejantes razones perdía el pobre caballero el juicio, y desvelábase por entenderlas, y desentrañarles el sentido, que no se lo sacara, ni las entendiera el mismo Aristóteles, si resucitara para sólo ello. (…)

En resolución, él se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio, y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el cerebro, de manera que vino a perder el juicio. Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así de encantamientos, como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles, y asentósele de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas soñadas invenciones que leía, que para él no había otra historia más cierta en el mundo.”


Me ha parecido genial el comentario que me ha hecho un buen amigo este fin de semana. Me ha dicho que mi gran problema es que he leído demasiados libros de caballerías. Mi amigo, siempre brillante en sus metáforas, no es que me esté llamando loco; solo insinúa que mi particular percepción de mundo, mis frecuentes conflictos morales y mis dificultades de adaptación a la sociedad que me ha tocado vivir se explican, en gran medida, por el proceso de ideologización que “sufrí” en mi juventud y por la ingesta incontrolada de libelos doctrinales, hagiografías apasionadas, discursos de adoctrinamiento e historiografía ultraparcial.

Yo solo quiero hacer un matiz a esta cariñosa crítica, y es que, diga lo que diga Don Miguel de Cervantes, yo no termino de tener claro si el ingenioso hidalgo se volvió loco por devorar las historias de Amadís de Gaula, el caballero del Febo el troyano o Palmerín de Inglaterra, o, al revés, su pasión desmedida por este tipo de lecturas se explica por su demencia. ¿Qué es antes, el huevo o la gallina? Igual que tampoco estoy seguro de si la gente llega a determinados estados de exaltación tras enfrascarse en textos revolucionarios o es que más bien son los ya exaltados quienes buscan esa literatura. Es difícil saber si se llega al descontento, a la obsesión o a la inadaptación tras la lectura de libros “radicales” o resulta que son los disgustados o los "descentrados" los únicos que se interesan por ellos.

martes, 29 de julio de 2014

ME DAN ASCO

Es uno de los colegios de monjas con más solera y prestigio de mi ciudad, concertado desde hace unos años. Ayer escuché en la radio una cuña publicitaria anunciando su oferta educativa y la apertura del plazo de matrícula para el próximo curso. Nuevas instalaciones, amplias canchas deportivas, grupos reducidos, atención personalizada, programa de bilingüismo y de intercambio, profesores nativos… Ni una sola mención al ideario cristiano del centro; ni siquiera una sutil referencia a la “educación integral en valores” o algo similar. Me pareció el anuncio de un negocio más, un simple anzuelo para sacar pasta ocultando ladinamente su condición religiosa por no perder ni una matrícula, no vaya a ser que la palabra “cristianismo” ahuyente a los papás ateos.

Sinceramente estas monjas me dan asco. Ojalá su centro se vaya a hacer puñetas y así puedan santificarse gracias al ayuno forzoso.

domingo, 18 de mayo de 2014

VISTO BUENO




En las grandes empresas o en las organizaciones de carácter burocrático (por ejemplo, las administraciones públicas) hay determinadas tareas que deben ser revisadas sucesivamente por varios trabajadores hasta que obtienen la aprobación definitiva por un responsable superior. Muchas veces se trata de documentos que son confeccionados por las unidades básicas y después van subiendo de despacho en despacho, recibiendo vistos buenos, hasta llegar al órgano más alto del escalafón, que los respalda con su rúbrica.  

Donde yo trabajo hay resoluciones que han de ser chequeadas con atención por siete personas distintas antes de que las firme el Gran Jefe.

Se supone que con estos procesos se quiere aportar seguridad y calidad al trabajo porque, como suele decirse, ven más diez ojos que dos, pero yo cada vez soy más escéptico al respecto. Me parece que cuando en cualquier tarea o procedimiento hay implicada más gente de la necesaria, termina saliendo todo fatal. A lo único que lleva un exceso de comprobaciones y de “vigilantes” es a que todos los participantes en la cadena se relajen y nadie cumpla bien su parte.

Si cuando el técnico redacta inicialmente una resolución, sabe que va a ser leída con cuidado por su jefe de sección, y que después la carpeta se pasará a la jefe de área, y que esta la despachará con el subdirector adjunto para que dé su O.K., y que entonces el asesor jurídico le dará un repaso fino antes de entregárselo, para una última revisión formal, a las secretarias del Director General previamente a su firma por este, pues lo más seguro es que el humilde técnico del principio no afine como es debido y se despreocupe de los detalles del escrito confiando en que si se le cuela algún pequeño fallo lo detecten más arriba. Pero más arriba pasa lo mismo: al que le han pasado la disposición con cuatro “veos” ya garabateados ni se le ocurre ponerse a mirar con lupa página por página y párrafo por párrafo, suponiendo que ya lo habrán  pulido todo sus compañeros. ¿Resultado?  Que al final el papelito acaba firmado con tres o cuatro errores, unas veces insignificantes pero otras peligrosos.





Cada vez es más frecuente confundir el auténtico trabajo en equipo con meter a todo el mundo en el ajo sin ninguna necesidad, enmarañando los quehaceres, diluyendo las responsabilidades y, en la práctica, boicoteando los objetivos.

domingo, 26 de enero de 2014

TRAMPAS AL SOLITARIO




Una pregunta que me autoformulo desde siempre es si me conozco bien a mí mismo. Hace años la respuesta era afirmativa; suponía que nadie podía saber más que yo sobre mi personalidad, carácter, sentimientos y demás engranajes íntimos. Pero hoy ya, con los años y las experiencias vividas, no lo tengo nada claro, y de hecho a veces creo que somos nuestros peores jueces, por parciales e interesados.

Un famoso jesuita que conocí de chaval solía decir que nuestra personalidad tiene tres dimensiones bien diferenciadas: la manera en que nosotros nos vemos, cómo nos ven los demás y cómo somos en realidad. Según este cura, en una persona madura y equilibrada los tres formatos deberían coincidir, pero yo pienso cada vez más que no le coinciden a casi a nadie.

Es cierto que hay que ser muy maduro para autoevaluarse correctamente; tan maduro tan maduro que no sé yo si existe semejante grado de madurez. Si albergamos mil prejuicios para juzgar al prójimo, no te quiero ni contar para juzgarnos nosotros. Ya no solo son prejuicios, sino orgullos, soberbias, complejos, distorsiones interesadas, mecanismos de autodefensa, miedos, falsas modestias, tópicos sociales y toda clase de filtros que nos devuelven nuestra imagen deformada, como los espejos de la biblioteca de El nombre de la rosa. 

A veces tenemos una idea distorsionada sobre nuestra persona porque nos resistimos a aceptar nuestras limitaciones y nos hacemos trampas al solitario todo el tiempo. Otras veces es justo lo contrario, que andamos con la autoestima rozando el suelo y nos vemos como una mierdecilla cuando valemos mucho más. La cosa puede ir por temporadas.

Pero seguramente nuestra mayor limitación para emitir un buen diagnóstico personal sea nuestra incapacidad para aceptar las críticas ajenas o simplemente para observar con honestidad lo que sucede a nuestro alrededor, cómo se comporta la gente con nosotros. Cuando se trata de nuestra propia imagen pública, cuando están en la palestra nuestros defectos o nuestra manera de ser, podría decirse que nos cerramos en banda, nos negamos a ver lo evidente o, incluso viéndolo, nuestro cerebro acude a nuestro auxilio e interpreta las pistas más inequívocas como a él le conviene, pues por desgracia no hay peor ciego que el que no quiere ver ni peor sordo que el que no quiere oír.

jueves, 23 de enero de 2014

DOLOR


En este tiempo de vanidad y alharacas, de exaltación del “yo”, de divinización del bienestar y el placer, hay aspectos del Cristianismo que somos incapaces de asimilar como no sea en un plano puramente teórico. Quiero decir que en abstracto es muy fácil presumir de piadosos, de ortodoxos y agarrarse a la cómoda Fe del carbonero, pero la cosa suele cambiar cuando el caso leído en un libro o la situación que vive el vecino nos toca sufrirla a nosotros en propia carne. Es entonces cuando caen las caretas y se criba el trigo de la paja, se ve quién es cristiano de corazón y quién tenía una simple pose o una costumbre.

A la beata Teresa de Calcuta muchos la criticaron y la critican, incluso desde posiciones católicas, por predicar la resignación ante el dolor e interpretarlo como una participación en la Pasión de Cristo, como una forma de acercarse a Él. En especial hay una anécdota de la famosa monja que se ha utilizado mucho para vilipendiarla en este sentido. Por lo visto en 1995 Teresa atendía en un hospital a una mujer con cáncer terminal que se retorcía en su lecho por los dolores. La religiosa le tomó la mano e intentó consolarla: “Estás sufriendo como Cristo en la cruz, así que Jesús te debe de estar besando». Se ve que la enferma no quedó muy convencida porque replicó: “Por favor, madre, dígale que pare de besarme”.

domingo, 29 de diciembre de 2013

PASADO POLÍTICO

Te imaginabas que tarde o temprano pasaría algo así y ha sucedido hace dos jueves, en Madrid, en la cena de Navidad de tu empresa. El mismísimo vicepresidente, dices que con unas copitas de más, te llamó “camarada Díez” y te saludó a la romana delante de toda la comisión ejecutiva. Te pusiste como una amapola.

Me llamas hace un rato para pedirme consejo legal sobre la forma de borrar de Internet todas esas páginas que te comprometen. Preguntas si hay que escribir a Google o a cada boletín oficial en el que salen tu nombre y tus apellidos. Te noto exasperado repitiéndome cien veces que no hay derecho a que por una “chorrada” que hiciste cuando eras “un chaval” estés marcado para toda la vida “por culpa del puto Internet”. Me dices altanero y despectivo que ya no tienes nada que ver con “esa gente” y me preguntas si este tema te va a perseguir siempre como tu sombra, jodiéndote la reputación y los ascensos. Estás acojonado de que los medios te den cualquier día un disgusto.

Apareces con todos nosotros en seis resultados de búsqueda, como segundo o tercero en listas para elecciones municipales y europeas: tres en el BOE y tres en boletines provinciales. También sales uniformado en una foto de una vieja revista, sobre el texto “camarada Juan José Díez pronunciando su discurso”. ¡Te llevan los demonios!

No sabía bien qué contestarte pero al final te he soltado lo que pienso y te has mosqueado. Te he recordado que ser joven no significa ser gilipollas, y que además hace doce años no eras ningún crío y ya había Internet. De sobra sabías entonces, o deberías haber sabido, que esas candidaturas eran públicas y que cualquiera podría consultarlas en un futuro, como acaban de hacer desde su ordenador tu adorado vicepresidente y su círculo de aves de rapiña. También aceptaste sacarte aquella foto y que la pusieran en un fanzine que se repartió a más de mil personas, así que no me toques ahora los huevos. Llama si quieres a Celes a pedirle que te borre y verás como se ríe de ti en la cara.

Nadie tiene la culpa de que no contaras con tu prometedor futuro en esa multinacional repugnante, que me recuerda a la Inmobiliare de El Padrino, ni de que decidieras al cabo de un tiempo (no mucho) amoldar tus ideas a los gustos de ese negrero seboso al que ya llevas siete años lamiendo las posaderas, ni de que ahora tengas una columna todos los viernes en un suplemento del periódico de tu ciudad, en la que escribes, con tonillo de gurú financiero, todo lo contrario a lo que vociferaste exaltado en el mitin que inmortalizó la foto que hoy tanto te cabrea.

Lo siento, Juanjo, pero jódete. No puedo decirte más. Chápate tú mismo la Ley de Protección de Datos, o quéjate a Google, al Boletín Provincial de Ávila o al propio Celes, si tienes lo que hay que tener. Escribe si eso a Don Juan Carlos o a Aznar, que ahora tanto te molan, a ver si entre los dos hacen desaparecer las vergüenzas de tu pasado político, pero a mí déjame en paz. Déjame que viva, con mil contradicciones pero jamás con rubor, mis principios, mis recuerdos y mis lealtades.

viernes, 27 de diciembre de 2013

NO ES MARXISTA PERO...

Tampoco es judiorro pero no le importa parecerlo

Hace quince días el Papa Francisco volvía a abrir nuestras mentes obtusas en una entrevista para un diario italiano en la que declaraba que no es marxista, ya que el marxismo es una ideología equivocada, pero que no se siente ofendido cuando se lo llaman. 

Muy jesuítico, sí, pero a mí me gustaría saber si le ofendería que le llamaran capitalista o nazi, que también son doctrinas equivocadas para la Iglesia, y por qué en verano se lamentó tanto de su fama de “ultraconservador” en Argentina, considerándola “un problema grave”, y manifestó con tanto énfasis que “jamás” había sido de derechas. Vaya, eso sí le pica, ¿eh?


El irrebatible argumento de Bergoglio es que ha conocido a muchos marxistas buenas personas. ¡Oh, qué entrañable! Cabe deducir que todos los derechistas y liberales que ha tratado le parecerán unos indeseables y unos cabrones.



Más sobre el Papa Francisco en La pluma viperina:

-         La Iglesia del siglo XXI
-         El Papa parlanchín
-         Un uomo buono e saggio



viernes, 4 de octubre de 2013

CONTRACORRIENTE


Me gusta la gente distinta, la que destaca con sus vivos colores contra el gris de la muchedumbre. No me refiero a aquellos que se saltan a la torera las normas de convivencia comúnmente aceptadas, sino a los que tienen una fuerte personalidad y han ido poco a poco construyendo su identidad en base a gustos, costumbres y valores propios no necesariamente chirriantes pero sí definidos con valentía frente a la tenaza del qué dirán.

En una sociedad que exalta la libertad individual pero en la que al final somos todos como monigotes uniformados, como soldaditos de plomo idénticos, me atraen esos pequeños héroes anónimos que han decidido ellos solos cómo quieren ser, pensar y vivir, sin estridencias pero a veces echando un pulso firme a los topicazos paralizantes que nos asolan.

Me gusta la gente crítica con la prensa, la historia oficial, la moda, el consumismo, las costumbres de ocio imperantes, el modelo político y económico, y tantas otras cosas tan cuestionables y que casi nadie cuestiona.

Sin embargo, cuidado, porque no todos estos contracorriente me inspiran la misma admiración. Hay muchos de ellos a quienes la forma de defender su estilo o poner en práctica sus ideas les ha llevado a la confrontación con casi todas las personas de su entorno. Ser ellos mismos les ha costado, en mayor o menor medida, la estigmatización social, el rechazo de casi todo el mundo y la marginación en distintos ámbitos importantes, entre ellos el familiar y el laboral. Por su manera de desenvolverse quedan postergados en su grupo de amigos, sufren serias dificultades con su pareja (si la tienen), son despedidos o no contratados por nadie, y los van arrinconando poco a poco hasta quedar abandonados en su jaula desde la que rugen como las fieras de un zoológico, reafirmándose cada vez más irracionalmente, hasta el delirio.

La postura de estos suele ser la más facilona y además no es raro que encubra un déficit en habilidades sociales y en inteligencia emocional. Ser un kamikaze sin medida está chupado; se trata simplemente de aferrarte a lo tuyo, avanzar sin mirar hacia delante ni hacia atrás, olvidarte de cualquier forma de empatía, no ceder nunca, no contemporizar con nadie, enfrentarte con todos y hacer lo que te dé la gana en cada momento, caiga quien caiga. Y luego cuando te quedas más solo que la una, echarle la culpa a la sociedad que no respeta tu forma distinta de ser.

Pues no. A mí los que me gustan son los pocos que tienen la suficiente habilidad para preservar su independencia sabiendo integrarse al mismo tiempo en la sociedad que les ha tocado vivir y en la que, a fin de cuentas, deben trabajar, amar y relacionarse. Cierto que una persona con una tabla de valores muy alternativa nunca se va a integrar de forma totalmente satisfactoria y siempre va a tener que hacer ciertas cesiones, pero yo admiro a aquellos que, aunque sea con artes de malabarista, aciertan a conjugar su derecho a ser ellos mismos con su necesidad de encajar mínimamente en el tiempo y en la cultura que les han visto nacer. 

Una autonomía tan radical que te termina aislando, una originalidad tan fuerte que solo te genera conflictos, una identidad personal tan diferente que te impide ser feliz, querer y que te quieran, no pueden ser buenas. Por muchas tesis conspiranoicas que se inventen los frikis de turno para justificar su fracaso social, admitamos que a la gente equilibrada le acaba tocando hacer de tripas corazón más de lo que le gustaría para que sus peculiaridades no terminen siendo su tumba. La clave está en el límite de lo que se puede ceder y en dónde queda la línea divisoria entre vivir como uno desea y convertirse en un muñeco fabricado en serie. 

miércoles, 2 de octubre de 2013

HETEROGÉNEO PP

Conozco personalmente a muchos militantes del Partido Popular, con los que tengo distintos tipos de vinculación, que van desde la amistad personal a la relación profesional, pasando por la de simples conocidos, y si algo tengo claro, y resulta bien significativo, son las abismales diferencias ideológicas que existen entre los afiliados de base y los cargos con responsabilidad en el partido o en el gobierno.

Cuanto mayor nivel de responsabilidad ostenta un pepero, cuanto más cerca está de la cúspide o mejores relaciones mantiene con la élite del partido, más me cuesta enterarme, cuando hablo con él, de qué ideas políticas tiene. Yo diría más bien que estas personas carecen de ideas definidas de cualquier tipo, aferrándose siempre en su conversación a cuatro abstracciones ideológicas o a criterios de oportunidad. Son, por así decirlo, muy de centro, muy asépticos, muy diplomáticos, muy democráticos, muy sensibles, muy sostenibles, muy solidarios y muy conciliadores, no sé muy bien si porque se callan lo que piensan o porque realmente no creen en nada fijo o no creen intensamente en nada.

Esta actitud, que todos vemos cada día en los miembros del PP más mediáticos, contrasta demasiado con la de los afiliados anónimos, los de a pie de calle, los que simplemente tienen el carnet o, incluso, con la de muchos cargos electos de esta formación de centro-derecha en pequeños municipios. De mis charlas con la mayoría de ellos rápido deduzco que son gente “de orden” y más fachas que el Cid; que simpatizan, con más o menos disimulo, con el régimen franquista; que les repugna la inmigración y que tienden a posicionarse sin cortarse un pelo a favor de los sectores más favorecidos de la sociedad, exhibiendo un conservadurismo impenetrable que solo se torna en liberalismo a la hora de defender el laissez faire de los empresarios. Hasta los peperoni más infraempleados y explotados siguen defendiendo que la patronal haga lo que le venga en gana, en una especie de síndrome de Estocolmo similar al del negro Stephen (Samuel L. Jackson) en Django desencadenado

Así que no sabe uno a qué carta quedarse con esta extraña heterogeneidad. ¿Cuál es el verdadero espíritu de la formación liderada (en teoría) por Mariano Rajoy?  Si entendemos que es el de sus dirigentes (y el del programa), habrá que convenir en que las posturas ideológicas personales de miles y miles de militantes de base se encuentran en las antípodas de las oficiales del partido. Si en cambio consideramos que el auténtico sentir del PP se encuentra encarnado por sus miembros más sencillos, por los concejales de los pueblicos de 500 habitantes y por las masas de afiliados que solo van a los mítines y luego al vermú, habrá que pensar que los mandamases están dismimulando sus auténticos objetivos, fingiendo prudencia por lo mucho que tienen que perder a diferencia de los peones. Cualquiera de las dos alternativas me inquieta.

jueves, 8 de agosto de 2013

PECAR BIEN



Hace quince años, un conocido mío católico a machamartillo, de Misa y comunión diaria y de lo más puritano que pueda imaginarse, me comentó: “Neri, si no puede uno aguantarse, ya que peca por lo menos que peque bien”. Le dije que no entendía y él, que había quemado vallas publicitarias de condones y reprochado a sus catecúmenos llevar cogidas a sus novias por encima del codo, me explicó que si caías en la tentación y te acostabas con una, había que ponerse preservativo y disfrutar el momento, porque una cosa es ser pecador y otra gilipollas.

Su respuesta, así de pronto, me resultó un tanto cínica, pero luego me dio que pensar, porque es cierto que mucha gente ha sido y es incapaz de disfrutar del sexo por motivos religiosos. Habría mucho que hablar (que no criticar) sobre los orígenes y la vigencia de la moral sexual católica, pero no es el momento; yo solo quiero resaltar hasta qué punto una visión obsesiva y ultraestricta de esta cuestión puede llegar a condicionar las relaciones íntimas de una persona, hasta el punto de desnaturalizarlas e impedir incluso que cumplan su finalidad de expresar ternura, confianza o amor.

La Iglesia Católica y casi todas las confesiones de inspiración cristiana proscriben las relaciones sexuales fuera del matrimonio, pero el caso es que muchos creyentes convencidos las practican. Eso sí, estas personas suelen sufrir dos fenómenos muy característicos:

El primero es que cuanto más intensa es su Fe y la formación religiosa recibida, más difícil les resulta mantener unidas por mucho tiempo su práctica religiosa  y su conducta sexual. Hace años, los niveles de hipocresía eran altos y las dobles vidas frecuentes, pero hoy en día un católico muy practicante casi con toda seguridad dejará de serlo si su vida empieza contradecir sustancialmente las reglas de la moral sexual y llega a la conclusión de que no puede (o no quiere) contenerse. En cambio, si las caídas son puntuales o circunstanciales, a la persona le será más fácil seguir practicando su Fe.

Es un tema muy interesante de analizar, ya que probablemente los pecados carnales sean los únicos capaces de alejar por completo a un creyente de su prácticas devotas e incluso de su Fe, mientras que ante otras faltas tan graves o más como la soberbia, la envidia, la explotación de trabajadores, el egoísmo o la total falta de caridad, muy pocos católicos de Misa, comunión y confesión frecuentes se plantean abandonar sus convicciones.

El segundo fenómeno es al que me refiero con lo de pecar bien.  Un porcentaje sin duda nada desdeñable de quienes han mamado desde la cuna la ética sexual del Cristianismo, no sabrían pecar bien aunque quisieran, que seguro que quieren. Las relaciones prematrimoniales de estas personas bordean lo patético, rozan lo enfermizo y entran de lleno en lo grotesco. “Manolo, solo la puntita”; marcha atrás para evitar el demonizado preservativo; calentones inconclusos de los de volverse loco; juegos que todo lo incluyen excepto la estocada y que uno se pregunta por qué con ellos se peca menos; escenarios improvisados e incómodos para dejar claro que no ha mediado premeditación alguna (solo faltaba); rodeos eternos; penosos autoengaños; búsqueda clandestina, normalmente por él, de parejas más liberales; infidelidades cutres y a salto de mata,  e incluso bloqueos, tanto gatillazos de él como frigideces de ella, por ser incapaces de relajarse y de disfrutar de la situación cuando esta se produce burlando sus rectas intenciones.

Lo triste es que a veces todo esto se traslada al lecho matrimonial, porque mira que es jodido conseguir ver de repente como un regalo de Dios lo que el día antes era una indecencia.

Quizá la doctrina sexual de la Iglesia tenga trampa y esté diseñada no solo para disuadir sino para impedir el goce de quienes le dan la espalda. Pero sea como sea, pienso que mi conocido llevaba razón, y que  lo inteligente y lo humano sería que quien finalmente cae, aunque sea sin buscarlo, disfrute de la caída sin demasiados remordimientos aunque luego reflexione al levantarse y haga los más firmes propósitos de enmienda. No creo que a Dios le guste vernos usar algo tan natural y fantástico como el sexo, creado por Él, como un instrumento de tortura en vez de cómo una fuente de placer.

domingo, 21 de julio de 2013

AMOR IRRACIONAL

En mi afán por racionalizarlo y controlarlo todo, pretendí también someter a mis reglas el amor, al que tenía catalogado, en el cajoncito de mis proyectos importantes, como un sentimiento antiguo y esquemático, regido por intercambios medibles, por un inquebrantable equilibrio de afectos y atracción mutua. Traté de acomodar a mis moldes mi biografía amorosa y acabé dándome de bruces contra una realidad compleja, anárquica, irracional y demasiado injusta, contra la que al principio se sublevaron los cuadros sinópicos de mi vida (en DIN A-3, en letra diminuta y sin un tachón) y mi sentido del orden y de la equidad. Pero una noche entendí lo que había que entender, y poco a poco me hice a la idea de que entre una mujer y un hombre no hay norma que valga y en ello reside la grandeza del vínculo que les une.

Pero antes de ver la luz, me desconcertaba la sinrazón de mis sentimientos, me entristecían los favoritismos arbitrarios de mi corazón, supuestamente noble. Porque en mi lógica de entonces uno debería amar más a quien más le dio, a quien lo hizo todo por él, a quien le regaló su paciencia y su sacrificio, a quien atendió cada uno de sus deseos sin pensar en sí mismo y a quien cuidó de él, que a una persona despegada, a un espíritu libre que siempre otorgó prioridad a sus metas, que no llamaba, que no escribía, que destilaba mal humor y cuyas pruebas de devoción a veces había que adivinarlas con la benevolencia del enamorado. 

Uno debería, según la justicia convencional, guardar recuerdos más dulces de una relación pacífica que de una tormentosa, de una mujer desvivida por agradar que de otra triste y reñidora, de la chica que se lo daba todo que de la que todo se lo exigía, de la comprometida que de la inconstante, de la que más le hizo reír que de la que tanto le hizo llorar, de la que fue realidad palpable que de la que llegó y se fue como un sueño. 

Pero es que las cosas no son así y el corazón late a un ritmo muy distinto al de la razón. El amor no hace balances globales con ecuanimidad, sino que se alimenta del detalle y del matiz. En este tipo de sentimientos no reina la justicia; no se valora el trabajo constante ni la entidad de la entrega, sino lo intenso de las experiencias y el poso que queda al final en el fondo del vaso, un poso a veces irracional pero delicioso. 

En la arena de la pasión y la ternura no deja la huella más profunda quien más fuerte pisa.

martes, 16 de julio de 2013

LOS LECTORES DE LA PLUMA VIPERINA


De entre los cada vez más numerosos y variopintos lectores de La pluma solo un pequeño porcentaje conoce personalmente al hombre que hay detrás del apodo Al Neri. La gran mayoría ha aterrizado aquí por casualidad,  por mis comentarios en otras bitácoras o  atraída por ciertos temas que a veces abordo. Por ejemplo, bastantes activistas de las fuerzas nacionales están pendientes del blog porque se ponen muy cachondos cuando me da patriótica. Pero los que me conocen en vivo, ya digo, son solo unas pocas decenas.

Entre los que se adentran en territorio viperino sabiendo quién soy hay de todo.

Está un grupo minúsculo de amigos míos que se meten cada dos días, leen los posts y se largan sin comentar. De hecho, el único amigo que comenta a fecha de hoy es el incombustible Aprendiz de Brujo, y no quedan tan lejos Teutates o Ignatus. Los demás tienen sus razones para guardar silencio y yo les agradezco las visitas de todos modos. Algunos participaron en los primeros tiempos, allá por 2008, pero acabaron considerando que el blog era demasiado profundo, demasiado político o demasiado intransigente, y ahora se contentan con cotillear un poco varias veces a la semana, sin entrarme al trapo para tener la fiesta en paz. Hacen bien. Admito que cuando gestionas un blog es imposible ser objetivo y comportarse igual con los comentaristas que conoces y sabes bien sus intenciones que con los totales desconocidos.

Hay, sin embargo, un par de amigos que continúan comentando periódicamente aunque con nicks irreconocibles o distintos a los que en su día usaron. Muchas gracias también a ellos, pues solo intentan estar ahí sin condicionarme.

Después tenemos a varios lectores habituales que son simples conocidos o compañeros del trabajo que cuando se relacionan conmigo fingen desconocer la existencia de La pluma viperina. Sin embargo ahí están, día tras día, pasándoselo pipa,  unas veces aplaudiendo, otras riéndose de mis idealismos o de mis visiones angostas, y otras escandalizándose de las cosas que escribo, que les parecen inconcebibles en alguien como yo.

Pero en honor a la verdad he de decir que estos últimos son los “culpables” de que la bitácora sea mucho menos personal de lo que a mí me gustaría, pues me siento obligado a dosificar mi intimidad ante ciertos vouyeaurs imprevistos (que naturalmente tienen todo el derecho a leer) a quienes, por diversos motivos, me niego a contar mi vida. Son también una de las razones de la autocensura que me impongo de vez en cuando al expresar mis puntos de vista.

De todas formas no solo me pongo límites por la vocación de anonimato del blog o por no alimentar la curiosidad de gente de mi entorno a la que no me une confianza alguna, sino también para no hacer daño a ciertas personas que me conocen divinamente y de hecho forman parte de historias y anécdotas que siempre he querido contar y nunca me he atrevido, ni siquiera amparándome en la etiqueta Relatos.

Por último, debo confesar que hay algunos que nunca han leído y puede que nunca lean este diario agridulce y políticamente incorrecto, pero me encantaría que lo hicieran porque quizá les ayudara a contrastar el Al Neri que conocieron con un Al Neri más inseguro, incoherente, vulnerable e interrogante. En esos no lectores es en los que más pienso cuando escribo las entradas. 

jueves, 14 de febrero de 2013

EVOLUCIONAR

Hace poco alguien que se supone que me conoce bien me insinuó que sigo con las mismas ideas políticas que cuando tenía veinte años y que no había evolucionado nada. Le respondí que desgraciadamente había matizado bastantes de mis posicionamientos, había sido infiel a otros tantos y había “evolucionado” hacia donde me había interesado.

Aunque también depende de cada persona, hemos de admitir que la generosidad es una virtud que con los años se pierde a chorros. No hay más que fijarse en el individualismo terrible de muchos abuelos.

Con veinte años los chavales podrán abrazar una ideología más o menos equivocada, pero la abrazan sin dobleces, sin segundas intenciones, por puro altruismo; la adoptan porque piensan que es la mejor para alcanzar un mundo más justo y más humano, y son consecuentes con ella, a veces de un modo ingenuo pero siempre desinteresado.

A esa virtud veinteañera le empiezan a salir agujeros cuando aparece en escena la mierda del dinero, cuando empiezan a surgir motivos para pensar en uno mismo antes que en nadie, como el péndulo de la hipoteca, la servidumbre del trabajo, los estúpidos caprichos que hacen de válvula de escape de una vida de esclavo, las necesidades de la familia de uno o las patadas en el culo que va arreando la vida. Llega un momento en que la mayoría se olvida de sus ideas juveniles y se entrega a filosofías más compatibles con sus nuevas necesidades y su nuevo modus vivendi. Algunos otros seguimos obstinados en una defensa al menos formal de nuestros viejos valores, pero sabiendo en el fondo que nos han metido goles a mansalva y no hablando muy alto, no sea que alguien nos calle la boca comparando algunas cosas que decimos con las que hacemos. Por último hay una minoría de generosos contumaces, de aguafiestas iluminados, que conservan y viven rectamente los ideales que un día, siendo unos muchachos, se encendieron en su corazón. Estos a veces da la impresión de que solo saben escupir hacia arriba y arrojar grandes pedruscos contra su tejado. Se les tilda de inadaptados y se les acusa de no saber evolucionar, pero para mí son los mejores. Dios los bendiga.

¡Anda que he evolucionado! He evolucionado al compás de mis intereses, de mis debilidades y de las asquerosas circunstancias que, de chaval, me parecían gigantes fáciles de abatir y hoy que las conozco de cerca se me antojan molinos de aspas fuertes e implacables que ya me han desmontado unas cuantas veces de mi rocín. Solo me queda envidiar a los íntegros y consolarme pensando que si me resisto a cambiar de ideas es porque, a pesar de todo, aún acierto a distinguir el bien del mal.

Sobre este tema en La pluma viperina:

- Un idealista
- Soy un incoherente

jueves, 10 de enero de 2013

INFLUENCIA


Nuestra forma de pensar y las decisiones que tomamos están condicionadas por nuestras experiencias vitales, por nuestro entorno y por nuestras circunstancias, pero también, y sobre todo, por las personas con las que tratamos con más asiduidad. Sin embargo es evidente que no todas las personas de nuestro círculo cercano ejercen el mismo nivel de influencia sobre nuestro comportamiento. De hecho, el ascendiente que un individuo pueda tener sobre nosotros no guarda tanta relación con el nivel de intimidad que nos une a él como con su carisma o su personalidad magnética. Hay gente con mucha capacidad de influir en los demás y otra que ya puede decir misa, que a todo el mundo le entra por un oído y le sale por el otro.

Al tratar hoy este tema no me refiero tanto al influjo que los adultos ejercen sobre los niños en sus primeros años de vida (que es lógico y forma parte del proceso de sociabilización), sino al que se da entre personas mayores con la personalidad, al menos en teoría, suficientemente formada. Hablo del peso que las opiniones de una madre, de un amigo, de una novia, de un cónyuge, de un jefe, de un político, de un escritor o de un bloguero, pueden tener en el comportamiento de un hombre o una mujer hechos y derechos.

Nunca me he considerado influyente ni mucho menos. Mi personalidad no destaca especialmente y, aunque algunos no lo crean, en mis relaciones personales me preocupa mucho respetar la libertad del prójimo excepto cuando colisiona frontalmente con la mía. Es cierto que en el pasado he sido una persona muy apasionada, de verbo encendido y afán proselitista, y que he tenido a mi cargo el adoctrinamiento de muchachos casi adolescentes, sobre los que se supone que alguna huella habré dejado, espero que para bien. Pero ni siquiera en aquellos tiempos de la cruz y la espada llegó mi celo a vulnerar la intimidad o la libertad ajenas, y de hecho siempre me negué a insistirle a alguien más de dos veces (por teléfono, por ejemplo) o a utilizar estratagemas que consideraba y sigo considerando sectarias, sobre todo si estaban el juego el dinero, la seguridad física, el tiempo de estudio o el futuro de los chavales.

Sin embargo, de un tiempo a esta parte vengo observando, a veces orgulloso pero muchas veces incómodo, que he influido e influyo en algunas personas más de lo que nunca me había imaginado. Me he dado cuenta de ello fijándome en pequeños detalles, como por ejemplo la preocupación excesiva que determinada gente muy cercana a mí tiene por mi opinión sobre ciertos aspectos de su conducta, el cambio de criterio de algunos tras hablar conmigo de determinados temas, la forma de trabajar de algunos compañeros ajustándose a lo que no era más que un simple comentario mío totalmente opinable, o –por qué no decirlo- la obsesión de algunos lectores de La pluma viperina por lo que escribo o dejo de escribir.

Mi sensación se ha acrecentado en los últimos tiempos a raíz de un par de sucesos un tanto desagradables que me han hecho preguntarme por qué a veces no cerraré la boca y dejaré de dar charletas a la gente.

Para evitar malentendidos, me gustaría subrayar que esta influencia a la que me refiero es puntual y con un número muy reducido de personas, pero me ha sorprendido e inquietado de algún modo darme cuenta de ella.

Hay en mí una contradicción que nunca he sabido explicarme, y es que por una parte soy defensor acérrimo de un Estado intervencionista que regule activamente los diferentes aspectos de la vida social y económica de la nación, es decir que predisponga, y no poco, el devenir diario del común de los ciudadanos, y por otra me incomoda influir personalmente en ciertos comportamientos de las personas que me conocen. Mi ego a veces se envanece cuando me percato de que se hace lo que yo digo o de que se aplauden mis posturas, pero cuando la cosa va más allá, cuando hay quien toma decisiones importantes condicionadas por mi actitud presente o pasada, quien estudia la oposición que yo le aconsejo, quien se calla sus opiniones en mi presencia, quien hace lo que yo pienso solo por recibir mi aprobación o quien me inunda de emails sobre las ideas expresadas en el blog, entonces no me siento tan a gusto y me da miedo que alguien se estrelle o sea infeliz por culpa de mis discursitos, que los resortes de una vida ajena a la mía estén supeditados a lo que dije un día vete tú a saber si con mucho criterio.

Es importante evaluar la posible influencia que tenemos sobre nuestros seres queridos o sobre la gente en general, y actuar con responsabilidad. Se duerme mucho mejor por las noches.