viernes, 24 de febrero de 2012

PLENILUNIO

Siempre me fijo en los títulos de crédito de las buenas películas para ver si son adaptaciones de novelas, y, si es así, intento conseguir el libro y leérmelo. En muchos casos, la obra es extranjera y no está editada en España; otras veces solo puedo hacerme con pésimas traducciones; a menudo se trata de un bestseller que ya he leído, y tampoco es infrecuente que el libro que inspira el filme sea mucho peor que este, e incluso se note a la legua que está escrito y estructurado pensando en llevarlo al cine. Pero de cuando en cuando descubro, gracias a las pelis, verdaderas maravillas literarias que, de otro modo, me hubieran pasado completamente desapercibidas.

Mis últimas experiencias en este sentido han sido Bailando con lobos, de Michael Blake, que el guión de la cinta de Costner sigue religiosamente salvo en algunos matices muy interesantes de comentar algún día; La voz dormida, de Dulce Chacón, que es una mala novela (no he visto la película) como cabía esperar de una mujer y encima rojeras recalcitrante, y Plenilunio, de Antonio Muñoz Molina, que inspiró a Imanol Uribe y de la que hoy vamos a hablar.

A la película Plenilunio (2000) solo cabe calificarla como una obra maestra, de lo mejorcito del cine español y por supuesto lo mejor de Uribe, en la que Miguel Ángel Solá, Juan Diego Botto y Adriana Ozores (¡me encanta!) nos regalan unas interpretaciones inolvidables. Cuando me enteré hace nada de que el guión surgió de una novela de Muñoz Molina rápido intenté pillarla, sobre todo al leer las críticas, pero nunca lo habría conseguido si no es por un lector gallego de La pluma que tuvo la amabilidad de mandármela.

Solo puedo confirmar que desde la primera página hasta la última estamos ante una verdadera joya de la literatura que nadie debería perderse.



El argumento supongo que es conocido por muchos gracias la película. Un introvertido inspector de policía, cincuentón, ex-alcóhólico y con la mujer ingresada en un sanatorio mental, es destinado desde Bilbao (donde estaba amenazado por ETA) a una pequeña capital de provincias en la que, nada más llegar, debe ocuparse del esclarecimiento de un horrendo crimen: la violación y el asesinato de una niña de nueve años. En la ciudad se encuentra consigo mismo, con la maldad humana, con su triste pasado, con un viejo jesuita que le dio clase de niño, con el amor inesperado y con la venganza.

Aunque el guión cinematográfico sigue el libro bastante de cerca, merece la pena leer este solo por la forma que tiene el autor de contar las cosas. A mí a veces me daban ganas de interrumpir la lectura y ponerme a aplaudir. Leer a monstruos como Muñoz Molina es un baño de humildad implacable para quienes a veces creemos que escribimos dignamente.

Otra enorme virtud de la novela es que, aparte de ser un relato policíaco extraordinario, contiene profundas reflexiones sobre muchos temas complejos y muy humanos. El autor nos deleita con agudísimas cavilaciones (que no se reflejan en el filme) sobre la soledad, el odio, la frustración, los complejos sociales, la austeridad material, la infancia, el adulterio, el sentido de la responsabilidad o los lastres del pasado. Pero el dilema que Muñoz Molina aborda a mi juicio con mayor brillantez y que a mí me interesa especialmente es el de la frontera entre la coherencia con los propios principios y el fanatismo político o religioso.

A lo largo de la narración se intercalan pequeñas historias del pasado de los personajes que nos hacen pensar sobre todos estos temas. Las mejores son la del sobrio padre Orduña, un anciano teólogo de la liberación, y la del ex-marido de la maestra Susana Grey, un atormentado militante marxista que de tanto predicar la coherencia, la justicia y la libertad abstractas se olvida de la auténtica ética y del verdadero amor con los que tiene más cerca. Este personaje me ha traído un sinfín de recuerdos de mi primera juventud y me ha hecho sonreír en ocasiones sintiéndome muy identificado.

Según leía las historias y las meditaciones de Molina a menudo me sorprendía moviendo la cabeza afirmativamente, pensando “qué profundidad, qué razón tiene este hombre”. Es una novela muy perspicaz, muy, muy humana, que no deja indiferente.


La peli está ambientada en la ciudad de Palencia (por cierto, sale de extra su antiguo alcalde), pero la acción del libro se desarrolla en una pequeña capital andaluza que no he sido capaz de identificar. La descripción de las sensaciones y vivencias del protagonista al verse trasladado de repente a una localidad desconocida también ha avivado mis recuerdos de mi primer destino profesional.

Aconsejo, a quienes no conozcan Plenilunio, que se lean primero la novela y luego disfruten de la película. Estoy seguro de que os va a encantar.


2 comentarios:

Zorro de Segovia dijo...

leí la novela antes que la película y me sucedió como a usted. Maravillado por el libro y satisfecho con su adaptación.

Muñóz Molina es de Jaén y a veces instala sus fantasías en la ciudad de Mágina, inexistente, pero que parece tomar el nombre de Sierra Mágina, un parque natural de la provincia.

El libro es agobiante, me llego a poner nervioso, participando en los desasosiegos del protagonista como si yo estuviera implicado en la persecución.

Excelente elección !!

Boooz dijo...

De todo lo escrito me quedo con el hecho de su admiración de Adriana Ozores... Soy así. Puede escribir la obra más sublime que me fijaría sobre todo en estas cosas.

Sólo decirle que se me hace usted más accesible mediante este tipo de afirmaciones. Cuánto desprecio purista ha tendido que soportar su familia, gran baluarte de la renovación temática ideológica de finales de los 60 y los 70, sobre todo su tío Mariano y su prima Emma. Esta gente es la que hace una caricatura a los Gullén-Cuervo y a los Bardem.

Más allá de esto, el cine español me parece algo marginal, instalado en un universo repleto clichés y prejuicios, dominado por unos pocos productores, unas cuantas familias, bastante ideología y más intereses inconfesables.

Todo en positivo, por supuesto...