jueves, 30 de diciembre de 2010

PINTAS

Hoy voy a hablar de un aspecto de mi persona que nunca he tratado: el estilo de ropa que me gusta. De este dato puede deducirse la pinta que tengo. Cuando leo una novela siempre intento imaginarme cómo serán los personajes y cuando leo un blog no puedo evitar hacerme también una idea mental sobre el físico o el aspecto de sus autores. Si alguna vez algún lector de La pluma (o mejor lectora) se ha hecho este tipo de preguntas sobre Al Neri, hoy voy a dar alguna pista para satisfacer su curiosidad. Además hay que tener en cuenta que, de la gente que lee y participa en este blog, no me conoce casi nadie (y no tengo el mínimo interés en que me conozcan en persona, aunque admito tener tentaciones de conocer a varios lectores concretos).

Para empezar advierto que voy a describir mi “pinta de sport”, ya que a trabajar voy con traje o al menos con chaqueta y corbata.

Bueno, vamos allá, de arriba a abajo:

- Siempre llevo la cabeza descubierta salvo cuando salgo de vacaciones en verano, que suelo llevar varias gorras de visera (las colecciono). Desde muy joven he tenido la tentación de llevar boina negra castellana, que me encanta, pero nunca le he echado cojones.

- En invierno siempre suelo llevar bufanda, que es una prenda que me parece muy elegante y personal. Cuando voy de sport casi siempre voy con una bufanda negra, que no me quito ni en los bares al dejar el abrigo.

- Prefiero las camisas a las camisetas, aunque de unos años a esta parte suelo llevar camisetas de manga larga de un solo color, generalmente negras o caquis. Mis camisas favoritas son las de tonos azules y negros, aunque a veces también me decanto por marrones. Casi siempre oscuras. En verano, evito en lo posible la manga corta.

- No me gustan nada los jerseys, aunque a veces los llevo por comodidad. Mi prenda predilecta es la chaqueta de punto o la americana. Visto americana con mucha frecuencia, sobre todo azul marino o marrón de pana como Felipe González.

- Me encanta la combinación de jersey fino con chaqueta de pana y una bufandita negra.

- Últimamente llevo bastante sudaderas de “vestir”, de las del Decathlon.

-Mis prendas de abrigo predilectas son sin duda las militares o las de corte militar, así en verde o caqui, con hombreras, capucha de borreguito verde y muchos bolsos. Las colecciono en todas sus variantes, así que siempre que veo una cazadora, una trenca o una coreana de este estilo, me la suelo comprar. También me vuelven loco las cazadoras bomber y de ese estilo.

- En versión más formal, suelo ponerme una trenca de paño o, más frecuentemente, una parca de nylon oscura de sport.

- En invierno siempre visto guantes negros de piel.

- Generalmente llevo vaqueros azules oscuros, negros o grises. Los que más me gustan son los grises descoloridos. Suelo ir también con chinos de color azul marino o beige.

- Llevo slip, como Dios manda. Nada de mariconeces.

-Visto casi todo el año calcetín negro muy fino tipo ejecutivo.

- Me apasionan las botas y, las que más, las militares. Llevaría botas militares todo el día, pero las últimas que usé me acabaron mancando, así que suelo llevar un zapato negro corriente de cordones. Otro calzado que me gusta mucho son los botines de caballero con cremallera (omitid las bromas) y, más informalmente, los zapatos de la marca Camper. No uso zapatilla deportiva más que en el gimnasio y bota de trekking cuando voy de turista.

Ahora les toca a los lectores, que uno también tiene curiosidad. Absténgase Aprendiz de Brujo, que el uniforme de pijo ya nos lo sabemos.

martes, 28 de diciembre de 2010

LOS ESPAÑOLES SOMOS UNOS SALIDOS (y 3)


Haced por un momento un ejercicio de retrospección. Escuchad la canción del post o cualquier otro éxito setentero de las Buby girls, y, al tiempo que suena el emblemático "da-daba-daba...", imaginad unos cuantos primeros planos rápidos y alternos de los ojos saltones de un Landa, de un Pajares o de un López Vázquez, y del culo o las piernas de varias jovencitas en bikini paseando por la playa. A veces el cachondo de turno resopla y exclama: “ay madre, ay madre”, mientras gira la cabeza, cual niña de El Exorcista, siguiendo los andares de una rubia. Esta escena tan tipicorra puede culminar con un intento del patán, generalmente acompañado por un amigote, de ligar con las suecas voceando “¡guapas, espanis toro bravo, don juan…!, ¡ ay, Manolo, que hemos ligao!”, o más frecuentemente con la aparición de su santa o de su suegra, cuando no del cura del pueblo, que le corren a gorrazos.

Doctor, me gustan las mujeres, ¿es grave?; La miel; Cera virgen; Fin de semana al desnudo; No desearás al vecino del quinto; Pepito piscinas y, por supuesto, las cintas inolvidables de Mariano Ozores, sobre todo las protagonizadas por Esteso y Pajares… Estamos hablando del cine de destape de los setenta y ochenta.

El cine de destape, si bien se inspira indirectamente en algunas películas italianas, es en realidad un fenómeno estrictamente nacional y absolutamente inexportable. Vamos, un producto típico para consumo interno. Nos guste o no, España no es solo Las Navas de Tolosa, los Reyes Católicos, por el Imperio hacia Dios, la guerra contra herejes y comunistas, la Conquista de América, la lucha heroica contra los principios de la Revolución Francesa, el 2 de mayo o el 18 de Julio. España también es Mirta Miller, Susana Estrada o Norma Duval quedándose en bragas sin venir a cuento, yo qué sé, porque les molesta un uñero, perseguidas por Esteso en calzones al grito de “ven, mozaaaaa, que ya hay divorciooooo”, y con el estribillo del "daba-daba-daba" de fondo.

La historia sexual de España daría sin duda para rodar una larga y absurda película de destape. En las primeras escenas debería presentarse a un pueblo noble pero apasionado, instintivo y un pelín primario. Pronto haría aparición el personaje de un cura castizo, simbolizando al clero patrio e interpretado por Agustín González. El páter estaría naturalmente obsesionado por el Sexto Mandamiento, como si no hubiera más pecados, y viviría dedicado en cuerpo y alma a evitar las “caídas” carnales de sus feligreses, valiéndose de los métodos más grotescos e hilarantes. Recortaría los besos de las películas del cine, boicotearía la antena del repetidor del pueblo cuando en la tele dieran bailes de cabaret y recorrería la era los domingos arreando boinazos a las parejas más insensatas: “¡Gorrinos!, ¡hay que casarse!”

La historia terminaría con medio pueblo visitando a escondidas el puticlub o yendo a ver pelis picantes a Perpignan. Los jóvenes no perderían ocasión de tocar el culo a las mozas y se pondrían como motos ante un solo centímetro involuntario de sujetador.

Quizá mi sentido del humor sea demasiado tosco o elemental, pero admito reírme muchísimo con las películas de destape. No puedo evitar llorar de risa al ver tan cómica y a la vez tan patéticamente reflejada la actitud de tantos varones españoles en una época de brusca transición entre el “todo tapado” y el “todo el campo es orégano”. Fue un cambio demasiado brutal como para que la peña no se quedara con la boca abierta y los ojos atónitos ante las piernas de las turistas y de las Buby girls.

En España siempre hemos sido gente buena pero extremosa hasta en la virtud. Y en nuestro afán por defender la moral sexual y la pureza, hemos incurrido en tales desproporciones y desatinos que a veces uno se sorprende de que los españoles no estemos todavía más salidos de lo que estamos.

lunes, 27 de diciembre de 2010

EL PLACER DE DORMIR


Hay un placer de la vida que para mí está poco reivindicado y es el de dormir.

Parece que al lado de otros deleites que se disfrutan de forma más activa y consciente, como son los del paladar o los llamados placeres del tacto, el gozar de la cama en sentido onírico, que no carnal, se considera por muchos como una pérdida de tiempo, unas horas no vividas o desperdiciadas…

Pero yo soy un gran paladín de los placeres del sueño.

Como gran defensor de la disciplina y, sin embargo, gran indisciplinado en la práctica, siempre he llevado muy mal lo de madrugar. Ya recuerdo de pequeño que me costaba horrores levantarme para ir al colegio, pero sigo teniendo el mismo problema. Nunca me he acostado especialmente tarde, por lo que intuyo que debo de padecer alguna disfunción del sueño o que simplemente necesito dormir más horas que los demás. También sospecho que mi sueño es excesivamente profundo y que por eso me cuesta tantísimo despertar.

Creo que una de las causas de mi dificultad para madrugar es que he pasado bastantes años de mi vida sin necesidad de hacerlo, es decir sin hora de levantarme. Durante toda la carrera tuve horario de tarde y después fui un opositor que rara vez se desperezaba antes de las 9.30.

Sea cual sea la razón, lo cierto es que por la mañana a primera hora estoy bastante agilipollado y tengo una cara que es un poema. Hablo con voz ronca, camino con cierta torpeza y soy literalmente incapaz de mantener una conversación normal, y no digo ya de trabajo. Hasta las 9 por lo menos no se me va la caraja.

Pero lo mejor son los fines de semana o días de fiesta, que aprovecho, en la medida de mis posibilidades y obligaciones, para dormir como un bebé todas las horas que puedo. Como un bebé es un decir, pues desde hace casi diez años rara vez duermo seguido durante toda la noche y casi nunca más de nueve o diez horas, cuando en mis viejos tiempos me daba unas panzadas a sobar que no veas. Lo que está claro es que disfruto mucho de la “actividad” de dormir. Incluso disfruto más por el hecho de despertarme varias veces por la noche; es como si así fuera más consciente de lo que estoy gozando en la cama, tan a gustito, sobre todo cuando miro el despertador y veo que me quedan todavía 3 ó 4 horas…. ummmmm… ¡Me duermo de solo pensarlo!

Acumulo mucho cansancio entre semana entre madrugones y tensiones varias (no solo las derivadas de mi trabajo, sino las propias de un tipo de naturaleza nerviosa como yo), de modo que un sueño reparador supone para mí uno de los mayores gustazos. Me levanto como nuevo, con otra cara, sintiéndome casi otra persona.

Reivindico esta modalidad de placer de alcoba aun a riesgo de que me acusen de perezoso

Sin embargo, y aunque pueda parecer contradictorio, detesto las siestas. Muy rara vez son voluntarias y siempre que me las echo es en fin de semana, de forma accidental y tirado de cualquier manera en un sillón. Encima soy incapaz de hacer una siesta jesuítica de diez minutos. Como me quede planchado a las cuatro, no “amanezco” por lo menos hasta las cinco y media, y siempre hecho polvo por la postura, incómodo, aturdido y con una mala leche considerable.

En fin, que dormir es un placer como cualquier otro o quizá mejor que cualquier otro…

viernes, 24 de diciembre de 2010

ASÍ PASARÁ ALGUNO LA NOCHEBUENA

¿Dónde van a cenar algunos esta noche? ¿En las sedes de UGT o de Comisiones Burguesas? Perdón quería decir obreras aunque no sé por qué.


Pues no, cenarán en los comedores de Cáritas.
Gracias a Dios que ni a mí ni a ninguno de mis seres queridos le sucede esto. De sufrirlo, me presentaría en la Moncloa o en Ferraz con un palo. Se me pone un nudo en la garganta.


He decidido enviar este vídeo al Presidente del Gobierno junto a una carta en la que solicito su dimisión como regalo de Navidad. Quien quiera hacerlo puede utilizar este enlace.


miércoles, 22 de diciembre de 2010

EL GORDO NO ES PARA TANTO

Me hace gracia lo idealizado que tenemos el Gordo de la Lotería de Navidad cuando si nos paramos a pensarlo no supone tanto dinero. De hecho, no creo que a casi nadie le compensara dejar de trabajar si le toca.

El Premio Gordo supone 15.000 euros por euro jugado, es decir 300.000 euros por décimo. Suponiendo que hubiéramos comprado dos décimos del número ganador (que es ser demasiado optimistas), nos llevaríamos algo menos de 100 millones de las antiguas pesetas.

Con cien millones de pelas se pueden tapar muchos agujeros, pero desde luego a una persona con trabajo no le iba a cambiar la vida. Con 100 kilos yo no podría por ejemplo, ni comprarme una casa a mi gusto en todo el centro de mi ciudad.

En un plazo fijo este dinero no nos daría al año ni 30.000 euros de rendimiento. Vamos, que habría que seguir madrugando y pringando como matados, igual que hasta entonces.

Nada que ver con los premios de la Bonoloto y la Primitiva.

¿Qué?, cómo se nota que no me ha tocado el Gordo, ¿eh?

lunes, 20 de diciembre de 2010

ENEMIGOS


Hay un tipo de persona que me asquea, y son aquellos que están dispuestos a hacer cualquier cosa y a tragar con lo que haga falta con tal de caer bien, de no tener roces, de no ganarse enemigos.

Es innegable que hay gente que cae mucho mejor que otra, qué le vamos a hacer. Hay tipos más simpáticos, más bordes y con mejores o peores habilidades sociales. Hay sujetos que parece que han nacido para cagarla y para levantar ampollas allá por donde van, mientras que otros están dotados de un especial don de gentes que les hace agradables a casi todo el mundo. Admiro mucho a estos últimos, pero subrayo lo de “a casi todo el mundo”, porque no es normal caer bien siempre a todos en cualquier circunstancia. Es para sospechar.

Cuando topo con alguien al que no se le conocen enemigos, me digo: mira, un pelele que se lo traga todo; un blandito que nunca discute ni se enfrenta, que no sabe decir “no” y que siempre cede para llevarse genial con todo bicho viviente. O sea un mierdecilla.

Tener enemigos es para mí un indicio evidente de carácter, de personalidad, de coherencia, de honestidad y a menudo de éxito.

Lo ideal desde luego es alcanzar la máxima sintonía con todos los que nos rodean. Mi objetivo es ser comprensivo, agradable, flexible dentro de mis posibilidades, servicial y educado con mis compañeros o conocidos. Pero, claro, se trata de un objetivo del que a menudo he de apartarme, muy a mi pesar, para no convertirme en un tontaina que baila al son de los intereses o caprichos ajenos solo a cambio de no ver malas caras.

Y es una regla de oro: En cuanto niegas algo, en cuanto pones firme a alguien, en cuanto dices las cosas como son y en cuanto no pasas por el aro, ¡zas!, se acabó el buen rollito y ya tienes a un tío poniéndote mal gesto, hablando mal de ti a tus espaldas o reservándose una futura zacadilla. O sea un enemigo.

Pero es necesario elegir: o pones el culo para todo o tienes enemigos. No hay más cáscaras.

Luego están los enemigos que uno se gana por culpa de ese sentimiento tan rastrero que es la envidia. Ya puedes tratar a alguien con el mayor mimo y delicadeza, y esforzarte en minimizar las evidentes diferencias de cualquier tipo que existen entre él y tú, que como te tenga envidia, padecerás un enemigo de por vida. Da igual que aquello en lo que te envidia sea importante o superfluo, real o imaginario. Da igual que el fulano en cuestión atesore otras virtudes o talentos que tú podrías envidiar de él. Da igual que exista una amistad oficial entre vosotros. El envidioso será tu enemigo eterno y se alegrará de cualquier desliz, sinsabor o desgracia que puedas tener.

El caso más triste sin duda es cuando el envidioso resulta ser un amigo nominal, y digo nominal porque, claro, cuando resulta que en tu grupo de colegas hay un hijo de puta que no hace más que hacerte trajes y echarte palos a la rueda, aunque luego se haga el buenín cuando estás delante, pues, no sé, yo prefiero no llamarle amigo auténtico.

Ya digo que en todo caso tener algún enemiguillo por ahí es buen síntoma, al menos de que algo de lo que tú consideras una vida corriente y unas capacidades normalitas puede llegar a ser objeto de deseo. ¡Qué ilu!

jueves, 16 de diciembre de 2010

OPERACIÓN B.S.O. (5): "UNO DE LOS NUESTROS" Y "CASINO"

Hay dos películas que me fascinan. Seguramente estén entre mis diez favoritas. Tienen en común el director (Scorsese), el reparto, la temática y unas bandas sonoras inolvidables no compuestas para la peli, sino integradas por diferentes canciones de época.

Se trata de Uno de los nuestros (Goodfellas, 1990) y Casino (1995). Dos obras maestras irrepetibles.

Ambos filmes terminan con el asesinato en serie por la mafia de un grupo de personas. Estas secuencias finales están soberbiamente montadas y llegan a dejar sin respiración, pero lo que más impresiona es el tema musical que acompaña a cada una de ellas, que a mí me pone los pelos de punta.

Me refiero a los acordes finales a piano de Layla, de Eric Clapton, en Uno de los nuestros (vídeo de YouTube), y a House of the rising sun, de Eric Burton, en Casino (enlace de Goear). No os los perdáis.

Y aprovecho que hablo de estas películas para plantear un reto y a la vez pedir un favor a los melómanos y cinéfilos lectores de La Pluma. Resulta que soy incapaz de identificar mi canción favorita de Casino. Aunque por supuesto tengo el disco de la banda sonora, por algún motivo que desconozco (sucede con bandas de otras películas) este tema en concreto no aparece en el CD doble.

Al enterarse Nicky Santoro (Joe Pesci) de que la Comisión de Juego le ha incluido en la lista negra (“la misma lista que Al Capone”), le dice a Sam Rothstein (Robert de Niro): “Tengo que hacer algo… y voy a hacerlo. No se librarán de mí. No señor, yo me quedo aquí. Que se jodan. Que se jodan”. Entonces el violento Santoro se trae a su “equipo” de delincuentes y comienzan a desvalijar Las Vegas, a robar con butrones y a asaltar joyerías, contando con el chivatazo de botones y recepcionistas de hotel untados. Quiero saber precisamente cuál es la canción de rock que acompaña a estas escenas y que comienza justo en el minuto 57, después de estas palabras de Pesci.

¡
Muchas gracias!

lunes, 13 de diciembre de 2010

EL ARTISTILLA

Lo peor que nos puede pasar en esta vida es tener un conocido con ínfulas de artista. No hay nada más patético, más insufrible y que produzca más vergüenza ajena que alguien absurdamente empeñado en que tiene vena creativa y dispuesto a todo por demostrárselo a los que le rodean, cuando a todas luces Dios no le dotó con las habilidades de las que presume o, al menos, no al nivel que él pretende.

Sálvanos, Señor, de estos artistillas.

El artistilla tiene mucho peligro. Si pinta, su familia tendrá que sufrir sus cuadros en el salón durante años. Si nos sale fotógrafo, Dios nos coja confesados con sus experimentos y sus brasadas. Si canta o hace música, es para salir corriendo, para no acercarse a él por si acaso te toca algo (de su música). Si escribe, es lo peor de todo, especialmente si hace versos (¡socorro!) o si tiene un blog. Los niveles de coñazo petulante a los que pueden verse expuestas sus amistades no conocen límite.

Es fácil diferenciar a un amigo con un hobby de un puto artistilla. El que tiene una afición, aprende, mejora, ensaya, dedica una parte de su tiempo libre. Disfruta mayormente sin dar el peñazo a nadie. El pseudoartista en cambio se cree tocado por una varita mágica; se supone distinto a los demás, privilegiado por dones naturales o por alguna musa inalcanzable para los simples mortales. Viste con un estilo muy personal, es decir como un payaso quince años más joven; da por sentado que su condición de “creador” sensible y bohemio pone a todas las tías a sus pies…

Huye del artistilla. Dile a la cara que es un peñazo. Cachondéate, a ser posible en público, de sus obras horripilantes. No le des alas ni lo tomes en serio. Reedúcalo. Estás a tiempo.

domingo, 12 de diciembre de 2010

EL COMENTARIO DE LA SEMANA (53): HACER TRAMPAS JUGANDO AL SOLITARIO

Los mejores comentarios de las últimas semanas han sido:


I-
"Siempre admiraré a cualq
uiera que (dentro de la ley) sepa vivir consecuentemente a sus ideas. También, no obstante, seré indulgente con quien se separe de ellas mientras no se engañe a sí mismo. Nada hay más triste que aquéllos que se hacen trampas jugando al solitario. (...)"

Autor
: Zorro de Segovia
Entrada: La tormenta perfecta


II- "No me
parece adecuado que los católicos vivamos en una burbuja, aislados del resto del mundo. Además de por ser algo dificil de realizar, porque va contra uno de los aspectos esenciales del catolicismo: predicar la Buena Nueva a todos los hombres.

Por otra parte, es verdad que vivir en un ambiente
católico ayuda y mucho... pero en el mar más peligroso que las tormentas perfectas son los sincronismos... que terminan, si uno no cambia la velocidad o el rumbo del barco, en un ojo de mar que te engulle.

Ese sincronismo es una doble vida. Uno va compaginando
todo hasta que un día la vida fácil devora a la otra. Por desgracia he conocido a católicos que vivían una doble vida hasta que un día después de 20 años de matrimonio el tío se largó con una colombiana de la edadde su hijo.

Por otra parte, conozco a no católicos no sólo super buenas personas, sino que viven
la ley natural de una forma que ya quisiera yo. De hecho mi mejor amiga es agnostica y es todo un ejemplo para mí. Además de tener toda la paciencia del mundo de acompañarme a Misa.

La religión católica te ayuda a luchar por ser mejor persona.
Pero ser católico no significa ser perfecto, ni ser mejor que otra pesona.

Pero como consecuencia de nuestra
condición de católicos, nace la exigencia de tratar de testimoniar a Cristo en nuestra vida: en la familia, en el trabajo, con los amigos... Una lucha que exige coherencia entre lo que pensamos y lo que vivimos. Y que exige oración, para no sucumbir ante el desaliento...

¿Y si caemos? pues
nos levantamos, nos limpiamos el polvo del camino y seguimos. De hecho es bueno caer. Así comprenderemos mejor las debilidades de los demás".

Aut
ora: Sandra

viernes, 10 de diciembre de 2010

Y LUEGO ALGUNOS NO SE EXPLICAN POR QUÉ LA DEMOCRACIA NO FUNCIONA


Me paso el día matando tontos y no doy abasto. O el trabajo no cunde por mi ineficacia, o me desborda porque los tontos y los sinvergüenzas se expanden como el kéfir.

Comprendo las limitaciones humanas porque las acumulo casi todas. Es muy duro tratar de ser perfeccionista de forma constante, íntegro, eficaz, audaz, equilibrado. Todos tenemos días espesos en los que la tarea más sencilla se convierte en complejísima, en los que cometemos errores pueriles y en los que nos cuesta aparcar en un hueco donde un ciego podría estacionar un camión. Cualquiera puede haber dormido mal o discutido con la parienta o derramado la leche en el microondas... O simplemente, tener un día en el que sólo apetezca holgazanear. Pero es que hay algunos que son tontos o sinvergüenzas, o ambas cosas, esféricamente.


Y no sé si será cosa mía, pero las jetadas, que deberían ser anecdóticas en una sociedad que desee funcionar armoniosamente, se han convertido en regla. Lo verdaderamente inusual es ser atendido como Dios manda en el supermercado y en el registro de la Junta. Casi milagroso es contratar un ñapas para pintar una pared y que respete el color acordado y el presupuesto debido y que se presente a la hora concertada. Afortunado te puedes sentir si no te destroza la casa «porque le sale de los cojones».

Espero que sea sólo mi impresión de tiquismiquis, pero en España no cabe ni un sinvergüenza, ni un caradura, ni un insensato, ni un ladrón ni un idiota más. Adivino las causas de esta plaga y son muchas.

jueves, 9 de diciembre de 2010

ROMÁNTICO

Sin duda uno de mis peores defectos, entre los muchos que tengo, es mi frialdad. La frialdad no significa ser mala persona ni tratar mal a la gente. Es solo que me cuesta bastante coger cariño, que no me prodigo expresándolo y, sobre todo, que soy demasiado racional y cuadriculado. En mis decisiones personales casi siempre pesan más las razones objetivas, los pros y los contras bien meditados, y los análisis de riesgos que los argumentos del corazón. Rara vez improviso.

Una vez me dijeron que mi época que yo llamo de la cruz y la espada fue una etapa romántica, por cuanto supuso mi entrega a unos ideales, a una utopía. Sin embargo, yo lo dudo. Empuñé la cruz en una mano y la espada en la otra porque necesitaba encauzar con energía mi rabia contra una sociedad que me chirriaba por todas partes; porque era incapaz de dejar pasar ciertas cosas; porque pensaba que era mi deber; porque quería ser justo a toda costa, aunque quizá fui más justiciero que justo. No sé. ¿El amor a España es un amor romántico o se nutre de racionalidad, de historia y de filosofía?

Pero hubo una ocasión en que sí fui romántico.

Hubo un momento, hace ocho años, en que sí aposté con las cartas del corazón sin sopesar ventajas e inconvenientes, en que decidí guiado tan solo por mis sentimientos.

Tras un largo período de incertidumbres, había conseguido encarrilar los frentes más importantes de mi vida. Lo tenía todo bien enjaretado, como a mí me gusta. Trabajo estable, novia, autoestima y un futuro casi bordado, al que solo faltaban por dar un par de puntadas en forma de boda para tejer del todo mi orden y mi seguridad.

Pero ese verano me iba a descolocar muchos esquemas. La muchachita de ojos inmensos que se ofreció a enseñarme los más bellos rincones de la ciudad a la que me habían destinado cambió mis perspectivas y mis ilusiones de una forma casi violenta.

Ese verano sentí cosas y tomé decisiones de las que un mes antes me habría visto incapaz. No me lo habría creído aunque hubiera podido verlo en una bola de cristal.

Como parece que entonces yo estaba ciego, me avisaron desde fuera de los posibles –más bien seguros- peligros y dificultades. Incluso ella me advirtió. Pero durante casi dos años viví en una nube en la que para mí solo contaba estar a su lado.

Luego desperté del sueño y en buena medida volví a mis cábalas, a mis cálculos, a mis mapas de ruta y al ordenado mundo de la razón. Me orienté de nuevo, abandoné los caminos sin señalizar ni asfaltar, y me incorporé a la autovía.

Aunque estar perdido fue bonito. Aprendí la lección maravillosa de cómo dejarse llevar y de cómo distinguir el amor del cariño, la pasión del afecto, la entrega sin condiciones de la rutina de lo correcto.

Y esta lección me ha servido de mucho.

martes, 7 de diciembre de 2010

LA TORMENTA PERFECTA

En estos tiempos de cacareada democracia y supuesta pluralidad es más difícil que nunca para un católico vivir coherentemente conforme a sus creencias y valores.

La moral católica es de por sí dura de llevar, ya que los humanos somos por naturaleza bastante cómodos, egoístas y dados a los excesos más placenteros. Es lo que nos pide el cuerpo, vamos. A unos más que a otros.

Pero si encima todo a nuestro alrededor nos incita y nos presiona a renunciar a nuestro estilo de vida, apaga y vámonos.

Es verdad que la salvación o la condena eterna nos la curramos nosotros solitos, pero sin un buen entorno, sin unas buenas “condiciones ambientales”, la lucha contra algunas poderosas corrientes puede resultar estéril.

El barco lo tripulamos nosotros y es cierto que somos responsables de que llegue a puerto. Pero, ¿qué pasa si navegamos en medio de una terrible tempestad? ¿Qué pasa si tenemos el pulso firme pero nuestra pequeña embarcación está rodeada de olas gigantescas y de vientos adversos?

A menudo reflexiono sobre la situación de los barquitos católicos en este océano materialista, hedonista e insolidario. Pienso que a muchos se nos ha colado ya mucho agua y tenemos las velas medio rasgadas.

Quizá la solución sea navegar más cerca de otros barcos, para contar con su ayuda. O, mejor aún –y más idealista- , hacernos un mar diferente en el que navegar.


En este sentido, si algo tengo claro es que vivir rodeado de católicos ayuda mucho. En mi opinión, vivir en una familia cristiana, tener gente maja que sepa y te aconseje, contar con la ayuda de un sacerdote, tener un grupo de amigos como Dios manda o echarse una novia que piense en católico son claves esenciales para perseverar en nuestro estilo de vida.

Pero hacer esto puede ser, como digo, crearnos un mar diferente para navegar más tranquilos; cavar nuestra pequeña piscina a orilla del furioso oleaje; autocomplacernos en nuestro propio microclima artificial… Y digo artificial porque el mal tiempo y el maremoto implacable seguirán estando ahí y tendremos que lidiar con ellos tarde o temprano, en mayor o menor medida.

A veces me parece utópico que el católico de hoy pueda cumplir como es debido si no se monta su pequeño mar “friki” y vive un poco a su aire, de espaldas a todo lo que le rodea, sin participar en los vicios y costumbres, en las mentalidades, en las economías, en el estilo de pareja, en el ocio o en el modelo de familia que el gran océano impone con la cresta turbia y agresiva de sus olas.

El católico fetén, el que está dispuesto a no ceder ni un ápice en sus convicciones, está condenado a sentirse aislado, “extraño como un pato en el Manzanares”, rarete y menospreciado desde su humilde barreño junto a la playa.

Hace diez o quince años, tenía amigos y conocidos con firmes convicciones católicas. Algunos de ellos, grandes ejemplos para mí. Gente que, sin ser ñoña, compaginaba con salero y maestría, sin renunciar a nada, el cálido bienestar de su pequeña piscina con sus salidas obligadas al mar desapacible.

Hoy casi todos han sido engullidos
por la tormenta perfecta.

Sobre este mismo tema, en La pluma.

lunes, 6 de diciembre de 2010

BUENA MEMORIA

Dicen que tengo buena memoria.

Pero la memoria es un mundo inexplicable que se rige por complejas normas. Hay muchos tipos de memoria y casi nunca resulta fácil domesticarla o hacerla funcionar a tu voluntad.

Soy capaz de leer rápidamente un capítulo de un libro y reproducirlo después casi íntegramente por escrito, incluso con las mismas palabras. Sin embargo, puedo pasarme dos años llamando varias veces al día a un número de teléfono sin lograr memorizarlo.

Tengo la historia de mi vida organizada matemáticamente en años, con una exactitud de calendario que asombra a muchos. Puedo recordar en qué año y en qué mes se produjo cualquier acontecimiento de mi vida. Pero rara vez me acuerdo de los nombres de la gente que me han presentado hace diez minutos, y soy malísimo para las caras.

Es cierto que hay diferentes modalidades de memoria, a corto y a largo plazo, etc, pero con los años he llegado a una conclusión bastante certera: La memoria está directamente relacionada con el interés que tengas por lo que debes recordar. Así de simple. Yo soy un tipo que voy bastante a mi bola y solo suelo fijarme en las personas y en las cosas que me interesan. De hecho, mi curiosidad es muy selectiva, por lo que puedo estar muchos años preguntándole a un vecino en el ascensor a qué piso va porque casi no sé ni quién es, u olvidar al instante direcciones, teléfonos, rostros, nombres y datos personales de gente que me importa un carajo.

Pueden hacerme leer dos informes que ni me van ni me vienen o en los que yo no he de intervenir, y a los dos días no recordar ni el título, ni de qué iban, mientras que si me atañen puedo grabarlos, letra por letra, en mi mollera.

Cuando algo o alguien me llama la atención, me gusta, me interesa o me preocupa, registro en la computadora de mi cerebro todos los detalles.

Mi memoria me ha reportado muchas ventajas (entre ellas, parecer a veces mucho más culto de lo que soy), pero también tiene su lado oscuro
. Gracias a ella o por culpa de ella puedo recordar de forma muy vivida mis mejores y peores momentos. A veces, cuando me pongo a recordar situaciones o conversaciones del pasado, me dan escalofríos, pues las siento tan cercanas, tan exactas y tan reales que parece que las estuviera viviendo de nuevo. También me pasa –mucho más incluso- cuando sueño. Esto es algo que a menudo me hace sufrir, ya que si la vivencia fue negativa, rememorarla me angustia; pero si el recuerdo es agradable, mi corazón, después de sonreír brevemente, suele llenarse de nostalgia y de tristeza si ese momento pasado es ya irrecuperable.

También hay personas y épocas que parecen haber quedado tatuadas o grabadas al fuego en mí.

Me gustaría aprender a domar ese potro a veces dulce y a veces dañino, pero siempre violento, que es mi memoria.

sábado, 4 de diciembre de 2010

POR FAVOR, CON EL SEÑOR MINISTRO (II)

Durante la espera, conocimos a un humorista que esperaba tomar nuestro mismo vuelo para actuar en Palma esa noche. Sobra decir que no pudo llegar.

Enterado de mi llamada a Pepe Blanco y entusiasmado por la idea, me pidió el número de teléfono del Ministerio y lo marcó en su móvil en modo de manos libres. En cuanto descolgó la telefonista, comenzó a hablar de una manera idéntica a José Luis Rodríguez Zapatero. Esta fue la conversación:

- Ministerio de Fomento, ¿dígame?

- Hola, señorita, soy el Presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, y quiero hablar con Pepe Blanco.

- JA, JA, JA, JA.- La buena señora se partía a reír. - Esto es una broma, ¿verdad?

- ¿Una broma? No. Soy José Luis Rodríguez Zapatero, estoy viendo por la tele que se ha montado un pollo con los controladores y tengo que hablar ya con Pepiño.

- JA, JA, JA. Claro, claro. Le paso.

Unos segundos más tarde, descuelga el teléfono la misma señora de antes.

- Dígame.

- Hola, soy José Luis. Pepiño, ¿qué está pasando?

- ¿Pero con quiere usted hablar?

Soy José Luis Rodríguez Zapatero y quiero hablar con el Ministro de Fomento, Pepe Blanco.

- Se ha equivocado usted. Esto es la peluquería.

- La peluquería, ¿de verdad? Pero, cabrón, ¿qué teléfono me has dado?






Comparativa entre el tiempo de Palencia y el que podría haber disfrutado en Palma de Mallorca. Eso sin mencionar la estupenda cena y el pacharán que tenía preparado la adorable novia de mi hermano, asidua lectora de este blog a pesar los cabreos que le provocan algunos artículos.

POR FAVOR, CON EL SEÑOR MINISTRO (I)

Puerta de embarque E72 de la Terminal 2 del Aeropuerto Internacional de Madrid-Barajas. A las 18:25 horas del día 3 de diciembre de 2010, tomo mi teléfono móvil y marco el número 915977000.

- Ministerio de Fomento, buenas tardes.

- Hola buenas tardes, señorita. Soy El Subdirector del Banco Arús, me encuentro junto a una puerta de embarque del Aeropuerto de Barajas y llegan rumores a los pasajeros a través de Internet de que una huelga de controladores ha obligado a cerrar el espacio aéreo español. Como AENA no da ninguna información querría hablar con el Señor Ministro, José Blanco, para que me informara.

-¿Cómo? ¿Quién dice que es usted?

-Sí, señorita. Soy un ciudadano español, El Subdirector del Banco Arús, con DNI [esto lo voy a censurar], y querría hablar con el Señor Ministro, por favor.

-Espere un momento, le paso.



Suena el teléfono tres segundos y otra voz femenina responde.

- Sí, ¿dígame?

- Por favor, con el Señor Ministro de Fomento, don José Blanco [aunque no tiene titulación universitaria, el bachillerato le otorga el tratamiento de don. Además, no se me ocurriría preguntar por Pepiño, así, sin más aunque si hubiera llamado al antiguo Ministerio de Igualdad sí habría preguntado por Bibi].

- Pero, ¿usted quién es?

- Sí, señorita.- Y vuelvo a explicarle todo de nuevo.

- Pero el Ministro está muy ocupado y no se puede poner.

-¡Ah! Me lo imaginaba. No se preocupe, pásele usted el recado y mi número de teléfono para que me llame cuando pueda.

- Pero es que... Mire, mejor le escriba usted una carta a esta dirección...

- Señorita, estoy atrapado en la terminal de embarque de un aeropuerto. No puedo escribir una carta, además eso haría que la contestación se demorase en exceso.

- Ah, bueno. Le puedo dar una dirección de e-mail para que...

- ¿Y qué pretende usted que haga? ¿Robar el ordenador y la conexión de Internet de algún otro pasajero?

- ¿Pero entonces usted qué pretende? ¿Usted quién es para hablar con el Ministro?

- Ya se lo he explicado señorita, soy un ciudadano español que paga un montón de impuestos y que no recibe información de AENA en una situación comprometida. Mi nombre es El Subdirector del Banco Arús, con DNI [esto lo vuelvo a censurar] y querría hablar con el Señor Ministro, por favor.

- Pero es que ya le digo que el Señor Ministro está muy ocupado y no se puede poner.

- Mire, señorita, yo soy funcionario de carrera y cuando alguien me llama al trabajo y no le puedo atender por estar ocupado o reunido, me pasan el recado y, en cuanto puedo, le devuelvo la llamada.Y eso quiero que haga el Ministro.

- A ver. A ver.- Ya con tono muy enfadado. -Deme su número de teléfono y su nombre.

- Por supuesto, se lo vuelvo a dar. Mi nombre es El Subdirector del Banco Arús, con DNI [esto lo sigo censurando] y mi teléfono es [lo siento, beldades del mundo, pero también lo omitiré].

- Bueno, bueno.- Aún más enojada. - Pues ya le dejo el recado. También puede usted llamar al Director General de Aviación Civil, Manuel Ameijeiras.

- ¿Manuel, cómo? ¿Almejas?

- Manuel Ameijeiras.

- De acuerdo, muchas gracias. Espero la llamada del Señor Ministro. Adiós, buenas tardes.


- Adiós, adiós.










miércoles, 1 de diciembre de 2010

LOS ESPAÑOLES SOMOS UNOS SALIDOS (2)

Juan de Aragón y Castilla es un personaje muy poco conocido de la historia de España. Nació en 1478 y fue el primer y único hijo varón de los Reyes Católicos y, por lo tanto, el heredero inicial de las dos coronas.

La Reina Isabel era muy estricta en asuntos sexuales y tuvo un celo especial en que todos sus descendientes observaran una conducta basada en la pureza y en la contención. A pesar de ser frecuente que los infantes europeos de la época gozaran de cierta libertad (y libertinaje) antes de contraer matrimonio, la Reina Católica siempre veló cual perro de presa para que su niño no se desmandase. Así, cuentan las crónicas, que le tuvo bien vigilado desde la más temprana adolescencia, impidiendo activamente cualquier contacto con doncellas de la corte o con prostitutas. La buena señora censuraba a lo talibán cualquier expansión del chico, incluyendo los inocentes “hociqueos” (hoy morreos) que el pobre intentaba darse de vez en cuando con alguna sirvienta de palacio.

Así cabe suponer que cuando decidieron casarlo con 19 años, sin noviazgo previo ni leches, el Príncipe Don Juan andaba más caliente que el palo de un churrero.

La boda de Juan respondió, como era habitual, a los intereses políticos de sus padres. Concretamente, en su deseo de emparentar con el Sacro Imperio Romano Germánico, Isabel y Fernando decidieron casarle con la guapísima Margarita, hija de Maximiliano I de Habsburgo, igual que apalabraron la boda de la Infanta Juana con Felipe El Hermoso, otro hijo del Emperador.

La bella Margarita, de 17 años, fue traída desde Flandes por una ruta que curiosamente trazó por encargo el mismísimo Cristóbal Colón. En cuanto le fue presentada a Juan, en la ciudad de Burgos, este quedó tan impresionado por sus ojos azules y por todo lo demás, que urgió la celebración del sacramento para podérsela llevar al catre lo antes posible.

Desde ese momento los cotilleos en la corte estuvieron al orden del día, pues parece ser que los jóvenes esposos, poseídos por una especie de "locura de amor", no abandonaban el lecho conyugal ni para comer. Decidido a recuperar el tiempo perdido y ponerse el día, Don Juan se pasaba las horas dale que te pego con la ya de por sí fogosa austríaca.

A las pocas semanas, el heredero a los tronos castellano y aragonés ya mostraba signos acusados de desgaste. Se quedó, más que enjuto, chupado, y no le quedaban fuerzas ni para montar a caballo; pero él, como si nada, seguía pimba, pimba, con la Marga de sus amores. Hasta tal punto se hizo evidente su debilidad que los médicos de la corte recomendaron la separación temporal de los cónyuges hasta que el joven se recobrara, pero la Reina Isabel se puso como un basilisco y sentenció que lo que Dios había unido no lo iban a separar los galenos ni por unos días.

A los seis meses de la boda, y más seco que la mojama, fallecía Juan en Salamanca, durante una escala en su viaje a Flandes para asistir a la boda de su hermana y Felipe. Sumida en una profunda depresión (no me extraña), su mujer perdía a la niña de la que estaba encinta.

La leyenda sobre el “príncipe que murió de amor” forjó la tradición popular, que aún se conserva, de que las chicas acudan al sepulcro del malogrado Trastámara, en el Real Monasterio de Santo Tomás, en Ávila, para besar los labios de la estatua y pedir suerte en el amor, lo que, conociendo la historia, no sé cómo interpretar.

Recientes investigaciones histórico-científicas
han concluido que la prematura muerte del príncipe no solo se debió a sus excesos sexuales, sino que concurrió la circunstancia de haber caído enfermo de tuberculosis, aunque lo más probable es que se hubiera curado con un poco de reposo.

lunes, 29 de noviembre de 2010

LOS ESPAÑOLES SOMOS UNOS SALIDOS (1)

La División Azul fue una hazaña gloriosa y desconocida hoy en multitud de aspectos que, desde luego, dio para mucho.

El reclutamiento de voluntarios tuvo un gran éxito. En un tiempo récord se alistaron 18.000 tipos duros, que después de una guerra recién terminada todavía guardaban arrestos para darle caña al torvo comunismo detrás de los Urales. Las expectativas del Gobierno español se cubrieron de sobra salvo en Cataluña y en las Provincias Vascongadas, que no llenaron su cupo porque ya se sabe que por esos lares ya entonces había mucho rojo y mucho separatista, aunque menos envalentonados que ahora, no sé por qué.

Tras tres días de concentración en España, la División 250 partía en junio de 1941 hacia la ciudad bávara de Granfenwöhr, donde los muchachos fueron sometidos a un durísimo programa de entrenamiento que culminó con un juramento de fidelidad a Hitler, limitado, eso sí, “a la lucha contra el comunismo”. Solo faltaba.

Ya en Baviera, durante ese mes de “campamento”, los ardorosos españoles comenzaron a hacer de las suyas. Un viejo divisionario que conocí en el 97 -descanse en paz- me contaba con sonrisa picarona cómo había conseguido que una chica de Granfenwöhr le enseñara las bragas en su habitación, en casa de sus papis, donde le habían invitado a comer por su condición de voluntario de la causa alemana.

Pronto los guripas partieron hacia Moscú. Primero en trenes hasta Suwalki (Polonia) y después a patita hacia la guarida de la serpiente, a 900 kilómetros. Se calculó que la marcha hasta la capital moskovita duraría 40 jornadas a razón de 30 ó 40 kilómetros diarios, con algún día de descanso. Una auténtica matanza, teniendo en cuenta el peso de los equipos.

Pero nuestros chicos dieron muestra de una “vitalidad” fuera de lo común. Con los botones de la guerrera desabrochados (a pesar de las temperaturas y de los cabreos que se agarraban los alemanes), los divisionarios se bebían los kilómetros cantando coplillas y haciendo lo que les salía de los cojones. Durante una parada en la localidad hoy bielorrusa de Grodno unos cuantos chavales escandalizaron a los nazis al confraternizar, o, mejor dicho, al tirarse a unas chicas judías que les recibieron como agua en mayo, hartas sin duda de la frialdad local. Pero la juerga prosiguió durante todo el recorrido y pronto se hizo famosa en todo el Frente del Este la habilidad de los españolitos para entablar buenas relaciones con la población civil rusa, a la que facilitaban incluso alimentos. En concreto, con las muchachas las relaciones llegaron a ser inmejorables, cariñosísimas…

Porque los falang
istas y los patriotas de la División Azul eran católicos y gente de orden. Unos santos. Pero de cintura para arriba.

No tardaron en llegar
informes a Hitler. Estos cabrones racistas nos pusieron de vuelta y media con que si los latinos mediterráneos éramos espontáneos, indisciplinados y dados a la improvisación; que si no respetábamos a los superiores; que si éramos unos sátiros que no podían dejar el pito quieto y, en fin, que a saber por dónde salíamos en plena batalla. Por eso el Führer decidió cambiar de planes y, en vez de permitir que la División de voluntarios llegara hasta el meollo de Moscú, ordenó dar la vuelta al General Muñoz Grandes y dirigirse a un frente de menor importancia, al norte, a Novgorod.

Allí el arrojo y la resistencia heroica de los guripas obligó a Adolfo a desterrar sus prejuicios, llegando a ensalzar el valor de los españoles en un discurso de radio y a confesar públicamente, tras la repatriación del 43, que echaba de menos esa improvisación nuestra tan latina y tan “inferior”.

sábado, 27 de noviembre de 2010

LA OPOSITORA (y 5ª parte)

Leer primera parte
Leer segunda parte
Leer tercera parte
Leer cuarta parte

Nunca volveré a formar parte de un tribunal de oposición. La mala experiencia de estos últimos días me ha convencido de que no quiero ser más quien enjuicie el sacrificio de años de unos jóvenes, quien evalúe su esfuerzo y dictamine la gloria o el fracaso, el todo o la nada del resto de su vida profesional. Con María o gracias a María también he aprendido cosas tristes sobre las relaciones entre el amor y los humanos intereses; entre el poder y el afecto; entre el deber y la pasión; entre la polla y la olla al fin y al cabo. Estos últimos quince días me han jubilado para siempre de los dichosos tribunales.

Al salir del Ministerio el día del examen de María, Toño me dijo que él también vivía cerca del Palacio de los Deportes, para coger un taxi juntos de vuelta a casa. Según nos acomodábamos en el asiento de atrás, mi móvil comenzó a sonar desesperadamente. Era ella. Rechacé la llamada y me puse a charlar con el Secretario de cualquier tontería, pero Layla, de Eric Clapton, volvió a la carga en mi teléfono. Colgué y sonó de nuevo. Así hasta cuatro veces, hasta que desconecté el sonido.

- Cógeselo, joder –se rió Toño- , que no pasa nada, tú tranquilo.

Yo estaba incómodo y traté de explicarme.

- Toño, macho, el primer sorprendido he sido yo. La conozco solo hace mes y pico. Ha sido una puta casualidad.

Él echó la cabeza hacia el respaldo del coche, partiéndose. Me preguntó si era mi novia o qué. Respondí que acabábamos de empezar y que de momento no había nada serio, y que no había sabido como enfocar el tema en el Tribunal, si es que procedía.

- Tú, tranqui. Yo no he visto nada ni sé nada. Además, en conciencia, no hay quien saque la cara por su examen. No la va a poder salvar ni Julián, por mucho que le haya gustado su Ley Concursal –y añadió sonriendo:- o lo que sea…

Ya en casa la llamé muy inquieto, sin imaginar cómo podía haberse tomado todo, si me iba a dejar de hablar, me iba a matar por mi silencio o iba a preguntarme directamente por la nota.

- ¡Eres tú! ¿Por qué no me cogías? – su voz sonaba fría pero con un temblor de angustia.

- Estaba todavía con mis compañeros. María
, yo, de verdad, lo siento. No sabía si decírtelo. No sé si he hecho bien. Es una situación…

- Lo entiendo -soltó secamente.

- ¿Lo entiendes?

- Sí, imagino que no querías ponerme nerviosa, ¿no?

- Eso, eso es – confirmé aliviado.

- ¿Me habéis pasado?- preguntó de sopetón.

- Mujer, todavía no se sabe…

- ¿Todavía no se sabe? No me jodas... ¿No habéis deliberado?, ¿no habéis votado o lo que soláis hacer? , ¿tú qué nota me has puesto? –lanzaba las preguntas como una ametralladora.

- María, sabes que las notas se sacan al final, dentro de diez días, cuando acabéis todos.

- Bueno y qué, pero ponéis las notas cada tarde, ¿no?

Empecé a impacientarme.

- Sabes de sobra que se va ponderando en función del nivel de todos y al final se decide.

- Las bases no dicen eso –comentó con ironía- . Además, me podrás decir cómo lo he hecho, digo yo. ¿Tan dudosa estoy para que me digas que se ponderará? No me fastidies –le salió un deje chulillo- , sabes que he hecho un examen de puta madre.

- Bueno, hay varias opiniones sobre tu examen, María, y no va a decidirse hasta el último momento. Y siento mucho tener que decirte esto, que además no debería. No debería hablarte de la deliberación, ni de la nota ni de cómo vamos a hacer las cosas. Además me resulta muy desagradable.

- Vamos, no me toques la moral, por favor. No me vengas con que no me puedes hablar de ello. Aquí la única que está jodida soy yo y todavía quieres ponerte tú la venda…

- María, por favor, ¿por qué no charlamos mejor en persona? Yo lo prefiero. Así, por teléfono, sin vernos, nos vamos a malinterpretar. Me gustaría contarte como me siento yo con toda esta mierda. Y me gustaría verte.

- Vale -accedió- , ¿puedo ir mañana por la tarde a tu casa?

- Claro, vente cuando quieras. Mañana por la tarde no pienso ir a examinar.

Al despedirse, por una fracción de segundo, su voz recuperó la calidez de siempre al decirme:

- Niño…

- Dime, María...

- No sé si te lo había dicho, pero te quiero mucho.

- Yo también –respondí muy despacio mientras notaba palpitar mi corazón de una forma que nunca había sentido- . Y lamento mucho todo esto.

Y colgó.

Al día siguiente subió a casa cargada de tochos de apuntes y de legislación, con una mirada surcada de ojeras y un extraño rictus en la boca. Me besó apasionadamente, aunque de forma breve y casi como una autómata. Hizo que nos sentáramos frente al escritorio de la salita y, ante mis ojos atónitos y ante mi corazón que se iba derrumbando por momentos, comenzó a glosarme, tema por tema, todos los méritos de su exposición del día antes. Me explicó que aunque en el primer tema podría dar la impresión de haberse quedado corta, no era así, solo que había preferido centrarse en la naturaleza de las entidades e vez de recitar como un papagayo todos los artículos sobre su funcionamiento. Me pidió que admitiera que la financiación y la ley concursal las había bordado como para un nueve como mínimo. Me intentó hacer ver que en el tema final no se había confundido con los capítulos de la Ley 31, sino que había preferido exponer la norma de una manera más sistemática, y que si había omitido –adrede- cualquier mención al Real Decreto de adaptación era porque consideraba que su contenido no aportaba nada relevante al tema y había preferido dar prioridad a otras materias.

- ¿Tú no lo ves así, niño? ¿No habéis tenido en cuenta esto que te digo?

Contemplé con tristeza su semblante entre agotado y enardecido. Me acerqué a ella y la besé suavemente, sin prisas, cogiéndole una manó que sentí crispada como una serpiente. Acaricié con mis labios su cuello, sus hombros y sus brazos mientras iba quitándole la blusa y sentándola sobre mis piernas en el sillón de otras veces. De pronto abandonó su pasividad y se transformó en una gata peligrosa que se agitaba sobre mí igual que un torbellino. Yo ya estaba totalmente vencido, a punto de fundirme con ella como un metal incandescente, cuando paró en seco y se apartó de mí.

- ¿Qué haces?- exclamé sin aliento. ¡Ven aquí!

Se alejó dos pasos más a la vez que se vestía.

- No puedo, niño. Ahora no. Estoy bloqueada y no me concentro. Antes necesito que hablemos de cómo ves mi examen, de qué posibilidades tengo. Es lo más importante de mi vida, niño. Necesito que en el Tribunal entendáis que he hecho un buen ejercicio. Por favor, vamos a repasar cómo lo he hecho.

Una pequeña lágrima resbalaba por su mejilla. Y otra por la mía.

Asistí a varias sesiones más y comprobé consternado que los últimos opositores estaban levantando mucho el nivel. María me llamó un par de veces después de venir a casa, interesándose por las notas de sus compañeros, previniéndome contra algunos “que saben vender muy bien la moto pero no tienen ni idea” y preguntando sin rodeos si la habíamos repescado. A la tercera llamada dejé de cogerle el teléfono y así llevo haciendo toda la semana. La deliberación final del tribunal se celebró hace tres días, y fue larga y fatigosa. Estuvimos hasta las 12 de la noche y no hubo bromas ni risas. A María le dedicamos medio minuto, lo necesario para pasarla de la lista de dudosos a la de suspensos. La decisión fue unánime, pues el número de plazas disponibles era muy inferior al número de aspirantes que habían hecho un examen mucho mejor que el suyo.

Publicamos la lista de aprobados anteayer por la mañana y desde entonces Layla, de Clapton, no ha vuelto a sonar. Creo que no sonará más y tal vez yo no quiera que suene, aunque quién sabe, quizá termine cometiendo una locura cuando me venza el recuerdo de su melena interminable, de su cuerpo perfecto como una estatua clásica o de su voz cantarina llamándome niño. Porque María ha sido la única mujer capaz de hacerme perder la cabeza. Habría sido capaz de todo, o de casi todo, por conservar a mi diosa griega.

Fin

Nota: Dedico este relato a los opositores, que se enfrentan al drama de jugarse toda su vida en un examen, y a los miembros de los tribunales, que sufren la otra cara de la moneda: decidir el futuro de mucha gente que se ha volcado en cuerpo y alma, durante años, a prepararse ese examen.

jueves, 25 de noviembre de 2010

INTERNET EN EL MÓVIL

Hace meses Teutates comentaba en este blog que “es cierto que estamos en una sociedad consumista 100%, pero yo me pregunto qué sucedería con los puestos de trabajo si eso no fuera así. De hecho, nuestro sistema económico, por desgracia, no funcionaría sin altas tasas de consumo. Nuestra sociedad se rige de forma absoluta por la oferta y la demanda, el comprar y vender, y si esto se quiebra, el sistema socio-económico que nos hemos montado se hunde”.

Dicho de un modo más gráfico: Si unos cuantos listos no nos estuvieran creando todos los días necesidades absurdas para llevarse nuestra pasta, en esta sociedad no habría curro para nadie.

Una de las últimas manifestaciones de esta situación de locos que nos hemos montado entre todos son los móviles con Internet. Porque no sé vosotros, pero de tres meses a esta parte el 90% de las personas de mi entorno social y laboral se ha agenciado un móvil de ultimísima generación, con conexión de banda ancha a la Red. Y me temo que otro 5 ó 7 % termine adquiriendo uno con motivo de las fiestas navideñas, como tantos españolitos medios.

No quiero criticar a nadie, ni mucho menos. También debo tener cuidado con lo que escribo, no vaya a ser que me pase como a los que en el 97 criticaban (criticábamos) a los que llevaban un teléfono móvil diciendo que menudos gilipollas, que se creerían Mario Conde y tal, y cuatro años más tarde tenía dos móviles todo perro pichichi. Solo quiero reflexionar sobre la sutil diferencia entre nuestras necesidades reales y nuestras necesidades prefabricadas e impuestas aprovechando el gregarismo consustancial al ser humano.

Me pregunto sinceramente quién diablos necesita hoy en día estar conectado a Internet a todas horas, desde cuando va caminando o viaja en el autobús hasta mientras caga en el váter o se está tomando unos cacharros con los amigos. Y la pregunta me la hago más bien porque en esto de las modas chulis (y carísimas) los españoles tendemos a hacer tabla rasa y si el nuevo invento nos hace ilusión, nos lo compramos sin más, aunque no nos haga falta para nada; eso sí, buscando siempre una sesuda justificación al capricho. Así hoy ya disponen de Internet en el móvil tanto el ejecutivo bursátil como el cabrero, tanto el que tiene una empresa en la Red como la choni ama de casa que solo se conecta para actualizar su Facebook.

Ni que decir tiene que el dinero tampoco es un problema. En cuanto en un grupo de amigos o en un corrillo de compañeros de trabajo, uno enseña su nuevo aparatito (¡el teléfono, quiero decir!) y proclama la súper oferta que ha pillado, no pasarán ni dos semanas para que todos los colegas o compis de planta se unan al club del móvil conectado, no faltaba más, tanto el que tiene una economía holgada que le permita el capricho como la víctima del subempleo, el parado y el hipotecado hasta las cejas que luego está todo el día quejándose de lo achuchado que anda todo.

En este país somos muy chulos. Podemos estar ganando el sueldo mímimo o incluso cobrando el subsidio del INEM, y tener dos conexiones a Internet, la de casa y la del móvil, más un NetPC y todas las chorradas imaginables, con tal de estar a la última o no ser menos que el vecino. ¡Porque yo lo valgo!

O la crisis nos está
haciendo reflexionar poco, muy poco, ya que muchos se siguen empeñando en vivir por encima de sus posibilidades, o resulta que yo soy un antiguo que no se entera de nada y, como nos decía Teutates, todo esto es imprescindible para sostener el tinglado en el que vivimos. Ya dice otra amiga mía que la mejor actitud para que España salga de la crisis es gastar y consumir, y que ahorrar en estos momentos es de insolidarios antiespañoles. Veo que algunos son muy patriotas porque siguen este consejo con entusiasmo aunque se queden más "pelaos" que la raspa de una sardina.

martes, 23 de noviembre de 2010

OPERACIÓN B.S.O. (4): FIRST BLOOD



It´s a long road, seña de identidad de Acorralado (First blood, 1982), fue homenajeada con cariño en John Rambo, cuarta película de la saga estrenada 26 años después para dejarnos un mal sabor de boca a todos los incondicionales del implacable veterano de Vietnam.

La bella balada de Jerry Goldsmith, cuya letra inspira el título original de la película (“when they draw first blood, that's just the start of it") fue incluida en sus dos versiones, instrumental y cantada, al comienzo de la película con el título de
Home coming y en los créditos finales respectivamente. Varias variantes de la melodía sirvieron también de banda sonora de las tres secuelas.

Como ninguna otra canción podía haber hecho, It´s a long road nos transmitió la tristeza, la soledad y el grito de libertad del soldado que no supo o al que no dejaron volver a casa.

S
obre Acorralado, en La pluma.

domingo, 21 de noviembre de 2010

LA GUERRA NO HA TERMINADO

La ofensiva que hace años comenzó el (des)Gobierno de Zapatero con el objetivo de ganar la Guerra del 36 varias décadas después de finalizada se ha reavivado tras la sustitución de María Teresa Fernández de la Vega por uno de los hombres más oscuros de la España de los últimos siglos.

Es poco probable que la decapitación de la ExVice, pero siempre fea hija de un condecorado franquista, no hubiera sido una de las muchas exigencias que ese nuevo Fouché, que domina los hilos de la política española desde tiempos de Felipe González, hubiera exigido al tarado que lleva a España a la deriva (y no me refiero al Rey Juan Carlos) a cambio de salvarle el cuello en su propio partido. Alfredo Pérez Rubalcaba, a diferencia de su supuesto jefe inmediato, no es un idiota sino una mente privilegiada que sabe muy bien los pasos que da y hacia dónde se dirige. Un superviviente nato que conoce perfectamente todos los trucos posibles para alcanzar sus metas por muy perversas que sean éstas y muy mezquinos aquéllos. Lástima una inteligencia privilegiada haya elegido servir a los intereses de la masonería, de la que es adepto reconocido, y no de su patria.


Claro ejemplo de que nuevos vientos reavivan el odio, que tanto se han empañado en encender estos iluminatti zapateriles desde su llegada al poder, es que, lejos de cesar en su obsesión por terminar con el Valle de los Caídos utilizando los más hipócritas subterfugios y las más infantiles e insultantes excusas, desde el último mes las acciones de en contra de este monumento, dirigidas siempre desde la Vicepresidencia Primera del Gobierno, han dejado de rayar la ilegalidad y lo estrambótico para caer de lleno en ella.

Desde hace algunas semanas, el Gobierno ha prohibido a los benedictinos celebrar la misa en el interior de la Basílica que, no lo olvidemos, no está controlada por Patrimonio Nacional sino que es una propiedad eclesiástica. Algo así, que un gobierno occidental clausurase arbitrariamente un lugar de culto, obligando a los frailes y a los fieles a celebrar la misa a la intemperie no sucedía desde la Segunda Guerra Mundial. Para recrearse en la humillación, los antidisturbios de la Guardia Civil, sin duda la mando de algún mercenario arribista uniformado, registran los vehículos de las familias y los fieles que deseen acudir a dicha celebración con más celo que si de un control antiterrorista se tratase. Algo impensable a las puertas de una de las múltiples mezquinas españolas donde se predica la guerra santa contra Occidente.

Y en el día de ayer, la Subdelegación del Gobierno en Madrid autorizó una manifestación de rojazos -no se les puede llamar de otra forma- a las puertas del recinto cuando sería inimaginable una autorización de similares características organizada por uno de los grupos a los que esta gente pretende insultar con el apelativo de fascistas.


Era lo que le faltaba al (des)Gobierno del paro, de las bajadas de pantalones ante un Marruecos a quien tanto silencio debe Rubalcaba desde el 11-M, del separatismo, de los orgasmos electorales en Cataluña (y luego hablan de machismo), de la inmigración ilegal desbordante, de la delincuencia disparada, de la corrupción, del nivel educativo africano, del aborto libre y semiobligatorio, de la eutanasia, de la ley ¿libertad? religiosa...

El Señor quiera que me equivoque pero creo que queda al descubierto que el principal objetivo de estos miserables es terminar con el enemigo al más puro estilo chavista. Controlando los medios de comunicación humilla constantemente las creencias de quienes consideran sus adversarios y se censura sus opiniones, saltándose a la torera a los jueces, las leyes y el más mínimo sentido de la decencia y la honradez. Ultraja sus símbolos y lanza a sus matones marginales demostrando que su último propósito es la eliminación física del adversario aunque para ello tenga que llevar a España al desastre setenta y seis años después.

Aquí es donde demuestra que la maldad, frecuentamente, ahoga la inteligencia pues puede estar seguro este hijo de la viuda que volverá a perder. Que lo tenga por seguro.