Casi todos guardamos un secreto en el alma que a menudo pugna por salir al exterior y dejarse ver. Un secreto es como el cofre del tesoro donde se esconde una información íntima o misteriosa sobre uno mismo o sobre otros; una información que debería permanecer encerrada a cal y canto porque nos lo exige el honor, el orgullo o la vergüenza, o porque alguien nos regaló un pedacito de sí a condición de mantenerlo oculto para siempre.
Todos los secretos, por su naturaleza y por la nuestra, tienden a revelarse. Tarde o temprano los secretos se escupen, se vomitan o, en ocasiones, se deslizan sibilinamente hacia fuera disfrazados de inocencia o de buenas intenciones. Hay secretos de púas aceradas que pinchan el corazón y desasosiegan hasta al más fiel guardián.
Siempre se acaba compartiendo la información reservada porque somos como somos.
Unas veces, cuando nos afecta a nosotros solos, necesitamos, más que compartirla, expresarla, y la sacamos a la luz ante un amigo no porque realmente confiemos en su silencio, sino porque las púas nos hieren tanto que necesitamos librarnos de ellas. Si no existiera esa persona de confianza, terminaríamos soltando el lastre con cualquiera solo por debilidad.
Los secretos de los demás se desvelan por maldad, por vanidad o porque todos los secretos llevan puesta una etiqueta con su fecha de caducidad. Por maldad cuando queremos dañar a alguien del que sabemos un dato comprometido. Por vanidad porque a todos nos gusta ostentar primicias. Y la fecha de caducidad es la percepción subconsciente que solemos tener de que una confidencia solo ha de respetarse mientras duren determinadas circunstancias y que, una vez superado aquel disgusto, aquella enfermedad o aquella preocupación, no pasa nada por abrir el pico. Lo malo es que quien interpreta esta caducidad no es el afectado por la información, sino el indiscreto confidente.
Hay pocos secretos llevados a la tumba.
Hay que tener muy claro que aquello que no deseamos que se sepa, no debemos contárselo jamás a nadie, y menos para desahogarnos o quedarnos a gusto. Seamos muy conscientes de que el día que abramos la boca, aunque sea en el más selecto petit comitè, perderemos el control sobre la información. Hablemos solo en el momento en que realmente nos dé igual que se entere hasta la portera.
Todos los secretos, por su naturaleza y por la nuestra, tienden a revelarse. Tarde o temprano los secretos se escupen, se vomitan o, en ocasiones, se deslizan sibilinamente hacia fuera disfrazados de inocencia o de buenas intenciones. Hay secretos de púas aceradas que pinchan el corazón y desasosiegan hasta al más fiel guardián.
Siempre se acaba compartiendo la información reservada porque somos como somos.
Unas veces, cuando nos afecta a nosotros solos, necesitamos, más que compartirla, expresarla, y la sacamos a la luz ante un amigo no porque realmente confiemos en su silencio, sino porque las púas nos hieren tanto que necesitamos librarnos de ellas. Si no existiera esa persona de confianza, terminaríamos soltando el lastre con cualquiera solo por debilidad.
Los secretos de los demás se desvelan por maldad, por vanidad o porque todos los secretos llevan puesta una etiqueta con su fecha de caducidad. Por maldad cuando queremos dañar a alguien del que sabemos un dato comprometido. Por vanidad porque a todos nos gusta ostentar primicias. Y la fecha de caducidad es la percepción subconsciente que solemos tener de que una confidencia solo ha de respetarse mientras duren determinadas circunstancias y que, una vez superado aquel disgusto, aquella enfermedad o aquella preocupación, no pasa nada por abrir el pico. Lo malo es que quien interpreta esta caducidad no es el afectado por la información, sino el indiscreto confidente.
Hay pocos secretos llevados a la tumba.
Hay que tener muy claro que aquello que no deseamos que se sepa, no debemos contárselo jamás a nadie, y menos para desahogarnos o quedarnos a gusto. Seamos muy conscientes de que el día que abramos la boca, aunque sea en el más selecto petit comitè, perderemos el control sobre la información. Hablemos solo en el momento en que realmente nos dé igual que se entere hasta la portera.
15 comentarios:
Lo que debemos procurar es que los secretos importantes sean los que nos llevemos a la tumba.
Pues hay que ser,muy mala persona,para contar,un secreto,que te haya sido revelado,contando con tu silencio,de todas formas,por mi tierra se dice: que el verdadero secreto es el que custodia,una sola persona,y que por tanto,los secretos compartidos,no existen,aún así sigo pensando,en que se ha de ser muy malévolo,para contar,algo que te contaron en confidencia,Voltaire decía no obtante,que contar el secreto e alguien es una gran traición,contar,el de uno mismo,una gran majadería.Yo de todas maneras aún sigo confiando en la gente,que me ha demostraddo fidelidad,guardar,algo paro uno mismo,es a veces muy dificil,aunque también dificil,saber a quien se lo puedes contar,y a quien no,de todas maneras,siempre hay,y seguirá habiendo gente buena.
Además de por maldad o vanidad, los secretos se revelan por estupidez. Hay mucho gilipollas a los que se les "escapa" lo que les has contado confiando en su discreción.
Completamente de acuerdo con Semper.
la idea de discreción es muy variable según las personas.Desde el adúltero que presume públicamente de sus andanzas, al que guarda con llave el recibo de la luz.
Hay que ser discreto hasta cuando "NO" te han pedido que lo seas.
No hay nada más feo que ser una alcahueta. (o se dice alcagüeta???)
Quien expone su propia vida demasiado, es susceptible de serlo.
No sólo los secretos tienen impresa una fecha de caducidad. La confianza que se puede depositar en la mayoría de las personas también. Quien hoy es tu amigo o tu aliado, mañana puede ser uno de tus peores enemigos. Así que: cuidado.
Eso sí, a veces, es un alivio para el alma poder confiar a alguien lo que tienes íntimamente guardado. Y lo hacemos sin sopesar completamente el aprieto en el que ponemos al confidente.
Otras veces, hacer pasar por secreto algo que deseemos que se sepa puede ser una estrategia magnífica.
Cierto! a veces es mejor... no saber.
Y las miserias que oprimen el alma... a un cura que no te conozca.
Yo en este tema pienso que lo que debería preocupar a la gente no es tanto la discreción en saber guardar un secreto, al fin de cuentas somos personas y a todos se nos puede escapar, si yo no he sido fuerte para guardar mi secreto no le puedo pedir a otro que lo sea, vamos, que podría perdonar ese desliz a un amigo. Para mí es más importante la discreción en no hacer preguntas comprometidas a la gente, ya que si le pillas desprevenido y en un momento de debilidad quizás cuente aquello que nunca querría que se supiera.
lo peor es tener muchos secretos. Se descontrolan y no sabe uno por dónde pueden volver estos boomerangs. Una buena receta: un as en la manga y procurar no tener que sacarlo. Del resto, vive con orgullo y te dará igual si tu pasado sale en Tele5.
Pensaba llevarme a la tumba el secreto de que Rocco Lampone es en realidad gayeta, gaylor, Bujarrón, vamos que pierde más aceite que la furgoneta de Locomía. Paro va a ser que ya no.
Uy,se me ha escapado.
Enormemente sabia reflexión.
El dar demasiada información sobre nosotros mismos nos hace vulnerables y entonces estamos expuestos a que se nos haga mucho daño.
"Aliviarse" contando el secreto es firmar su publicación en primera plana del cotilleo de tu ámbito, convertirte en la comidilla, previa cínica frase "no se lo digas a nadie y ¡que va de boca en boca!
Desgraciadamente hablo por dolorosa y traumática experiencia.
Gracias Al Neri por alertar a los bienintencionados pero pardillos y a los ingenuos por inexperiencia, bobería disfrazada de bondad o cortedad innata.
El que avisa no es traidor, es un buen amigo.
Me parecen muy importantes las siguientes reflexiones que algunos han hecho:
- Que contando un secreto puedes poner en un aprieto a tu interlocutor
-"Hacer pasar por secreto algo que deseemos que se sepa puede ser una estrategia magnífica".
- "Quien hoy es tu amigo o tu aliado, mañana puede ser uno de tus peores enemigos".
- "Es más importante la discreción en no hacer preguntas comprometidas a la gente, ya que si le pillas desprevenido y en un momento de debilidad quizás cuente aquello que nunca querría que se supiera" (¡Qué gran verdad!, ¡cuántos secretos mal arrancados!, ¡y de los secretos soltados en borracheras ni te digo!)
- "Vive con orgullo y te dará igual si tu pasado sale en Telecinco".
Chirly, lo intuíamos por su amistad con usted, pero aún nos quedaban dudas :-)
Asun, querida amiga catalana, bienvenida a los rigores de "La pluma". La información es poder y cuanto menos se sepa de nosotros, mucho mejor...
Bienhallados Al.
Muchas gracias por admitirme en este blog tan selecto.
Voy viendo que "los rigores de la pluma" son los suaves pero firmes trazos de la honestidad.
Se agradecen. Buenas noches, amigos míos del corazón castellano.
Yo soy de los gilipollas de los que habla Semper, que se me escapan presuntas confidencias por puro descuido.
Y analizándolo creo que es básicamente porque el 90% de los secretos que me cuentan son auténticas estupideces o cosas que considero como tal, con lo que no le doy apenas importancia y por tanto no tengo puesto el "aviso" de top secret sobre esa información. Por eso en general cuando alguien me va a hacer una confidencia le aviso "no me lo cuentes que no soy persona discreta"... si aun así lo hace, culpa suya pues es él el primero que no sabe guardar su propio secreto.
En fin, razonamientos que me hago para justificar que en otra vida fui portera.
Saludos a todos.
Curiosamente, ahora pensaba yo mencionar lo de los secretos que se escapan cuando uno va un pelín "contento" (por suerte no ha sido mi caso).
Desde luego, hay que tener mucha confianza en una persona para contar algo, porque hay algunos que a la mínima se lo cuentan al primero que pasa...luego lo mejor es escucharles decir cosas tipo "no pensaba que fuera a pasar nada".
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