Llama la atención como un mismo
comentario, hecho en idéntico tono, puede resultar indiferente a una persona y
hundir la moral de otra. Es increíble la diferencia de sensibilidad y de
susceptibilidad entre individuos.
El otro día oí una conversación
sobre la famosa denuncia, hace más de un año, de varias integrantes del equipo
de natación sincronizada contra su entrenadora Anna Tarrés por el supuesto
trato vejatorio que esta las dispensaba durante los entrenamientos y que las
llevó a una profunda depresión. Sin embargo, otras nadadoras del mismo equipo
no percibieron como humillantes los procedimientos de su mentora y se los
tomaron como parte de un juego y de un estilo cañero de entrenar, como un papel
que representaba la Tarrés para motivarlas, sin que hubiera nada personal ni
intención de dañar a nadie.
Yo de niño practiqué judo y me
acuerdo perfectamente de que mi profesor (por cierto muy conocido a nivel
internacional) tenía una forma muy directa y bastante bronca de espabilarnos. No
había niñas en el gimnasio y eran principios de los ochenta. Nadie se extrañaba,
nos lo pasábamos fenomenal y juraría que ningún crío sufrió, pero hoy seguro que los padres protestarían y se armaría un revuelo por los métodos
empleados por este judoka. “¡Vamos, nenazas, que sois unas nenazas!”, “¡parecéis
mariquitas!” “¡eres más cobardica que las niñas!” o “¡mueve el culito, Fernanda
(a Fernando)!” eran fórmulas cotidianas en estas clases de artes marciales, por
no hablar de los “castigos” que imponía a los más patosos: hacerlos tumbar y
ponerles un pie en la espalda, o mandarles a un rincón a hacer flexiones. Nos
divertíamos un montón con aquello.
También me acuerdo bien de Don
Damián, mi profe de 4º de Básica, fallecido hace menos de un mes. En clase de
gimnasia era un crack pero su modus operandi de aquella época no encajaría en
estos tiempos, pues estaba a caballo entre los exabruptos militares del
Sargento de Hierro y la metodología de un instructor de campamento de las
Juventudes Hitlerianas. A los que se quedaban
los últimos corriendo les pegaba puntapiés en el culo (flojos, naturalmente) y
los sometía a escarnio público entre las carcajadas de toda la clase: "¡Torporrón, lentorro,
calzonazos, no sé para qué quieres tener colita!”, ¡tenéis menos fuerza que el
pedo de un marica!”, “¡parecéis señoritas paseando!”, etc, etc. Algún compañero
de entonces sostiene que era un fascista, pero dudo mucho que nadie haya
sufrido traumas por ello. Yo, desde luego, no, y eso que era un inútil saltando el plinto y recibía intensos chorreos de Herr Damián, y seguro que
tampoco Curro, un chico de clase con evidentes dificultades psicomotrices con
el que el profe se cebaba de lo lindo.
Napola, una interesante película sobre este tema |
Pero los tiempos han cambiado
mucho y la sensibilidad se ha disparado hasta niveles ridículos, en parte por
la práctica desaparición de la segregación educativa por sexos y por los clichés
políticamente correctos al uso. El caso es que los papás y los niños de ahora
son de mantequilla, unos tiquismiquis, y no son capaces de ponerse en situación
y entender que en estas fórmulas de estimulación no hay animadversiones
personales, ni mala fe, ni deseo de humillar a nadie. Como digo, es algo así
como un rol que se representa para cohesionar el grupo y espolear el orgullo de
sus miembros, y yo lo he visto, más atenuado, eso sí, en ámbitos muy diferentes
al deportivo, como el familiar, el académico o el laboral. Pienso en el típico padre que va
de estricto y está todo el día bronqueando a su retoño, en el preparador de oposición incisivo que juega a acojonar a sus alumnos con una disciplina ampulosa, o en el jefe que se pone
la careta de voceras y exigentón para crear un clima activo en la oficina, cuando en realidad son los tres unos buenazos y hay que saber tomarse con cintura lo que
dicen y hacen, sin picarse absurdamente ni mucho menos sufrir. Me hablaban el
otro día de no sé qué futbolista muy famoso que aseguraba que cuando su
agresivo míster arremetía contra él se hacía a la idea de que los improperios
iban dirigidos a su número, no a su persona.
¿Pero por qué hay gente que lleva tan mal estas técnicas de motivación “de choque”, llegando a hundirse anímicamente, y otros que las agradecen y rinden mucho más? Dicen los psicólogos que esto demuestra que cualquier buen gestor de recursos humanos debería aprender a tratar a cada persona de forma individualizada, en función de su sensibilidad, y que no se puede decir ni exigir lo mismo ni de la misma manera a todos los miembros de un grupo. Yo, en cambio, me pregunto si no sería más fácil que nos educaran desde niños para tener un poco más de autoestima, de corteza; para no ser tan individualistas ni tan susceptibles; para saber que hay muchos estilos directivos y que cuando estamos en un equipo hemos de saber adaptarnos al de nuestro líder sin lloriquear porque no nos trata como nos gustaría. Siempre, por supuesto, dentro de unos límites razonables en los que se respete nuestra dignidad, aspecto en el que seguro que tampoco es fácil encontrar unanimidad.
¿Pero por qué hay gente que lleva tan mal estas técnicas de motivación “de choque”, llegando a hundirse anímicamente, y otros que las agradecen y rinden mucho más? Dicen los psicólogos que esto demuestra que cualquier buen gestor de recursos humanos debería aprender a tratar a cada persona de forma individualizada, en función de su sensibilidad, y que no se puede decir ni exigir lo mismo ni de la misma manera a todos los miembros de un grupo. Yo, en cambio, me pregunto si no sería más fácil que nos educaran desde niños para tener un poco más de autoestima, de corteza; para no ser tan individualistas ni tan susceptibles; para saber que hay muchos estilos directivos y que cuando estamos en un equipo hemos de saber adaptarnos al de nuestro líder sin lloriquear porque no nos trata como nos gustaría. Siempre, por supuesto, dentro de unos límites razonables en los que se respete nuestra dignidad, aspecto en el que seguro que tampoco es fácil encontrar unanimidad.
7 comentarios:
Yo no creo ni en los Sargentos de Hierro; ni en los pusilánimes tragacontodo.
Ser líder ó dirigir un grupo es tarea muy complicada. Por eso son tan pocos los profesores buenos que existen. Los que permanecen en mi memoria como tal, eran sujetos que se hacían respetar, pero tenían un trato deferente con el débil ó al menos no recurrían de forma habitual al exabrupto ó broma fácil. El padre Pararrayos ó Mik Jager, por poner dos ejemplos, que tu también conoces.
Las personas y las situaciones somos distintas, y por tanto se requieren soluciones diversas ante diferentes problemáticas.
Ojo, los pusilánimes son tan perniciosos ó más que los chusqueros.
Cualquier tarea de dirección de grupo es compleja, y requiere ecuanimidad, valentía, integridad y alto grado de empatía con tus subordinados.
Si los comentarios que se le imputan a Anna Tarrés son ciertos, es una zorra barriobajera, que merece ser castigada severamente.
D. Damián, que en paz descanse, era un buen profesor para el ochenta por ciento de sus alumnos y nefasto y odioso para el veinte por ciento de ellos.Era persona de gran carisma y simpatía pero sus métodos hoy en día resultan inadmisibles, (con razón, además).Eso no significa que te traumatice, ni cause daños irreparables.Si cada profesor malo que tienes dejara en ti un trauma, estaríamos encerrados de por vida, en una clínica psiquiátrica.
Es verdad que hoy hay mucha ñoñería con eso de faltarle a los niños,y se están pasando,pero también es verdad que hay que saber a quien decirle las cosas,porque hay personas muy sensibles que se pueden sentir dolidas y llevar a sufrir,por algo que a otro ni le roza.Creo que nadie tiene derecho a herirte,por estar por encima de ti,y menos a menospreciarte,eso se ha dado mucho en la vida militar,que conozco muy de cerca,yo he visto a soldados llorar porque eran homosexuales y los han heridos hasta la saciedad,creo que a eso no hay derecho,porque cada uno tiene su corazón.Los profesores también se han pasado a veces.A mi una monja que me hizo comer un pan del suelo,porque yo lo tiré por la ventana del comedor,teniendo solo 8 años,fue mi padre la cogió del cuello y casi le pega,mi padre siempre nos decía que nadie era mas importante que nosostros,y creo que fue una gran enseñanza,para no dejarnos intimidar por gentuza sin escrúpulos.
El problema no es la dureza del entrenamiento. El problema está en la grosería y la mala educación. Lo verdaderamente molesto de Anna Tarrés es su insufrible ordinariez. Si se me obligara a escoger algún tipo de institución disciplinaria de esa naturaleza (¡Dios no lo quiera!) me quedaría con el Westpoint de "cuna de héroes" antes que con los marines del sargento de hierro. ¡Tratémonos en cualquier circunstancia como caballeros!
Jo, Luxindex, es que usted tenía un maestro que era como el señor Miyagi de Karate Kid.
Tanto los colorines de los cinturones como los métodos de mi profe de judo eran simples técnicas para motivar y divertir a los niños.
... pero sin perder la dignidad en la subordinación.
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