Oigo mucho últimamente repetir a
mi alrededor que lo más importante de todo es ser feliz; que en la vida, que es
muy corta y tal, hay que pasar de convencionalismos y del criterio que puedan
tener los demás, y lanzarse a hacer lo que de verdad nos gusta o nos apetece
para alcanzar nuestra propia dicha.
Definir felicidad desde luego es complicado, pero a mí me da que este concepto cada vez se confunde más con el de satisfacción individual, con hacer lo que a uno le dé la gana. Pienso que la idea que hoy se tiene de ser feliz responde a una visión demasiado egoísta de la vida, demasiado materialista a veces.
Es perfectamente legítimo desear estar contento, pero no creo que procurarnos alegría y bienestar haya de ser un objetivo absolutamente prioritario.
Para empezar, esta cultura de la “felicidad” a toda costa resulta demasiado peligrosa por cuanto nos incapacita para asumir los momentos infelices que inevitablemente atraviesa una vida, para aguantarnos ante los contratiempos. La tentación de estar pegando bruscos virajes al timón cada vez que atravesamos una tempestad o los problemas no se arreglan a nuestro gusto, con la excusa de que “hay que ser feliz”, puede llevarnos a un naufragio mucho más terrible de lo que imaginamos. La idealización de la felicidad bloquea sin duda nuestra capacidad de aguante y de sacrificio.
Después, y aunque muchos no quieran enterarse, hay algunas cosas que son o pueden llegar a ser más importantes que pasarlo chachi y sentirse a gustito, entre ellas la dignidad personal, la coherencia, los pricipios que se tengan, el amor a los demás, la felicidad de terceros (por ejemplo, de los hijos), la responsabilidad, el sentido del deber, el cumplimiento de la palabra dada, las obligaciones profesionales, la estabilidad económica (sobre todo si alguien depende de ti) o la simple vergüenza torera.
Por eso cuando alguien que acaba de tomar una de esas decisiones radicales e imprevisibles me dice con una sonrisa de oreja a oreja, “es que ahora soy feliz”, a veces me pregunto si es consciente de la imagen patética que está dando de sí mismo, de la infelicidad a la que ha condenado a otras personas con su cambio de rumbo vital, y de que en unos pocos años seguro que volverá a sentirse insatisfecho de su nueva situación, porque, como decía John Locke, la felicidad humana suele ser más una disposición de la mente que una condición de las circunstancias.
Definir felicidad desde luego es complicado, pero a mí me da que este concepto cada vez se confunde más con el de satisfacción individual, con hacer lo que a uno le dé la gana. Pienso que la idea que hoy se tiene de ser feliz responde a una visión demasiado egoísta de la vida, demasiado materialista a veces.
Es perfectamente legítimo desear estar contento, pero no creo que procurarnos alegría y bienestar haya de ser un objetivo absolutamente prioritario.
Para empezar, esta cultura de la “felicidad” a toda costa resulta demasiado peligrosa por cuanto nos incapacita para asumir los momentos infelices que inevitablemente atraviesa una vida, para aguantarnos ante los contratiempos. La tentación de estar pegando bruscos virajes al timón cada vez que atravesamos una tempestad o los problemas no se arreglan a nuestro gusto, con la excusa de que “hay que ser feliz”, puede llevarnos a un naufragio mucho más terrible de lo que imaginamos. La idealización de la felicidad bloquea sin duda nuestra capacidad de aguante y de sacrificio.
Después, y aunque muchos no quieran enterarse, hay algunas cosas que son o pueden llegar a ser más importantes que pasarlo chachi y sentirse a gustito, entre ellas la dignidad personal, la coherencia, los pricipios que se tengan, el amor a los demás, la felicidad de terceros (por ejemplo, de los hijos), la responsabilidad, el sentido del deber, el cumplimiento de la palabra dada, las obligaciones profesionales, la estabilidad económica (sobre todo si alguien depende de ti) o la simple vergüenza torera.
Por eso cuando alguien que acaba de tomar una de esas decisiones radicales e imprevisibles me dice con una sonrisa de oreja a oreja, “es que ahora soy feliz”, a veces me pregunto si es consciente de la imagen patética que está dando de sí mismo, de la infelicidad a la que ha condenado a otras personas con su cambio de rumbo vital, y de que en unos pocos años seguro que volverá a sentirse insatisfecho de su nueva situación, porque, como decía John Locke, la felicidad humana suele ser más una disposición de la mente que una condición de las circunstancias.
8 comentarios:
De todo lo que has dicho, me parece que lo más aprovechable es la cita de Locke, que es consecuente en parte con todo lo anterior.
Buena semana, a todos.PUTO LUNES
Con aprendiz de brujo pero con un matiz: me parece que la cita de Locke no es consecuente con "todo" lo anterior.
Y es que en el todo anterior hay mas de dos o tres prejuicios del tamaño de.....la basílica de La Almudena en Madrid.
Por lo menos.
No estoy del todo de acuerdo. Por supuesto que la alegría y el bienestar han de ser lo primero. No, de un modo hedonista desde luego pero, ¿si no? ¿cómo vamos a afrontar los problemas? No se trata solamente de nuestro bienestar sino también de quienes nos rodean y forman parte de nuestra vida y nos necesitan.
Creo que se puede ser feliz de ambos modos:
- porque lo tenemos casi todo en la vida y ésta nos sonríe a cada momento.
- porque nuestra actitud es tan positiva y optimista (y alegre) que hace que, de algún modo, todo se transforme.
Uno es más fuerte, piensa mejor y encuentra soluciones más efectivas a sus problemas cuanto más positivo es.
Para mi la felicidad significa CORAJE y sacrificio, además de todo lo que usted ha citado. Pero no me deje la alegría entre comillas. A los "llorones" nunca les sonreirá la vida por mucha suerte que tengan.
Cada problema es una "medalla" concedida porque la próxima vez que nos ocurra, lo haremos mejor. Ya hemos pasado por ello.
Quererte y que te quieran, vivir sin ira ni rencor buscando siempre la calma, hará que seamos mucho más felices a pesar de todo. Y quienes están a nuestro lado, también.
Sed felices, corazones :)) no cuesta tanto...
¡ay! la canción... jajaja
No será auténtica nuestra felicidad si, para conseguirla, hacemos sufrir a los demás.
Qué susto! pensé que me había ido otra vez al "cubito" jajaa...
Ya me voy, ya me voy... :)
Gracias, Luxindex.
Nago, yo creo que la mayoría de la gente verdaderamente feliz es de los del segundo tipo que usted señala. ¡Qué bonitas canciones nos pone!
. COMO DESARROLLAR INTELIGENCIA ESPIRITUAL
EN LA CONDUCCION DIARIA
Cada señalización luminosa es un acto de conciencia
Ejemplo:
Ceder el paso a un peatón.
Ceder el paso a un vehículo en su incorporación.
Poner un intermitente
Cada vez que cedes el paso a un peatón
o persona en la conducción estas haciendo un acto de conciencia.
Imagina los que te pierdes en cada trayecto del día.
Trabaja tu inteligencia para desarrollar conciencia.
Atentamente:
Joaquin Gorreta 55 años
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