jueves, 7 de noviembre de 2013

INSULTOS

Es importante aprender a diferenciar los insultos formales de los insultos materiales; no podemos confundir unos simples vocablos con significado objetivamente ultrajante pero que ya se utilizan para todo y están desgastadísimos por el uso, con el verdadero animus iniuriandi, que dirían los romanos, que se desliza como una serpiente entre las frases más amables y la cortesía más aterciopelada.

Ahí está la expresión “hijo de puta”, el peor insulto de nuestra lengua, creo, por el que hace no tanto se mataba la gente a navajazos, y que ahora es comodín recurrente y polisémico en las charlas más distendidas entre amiguetes, y significa “pillo” o “malote” o nada en particular, y se pronuncia de buen rollito, con sonrisa y puñetazo en el hombro en plan colegas. Claro que depende del tono, porque si se lo gritas enfurecido al que te ha dado un golpe con el coche no es igual. Y pasa parecido con  “cabrón”, “maricón” y otros.

En cambio se puede insultar muy gravemente con palabras totalmente inocuas. Por ejemplo, las monjas de los colegios de niñas de hace años, que me las conozco bien, llevaban muy a gala no agraviar jamás a nadie y emplear un lenguaje moderado y caritativo, pero ya se sabía lo que querían decir cuando opinaban de una alumna adolescente que andaba siempre con chicos que era “un poco atrevida”, “algo descarada” o "un pelín lanzada". Era aún peor que llamarla a voces puta callejera, sobre todo por ese tonillo condescendiente y autocontenido que sabían imprimir a la frase.

Es como un tipo que conocí en mis tiempos, un católico de misa diaria y tertulia de mesa camilla, que no se le escapaba en su vida un “gilipollas” porque era prudentísimo y caritativísimo, pero a veces, al hablar sobre alguien a quien tenía atravesado, ponía cara de estreñido y con voz suspirante de santo varón, dejaba caer que “este chico, en fin… es un tanto peculiar”. Pobres de los que afirmaba que eran “un tanto peculiares”; no podría vilipendiarlos más ni agotando el repertorio más tosco de tacos y procacidades. 

Lo veo también en el trabajo. A veces oigo a compañeros que son demasiado finos como para insultar, demasiado educados como para hablar mal de alguien a sus espaldas, meter de contrabando en las conversaciones unas críticas tan sutiles como feroces a terceros no presentes. Son frases impecables, de contenido moralmente irreprochable (en apariencia), salpicadas de advertencias sobre su buena intención, que, sin embargo, dejan tal sensación de cuchillada traicionera y tal halo de agresividad que casi se agradecería que reconocieran sin rodeos que el señor en cuestión les parece un mamarracho, un tuercebotas y un subnormal.

- A Manolo yo le quiero un montón, que son muchos años juntos en la oficina, no te vayas a creer, y además hasta le comprendo, que con lo que tiene en casa, pues tú me dirás, que tampoco es plan de ser criticones.  Pero ya sabes qué estilo tan…. diferente tiene de trabajar y de hacer los informes… Y que tiene sus cosillas, bueno, que todos tenemos nuestras cosillas, pero él… En fin, que ya nos le conocemos y nos lo tomamos como nos lo tomamos… ¡Con mucho cariño y mucha paciencia, chica!

Hay que interpretar lo que se dice atendiendo mucho al contexto cultural, porque este tipo de comentarios, que resultarían inofensivos (y hasta cómicos) en el patio de una cárcel o en un bar de calorros, sin duda se entienden como una injuria grave e incluso como una agresión personal en una charleta entre ejecutivos pijos y de “buena” familia que cotillean a la puerta de la sala de juntas.

Y es que un insulto, amigos, es una actitud más que una palabra.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Con la venia...!

... y es que, según la Ley de Enjuiciamiento Criminal, apreciada según mi conciencia y conforme a las reglas del criterio racional y suma crítica... jé! estoy totalmente de acuerdo con usted :)

Está feo el insulto, pero más aun cuando existe una intención de hacer daño en lo personal o éste resulta injurioso.

No duelen los insultos, aún haciendo uso de paliativos; duelen las verdades que, sin duda resultan más hirientes que cualquier improperio.

Además, también habrá que valorar y tener en cuenta, quién es el hinnnnjodeputa que dispara primero...


Feliz finde a todos.

Muchos besos

nago

><))))º>

Luxindex dijo...

¡Arte! La entrada de hoy tiene tela de arte.

C. S. dijo...

Toda la razón, Sr. Neri. Pero sigo, erre que erre, prefiriendo ser insultada con politesse; prefiero, en fin, el florete al navajazo.

Anónimo dijo...

P.D. lo malo es que, esas verdades son casi siempre subjetivas y, además, hay que demostrarlas.

Aprendiz de brujo dijo...

Neri, efectivamente es la intención y la procedencia del insulto. No ofende quien quiere sino quien puede.
Añadiría también que todos tenemos un punto "g", especialmente sensible, en cuestión de injurias y ofensas.
Si tu en tu interior sabes que te intentan faltar ó insultar con un argumento absolutamente peregrino, es difícil que te ofendan.
Un beso para todos. Buen fin de semana.
PS: Neri, no hagas el amor el sábado, que metes mucho ruido y te oigo desde mi casa.Es que sé que eres muy sabatino...Te conozco.

Al Neri dijo...

Nagore, cuanto tiempo. Se la echaba de menos. Yo no estoy muy de acuerdo con usted y con Aprendiz de Brujo en que los insultos ofenden más cuando aciertan con la verdad. Yo creo que lo que nos ofende de los insultos es que alguien nos tenga tanta falta de respeto como para decirnos eso a la cara, sea rigurosamente cierto o sea un "argumento absolutamente peregrino".

De hecho yo, a diferencia de la mayoría de la gente, si me tienen que insultar prefiero mil veces que lo hagan a mis espaldas porque cuando la gente se anima y te empieza a faltar en tu propia cara es cuando ya te han perdido todo el miedo y te toman por el pito de un sereno, que es lo verdaderamente humillante.

Aprendiz de brujo dijo...

Puedo admitir en parte el matiz, Neri. Pero depende de quien venga. El quien es muy importante.