Por suerte, El Pata no me dio clase hasta COU y con dieciséis o diecisiete años no eres un niño impresionable que se asusta con las ridículas manías de un pobre hombre. Pero me pongo en el lugar de un chiquillo desconcertado en un nuevo colegio a catorce de septiembre. Y entiendo perfectamente que alguno regresara a casa llorando el primer día de clase.
Entra un hombre medio calvo y de amorfa figura cargado con un pesado y roñoso maletín. Avanza por el pasillo a toda velocidad. Viste de paisano, a pesar de seguir siendo sacerdote, más andrajosa que humildemente. Incluso desprende cierto olor a rancio y a higiene limitada. Sus viejas y mohosas gafas se mueven ligeramente al compás que marca una acentuada cojera -de ahí su mote- en la pierna izquierda; misma mano con la que carga el maletín. Sin variar su ritmo de unos 80 ó 90 renqueantes pasos por minuto, se aproxima a la mesa del profesor y suelta su maletín dando un sonoro golpetazo. Se sienta; saca un hoja -en alguna ocasión llegó a extraer un taladro o, incluso, un zapato femenino de tacón- y dice con voz chillona, remarcando las erres, las sílabas y los acentos:
- First course, B. ¿Anybody in?
Éste era el escopetazo de salida para una hora exacta -en el colegio las sesiones duraban sesenta minutos- de absurdos y teatralizados protocolos que intentaban convertir, sin conseguirlo, una retahíla de extravagancias e improvisaciones en algo metódico y serio.
A continuación, todos aquellos que estuvieran sentados inmediatamente detrás de un pupitre vacío tenían que levantar la mano y, secuencialmente, indicar los apellidos y el nombre de la persona que faltaba. Después, los que hubieran estado ausentes en los días anteriores debían dirigirse ante El Pata y colocar el justificante correspondiente, sostenido por las esquinas superiores con dos dedos de cada mano, a aproximadamente medio metro de sus ojos. Si algún osado no seguía el protocolo a la perfección, El Pata daba un guantazo al papelito con el objetivo de lanzarlo lo más lejos que fuera posible. ¡Ah! Y pobre de aquel que al levantarse de su sitio hubiera hecho el más mínimo ruido con la mesa o la silla: tendría, como medida correctora, que levantarse de la mesa sin hacer ruido cinco o diez veces seguidas. Algo un poco difícil teniendo en cuenta que, en algunas clases, había más de cuarenta alumnos en un espacio pensado para un máximo de treinta y pocos diminutos pupitres, demasiado pequeños para los cuerpos de bastantes adolescentes.
A renglón seguido, encargaba algún trabajo a su «secretario», el desdichado alumno que estuviera sentado en la primera mesa del aula junto al profesor. El trabajo podía consistir en sacar unas fotocopias o recordarle el nombre de varios alumnos a los que quisiera fastidiar.
Lo que sucediera a continuación era imprevisible. Lo mismo podía preguntar a cualquiera alguna de las reglas mnemotécnicas por él inventadas, independientemente de que alguna vez te hubiera dado clase o que fuera el primer día de curso. Por cierto, el inexistente temario era idéntico en primero de BUP y en COU.
-A ver, señor Núñez, dígame el «DetOpDi».
-Es que yo no me llamo Núñez. Soy Pedro Rodríguez.
-Pues eso, señor Núñez, dígame el «DetOpDi»-. El chico ya sabía que el resto de sus días en el colegio, para El Pata, se llamaría Núñez. ¿Todavía me pregunto cómo pondría las notas?
Y el pobre desdichado, sabiendo que de poco serviría insistir en su verdadero nombre, comenzaba el recital:
-Ummmm. Det-Op-Di-Ag-Sha-Co-Or-Ma-Pur, es una regla mnemoténica inventada por «Gerry»- a El Pata le gustaba hablar de sí mismo en tercera persona y llamarse Gerry en clase de Inglés -para recordar el orden de los adjetivos en una frase: determinant, opinion, dimension, age, shape, color, origin, material, pupurse.
Y así, te podía preguntar decenas de normas parecidas -los verbos de la Z, el cruzado mágico... - que siempre servirían para muy poco.
Igualmente se le podía ocurrir comenzar a gesticular histriónicamente con las manos y hacer aspavientos diversos de forma absurda con la intención de que le dijeras qué preposición era la descrita. Casi todos respondíamos algo al azar.
Otra cosa que le gustaba hacer era pasearse por la clase mientras hablaba de vaya usted a saber qué -una clase nunca enlazaba con la del día anterior y no se seguía una programación, un libro o un temario- y, si veía una mochila que ligeramente le estorbara, liarse a patadas con ella, tanto con la pierna buena como con la mala. Algún día, llegaba a sacar alguna mochila del aula y no dejaba de darle patadas hasta que la arrojaba por la escalera.
Fue imposible quitarle esa costumbre. Ni siquiera, como hizo una vez un chaval, colocando un par de ladrillos en su interior.
A continuación, todos aquellos que estuvieran sentados inmediatamente detrás de un pupitre vacío tenían que levantar la mano y, secuencialmente, indicar los apellidos y el nombre de la persona que faltaba. Después, los que hubieran estado ausentes en los días anteriores debían dirigirse ante El Pata y colocar el justificante correspondiente, sostenido por las esquinas superiores con dos dedos de cada mano, a aproximadamente medio metro de sus ojos. Si algún osado no seguía el protocolo a la perfección, El Pata daba un guantazo al papelito con el objetivo de lanzarlo lo más lejos que fuera posible. ¡Ah! Y pobre de aquel que al levantarse de su sitio hubiera hecho el más mínimo ruido con la mesa o la silla: tendría, como medida correctora, que levantarse de la mesa sin hacer ruido cinco o diez veces seguidas. Algo un poco difícil teniendo en cuenta que, en algunas clases, había más de cuarenta alumnos en un espacio pensado para un máximo de treinta y pocos diminutos pupitres, demasiado pequeños para los cuerpos de bastantes adolescentes.
A renglón seguido, encargaba algún trabajo a su «secretario», el desdichado alumno que estuviera sentado en la primera mesa del aula junto al profesor. El trabajo podía consistir en sacar unas fotocopias o recordarle el nombre de varios alumnos a los que quisiera fastidiar.
Lo que sucediera a continuación era imprevisible. Lo mismo podía preguntar a cualquiera alguna de las reglas mnemotécnicas por él inventadas, independientemente de que alguna vez te hubiera dado clase o que fuera el primer día de curso. Por cierto, el inexistente temario era idéntico en primero de BUP y en COU.
-A ver, señor Núñez, dígame el «DetOpDi».
-Es que yo no me llamo Núñez. Soy Pedro Rodríguez.
-Pues eso, señor Núñez, dígame el «DetOpDi»-. El chico ya sabía que el resto de sus días en el colegio, para El Pata, se llamaría Núñez. ¿Todavía me pregunto cómo pondría las notas?
Y el pobre desdichado, sabiendo que de poco serviría insistir en su verdadero nombre, comenzaba el recital:
-Ummmm. Det-Op-Di-Ag-Sha-Co-Or-Ma-Pur, es una regla mnemoténica inventada por «Gerry»- a El Pata le gustaba hablar de sí mismo en tercera persona y llamarse Gerry en clase de Inglés -para recordar el orden de los adjetivos en una frase: determinant, opinion, dimension, age, shape, color, origin, material, pupurse.
Y así, te podía preguntar decenas de normas parecidas -los verbos de la Z, el cruzado mágico... - que siempre servirían para muy poco.
Igualmente se le podía ocurrir comenzar a gesticular histriónicamente con las manos y hacer aspavientos diversos de forma absurda con la intención de que le dijeras qué preposición era la descrita. Casi todos respondíamos algo al azar.
Otra cosa que le gustaba hacer era pasearse por la clase mientras hablaba de vaya usted a saber qué -una clase nunca enlazaba con la del día anterior y no se seguía una programación, un libro o un temario- y, si veía una mochila que ligeramente le estorbara, liarse a patadas con ella, tanto con la pierna buena como con la mala. Algún día, llegaba a sacar alguna mochila del aula y no dejaba de darle patadas hasta que la arrojaba por la escalera.
Fue imposible quitarle esa costumbre. Ni siquiera, como hizo una vez un chaval, colocando un par de ladrillos en su interior.
12 comentarios:
No le llamo friki porque, como ya dije un día, esta palabra es un peligroso instrumento de control social :-), pero vamos, que me quedo con las ganas...
Disculpe usted, sr. Neri, pero no le entiendo.
"No le llamo friki" a "El Pata".
"Desde el rencor edificaré mi reino" El subdirector del banco arús
jajajaja menudo personaje ese profesor. Yo sí que le llamo friki a este tío, porque es raro raro... Se ve que es todo un maniático.
Pero Subdire, ¿qué sería un colegio sin uno de estos profesores? Seguro que entre antiguos alumnos es al que más recodáis ;-p
Esto ha acabao?
Profesores frikis hemos tenido todos. Yo tenia un profesor de matematicas en bachillerato que el muy cerdo al llegar el buen tiempo solo sacaba a la pizarra a las chicas que iban mas cortas y no dejaba de mirar "disimuladamente". Le llamaban el babas.
Pues no, todavía no ha acabado. Este señor da para rato y, además, hay alguno deseando contar las cosas que me dejaré en el tintero.
Ah, y el señorito ese tan listo, debería saber que El Pata, sólo me suspendió una evaluación y que, además, al pillarme en COU y con ciertas tablas, conmigo siempre mantuvo las distancias. Ya se enterará. Así que de rencor, nasti de plasti, sabiondo.
Pufff, Subdire, ¿suspendía usted inglés? Ahora me explico sus gañanadas linguísticas cuando intentaba ligar con aquellas inglesas en el Camino de Santiago. Le recuerdo bien voceando en espanglish meseteño: ¡¡Across the forest!! ¡quiá!!
Mi inglés, sr. Neri, sólo mejora con unos gintonics. De todas formas, le recuerdo que fue a mí al único que entendieron.
Una question, Subdirector. No va con segundas ni con terceras. Es que me interesa su opinión. ¿Prefiere los tiempos de "El Pata" o la de los profes que no pueden entar en el aula porque peligra su integridad física?
Atentamente:
Profe que se dedica a otros menesteres y que ha visto volar pupitres por encima de su cabeza, mear a críos que no podían salir del aula por seguridad (nunca se sabe si utilizan el extintor para jugar o para aplastar a otro alumno), la mano de un skin en su bolsillo y sacar un objeto punzante a la hora del patio...
Pues mire, Sunsi, ni tanto ni tan calvo. No creo que El Pata fuera un profesor con autoridad sino un simple chalado.
Tenía en mente dedicar otra entrada futura al que creo fue el mejor profesor que tuve en mi vida, y los he tenido bastante buenos, un anciano fraile que murió "al pie del cañón".
En los tiempos de El Pata, si el profesor no se hacía respetar a sí mismo, como le sucedió a su predecesora, también se lo comían con patatas. Los chicos no son ni peores ni mejores que hace 500 años pues su genética es la misma.
Ante había, quizás, mayor respeto al profesor cuando, además de que éste se hacía respetar, se contaba con el apoyo de padres y superiores (cosa que no ocurría siempre).
Ahora también hay cosas en las que se ha mejorado pues, por poner un ejemplo, los alumnos no están indefensos ante las arbitraridades de los profesores a la hora de ser calificados.
Gracias, Subdirector. Estoy completamente de acuerdo en el tema de la arbitrariedad. Conste que no considero a los "Patas" buenos profesionales. Me refería a los tiempos de...
Un saludo
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