domingo, 30 de junio de 2013

LA ESCOPETA NACIONAL

Canivell, su "secretaria" Mercé, y Cerrillo
La escopeta nacional (1978) es una obra maestra de Luis García Berlanga de la que me confieso fan incondicional. La habré visto decenas de veces y cada vez descubro alguna genialidad nueva. Se trata de uno de los mayores éxitos del irrepetible cineasta valenciano, en cuyo guión (escrito por él y por Rafael Azcona) hace gala de un conocimiento exhaustivo del ambiente sociopolítico del tardofranquismo y de todos los fenotipos humanos de aquel momento, así como de una mordacidad despiadada y no por ello menos divertida. Irónica, caótica y surrealista por momentos, esta cinta es una de las mayores muestras del fino oído y de la capacidad de observación  del maestro Don Luis, ante el que hay que quitarse el sombrero, pues nos regaló una aguda –y en el fondo triste– reflexión sobre las motivaciones humanas y un retrato inolvidable de nuestra idiosincrasia nacional. 

Ahí van, por orden de aparición,  las mejores frases y diálogos de la película (añadiré más a sugerencia de los lectores):


Canivell: Perdone, pero ahí dentro, en el salón, hay un degenerado que se la está pelando a cuenta de la señorita. 

...


 Cerrillo: Doña Laura, en el Pardo, lo que queráis.



Cerrillo: Canivell, no me pregunte por qué he invitado a estos; estos están ahora en todas partes.

Canivell: ¿De la Obra?

Cerrillo: Evidente, querido Watson. 



Canivell: Qué jaleo con las perdices, ¿verdad, padre? ¿Ocurre siempre?

Padre Calvo: ¿Cómo? Pero, hombre, pero si es que esta gente, estos indios, no saben lo que es educación.



Padre Calvo: Todos los curas de España estábamos allí, pero los curas de verdad, ¿eh?, no esos comunistas del concilio, hijos de mala madre…

López Carrión: Sin exagerar, padre, sin exagerar. Equivocados, engañados…



Marqués: ¡Eh! ¿Les gusta el taco?

Canivell: Oh, riquísimo, todo riquisimo.

Marqués: Pues se dice, se dice, que me cuesta quinientas pesetas por cabeza.

Canivell (en bajo): Caray, el marqués se ha pasado, ¿eh?

 


Padre Calvo: ¡De rodillas! ¡De rodillas delante de tu mujer, insensato!

Luis José: ¡Mi mujer! ¡Eso no es culpa mía, sino de la Rota! ¡Le consta que llevamos diez años detrás de la anulación. 

Padre Calvo: ¡Pero cómo la Rota! ¡Ni Rota ni nada! ¡Unidos en el bien y en el mal, crápula! ¡Juntos hasta que la muerte os separe! ¡Lo que yo he unido en la tierra no lo separa ni Dios en el Cielo!


Marqués: ¡Pero qué escándalo ni qué cojones! ¡Si mi hijo se quiere llevar una golfa a la cama, pues que se la lleve!

Korchosky: ¡Hombre, marqués, me estás ofendiendo!

Marqués: ¡Ajá, es cierto! Usted es el novio de esa señorita, ¿no? Pues nada, cuando mi hijo haya terminado con ella, me dice lo que le debo y en paz. ¡Y no me tutee!

Canivell: Un contable mío, qué coño… ¡el marido de mi secretaria!..., al enterarse de que yo y ella estábamos liados, se subió a una torre de la Sagrada Familia. Oye, nada, ni los bomberos, ni la policía, ni siquiera un jesuita lo podían convencer para que no se tirara. Bueno, pues subí yo y a los dos minutos ya estaba dentro. Y en el despacho lo tengo de administrador, con unos cuernos así pero encantado.



Padre Calvo: Le decía … le decía que yo ya tengo acólito, el señor López Carrión, el que va a ser ministro.

Canivell: Ah, claro, claro, lo merece, sí señor.

Padre Calvo: Siempre que viene por aquí me ayuda, y muy bien por cierto, un cristiano ejemplar.

Canivell: Como yo, como yo. 

 


Padre Calvo: El manípulo, vamos, el manípulo… ¡Pero, hombre, le he pedido el manípulo, coño! ¿Pero usted pretende ayudar a misa?


Canivell: Bueno, ¿qué, qué, qué tal, qué tal le fue ayer la caza?

Padre Calvo: Mal, mal, fatal… Porque yo mato, ¿eh?, yo mato. Porque a estas cacerías viene cada sinvergüenza. ¡Dieciocho piezas me robó ayer el gángster ese americano! ¡Y encima el tío se reía! Pero hoy no trago, no, no, hoy al que quiera robarme una pieza le disparo, como hay Dios que le vuelo la cabeza de un escopetazo. 



López Carrión: El telegrama a Roma no lo ponéis hasta que esté confirmado

Castanys: ¿Más confirmado?

López Carrión: Ah, y otra cosa, mientras yo estoy en la audiencia, tú, Castanys, telefoneas a mi madre.

Castanys: Sí, Ricardo, pero ¿qué le digo?

López Carrión: Prepárala para el notición.


Canivell: [en catalán]: Castanys, no sé qué decir… Ha sido todo un malentendido.

Castanys: En castellano, Canivell, en castellano.

 


Canivell: Castanys, ante todo muchas gracias por habernos abierto los ojos a mí y a la pobre Mercé. Lo dejamos, terminado, mi palabra de honor. Arrepentidísima, toda la noche llorando. Y yo, imagínate, he estado ciego, ciego…

Castanys: Me alegro por los dos. Esa situación, Canivell, aparte del escándalo, jugarse así la salvación por una relación vergonzosa...

Canivell: Que sí, que sí… El libro, no sabes lo que nos ha ayudado el libro… Te quiero explicar una cosa. Quiero lanzar al mercado un aparato que…

El padre Calvo defendiendo sus perdices. "¡Nunca contra la Iglesia, huevudo!"

viernes, 28 de junio de 2013

¿CUÁNTO GANAS?

Parece ser que, en comparación con otros países, en España somos muy reacios a confesar nuestro sueldo.

En mi caso es así. Solo conocen la cifra de mi salario tres personas de mi círculo familiar más cercano, y la razón es que considero el nivel de ingresos uno de los datos más íntimos y personales, pues conocerlo puede facilitar mucha información sobre la actividad profesional de uno, su capacidad económica y el estilo de vida que podría o debería llevar. El principal motivo por el que no me gusta decir cuánto gano es por tratarse de un dato que en realidad no interesa nadie salvo por motivos de cotilleo insano puro y duro. Una vez conocida (o imaginada) la cantidad es muy raro que la gente se resista a hacer toda clase de interpretaciones relacionándola con la clase de vida que lleva el sujeto, incurriendo en críticas en todo caso, pues si la remuneración es alta y la persona no es suntuosa, será un rata, pero si los honorarios son modestos y el tipo en cuestión se pega unas buenas vacaciones, será un manirroto y un irresponsable. Nunca hay término medio.

Compruebo que mucha gente tiene la misma actitud que yo y que les da cosa hablar del dinero que ganan. Además estoy convencido de que un alto porcentaje de los que sí lo cuentan, normalmente sin que nadie les pregunte, mienten sin ningún pudor, creyéndose ellos mismos sus mentiras, ya que hablan en bruto o en neto según les conviene, prorratean la extra maliciosamente, se lanzan a audaces redondeos o se refieren a la mensualidad más alta de todo el año.

He observado también que no guarda relación el nivel de los emolumentos con la naturalidad para hablar de ellos. Es cierto que cierto perfil de trabajador con renta muy baja puede llegar a sentir complejo y a no a mencionar jamás su estipendio (o a mentir sobre él), y también que a determinados cretinos con salario elevado les encanta refrotárselo en los hocicos a sus amigos, pero a mí me da la impresión de que se trata más bien de una forma de ser o de una mentalidad, y que se pueden encontrar tanto ricos como pobres que detallen sin el menor rubor sus haberes.

También resultan muy curiosas las estratagemas que utilizan algunos para preguntar a sus conocidos cuánto ganan. Hay cotillas con muy distintos grados de sutileza, aunque la táctica más común es desgranar primero ellos su sueldo para comprometer a su interlocutor y obligarle moralmente a corresponder la confidencia, truco en el que solo pican los débiles mentales sin personalidad. A mí tanto confesar como preguntar, pero sobre todo lo segundo, me parece una indelicadeza grave que debe atajarse con la adecuada contundencia, aunque hay quien prefiere acogerse al viejo refrán castellano que reza: “Al que mucho pregunta, poco y al revés”.

En cuanto a los ingresos de los funcionarios, hay un lugar común, que incluso ellos utilizan, que es suponer que son públicos y que cualquier puede conocer lo que ganan consultando en el correspondiente boletín oficial. Se trata de una verdad a medias, ya que si bien cada año se publica una disposición detallando las retribuciones de todos los cuerpos y niveles del personal al servicio de las administraciones públicas, en la práctica solo los iniciados son capaces de interpretar esa información, dada la complejidad del sistema retributivo, basado en complementos, productividades, pluses, grados y otros mil conceptos imposibles de cuantificar con exactitud salvo que se conozcan todos los detalles del puesto de trabajo.

Para terminar, hago una pequeña autocrítica a esta resistencia de los españoles a hablar de sus ingresos. Es cierto que pueden hacerse lecturas positivas de esta manera de ser, pero en el fondo yo me pregunto si detrás de todo no estará latente un clasismo y un materialismo brutales, la idea subconsciente de que preguntar cuánto ganas es preguntar cuánto vales, y de ahí nuestro puritanismo a la hora de tratar estos temas.

miércoles, 26 de junio de 2013

UNA CONCEJALA MUY ESPECIAL

Esta noticia sobre mi ciudad ha saltado a todos los medios nacionales. En las próximas semanas una joven con síndrome de Down, que figuraba con el número 18 en las listas del PP de las últimas elecciones, se convertirá en concejala del Ayuntamiento tras la renuncia del presunto chorizo Jesús García Galván. Será la primera persona discapacitada psíquica (reconocida) que ejerce un cargo de edil en una capital de provincia.

Este curioso suceso, del que aún nadie ha osado hacer valoraciones críticas, debería sorprender como mínimo a cualquiera que no sea un hipócrita. Me parece perfectamente legítimo que los vecinos de mi ciudad se pregunten si una mujer con semejante anomalía intelectual se encuentra realmente capacitada para ejercer un cargo público de esa naturaleza en un municipio de casi 350.000 habitantes, es decir si cabe esperar de ella no ya una adecuada preparación para el puesto y un conocimiento básico de los rudimentos de la política municipal, sino la suficiente madurez, independencia personal, equilibrio emocional, autocontrol, habilidad social, soltura y sagacidad para defender sus posturas, por ejemplo, en los debates del Pleno.

Por supuesto defiendo la integración social de los minusválidos, lo que incluye su normalización laboral en la medida que se garantice la compatibilidad de sus limitaciones con los requerimientos del puesto de trabajo. Y me refiero tanto a las discapacidades físicas como a las psíquicas, pues de igual modo que resulta obvio que un señor en silla de ruedas difícilmente podría ser albañil o una mujer sordomuda no podría prestar un servicio de atención telefónica, también debería serlo que un esquizofrénico no pueda trabajar de maestro de Primaria ni un retrasado mental de directivo de la NASA.

Reconozco sin embargo que las limitaciones intelectuales resultan mucho más subjetivas que las físicas, como lo demuestra el hecho de que subnormales notorios (aunque sin certificado de discapacidad del organismo competente) han desempeñado o desempeñan en la actualidad enjundiosas responsabilidades incluso en el ámbito de la política. De hecho yo me pregunto sinceramente si la nueva concejala de mi ciudad de verdad será menos competente para la gestión pública que Zapatero y Rajoy, por poner dos de los muchos ejemplos que se me ocurren.

El alcalde y la nueva concejala
Pero la miga del asunto está en que nuestro alcalde metió en las listas a esta persona únicamente por motivos cosméticos, como guiño políticamente correcto al reto de la integración de discapacitados, aunque resulta que hizo mal sus cálculos y la colocó demasiado arriba al no prever una victoria tan rotunda en las elecciones ni la futura dimisión de uno de los ediles. Una maniobra parecida, aunque por fortuna mejor calculada, fue la de incluir con el número 26 al hijo de un conocido patriarca y mediador gitano, si bien hemos de admitir que ni un calé habría mangado la pasta que (presuntamente) se ha llevado el munícipe recién procesado.

Lo que pasa es que la mujer que ahora accederá a este cargo público padece una discapacidad reconocida y certificada cuyos rasgos característicos todos conocemos, lo que a mí por lo menos me lleva a pensar si los vecinos de mi ciudad no tenemos derecho a un regidor más capacitado e inteligente, toda vez que, aunque no vaya a dirigir un área, el desempeño de una concejalía en una ciudad de este tamaño se supone que reviste ciertas complejidades que, en fin, no me parecen muy abordables por una persona con este trastorno genético.

Ella es auxiliar administrativo del Ayuntamiento (desconocemos si por oposición) y al saberse la noticia muchos medios de comunicación se han apresurado a subrayar que “cumple perfectamente con su trabajo y se encuentra muy integrada con el resto del personal”, algo que jamás habrían dicho si la nueva concejala no fuera down. Del mismo modo preveo que, atenazada por la dictadura de la corrección política, ni la propia oposición, siempre furibunda contra el alcalde y su equipo, se atreverá a criticar la tarea de gobierno que pueda llevar a cabo esta mujer, aunque estén en total desacuerdo con sus decisiones (en caso de que las tome ella misma) o aunque merezca ser criticada, pues preferirán no parecer nazis.

A quienes defienden con entusiasmo su acceso a la política municipal argumentando razones de oportunidad, de imagen o incluso asegurando que es capaz para el puesto, yo les preguntaría si también considerarían oportuno o posible que un down llegara, por ejemplo, a la presidencia del Gobierno, y si piensan que lo merecería objetivamente en comparación con otros posibles candidatos. Me gustaría saber hasta qué límite puede llegarse encomendado responsabilidades políticas a discapacitados intelectuales para dar ejemplo de integración social. ¿Por qué con una concejalía de mi ciudad muchos lo ven bien pero quizá no se entendiera con la titularidad de un Ministerio? ¿Quién decide hasta dónde son tolerables estas operaciones propagandísticas?

domingo, 23 de junio de 2013

CICLISMO EN VALLADOLID (por Un vallisoletano madrileño)

 
Estamos en el mes de junio, en plena temporada ciclista, de hecho se está corriendo el Tour de Francia, y repasando mi  archivo de viejas fotografías me quedo mirando una, supuestamente, del diez de mayo de  mil ochocientos noventa y seis que tiene toda la gracia y el regusto de las viejas imágenes de finales del siglo XIX. 
 
Se trata de una fotografía de “Viuda e Hijos de Fernández”, que trabajaron en Valladolid con estudio fotográfico entre los años 1896 y 1903, en la calle de Las Angustias. Está positivada en papel de albúmina y tiene unas medidas de 220 x 162 mm. y colocada sobre un cartón comercial del citado gabinete fotográfico. 
 
En ella se ven once ciclistas “senior” y un niño en triciclo acompañados de una multitud de aficionados, así como del  “guardia municipal” correspondiente. Está tomada desde la puerta de la iglesia de las Angustias y a la izquierda se ve el soportal del Teatro de Calderón, al fondo una ventana del Palacio Arzobispal y a la derecha la “Imprenta y Librería de Gaviria y Compañía”, en el número 1 de la calle Alonso Berruguete. Todo ello en pleno centro de Valladolid. 
 
La fotografía no lleva fecha, pero después de curiosas investigaciones es casi seguro que se trate de una excursión en bicicleta que se realizó el citado día, diez de mayo de mil ochocientos noventa y seis, organizada por el club ciclista “Unión Velocípeda Española”, hasta Venta de Baños en Palencia. El salir desde este lugar está motivado porque en la citada calle de Alonso Berruguete, en el número 4, se encontraba el local social del citado club ciclista.  Allí se editaba la revista Valladolid ciclista, dirigida por Don Narciso Alonso Cortés, muy aficionado al ciclismo y que precisamente era uno de los participantes en  la citada excursión, el sexto ciclista de izquierda a derecha. Otros de los participantes eran los hermanos Delibes Cortés, Luis y Adolfo, este padre del futuro gran escritor vallisoletano Don Miguel Delibes Setién, que es el tercero empezando por la izquierda. A su hermano Luis no le consigo identificar. Otro de los participantes es José Gómez Sigler al que tampoco identifico. 
 
El motivo de la citada excursión es que allí, en Venta de Baños, estaba preparada una reunión con otros clubs ciclistas de Burgos y Palencia a las doce del mediodía en “la más acreditada fonda de Venta de Baños con un almuerzo al precio del cubierto de cinco pesetas”. 
 
Don Narciso Alonso Cortés, nacido en Valladolid el 11 de marzo de 1875, fue poeta investigador e historiador literario, catedrático y director del Instituto Zorrilla, de Valladolid, primer director de la Casa de Cervantes, académico de la Academia Española de la Lengua e Hijo Ilustre de la Ciudad de Valladolid. 
 
Don Adolfo Delibes Cortés, nacido en Molledo, Cantabria, fue catedrático y director de la Escuela de Comercio de Valladolid. Tuvo ocho hijos siendo el tercero el citado escritor Don Miguel Delibes. 
 
Esta es la pequeña historia de esta fotografía que nos deja ver los inicios del ciclismo en esta ciudad de Valladolid. 
 
Esta fotografía ha sido publicada en diversas publicaciones sobre el deporte vallisoletano a finales del siglo XIX así como en Historia de la fotografía en Castilla y León, debido a su calidad, conservación así como tratarse de un pequeño documento en la historia de nuestra ciudad. Se consiguió ya hace más de veinte años removiendo montones de fotografías de esa época en una trapería de Valladolid.
 
 
NOTA: Un vallisoletano madrileño es un amigo y lector de La pluma viperina que colecciona postales y fotos históricas de toda España y, en especial, de Madrid y de la capital del Pisuerga.

viernes, 21 de junio de 2013

SEPU Y LA FALANGE


Creo que cualquier español y desde luego todos los madrileños se acordarán de los famosos almacenes SEPU (Sociedad Española de Precios Únicos) y de su alcanforado lema: “Quien calcula compra en SEPU”. Fue la primera gran superficie comercial del país; se fundó en 1934 por dos judíos suizos y cerró en 2002 tras la mala gestión de sus últimos propietarios, de origen australiano. Su famosa gran tienda de Gran Vía fue sin duda el antecedente primitivo de Galerías Preciados y de El Corte Inglés, y llegó a formar parte imborrable del paisaje urbano madrileño y de la memoria colectiva. Yo tengo una tía que trabajó allí de dependienta y cuando iba a verla siempre me regalaba algo.

Lo que quizá no todo el mundo conoce es la curiosa relación de este negocio con el movimiento fundado por José Antonio Primo de Rivera. Por varios motivos la marca SEPU ha quedado ligada históricamente a Falange Española, aunque no precisamente para bien.

Nada más constituirse la empresa por los comerciantes hebreos Henry Reisembach y Edouard Worms, e inaugurarse su segunda tienda en Madrid en 1935 (la primera se abrió en Barcelona), dos escuadras falangistas, dirigidas por Agustín Aznar, asaltaron violentamente el establecimiento, provocaron daños materiales de diversa consideración y boicotearon las ventas hasta que apareció la policía. La razón fue “defender a los tenderos españoles del nuevo sistema de grandes almacenes impuesto por el capital extranjero”, por el capitalismo creado por “la internacional conspiración judaico-masónica”, y, al mismo tiempo, ejecutar una represalia por el despido arbitrario (por sus ideas) de varias dependientas afiliadas al recién nacido sindicato nacionalsindicalista CONS.
El inolvidable Agustín Aznar

Desde entonces y hasta el comienzo de la Guerra Civil no cesaron los boicots falangistas contra la compañía. Se llevó a cabo una campaña sistemática de acoso y derribo, directamente inspirada en los asaltos nazis a comercios judíos alemanes y basada casi siempre en la rotura de los escaparates. Incluso el semanario Arriba llegó a publicar un artículo titulado Siempre SEPU, en el que se denunciaba la explotación de los trabajadores por esta empresa: “Estos judíos de SEPU dan motivos para ocuparse de ellos diariamente, por sus relaciones con los empleados que explotan. Si basta su sola presencia para producir indignación, los atropellos que con su personal cometen bastan para sublevar al más tranquilo. Nosotros preguntamos ¿SEPU disfruta de patente de corso? ¿Quién ampara a SEPU? ¿Conoce el director de Trabajo los casos de SEPU?”

Pero estos incidentes, en mi opinión muy comprensibles y una muestra más de la generosidad y la sensibilidad social de los camisas azules de la época, no son el único motivo de la ya eterna ligazón entre SEPU y el falangismo en el imaginario popular. De que cada vez que se hable de estos viejos almacenes surja como un resorte en las mentes de los madrileños el nombre de Falange y de su Fundador, tiene la culpa un chiste popular ideado en la década de los 40. Desde el primer momento la tienda de Madrid tuvo dos puertas que daban respectivamente a la Gran Vía y a la calle Desengaño. Pues bien, cuando en 1939 la gran arteria comercial pasó a denominarse Avenida de José Antonio, a algún ingenioso se le ocurrió la chanza de que la Falange se parecía a SEPU en que se entraba por José Antonio y se salía por desengaño. Una forma de tomarse con humor lo que tantos patriotas sintieron a la vista del Decreto de Unificación y de la deriva ideológica del Movimiento en manos de Franco.


Más sobre la Falange en La pluma viperina:

- Breve y truculenta historia del aceite de ricino
- Cara al sol

miércoles, 19 de junio de 2013

PUNTUALIDAD

Desde niño he sido muy puntual y, como casi todos los puntuales, he llevado malamente las impuntualidades ajenas. Pero parece (y he tardado mucho en darme cuenta) que en países como España, los que llevamos a gala ser estrictos con el reloj tenemos la batalla perdida.

Yo he hecho lo imposible por atajar la impuntualidad de mis amistades y todos mis esfuerzos han sido inútiles: malas caras, burlas, protestas, decir a los reincidentes que se quedaba media hora antes, e incluso largarme sin contemplaciones, rompiendo la cita, si la cosa pasaba de castaño oscuro. Salvo cuando quedaba con señoritas, se entiende, que sonreía como un querubín aunque me tocara esperar tres cuartos de ahora.

Siempre me han intrigado los motivos por los que la gente es impuntual. En principio, no llegar a la hora a los sitios es una falta de respeto hacia los que deben esperar tu llegada, pero hay que reconocer que lo peor de este fallo es lo poco equitativamente que se reparte, es decir que no es que un día llegue tarde uno y otro día otro, sino que lo normal es que los tardones sean siempre los mismos. Es algo muy relacionado con el carácter o la personalidad. Yo lo solía achacar a una mente desordenada, a una falta de disciplina y de organización, o a un egoísmo que lleva a considerar siempre más importantes los asuntos propios que los ajenos, pero últimamente considero que esta es una interpretación demasiado gruesa, ya que sé de gente muy maja, generosa, bastante metódica y responsable a la que siempre me toca esperar bastante cuando quedo con ellos.

Posiblemente sea un cúmulo de algunos de estos factores y otros distintos, entre ellos el interés que suscite el encuentro o actividad, lo atareada que esté la persona, la pereza, la dejadez (dejar las cosas para el último momento y andar siempre pillado), el estrés o la hiperactividad (pretender hacer muchas cosas a la vez o en poco tiempo). Por ejemplo, no creo que todos los impuntuales sean gente muy ocupada, pero la observación me ha hecho concluir que un tío que llega siempre al minuto a todo tipo de citas suele llevar una vida más bien ociosa, sin que sea una regla absoluta.

Y aun así, cuidado con mis reglas, porque ya digo que yo conozco a alguno que era impuntual a los doce años y ahora lo sigue siendo igual o más. Posiblemente, en estos casos extremos sí podamos hablar de una dejadez y un pasotismo congénitos, aunque estos señores, qué cosas, siempre llegan pronto si quedan con una maciza o a un examen o entrevista donde se juegan un puesto de trabajo.

Con la puntualidad no caben normas absolutas. En general, vulnerarla sí me parece una falta evidente de consideración, pero hay muchos niveles de gravedad. Por ejemplo, creo que son inaceptables los retrasos a citas de tipo profesional, académico, o en las que rijan ciertas formalidades. También me molesta mucho la falta de diligencia con la hora cuando hay personas que deben esperar sin poder ir haciendo otra cosa o en situación de especial incomodidad (en la calle con lluvia, frío o calor intenso; a horas intempestivas; después de un madrugón, o una persona sola). Sin embargo, y es de cajón, en contextos de amistad y de ocio, cuando quedan varios amigos, normalmente en un bar, y se esperan unos a otros tomando un chisme, no es cuestión de ser tiquismiquis con el minutero.

Pero, ¡cuidado!, porque por culpa de los móviles y del whatsapp, el vicio de la impuntualidad ha adquirido nuevas dimensiones. Con eso de que todo el mundo está localizable y se puede saber en cualquier momento en qué local está el grupo de colegas, la hora de quedar se ha convertido en un concepto más elástico que el chicle, hasta el punto de que es una situación más que típica que te presentes en el bar de turno a la hora orientativa y te toque esperar a ti solo un rato largo; eso sí, tras haber recibido cinco mensajitos avisando de que “llego un poco tarde”, “tardaré veinte minutos”, “avisadme a dónde vais después”.

Lo jodido era cuando estaba en la universidad y quedábamos quince en la plaza un sábado de enero, a las diez de la noche, que al que llegaba el último daban ganas de lincharlo, pero es que si no lo esperabas se quedaba colgado porque no había ni móvil ni nada.

Otra cuestión importante es lo contagiosa que es la impuntualidad. De hecho muchas personas que siempre hemos sido ultraprecisos con el horario hemos ido relajándonos con los años por el único motivo de no ser los únicos tontopollas que llegamos a tiempo y tener que esperar siempre. ¡Los impuntuales siempre salen victoriosos!

Por último, subrayar de nuevo que el hábito de la puntualidad no puede ser absoluto ni convertirse en manía como de hecho yo también he llegado a ver en algunos, que, por el prurito de no perder su fama de diligentes, son capaces de dejar a su madre muriéndose. Hay que saber ponderar cada situación y ordenar los compromisos y las necesidades por su importancia real. Al fin y al cabo, como decía Francisco Umbral, la puntualidad es la moral externa de los hombres de moral contradictoria.

domingo, 16 de junio de 2013

APELATIVOS CARIÑOSOS

Una de las normas de respeto más elementales consiste en dirigirse a nuestros interlocutores de forma adecuada. No hablo tanto del tratamiento de usted –que también– a aquellas personas que no conocemos, pues esta bella costumbre casi cabe darla por extinguida. Simplemente me refiero a no emplear, por ejemplo, apelativos confianzudos e inapropiados al menos con personas con las que acabamos de encontrarnos o poco más: dependientes, clientes, personal de atención al público, o vecinos o compañeros de poco trato. Para ganar el derecho a utilizar epítetos o sobrenombres cariñosos es imprescindible alcanzar cierto grado de amistad, de confianza e incluso de intimidad, pero esta no parece ser, ni mucho menos, una opinión generalizada en nuestro país, donde se abusa constantemente de estas muletillas para mi desesperación.

Vaya por delante que estoy seguro de la buena intención de la gente en la mayoría de los casos y que por ello contengo mis malas caras, pero me parece una costumbre feísima y una falta de tacto enorme tratar así a los demás. Otras veces (las menos) estos tratamientos pueden estar indicando, de forma muy velada y hasta inconsciente, en qué consideración se tiene a los destinatarios de los mismos: si se los considera muy jóvenes, de posición social o jerárquica inferior (paternalismo) o poco merecedores de cualquier formalidad.

Me doy cuenta de que según voy cumpliendo años cada vez se dirigen menos a mí con estas palabritas ridículas, pero hay mucho recalcitrante que las usa con cualquiera independientemente de la edad (por ejemplo, bastantes quiosqueras o dependientas de carnicería, pescadería y verdulería).

Voy a intentar sintetizar, de las muchas que se utilizan, las que a mí más me cabrean. La lista sería esta (en negrita las que me ponen en el disparador y subrayadas las que me inspiran cierta benevolencia):

Majo (muy de Segovia), majete, majetón, macho, campeón, tío, chico, colega, hijo, chaval, chavalote, bonita, guapo, reina, cariño, amigo, amiguete, amor, cielo, tronco … (ampliable según se me ocurra o propongan los lectores).

Otro día dedicaré un post al entrañable mundo de los apelativos en la pareja…

PD: Advierto a los posibles graciosos que cualquier comentario dirigido a mí que contenga alguno de estos términos (o similares) será fulminantemente censurado.

sábado, 15 de junio de 2013

LÍDERES JÓVENES

Estoy convencido de que cualquier empresa u organización (también los partidos políticos) tiende a funcionar mejor si sus máximos responsables son gente joven. Creo firmemente en los jóvenes porque me parece que su ilusión, sus energías, sus mayores posibilidades de movilidad, su mayor creatividad y su falta de prejuicios y ataduras personales suelen imprimir mayor frescura y eficacia a cualquier entidad que dirijan. Me entusiasma el modelo de liderazgo y la entrega de los directivos que rondan los treinta.

El handicap aparente de estos jefes es su bisoñez. Han vivido menos situaciones y tenido menos experiencias que los veteranos, y, por ello, en teoría, podrían desenvolverse peor en ciertos campos o no anticiparse a ciertos problemas. También suele decirse que no han tenido tiempo de acumular conocimientos, de especializarse, por lo que técnicamente son más flojos que los profesionales de mayor edad.

Yo, en cambio, rompo y espero seguir rompiendo siempre una lanza por la juventud. La falta de experiencia tiene también una cara positiva de la moneda, que es no haber adquirido aún manías o malos vicios, no haberse acomodado aún ni ser esclavo de la muletilla “esto siempre se hizo así”. Y de la menor cualificación derivada de esta falta de horas de vuelo, también puede hacerse una lectura favorable; yo creo que los recién titulados tienen los conceptos más frescos y muchas ganas de aplicarlos sin tabúes, condicionantes o intereses ajenos a la pura profesionalidad. Por otra parte, todo se aprende si hay entusiasmo y desde luego hay edades en que es mucho más fácil absorberlo todo como una esponja.

Por lo general, un líder joven o muy joven llega al puesto sin vendas en los ojos, sin estar picardeado y con una actitud mucho más auténtica. Siempre he creído que mandar es cosa de jóvenes.

miércoles, 12 de junio de 2013

PROTECCIÓN DE DATOS

A pesar de la obsesión que parece haber por la protección de los datos de carácter personal y de la existencia de una rimbombante Ley Orgánica que regula la materia, de un reglamento, de una Agencia estatal y de cien mil chiringuitos dedicados a sacarnos la pasta con este pretexto, yo tengo la sensación de que vivimos el momento de la historia en el que menos se ha respetado la información referente a la intimidad de las personas.

Y es más que una sensación. Por ejemplo, tengo la absoluta certeza de que a nuestros datos bancarios y a la información clínica que figura en nuestro historial médico (que ahora es electrónico) puede acceder mucha más gente de la que imaginamos, simplemente para cotillear. Es decir, que hay empleados en la banca y en la sanidad pública que pueden meterse y se meten en los expedientes de sus conocidos para fisgar sus nóminas, movimientos, enfermedades o tratamientos médicos, sin que estas conductas estén en absoluto bajo control, sin que haya comprobaciones por parte del banco, de la Administración o de organismos externos de fiscalización de quién accede en cada momento y si efectivamente lo hace con una finalidad estrictamente relacionada con su puesto de trabajo y con ese expediente concreto.

Confiar en el deber profesional de sigilo de esta gente es un acto de fe de una ingenuidad clamorosa.

Ha contribuido mucho a que se produzcan estas situaciones la proliferación de bolsas masivas de sustituciones, de becas y de contrataciones de personal eventual sin ninguna fiabilidad.

El tema desde luego es para echarse a temblar o para descojonarse de este sistema absurdo que nos han impuesto solo para que unos cuantos listos saquen su tajada.


Sobre este tema en La pluma: Todo el mundo tiene que comer

domingo, 9 de junio de 2013

AMBICIÓN

La ambición, en una proporción razonablemente generosa, constituye uno de los ingredientes estrella del cóctel de la vida. Cualidad con dos caras de la moneda (en forma de virtud y de defecto) e íntimamente relacionada con la autoestima, fue socialmente ensalzada en el pasado incluso reciente, pero hoy en día se tiende a confundir con la avidez, y se encuentra deslustrada al menos de boquilla en esta sociedad ñoña y formalmente igualitaria. 

La delgada línea roja que separa la ambición personal legítima de la codicia de las aves trepadoras hay que buscarla en el derecho que todos tenemos a recoger el fruto de nuestro esfuerzo y a marcarnos objetivos ajustados a nuestra capacidad. El problema fronterizo surge de lo mal que solemos autoevaluarnos, incurriendo en modestias paralizantes o en soberbias ciegas que nos llevan a derrochar energías inútilmente. 

Solo aquellos que conozcan bien sus talentos y limitaciones, sean honrados consigo mismos y tengan el respeto al prójimo como bandera o como freno, podrán ser ambiciosos sanos, de esos que dejan volar sus sueños y luego se lanzan a cumplirlos.

viernes, 7 de junio de 2013

¿TIENES UN CIGARRO?

Debo admitir que me irrita mucho que me moleste la gente a la que no conozco, que me paren por la calle para venderme cosas, para ofrecerme publicidad o para pedirme limosna. Por lo general, cuando camino por la ciudad voy con prisa o bien estoy disfrutando de la noche o de un paseo con mis amigos, y me revienta que me interrumpan salvo que se trate de una emergencia o necesidad imperiosa, como un accidente o algo así. Lógicamente transijo con que me pregunten por una calle o dirección, si están perdidos, y doy las indicaciones pertinentes con corrección pero sin enrollarme con chácharas estériles. Reconozco que soy un tipo más bien cortante y poco amigo de las confianzas y expansiones verbales con desconocidos. Por ejemplo, me suele encabronar que alguien intente darme conversación en el autobús.

Mi teoría es que en los espacios públicos la gente debería desenvolverse sin dar la coña a nadie, sin entablar diálogos sin sentido, sin proferir comentarios en voz alta, sin hacer ruidos molestos y, sobre todo, sin impedir el paso de los demás ni obligar a nadie a detenerse salvo fuerza mayor. La gente debería ir sencillamente a su bola.

Pero entre todas las incidencias que pueden interferir en mi camino, la que más me molesta de todas es la del típico jovenzuelo con pinta de tirado que al cruzarse conmigo me pregunta de sopetón: “¿tienes un cigarrro". No es raro que aderece la pregunta con un "oye, chavalote", que me provoca inmediatos deseos de ahorcarlo.

Suelo adivinar con muchos metros de antelación y casi sin margen de error quién me va a pedir tabaco. El fenotipo es inconfundible. Casi siempre se trata de un varón de entre 18 y 30 años, solo, con cara de colgadete, aire amacarrado, andares de orangután y extracción social tirando a bajuna, que, invariablemente, se encuentra en una de estas dos actitudes: caminando a toda velocidad como si huyera de algo, o sentado en un banco o apoyado en cualquier pared de modo sospechoso.

Tengo que decir que estas espontáneas peticiones me las hacen con bastante frecuencia, y eso que no fumo. No me quiero ni imaginar la torra que tienen que darles a los que suelan llevar un pitillo en los labios.

Me llama mucho la atención que siempre sean chicos y nunca chicas los que me abordan por este motivo, y creo que una de tres: o los hombres son mucho más jetas, o las chavalitas piden cigarrillos solo a mujeres para evitar equívocos y confianzas excesivas, o -lo más probable- se los pidan a tipos más jóvenes o más guapos que yo.

Después, por mi manera de ser y de pensar, soy incapaz de comprender esta conducta. ¿Qué hace pensar a estos jovencitos que les van a dar tabaco gratis, así por el morro, cuando encima lo piden a bocajarro, de la forma más burda posible, sin pararse ni un segundo, sin un "buenos días" o un "buenas tardes", y, por supuesto, sin un "por favor". Suelen ir pidiéndolo incluso a distancia y a voces a todos con los que se cruzan.

A veces he llegado a pensar que existe una especie de regla solidaria no escrita entre los fumadores para auxiliarse entre sí, pero rápido me quito la idea de la cabeza, pues no concibo que alguien pueda estar dispuesto a contribuir a costear el vicio de estos mierdas maleducados que fuman a costa de los demás. No sé, pero si yo fumara supongo que invitaría a cigarros a mis amigos y conocidos cuando no tuvieran y viceversa, como gesto de familiaridad o como parte del rito social del fumeteo, pero no le haría ese favor, no le regalaría los veinte céntimos que más o menos debe de valer un Fortuna, al primer mangarrián que me abordara en la vía pública, y menos con esos modos.

Es como si se te acerca un pavo en un bar y te dice que le invites a una caña, que vale, cuesta algo más, pero no es eso, sino más bien que no se trata de una necesidad sino de un capricho, y no tienes por qué subvencionárselo a un arrastrado sin modales al que no te une ninguna relación. El que tenga vicios, que se los pague de su bolsillo.

Ni que decir tiene que la mayoría de las veces que me pasa esto, ni siquiera miro al tipo ni le respondo, pero, si no me queda otra, le doy mi negativa con el tono más desagradable que soy capaz de poner.

martes, 4 de junio de 2013

MOROS

Tengo la buena costumbre de emplear el término “moro” para referirme a los musulmanes independientemente de su origen o condición. No me corto un pelo y utilizo esta palabra en cualquier conversación y sean quienes sean mis interlocutores, pues la considero la más adecuada, la más tradicional y la más española.
 
Pero lo cierto es que ya he tenido, a cuenta de esto, tres o cuatro encontronazos de diversa entidad con varios tiquismiquis, cojos de la pierna izquierda, que han osado matizarme, corregirme o lanzarme reproches varios.
 
Los rojos más desenmascarados suelen protestar directamente aduciendo que el sustantivo tiene una fuerte carga racista y despectiva, a lo que respondo sin inmutarme que bastante hago omitiendo el “puto” delante o el “asqueroso” detrás, en un esfuerzo casi inhumano por ser un buen demócrata.
 
Luego están los solapados, los que no llegan a llamarme facha, pero me vienen con un rollo cultureta intentando darme una teórica sobre la diferencia entre los mahometanos del norte de África y los del resto del mundo, y hacerme ver que solo serían moros, como su propio nombre indica, los de la "zona mauritana", y que los demás islamistas son árabes, egipcios, persas o incluso europeos que han adoptado esta confesión religiosa. A estos listillos les remito, sin más, al Diccionario de la Real Academia, que señala que el vocablo puede emplearse como nombre y como adjetivo, y significa (en su tercera acepción) “que profesa la religión islámica”.
 
Así que por muchos años voy a seguir llamando moros a los naturales de Arabia Saudí, a los nigerianos, a los senegaleses, a los palestinos o a los suecos que hayan cometido la gilipollez de convertirse al Islam, no solo porque lo son, sino porque me lo permiten las reglas de mi idioma, por mucho que les escueza a los ciudadanos más “sensibles”.

domingo, 2 de junio de 2013

SOBERANÍA LINGÜÍSTICA

Hace unas semanas supimos que ya se encuentra en avanzado estado de tramitación una ley francesa por la que se autoriza que en las universidades se impartan clases en inglés. Entre los argumentos de los defensores de esta futura norma están el hacer la enseñanza superior gala más atractiva para los estudiantes extranjeros y regularizar la situación existente, pues un 26% de las universidades del país vecino ya están dando clases en inglés en mayor o menor medida,  y más de 800 cursos  se imparten íntegramente  en la lengua de Shakeaspeare. 

No creo que admita discusión que hoy en día tiene una vital importancia el aprendizaje de idiomas y en especial de la lengua inglesa. Ninguno discutimos que saber inglés no solo es culturalmente deseable, sino que abre muchas puertas laborales, económicas, sociales y de ocio. Y personalmente me parece ideal que un Gobierno impulse la enseñanza de lenguas extranjeras a los niños desde los primeros ciclos de la educación reglada. 

Lo que me escandaliza, igual que a muchos franceses que se han puesto de uñas con la ley de marras, es que el inglés pase de ser una herramienta fundamental cuyo conocimiento se impulse por la administración educativa, a convertirse en el eje de la enseñanza en nuestro propio país, hasta el punto de que en las aulas de nuestras universidades se utilice como lengua vehicular para impartir cualquier materia. Me parece un insulto al pueblo francés semejante gesto de lacayismo cultural y financiero (en el fondo, y es lo triste, se trata de captar más matrículas), semejante escupitajo a su lengua materna, a su soberanía lingüística, a su identidad cultural. 

Si una nación ni siquiera va a poder enseñar en su idioma en sus universidades. ¿qué dignidad le queda? Ya metidos en harina, y puesto que el inglés es tan importante para la Asamblea Francesa, más incluso que el francés, y genera tantas divisas, ¿por qué no imponer la enseñanza en esta lengua desde los niveles educativos más básicos? ¿por qué no impulsar también un programa para que en los comercios de París se despache exclusivamente en el lenguaje británico, para que las obras de los novelistas y dramaturgos nacionales se escriban y representen en el habla de Byron o para que las familias se acostumbren a comunicarse en english en sus propias casas? Sería mucho más cómodo para los extranjeros y turistas, más beneficioso para la economía  interna y ayudaría a todos los galos a familiarizarse con tan útil idioma. 

Medidas tan arbitrarias y humillantes como la descrita no solo me parecen una muestra más del colonialismo americano que nos subyuga en todos los ámbitos, sino que contribuirán a medio plazo a generar recelos y fobias de una parte de la población hacia algo tan positivo como el conocimiento de las culturas y las lenguas foráneas. Después nos quejaremos de los nacionalismos cerriles y de que se utilice el idioma como instrumento político y como barrera excluyente. Pero puede que sea el único desahogo que les quede a los pueblos que ven extirpadas y pisoteadas sus raíces de esta manera.


Más sobre el inglés en La pluma:
- Los cocolegios bililingües (por Leonardo)