Además de trabajar fructuosa o inútilmente según se mire, este mes de marzo también he tenido tiempo para cambiar de aires y desconectar de todo de una de las maneras más eficaces que conozco: viajando con los amigos. Así, aprovechando el puente de San José, nos escapamos tres días a la capital de una nación tan vecina y ligada a nuestra historia como increíblemente desconocida para la mayoría de los españoles: Portugal.
Aunque ya conocía algunos rincones portugueses próximos a la frontera, tenía pendiente una visita a Lisboa, así que no dudé un instante en aprovechar el ofertón que mis amigos encontraron allá por el mes de noviembre.
Y aunque divertido e interesante, si tuviera que describir lo que he vivido en esos tres días con una sola palabra, sin dudarlo, usaría cutrería.
Cutre como ninguna la compañía aérea con la que viajamos: EasyJet. Atendida por azafatas que hubiera pensado que eran carniceras si las hubiera conocido en un bar, EasyJet cobra por facturar y, para evitar las picarescas que se cometen en otras compañías con política similar, limitan el equipaje de mano por persona a un bulto que miden escrupulosamente antes de entrar en un minúsculo avión de plazas sin numerar. Sí, en efecto, el embarque se parece a la cola frente a El Corte Inglés el día que comienzan las rebajas de enero. Y claro, una empresa lo bastante cicatera para, en pleno siglo XXI, comprobar los billetes manualmente haciendo garabatos con un bolígrafo, acumula muchísimos retrasos.
Lisboa también es cutre a pesar que podría compararse con París si sus magníficos edificios centenarios hubieran contado con algo de mantenimiento. Tejados plagados de verbenas en los que crecen, incluso, árboles; ventanas con plásticos en lugar de cristales; fachadas sucias de solemnidad en edificios públicos que se adivinan majestuosos... Junto a edificaciones impresionantes como el Monasterio de Los Jerónimos, la Torre de Bélem -paradigmas del estilo manuelino-, la Catedral o la iglesia de Santa Engracia, se amontonan barrios prácticamente chavolistas donde los perros callejeros deambulan a sus anchas, paseándose por estaciones de ferrocarril o por el recinto de la Exposición Universal.
Llama la atención como pueden convivir un sistema de metro magnífico y eficiente -casi comparable al de Madrid- y puentes asombrosos, como el Salazar o el Vasco de Gama, con tranvías antiguos carcomidos por el óxido tanto por dentro como por fuera que, con simplemente un lijado y una mano de pintura, se convertirían en un icono del turismo mundial.
En monumentos nacionales, como el Elevador de Santa Justa, obra de Eiffel, el acceso a ciertas escaleras se bloquea con recortes de cuerda de esparto, viejos cables eléctricos o cadenas de plástico de esas que servían hace tiempo para impedir el paso en las cajas cerradas de los supermercados.
En barrios totalmente arreglados como El Chiado, comer en cuidados restaurantes como la Cervejaria Trindade, cuesta lo mismo que en tugurios casi infectos con clientes similares a los de garitos frecuentados por Maquinavaja. Eso sí, la comida es deliciosa -ya sea el bacalao o la carne a la parrilla- en cualquier sitio por muy repugnante que este sea y por muchos mercadillos que haya a la puerta. Por cierto, los productos estrella de estos rastros son las tapas viejas de retrete y los zapatos usados.
Los portugueses, merece la pena recalcarlo, generalmente son amables y educados y entienden, cuando no lo hablan, el español. Pero tienen detalles peculiares. Por ejemplo, en los restaurantes acostumbran a traer a los españoles unos entrantes haciéndolos pasar por un obsequio de la casa; obsequio que luego te cobran religiosamente. O, por ejemplo, los conductores de autobús, de repente te dicen que han llegado al final de la línea y que te tienes que bajar. Se te queda cara de tonto cuando te enteras que, si van retrasados, suelen bajar a la gente en la primera parada que pillan. Menos mal que con la tarjeta Lisboa Card, todos los viajes son gratuitos durante 48 horas.
Es también llamativo que en Lisboa debe de haber muy poca delincuencia pues en casi ningún museo ni monumento existen vigilantes o medidas de seguridad. Nadie comprueba que tengas bono alguno para entrar; simplemente pasan o se fían de tu palabra. Podrías robar cualquier cosa en un museo y nadie te detendría porque nadie se daría cuenta. Es algo que todavía me tiene un poco mosca y no sé si interpretar que, en este aspecto, como en otros muchos, los portugueses, a pesar de las apariencias, nos adelantan.
¡Ah! Casi se me olvida. Las mujeres son feísimas. Tres días con el rádar conectado y sólo vi una guapa.
7 comentarios:
Cuándo leí "las mujeres..." pensé bueno al menos se habrá recreado la vista, ligado mucho y disfrutado de maravillosa compañía femenina.
Cuando quieras te invito a Buenos Aires!!!!!!!! Solo se salvan las mujeres!!!!!!
A mí me encanta Portugal y, como iberista convencido, cada vez que voy me siento como en casa.
Pienso que España y Portugal forman una sola nación y soy ferviente partidario de su unión -a ser posible por las buenas- en un solo Estado.
El Estado resultante de la fusión bien podría llamarse "República de España y Portugal" o quizá incluso Iberia.
Aunque la opinión popular no sería para mí determinante para un tema como este, es curioso como una encuesta realizada en Portugal hace 4 años daba casi un 30% de lusos a favor de la unificación, y otra realizada en las mismas fechas en nuestro país arrojaba un 45% de opiniones a favor.
Portugal tiene un airecillo "cutre" porque su mentalidad y sus prioridades (sobre todo en cuanto a estética urbana y restauración) son muy distintas a las nuestras. La unidad de la que hablo les vendría como el comer.
A mií me encanta la gastronomía portuguesa y también sus mujeres. Hay chicas bellísimas en Portugal, pero tienden a arreglarse poco.
Yo salí con una moza portuguesa que me confirmaba que allí se decía que para hombres ellos y para mujeres las españolas.
(y efectivamente la moza era feílla, aunque tenía buen tipo y era estilosa)
De mi experiencia en Oporto puedo decir lo mismo que el señor Subdirector de Lisboa. Aún así, a mi me encantó la ciudad.
Todas las portuguesas tienen bigote.
Y tú dulci? tienes bigotito?
Publicar un comentario