Canivell confraternizando con el Ministro de Industria |
Todos los medios se despiden de José
Sazatornil ensalzándolo como uno de los grandes secundarios de nuestro cine.
Estoy de acuerdo, aunque me parece importante recordar que el mejor papel de
Saza, con diferencia, es el que interpretó en una de las pocas películas en que
fue protagonista: La escopeta nacional (1978), de Luis García Berlanga.
Jaume Canivell es posiblemente el personaje más logrado de la filmografía patria. Para mí es todo un símbolo que representa fielmente la mentalidad y los usos de un amplio sector del empresariado español. No solo personifica, de forma caricaturesca pero exacta, a los hombres de negocios del tardofranquismo, sino a generaciones enteras de industriales y comerciantes en este país de pícaros.
Invierno del 72. Canivell es un fabricante catalán de porteros automáticos que ha patrocinado una cacería para gerifaltes en el coto de unos marqueses en los alrededores de Madrid. Acude al cazadero acompañado de su amante (a la que presenta como su secretaria) y, tras los ojeos de perdiz, se dedica a hacer la rosca al Ministro de Industria (Antonio Ferrandis) para obtener la adjudicación de un contrato a cambio de la correspondiente comisión. Para lograr su propósito, Canivell persigue penosamente a los altos cargos presentes en el coto, derrocha simpatía, se humilla, se muestra teatralmente obsequioso, coleguea sin prudencia ninguna, ofrece favores personales, ríe o gimotea según le conviene y, sobre todo, hace gran ostentación de su enemistad con los rivales políticos del ministro, unos tecnócratas del Opus Dei. Después de la cena llega un telegrama de El Pardo anunciando el cese fulminante del ministro y su casi segura sustitución por un numerario de la Obra presente en la finca. El intrépido Canivell tendrá que rediseñar su estrategia, y no le dolerán prendas en pedir perdón a los opusinos ofendidos y fingirse un devoto católico.
Sazatornil, especialista en papeles de antihéroe malhumorado, borda la interpretación aportando matices geniales a un personaje que también sale en la película de nuestras vidas cotidianas: el clásico empresario o comercial que aborda a los poderosos sin ninguna sutileza en su seguridad de que el mundo solo se mueve a golpe de billetera y de amiguismo. Aunque el prototipo humano nos resulte repugnante, Saza supo ponerle la sal y la pimienta justas para que termináramos simpatizando con ese pobre diablo de Canivell, que no se entera de nada. Su insistencia a prueba de bomba, su sonrisa dentuda y aparatosa, su infantil manera de tratar de enredar a quien está de vuelta de todo, su incapacidad de disimulo, sus ojos como platos ante los contratiempos, y su total ausencia de dignidad personal nos hacen olvidar, entre carcajada y carcajada, que en realidad estamos ante un mierda como los que, en pleno 2015, siguen rondando como lobos hambrientos a los cargos políticos. Porque la Administración ha cambiado mucho, al menos en las formas, pero algunos directivos de empresas siguen siendo caniveles puros, casi con la misma cara y los mismos gestos que Sazatornil.
Con un vídeo de Canivell en acción con el banquero del Opus Castanys nos despedimos de nuestro querido Saza del que hemos disfrutado tantos años.
Descanse en paz.
Jaume Canivell es posiblemente el personaje más logrado de la filmografía patria. Para mí es todo un símbolo que representa fielmente la mentalidad y los usos de un amplio sector del empresariado español. No solo personifica, de forma caricaturesca pero exacta, a los hombres de negocios del tardofranquismo, sino a generaciones enteras de industriales y comerciantes en este país de pícaros.
Invierno del 72. Canivell es un fabricante catalán de porteros automáticos que ha patrocinado una cacería para gerifaltes en el coto de unos marqueses en los alrededores de Madrid. Acude al cazadero acompañado de su amante (a la que presenta como su secretaria) y, tras los ojeos de perdiz, se dedica a hacer la rosca al Ministro de Industria (Antonio Ferrandis) para obtener la adjudicación de un contrato a cambio de la correspondiente comisión. Para lograr su propósito, Canivell persigue penosamente a los altos cargos presentes en el coto, derrocha simpatía, se humilla, se muestra teatralmente obsequioso, coleguea sin prudencia ninguna, ofrece favores personales, ríe o gimotea según le conviene y, sobre todo, hace gran ostentación de su enemistad con los rivales políticos del ministro, unos tecnócratas del Opus Dei. Después de la cena llega un telegrama de El Pardo anunciando el cese fulminante del ministro y su casi segura sustitución por un numerario de la Obra presente en la finca. El intrépido Canivell tendrá que rediseñar su estrategia, y no le dolerán prendas en pedir perdón a los opusinos ofendidos y fingirse un devoto católico.
Sazatornil, especialista en papeles de antihéroe malhumorado, borda la interpretación aportando matices geniales a un personaje que también sale en la película de nuestras vidas cotidianas: el clásico empresario o comercial que aborda a los poderosos sin ninguna sutileza en su seguridad de que el mundo solo se mueve a golpe de billetera y de amiguismo. Aunque el prototipo humano nos resulte repugnante, Saza supo ponerle la sal y la pimienta justas para que termináramos simpatizando con ese pobre diablo de Canivell, que no se entera de nada. Su insistencia a prueba de bomba, su sonrisa dentuda y aparatosa, su infantil manera de tratar de enredar a quien está de vuelta de todo, su incapacidad de disimulo, sus ojos como platos ante los contratiempos, y su total ausencia de dignidad personal nos hacen olvidar, entre carcajada y carcajada, que en realidad estamos ante un mierda como los que, en pleno 2015, siguen rondando como lobos hambrientos a los cargos políticos. Porque la Administración ha cambiado mucho, al menos en las formas, pero algunos directivos de empresas siguen siendo caniveles puros, casi con la misma cara y los mismos gestos que Sazatornil.
Con un vídeo de Canivell en acción con el banquero del Opus Castanys nos despedimos de nuestro querido Saza del que hemos disfrutado tantos años.
Descanse en paz.
3 comentarios:
Con gran disfrute he leído esta disección de un personaje a los que ambos tenemos un gran cariño.
Siempre he pensado que contigo se ha perdido un gran crítico de cine.Aunque tu brillante análisis va más allá y es un retrato social de época. De época que nunca acaba, claro está.
Mi más sentido homenaje al gran Saza, miembro de una generación de actores que gracias a su enorme talento sobrevivieron a la basura que tuvieron que interpretar en los años sesenta en el cine español.
Buena semana a todos.
Neri, yo también pienso que es un excelente crítico de cine.
La mejor película del gran Saza creo que es, en efecto, "La escopeta Nacional". Pero a pocos puntos de "Espérame en el cielo", donde interpreta a un jerarca falangista supervisor de un doble de Franco. Me reí casi tanto como con Canivell.
Muchas gracias a los dos.
Espérame en el Cielo es muy buena. Debo reconocerlo a pesar de mi fobia hacia Antonio Mercero. Con ella Saza ganó su único Goya.
Amanece que no es poco, es una película que he aprendido a valorar con los años. Para concluir mi humilde homenaje a Saza enlazo su intervención más gloriosa en esta surrealista película, en la que hace de guardia civil. Inolvidable su frase:
"¡Hombre, tampoco voy a ser yo más papista que el Papa! Si en Madrid no lo han detenido, no querrá que me meta en camisas de once varas y que se crean que quiero enmendarles la plana a los de la capital. Yo no soy de esos. Yo no ando por ahí dándome pisto".
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