El maestro Cagancho |
Me encantan las expresiones taurinas y una de mis favoritas es esa de “quedar como Cagancho en Almagro”, con la que se quiere dar a entender que alguien ha metido gravemente la pata en público.
Joaquín Rodríguez Ortega, alias
Cagancho (1903-1984), fue uno de los diestros españoles más célebres en los años veinte y treinta del pasado siglo, si bien emigró a México tras la guerra por motivos que no soy capaz de imaginar. Este gitano de Sevilla, coetáneo de Belmonte, tomó la
alternativa en Murcia en 1927 tras una fulgurante carrera como novillero, y
pronto causó sensación en Madrid, convirtiéndose en un mito, en un auténtico
fenómeno de masas, por su calidad estética y su maestría con el capote. Pero, a
decir de los entendidos, tenía el gran defecto de la inconstancia: en algunas temporadas intercalaba corridas gloriosas con espantadas fulleras, o con plantones que le hacían terminar en el cuartelillo. Su faena
más aciaga, y la que pasó a la posteridad con el famoso dicho, fue con el sexto
toro en la plaza de Almagro (Ciudad Real) el 26 de agosto de 1927.
Aquella corrida fue multitudinaria y miles de personas venidas expresamente de Ciudad Real habían pagado cantidades astronómicas por una entrada en la reventa. Cagancho llegó al pueblo tarde y desganado, y, para su desgracia, le cayó en suerte un gigantesco morlaco de la fiera ganadería de Pérez Tabernero. Desde el principio todo salió mal. El toro entró embistiendo a diestro y siniestro y nadie de la cuadrilla se atrevía a salir de los burladeros; los picadores ni se acercaban y los banderilleros ni siquiera llegaron a clavar sus garapullos. Totalmente acojonado, Cagancho usó una muleta más grande de lo normal y toreó con el pico de la tela para mantenerse a prudente distancia, mientras de vez en cuando acuchillaba a traición al astado para debilitarlo, poniendo a la mínima los pies en polvorosa. A la hora de matar, cuentan las crónicas que “lo hacía pinchándole en los costados, en los brazuelos, en cualquier lugar menos allí donde ha de hacerse según marca el arte de Cúchares. Aquellos de los subalternos que se atrevían a saltar a la arena lo hacían con sus espadas debajo de las muletas, se acercaban al toro y le pinchaban también alevosamente, en cualquier parte. A aquel toro no lo mataron. Lo asesinaron.”
Sin contar los espadazos traicioneros y los puñetazos que le daban en la cara al pobre cornúpeta los miembros de la cuadrilla, Cagancho pinchó nueve veces y entró a descabellar cinco, incluso después del tercer aviso. El respetable no dejaba de lanzar al ruedo almohadillas y objetos contundentes. Muerto el animal, el diestro tuvo que abandonar el coso escoltado por nueve guardias civiles, no sin llevarse algún guantazo, y tales fueron los disturbios a la salida que al final intervino el ejército, concretamente un destacamento de caballería, para despejar a la multitud. Al maestro no le quedó otra que refugiarse en el edificio del Ayuntamiento, donde llegó a murmurar su conocida frase “yo quería quedá bien, pero lo que no pue zé, no pue zé”.
En algunas zonas de España dicen la frase “armar la de Cagancho en las Ventas” para referirse a todo lo contrario, o sea a quedar muy bien, ya que en esta plaza madrileña el matador vivió sus tardes más memorables. A pesar de ello es más habitual usar la expresión de las Ventas con el mismo significado que la de Almagro, pero no sería correcto.
Más sobre expresiones taurinas en La pluma viperina
2 comentarios:
Este verano nos vas a hacer muy cultos con estas entradas. Esta me ha gustado mucho. Aquí en Jaén se usa la de quedar como Cagancho en Almagro.
Pues si.... y a mi me gustaría que Tábano nos contara alguna que se utilice mucho en Argentina.
Echo de menos algún relato tipo "La opositora". Anímese! que seguro tiene algo por ahí que no nos ha enseñado ;)
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