viernes, 3 de enero de 2014

CIERTA DOSIS DE CRUELDAD

Se alarmaba hace poco una psicóloga que conozco de los graves riesgos de la filosofía del you can do it, tan en boga últimamente. Desde los medios de comunicación e Internet, por influencia de una nueva corriente de la psicología que exalta la motivación como único motor de cambio y de logro, nos bombardean a diario con mensajes animosos para convencernos de que basta proponerse algo para conseguirlo. Los lemas, con un tono que oscila entre el manual de autoayuda y el “dar cera, pulir cera” del señor Miyagi, inciden en las potencialidades que todos tenemos, en la importancia de perseguir los sueños y en el valor del esfuerzo, quitando toda importancia a las limitaciones personales y a las diferencias de capacidad entre individuos. “No pienso en mis límites sino en disfrutar”, dice el anuncio de Colacao. “No existe la palabra imposible”, “tú puedes”, “lucha por ello” o “tus límites solo están en tu cerebro” son otros eslóganes típicos de esta teoría ultravoluntarista, tan políticamente correcta, en la que subyace, en el fondo, un igualitarismo de mercadillo.

El problema, me decía esta psicóloga, es la enorme frustración que todas estas consignas de plástico provocan en miles de personas, que, chutadas de motivación, se lanzan a objetivos del todo incompatibles con sus limitaciones. Estas doctrinas son peligrosas e irresponsables porque crean tal sensación de igualdad, de que cualquiera puede lograr cualquier cosa, que la gente se emociona, separa los pies de la tierra y, amén de hacer el ridículo, se mete unos batacazos de aúpa.

Un eslogan gilipollesco

No me gustaría que se me malinterpretara. Desde aquí siempre he defendido la importancia de la motivación y del esfuerzo personal; creo firmemente que con autoestima y tesón todos podemos dar mucho más de lo que imaginamos, y que no debemos permitir que sean otros, con vete tú a saber qué intenciones, los que definan nuestros límites y capacidades. Pero de ahí a dar la espalda a la realidad, a no asumir lo evidente y a  manejarnos con una inconsciencia infantil, hay un abismo.

La gente no es tan idiota y en principio cada uno, mal que bien, conocemos o intuimos con bastante precisión nuestros propios límites. Lo malo es cuando alguien, por una caridad mal entendida, nos está repitiendo a todas horas que somos muy guapos cuando tenemos el careto de Quasimodo (¡qué daño han hecho algunas madres!), que cantamos como Malú cuando parece que estamos torturando al gato, que tenemos talento profesional cuando nos ha enchufado un primo, que estamos hechos unos nadales cuando jugamos un tenis corrientito, que podríamos ingresar en la NASA cuando somos más bien cortos o que escribimos como García Márquez si tenemos un blog de andar por casa.

Este fenómeno buenista se produce invariablemente cuando algún conocido se ilusiona por algo. La gente, sin mala intención, tiene una fuerte tendencia a hacer la rosca a aquellos que se emocionan con alguna tarea o actividad, con independencia de su habilidad con la misma. Consideramos casi una obligación social elogiar el desempeño de cualquier labor cuando vemos entusiasmado a quien la lleva a cabo. Habría que cuestionarse si esto es positivo.

Porque una cosa es ser prudente y no refrotarle a nadie sus carencias en la cara y otra bien distinta animarle con entusiasmo a que se marque retos que no están a su alcance.

Hay muchas personas que se creen a pies juntillas todos los elogios e incluso se alimentan de ellos, sin plantearse que puedan ser simples muestras exageradas de cortesía cuando no de lástima. De hecho yo conozco a unos cuantos que llegan demasiado lejos, hasta darse trastazos incurables, solo por culpa de los ánimos insistentes y de las loas temerarias que provienen de su entorno. Si nadie les hubiera empachado de mentiras piadosas, se habrían ahorrado grandes sufrimientos. 

¡Ay, mi niña, que va a ser ciclista profesional!

Por eso pienso que en esta vida es imprescindible, por así decirlo, cierta dosis de crueldad. Es fundamental una actitud sana y transparente hacia los defectos humanos, de modo que, sin machacar a nadie, la sociedad ayude a los individuos a tomar conciencia de sus aptitudes e incompetencias. Es ético y necesario transmitirle honestamente a un amigo, aunque sea de forma implícita, que no nos parece tan bueno en eso en lo que se cree un crack. Me parece muy honrado alertar a quien está empezando a hacer el ridículo, exponer crudamente los riesgos a quien se dispone a saltar al vacío, mostrar frialdad ante enardecimientos excesivos e inculcar a los niños la importancia de la autocrítica.

Un puntito de crueldad nos pone a cada uno en nuestro sitio, nos ahorra decepciones y lágrimas, nos hace humildes, y nos evita malgastar tiempo y energías. La verdad desnuda no nos debería ofender, sino como mucho entristecer aunque también ayudar a rectificar el rumbo cuando navegamos hacia la catarata.

La cuestión, sin embargo, no es tan simple como yo la planteo, y habría que hacerse, como mínimo, tres grandes preguntas sobre esta sinceridad desnuda: ¿Estamos legitimados para valorar (de forma subjetiva) las capacidades del prójimo? ¿Realmente la gente desea saber la verdad? ¿Existe el derecho a ilusionarnos, a equivocarnos y a fracasar aunque tras ciertos fracasos no volvamos a levantar cabeza? 

11 comentarios:

El último de Filipinas dijo...

También han hecho mucho daño esos profesores que decían a los esperanzados padres: "Valer vale, pero es que no quiere".
Y los padres convencidos que quien había sacado 6 Muy Deficientes, podía ser catedrático con un poquito de empeño.

Sinretorno dijo...

Muy feliz año Al!!!! Me leo todas sus entradas aunque comente en pocas, me ha trincado la pluma.....

Anónimo dijo...

¡menos mal que, lo ha arreglado todo en el último párrafo! :)

Sea bueno, Sr. Neri... o mañana S.S.M.M. le traerán carbón y, luego ya sabe... ¡que no se puede "protestar"! que son inimputables, coño!!! :))))

Un abrazo

nago

nago (bis) dijo...

"Un hombre de conciencia..."
es, simplemente.... un hombre decente.

(...)

En tanto no te ofenda ni te harte
tratar del campo y soledad que amaste,
ni desdeñes aquesta inculta parte
de mi estilo, que en algo ya estimaste.
Entre las armas del sangriento Marte,
do apenas hay quien su furor contraste,
hurté de tiempo aquesta breve suma,
tomando, ora la espada, ora la pluma.

Aplica, pues, un rato los sentidos
al bajo son de mi zampoña ruda,
indigna de llegar a tus oídos,
pues de ornamento y gracia va desnuda;
mas a las veces son mejor oídos
el puro ingenio y lengua casi muda,
testigos limpios de ánimo inocente,
que la curiosidad del elocuente.

...


Para usted, caballero.
Porque, le guste o no y sin buscarlo, se lo merece.

Alex Vázquez dijo...

Completamente de acuerdo con el artículo, toda esa filosofía barata de la new age y del secreto ha hecho mucho daño, nos quieren hacer creer que podemos conseguirlo todo tan solo con creer en ello y pedírselo al universo, pero ciertamente todos tenemos nuestros límites, y no se le puede pedir a un perezoso que corra como un guepardo,o a un elefante que vuele.

Muchos padres y los abuelos con su ceguera también meten la pata, aunque sea sin mala intención, para ellos sus hijos y nietos son los mas guapos y listos del mundo y se lo transmiten a los niños que luego se darán de bruces con una realidad en la cual no son principes ni princesas sino un número más de la seguridad social.

Es cierto que hay que creer en uno mismo, y tener seguridad, y estar concentrado y motivado en lo que se hace, pero no todos valemos para todo, y aún mas importante que todo eso es conocer nuestros propios límites y no ponernos el listón demasiado alto, aunque a veces los demás lo hacen, repito, sin mala intención y nos empujan hacia metas imposibles, con la frustración subsiguiente.

un saludo

Luxindex dijo...

«Lo hicieron porque no sabían que era imposible». Este adagio lo leí en un disco del granadino Miguel Ríos hace algo más de treinta años y me pareció una americanada, un despropósito.

Pero han pasado, ya digo, algo más de treinta años y en este tiempo he conocido, vivido, historias de superación sorprendentes.

Down, ciegos, asperger, autismo, sordos, mudos, parapléjicos y gente sin etiquetar… Yo mismo, un tarado vulgar y, no se olvide, ¡andaluz!, de no ser por las desgracias ajenas no podría ser más feliz. Y ése no era mi sino…

Los padres, educadores, amigos no son agoreros; son los que uno desea encontrar cuando, hecho pedazos, quiere disponerse para el siguiente intento: ¡Ale hop!

Y es que la vida es eso: probarse, medirse con ella, pero en compañía; y no que te adelanten el supuesto final, que eso, aparte de condicionar, no tiene chispa alguna, Al.

que dificil la vida sin ti dijo...

No puedo menos que afirmar - de acuerdo con los criterios que expone en su post - que en el lugar donde he leído mayores elogios inmerecidos hasta el punto de resultar ridiculos al máximo aunque parece que su destinatari@ se los cree, ha sido en los Comentarios de ciertos blogs ¡muchos!
Este no, la verdad.
Afectuosamente
Asun

Anónimo dijo...


Ciertos blogs reciben grandes elogios (aunque... ainsss!!! carezcan por su pureza formal, ortográfica o de nostalgia naftalínica).

Simplemente porque son ocurrentes, tienen chispa y conectan con preocupaciones del día a día. Que en realidad es mas difícil que lo mencionado más arriba.

que dificil la vida sin ti dijo...

Imagino que el Anónimo, es un dardo envenenado dirigido a mí.
Su cualidad de cobarde queda de manifiesto en que se esconde y de envidioso, en que se aferra para tratar de ofender a una afirmación que ratifico.
Prefiero "la nostalgia naftalínica" a la ordinariez cotidiana o la pobreza literaria y conceptual,pero respeto sus gustos a la altura de su sentir.
Att.
Asun

Anónimo dijo...

Asun, no conozco su blog, ni se cual es su temática.

Me refería a otros blogs que he podido leer, de los muchos que hay en la red.

Al Neri dijo...

Último de Filipinas, está muy sobrevalorado el conocimiento que los profesores tienen de sus alumnos.

Gracias, Sinretorno, que los Reyes Magos sean buenos con usted :-)

Nago, preciosa su canción como siempre, y la poesía elocuentísima.

Álex, gracias por su comentario y bienvenido a La pluma. Es lógica la subjetividad de unos padres, pero si se cae en determinadas cegueras (a veces fruto de la soberbia) el resultado puede ser fatal para los niños.

Asun, en este también, mujer.

Luxindex, lleva usted razón en muchas cosas. Por supuesto no me refiero a que "adelantemos el final". Todos los casos de superaciones personales me emocionan y me admiran. Ya hablamos aquí hace poco del vuelo del abejorro. Me parece peligroso, delicado, andar condicionando con nuestros juicios el futuro de los demás y castrando sus potencialidades.

Con el post solo he querido reivindicar la honestidad a la hora de evaluar las habilidades ajenas, no tanto criticando de manera expresa sino evitando hipocresías absurdas, tan frecuentes, cuando nos encontramos ante casos muy claros. Y sé que esa "claridad" es subjetiva.

Los límites entre ser un hipócrita y un prejuzgador despiadado y castrante pueden ser difusos, pero aquí ya hemos hablado algunas veces de casos extremos, para mí bien claros, como el de la concejala down de Valladolid, aunque no estuvimos de acuerdo usted y yo.

Mi idea es simplemente que con voluntad, interés y esfuerzo, cualquiera puede dar de sí mucho más de lo que imagina y, por lo tanto, hay que animar a la gente, pero, cuidado, sin perder el norte, sin olvidar los límites de cada uno, que los propios interesados deberían conocer mejor que nadie.

El Pedro del relato que acabo de enlazar sabía muy bien que no iba a llegar a catedrático de Derecho Procesal, como mis amigos aficionados al tenis saben de sobra que no ganaran el Roland Garros, y yo que no podría vivir de la publicidad que pusiera en este blog. Pero hay gente, Luxidex, que tiene totalmente distorsionado su sentido de la realidad y a ello contribuyen mucho las falacias bienintencionadas y las falsas esperanzas de los que les rodean.