domingo, 12 de enero de 2014

SOLO EN BERLÍN

Hace dos años se reeditaba en su versión original, sin los tijeretazos que sufrió en 1947 (para suprimir los pasajes más crueles y anticomunistas), la novela Solo en Berlín, escrita nada más terminar la Segunda Guerra Mundial y justo antes de su muerte por el inefable y famosísimo escritor alemán Hans Fallada, cocainómano, morfinómano, alcóholico, homicida, estafador, veterano militante del Partido Socialdemócrata e incluso alcalde en el 45 de una pequeña localidad dominada por el Ejército Rojo. El libro ha sido número uno de ventas en varios países y el más descargado en Amazon. Yo puedo decir que ha sido una de mis lecturas más conmovedoras en los últimos diez años. 

Con un ritmo brillante y un suspense angustioso que domina con maestría, Fallada nos cuenta una historia muy cruda y a la vez enternecedora basada en un hecho real. Al poco de comenzar la guerra, los Quangel, un matrimonio cincuentón de un suburbio obrero del norte de Berlín, se ahogan en el dolor tras la noticia de la muerte de su hijo en el frente. A pesar de ser miembros del Partido Nacionalsocialista, su pérdida les trastoca y se sienten obligados a poner su granito de arena en la lucha contra el Tercer Reich. La pareja, especialmente inculta y poco inteligente, comienza a escribir consignas contra Hitler en tarjetas postales y a depositar una a la semana, con enormes precauciones, en algún edificio público muy concurrido. Este gesto insignificante no surte el efecto deseado, pues la población, atemorizada, entrega todas las postales que encuentra a la Gestapo. Pero a pesar de lo ridículo de la campaña de los Quangel, la maquinara del Reich despliega todo su potencial en una desproporcionada investigación que irá adquiriendo tintes dramáticos tanto para los autores de las octavillas como para el comisario al que encomiendan el caso, brutalmente acosado por la jerarquía nazi.

Una de las postales reales escritas por el matrimonio en el que se inspira el relato

La novela es fabulosa, de diez. Tras la apariencia de una trama policíaca, se nos lanzan mensajes de calado y, lo más importante, se nos ofrece un cuadro vivísimo del ambiente del Berlín de principios de los años 40. Con su pincel agridulce y certero, el escritor alemán plasma el clima claustrofóbico y de terror que se vivía en la ciudad, el carácter absorbente y policial del régimen nazi, el funcionamiento de la Gestapo y de las instituciones judiciales y carcelarias (los interrogatorios psicológicos son impresionantes), la crueldad de los comunistas, el deterioro moral de la sociedad, la red de chivatos y parásitos que vivían bajo el ala del partido nazi y la atmósfera sórdida de las barriadas populares, así como diversos aspectos muy interesantes del nacionalsocialismo que generalmente desconoce el gran público, como su anticlericalismo desatado (entrañable el personaje del pastor protestante) y su espíritu social y revolucionario alejado de toda concepción derechista (los alemanes llamaban “bistecs” a los miembros de las SA: pardos por fuera, rojos por dentro).

El libro nos brinda además grandes propuestas para la reflexión. Uno de los temas de fondo, por ejemplo, es el egoísmo humano, al mostrarnos como hasta en las situaciones más duras hay individuos que no dudan en aprovecharse de la desgracia ajena y, en el caso concreto de Alemania, como prácticamente nadie se quejaba de Hitler en la época de bonanza ni cuando se ganaban batallas, surgiendo solo las voces críticas cuando la cosa se puso fea, llegaron el hambre y los bombardeos, y la gente empezó a perder seres queridos a diario.

De gran interés también es la crítica al utilitarismo de este régimen político, que en la práctica llegó a anular al individuo. En las páginas de Solo en Berlín aprendemos que nadie, absolutamente nadie, estaba a salvo de sufrir el terror en sus propias carnes, y de pasar, de la noche a la mañana, de ser un héroe de la patria a un traidor execrable en función de los intereses del Estado y del Partido.

Rudolf Ditzen (Hans Fallada)
La única pega que yo pondría a la narración es que adolece de cierto tufillo fanático e incurre en un maniqueísmo político de brocha gorda (en ocasiones bastante infantil) al trazar los personajes, si bien en su favor destacaría que no se ensaña en los capítulos que más se prestan a la demagogia y a la recreación de la violencia, en especial los que describen los interrogatorios policiales. Fallada demuestra que pueden emplearse métodos más sutiles aunque mil veces peores que la violencia física para atropellar la dignidad humana.

Para terminar recojo una de las frases que más me han gustado. Cuando Otto Quangel le cuenta a su mujer por primera vez la idea de las postales “subversivas”, esta le reprocha que es un gesto mínimo e ineficaz contra el nazismo, a lo que su marido responde: “Sea poco o mucho, como nos pillen, nos costará la cabeza; nadie puede arriesgar más que la vida”.


Más sobre el nazismo en La pluma viperina: Hijos del Tercer Reich (al final del post, lista de entradas sobre el tema)

4 comentarios:

releante dijo...

Me has metido en el cuerpo unas ganas de leerlo que no me aguanto, espero tenerlo pronto entre mis manos y ante mis ojos.. y la frase que escogiste....brutal. Un abrazo

El último de Filipinas dijo...

Ya me he hecho con el libro y otros dos más suyos. ¡A por ellos!
Lo de las postales me recuerda a esas consignas que de vez en cuando se ven en los billetes. O aquel gesto antifranquista de colocar los sellos al revés. No me cabe duda alguna que la democracia llegó por tanto sello invertido :)

El aspirante a crápula dijo...

Si le interesa la época, le recomiendo Una mujer en Berlín, de autor anónimo, editado por Anagrama. Es una historia real de la vida cotidiana en Berlín en Abril-Mayo de 1945. Sin desperdicio.

Un saludo.

Carlos T. dijo...

Gracias por el aporte. No soy muy amigo de novelas, pero el tema me apasiona. Voy ahora mismo a por ella, con nocturnidad y alevosía.