Percibo que los trabajadores peor formados, más ineficaces o
que cometen más errores en una empresa, tienen una fuerte tendencia a tejer fuertes lazos afectivos en
su entorno laboral.
Es una táctica de
supervivencia de lo más elemental. Aquellos que se saben peor dotados y poco
competitivos en su sector sienten la necesidad de recurrir al chantaje
emocional puro y duro para sacar adelante su trabajo o mantenerse a flote.
Creen que llevándose muy bien con
sus iguales, la tarea será más fluida y un compañerismo mal entendido tapará o diluirá sus fallos.
Piensan que cultivando el buen rollo o la amistad con sus superiores estarán a
salvo de reajustes en los que ellos tendrían las peores papeletas. Incluso hay
jefes muy malos que protegen su estatus cultivando un ambiente de acaramelado
colegueo con las personas a su cargo.
Hay quien supone que el interventor informará sus cuentas favorablemente si desayuna con él una vez a la semana; que su jefe no le bronqueará por sus torpezas si alterna a menudo con él; que le ascenderán, pese a ser un inútil, si se
asoma a hacer vida social en los despachos adecuados.
Este fenómeno se da en todos los ámbitos.
Conozco a un comercial (un buen chico que sería incapaz de vender agua fresca
en el desierto) que el 80% de lo que ingresa se lo debe a favores personales,
al cariño que le tienen unos cuantos empresarios y a la pena que les da a otros. Parece increíble, pero hay algunos que comen toda la vida a cuenta de hacer
amiguitos.
Pero ojo, no confundamos: hay gente
muy válida que tiene una vida social muy rica y satisfactoria en su trabajo,
además de que llevarse bien con los que nos rodean siempre será, obviamente, mucho mejor que ir haciendo
enemigos a lo tonto. Pero no me refiero a estos, sino a los que tienen
los vínculos afectivos, la simpatía, el compromiso social y los favores debidos
como única tabla de salvación en su mundo profesional, como única forma de
llevarse un mendrugo a la boca.
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