Sabía que no podría evitar la tentación de extractar en Releyendo el padrino el pasaje que, llevado al celuloide, se convertiría en una de las escenas más emblemáticas de la historia del cine. Tantas veces vista, comentada y parodiada, muchos somos ya inmunes a su fuerza, pero no hay nadie que lea la novela o vea la película por primera vez que no quede sobrecogido ante la que sin duda es la advertencia más macabra de los Corleone en todo el relato.
Además del detalle del paquete de pescado (“Luca está durmiendo con los peces”), la práctica de avisar-amenazar a los enemigos dejando sobre su cama el cadáver de una mascota o un animal querido se remonta a los orígenes de la mafia siciliana.
"Casi había olvidado el problema de Johnny Fontane, cuando su secretario le anunció una llamada telefónica desde California. Sabía quién estaba al otro extremo del hilo.
—Al habla Hagen —dijo.
La voz que llegó a través del teléfono resultó casi irreconocible para Hagen, tanto era el odio que trasuntaba.
—¡Maldito hijo de puta! —gritó Woltz—. ¡Haré que os metan a todos en la cárcel! ¡Cien años vais a estar allí! ¡Si es preciso, me gastaré hasta el último centavo para destruiros! ¡Y a ese Johnny Fontane le voy a cortar los cojones! ¿Me oyes, cerdo italiano?
Hagen se limitó a decir, suavemente y con amabilidad:
—Soy irlandés.
Se produjo una larga pausa, que terminó con el clic producido por el auricular al ser colgado. Hagen sonrió. Woltz no había proferido ni una sola amenaza contra Don Corleone. El genio tenía su premio.
Jack Woltz dormía siempre solo. Tenía una cama lo bastante grande para diez personas y un dormitorio tan espacioso como una sala de baile, pero había dormido solo desde la muerte de su primera esposa, acaecida diez años antes. Eso no significaba que no tuviera relaciones con mujeres, pues a pesar de sus años seguía manteniendo un gran vigor físico. Sin embargo, lo único que le estimulaba era el contacto con muchachas muy jóvenes, y además había aprendido que su cuerpo y su paciencia solamente toleraban unas pocas horas, al atardecer.
Aquel jueves por la mañana, extrañamente, Woltz se había despertado muy temprano. La luz del amanecer daba a su enorme dormitorio el aspecto de una brumosa pradera. Al pie de la cama había una figura muy familiar, y Woltz se esforzó por distinguirla mejor. Era una cabeza de caballo. Todavía medio dormido, Woltz encendió la lámpara de la mesita de noche... y lo que vio le produjo náuseas. Le pareció como si le hubieran golpeado el pecho con un martillo, su corazón empezó a latir a gran velocidad, y sintió arcadas. El vómito cayó sobre la gruesa y lujosa alfombra.
Separada del cuerpo, la negra y sedosa cabeza del caballo Jartum estaba rodeada de un gran charco de sangre. Los tendones, blancos y delgados, pendían; el morro estaba cubierto de espuma, y aquellos ojos grandes que habían brillado como el oro tenían ahora un vidrioso color apagado. Woltz sintió un terror animal, que le hizo llamar a gritos a sus criados y maldecir a Hagen, llenándolo de insultos, a pesar de que éste no podía oírle, pues estaba muy lejos. El mayordomo se alarmó al ver a su patrón en aquel estado. Primero llamó al médico personal de Woltz, y luego al vicepresidente de los estudios. No obstante, Woltz consiguió recuperarse antes de la llegada de ambos".
Además del detalle del paquete de pescado (“Luca está durmiendo con los peces”), la práctica de avisar-amenazar a los enemigos dejando sobre su cama el cadáver de una mascota o un animal querido se remonta a los orígenes de la mafia siciliana.
"Casi había olvidado el problema de Johnny Fontane, cuando su secretario le anunció una llamada telefónica desde California. Sabía quién estaba al otro extremo del hilo.
—Al habla Hagen —dijo.
La voz que llegó a través del teléfono resultó casi irreconocible para Hagen, tanto era el odio que trasuntaba.
—¡Maldito hijo de puta! —gritó Woltz—. ¡Haré que os metan a todos en la cárcel! ¡Cien años vais a estar allí! ¡Si es preciso, me gastaré hasta el último centavo para destruiros! ¡Y a ese Johnny Fontane le voy a cortar los cojones! ¿Me oyes, cerdo italiano?
Hagen se limitó a decir, suavemente y con amabilidad:
—Soy irlandés.
Se produjo una larga pausa, que terminó con el clic producido por el auricular al ser colgado. Hagen sonrió. Woltz no había proferido ni una sola amenaza contra Don Corleone. El genio tenía su premio.
Jack Woltz dormía siempre solo. Tenía una cama lo bastante grande para diez personas y un dormitorio tan espacioso como una sala de baile, pero había dormido solo desde la muerte de su primera esposa, acaecida diez años antes. Eso no significaba que no tuviera relaciones con mujeres, pues a pesar de sus años seguía manteniendo un gran vigor físico. Sin embargo, lo único que le estimulaba era el contacto con muchachas muy jóvenes, y además había aprendido que su cuerpo y su paciencia solamente toleraban unas pocas horas, al atardecer.
Aquel jueves por la mañana, extrañamente, Woltz se había despertado muy temprano. La luz del amanecer daba a su enorme dormitorio el aspecto de una brumosa pradera. Al pie de la cama había una figura muy familiar, y Woltz se esforzó por distinguirla mejor. Era una cabeza de caballo. Todavía medio dormido, Woltz encendió la lámpara de la mesita de noche... y lo que vio le produjo náuseas. Le pareció como si le hubieran golpeado el pecho con un martillo, su corazón empezó a latir a gran velocidad, y sintió arcadas. El vómito cayó sobre la gruesa y lujosa alfombra.
Separada del cuerpo, la negra y sedosa cabeza del caballo Jartum estaba rodeada de un gran charco de sangre. Los tendones, blancos y delgados, pendían; el morro estaba cubierto de espuma, y aquellos ojos grandes que habían brillado como el oro tenían ahora un vidrioso color apagado. Woltz sintió un terror animal, que le hizo llamar a gritos a sus criados y maldecir a Hagen, llenándolo de insultos, a pesar de que éste no podía oírle, pues estaba muy lejos. El mayordomo se alarmó al ver a su patrón en aquel estado. Primero llamó al médico personal de Woltz, y luego al vicepresidente de los estudios. No obstante, Woltz consiguió recuperarse antes de la llegada de ambos".
4 comentarios:
¡Buenos días y bien hallado estimado Al!
A usted no es extraño que le guste El Padrino como su nombre indica.
A mí es una película que forma parte de mis favoritas - ¡ese gran Marlon Brando! - pero la escena del caballo me gusta más escrita.
El verlo, aunque es una escena antológica, me resulta durísimo.
La imaginación en este caso es más benévola que la retina.
Y no siempre es así.
Porque lo que imaginamos también puede horrorizarnos.
Un saludo muy grande y espero lo haya pasado bien, al menos, descansando.
Asun
Quizás la escena más famosa de El Padrino. Más en la película que en el pasaje de la novela pues en ésta no se se contempla de forma tan estremecedora. En Los Simpsons, cuyos antiguos guionistas eran auténticos padrinófilos, han recreado este pasaje varias veces.
¡Pues tengo que reconocer que no he visto nunca "El padrino"! No es a priori el tipo de película que me llame la atención. Pero gracias al sr. Neri me está picando el gusanillo y no me va a quedar más remedio que buscarla y verla. La escenita ésta del caballo es impactante, desde luego. Es cierto lo que dice Mª Asunción: resulta más dura la escena en la película, pero yo creo que es porque la cabeza del caballo está dentro de la cama, bajo las sábanas, con todo impregnado de sangre, mientras que en la novela se describe que está simplemente al pie de la cama.
Por cierto, sr. Neri, espero que todo fuese bien en Valencia a pesar del mal tiempo y que pronto nos cuente sus impresiones.
Saludos a todos.
Para esa escena se intentó fabricar una cabeza de caballo artificial, pero la cosa debía de ser demasiado complicada. Así, compraron una en el matadero local y la pusieron entre hielo hasta que comenzó a rodarse la escena. Según cuentan las crónicas, hacía un calor sofocante y en cuanto pusieron la cabeza del pobre bicho (el supuesto Khartoum), las cosas del calor hicieron irrespirable la atmósfera en poco rato. Las moscas, la sangre y todo lo demás convirtieron ese ratito de rodaje en un tormentillo pestilente.
La historia de Johnny Fontaine, tal y como la apunta Puzo habría dado para otra peli.
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