viernes, 28 de agosto de 2015

QUIEN TUVO RETUVO


En lo tocante a belleza física, el viejo dicho popular de que quien tuvo retuvo se cumple en la inmensa mayoría de los casos. Unas facciones armoniosas, unos ojos bonitos y un físico equilibrado también están sometidos a los quebrantos de la edad, pero qué duda cabe que, al cabo de los años, los vestigios de esta hermosura casi siempre serán preferibles a los efectos del envejecimiento en quien ya era feo de joven. Sin embargo, esta regla no es absoluta y existen excepciones sobre las que vale la pena meditar.

En primer lugar hay algunas personas a las que, aunque parezca mentira, la juventud les cae fatal. Todos tenemos algún conocido que a los veinte años tenía granos en la cara, semblante de pasmado, una excesiva gordura o delgadez, o un aire así como desmañado que no le favorecían nada, y cuyo aspecto general ha mejorado ostensiblemente después de cumplir los treinta. Tampoco nos engañemos: no parece previsible que, sin pasar por quirófano, una chiquita con nariz de cacatúa y pecho formato I-Pad se transforme en Claudia Schiffer frisando la cuarentena, pero es verdad que a algunos les pasa como al buen vino, que mejoran con los años porque los cambios de la adolescencia o de la primera juventud les beneficiaron poco. Y aunque no tiene que ver con el físico en sí, no puede negarse que ciertos estilos de vestimenta propios de la juventud, unidos a la falta de sentido del ridículo típica en esta etapa, pueden arruinar la imagen de cualquiera, y que cuando después cambian los gustos lo normal es ganar bastante.

Otro fenómeno es el contrario, el de gente muy atractiva de joven que al final ha acabado siendo físicamente más desagradable que muchos de los que jamás destacaron por su guapura. Esto es incluso algo característico en ciertos grupos étnicos, cuyos miembros alcanzan una gran plenitud física a edades muy tempranas pero que también prematuramente empiezan a ajarse. Se me ocurren varios comentarios un tanto toscos sobre las féminas pertenecientes a cierta minoría racial presente en nuestro país desde hace seis siglos, pero mi buena voluntad y mi deseo de que La pluma viperina sea un foro de respeto y pluralismo me impiden escribirlos.

Las razones por las que un gallardo joven o una chica preciosa pueden llegar a convertirse en adefesios veinte años después son varias. Algunas guardan relación directa con el sobrepeso y con la forma en que ciertas personas se cuidan o, mejor dicho, se descuidan, pero además influyen decisivamente factores genéticos (como los insinuados en el párrafo anterior) que condicionan el aspecto de la piel, la integridad del cabello o la firmeza de las carnes. El estilo de vida y el tipo de ocupación laboral marcan también las diferencias, y es casi seguro que un funcionario del Registro Civil más bien feúcho cuando estudiante tenga bastante mejor pinta a los ochenta que un galán de su mismo año que se haya pasado la vida cargando electrodomésticos o destripando terrones de sol a sol. Tampoco pueden olvidarse los beneficiosos efectos del deporte y del ejercicio moderado en la forma de envejecer.

Cierto que no es posible luchar contra los condicionantes genéticos ni contra algunas de las circunstancias de nuestra vida, pero yo creo que la apariencia física puede mejorar muchísimo poniendo un mínimo de atención a nuestras costumbres y aprendiendo a cuidar nuestra carcasa, que es la única que tenemos.

7 comentarios:

nago dijo...

Creo que una de las cosas que más embellecen a una persona (además de una vida sana y muy cuidada) es el reflejo de la felicidad en su rostro. Las penas y la amargura sientan fatal. Un culo gordo, también.

Razón tenía Darwin cuando hablaba de la "selección sexual": los feos se quedan solteros (entendiendo que no resultan atractivos al sexo contrario a la hora de procrear), a no ser que se casen con otro feo.

Tábano porteño dijo...

Cuando Baudelaire veía en la belleza de la mujer amada la futura carroña que sería, ¿era excesivamente lúcido, insensato, cruel o todo junto?:


Una carroña.

Recuerda lo que vimos, alma mía,
esa mañana de verano tan dulce:
a la vuelta de un sendero una carroña infame
en un lecho sembrado de guijarros,

con las piernas al aire, como una mujer lúbrica,
ardiente y sudando los venenos
abría de un modo negligente y cínico
su vientre lleno de exhalaciones.

El sol brillaba sobre esta podredumbre,
como para cocerla en su punto,
y devolver ciento por uno a la gran Naturaleza
todo lo que en su momento había unido;

y el cielo miraba el espléndido esqueleto
como flor que se abre.
Tan fuerte era el hedor que tú, en la hierba
creíste desmayarte.

Zumbaban las moscas sobre este vientre pútrido
del cual salían negros batallones
de larvas que manaban como un líquido espeso
por aquellos vivientes andrajos.

Todo aquello descendía y subía como una ola,
o se lanzaba chispeante
se hubiera dicho que el cuerpo, hinchado por un aliento vago,
vivía y se multiplicaba.

Y este mundo producía una música extraña
como el agua que corre y el viento
o el grano que un ahechador con movimiento rítmico
agita y voltea con su criba.

Las formas se borraban y no eran más que un sueño,
un esbozo tardo en aparecer
en la tela olvidada, y que el artista acaba
sólo de memoria.

Detrás de las rocas una perra inquieta
nos miraba con ojos enfadados,
espiando el momento de recuperar en el esqueleto
el trozo que había soltado.

Y, sin embargo, tú serás igual que esta basura,
que esta horrible infección,
¡estrella de mis ojos, sol de mi naturaleza,
tú, mi ángel y mi pasión!

¡Sí! tal tú serás, oh reina de las gracias,
después de los últimos sacramentos,
cuando vayas, bajo la hierba y las fértiles florescencias,
a enmohecer entre las osamentas.

Entonces, oh belleza mía, di a los gusanos
que te comerán a besos,
¡que he guardado la forma y la esencia divina
De mis amores descompuestos!

(de Las flores del mal)

Tábano porteño dijo...

Vaya si era lacerante el paso del tiempo para el romántico francés:

"Embriagaos.

Hay que estar siempre ebrio. Esto es lo único. Para no sentir el horrible fardo del tiempo que rompe vuestros hombros y os inclina hacia la tierra, hay que emborracharse sin tregua.
¿De qué? De vino, de poesía o de virtud, como gustéis. Pero embriagaos.
Y si alguna vez, en la escalera de un palacio, o en el borde de un foso, o en la soledad melancólica de vuestro cuarto despertáis ya disminuida o desaparecida la embriaguez, pedidle al viento, a la ola, a la estrella, al pájaro, al reloj, a todo lo que huye, a todo lo que canta, a todo lo que habla, preguntadle qué hora es.
Y el viento, la ola, la estrella, el pájaro, el reloj, os contestarán: “Es hora de embriagarse. Para no ser los esclavos martirizados por el tiempo, embriagaos constantemente. De vino, de poesía o de virtud, como gustéis.”



Anónimo dijo...

El libro gordo me gusta, el libro gordo entretiene, y yo te digo contento ¡hasta la semana que viene!

¡Qué buena estás Carolina!

nago dijo...

Tan brutal como bello. Tan inmenso como incomprendido Baudelaire.

La belleza está en todo. Y empieza por dentro. Sin duda.

Gracias por traer estos poemas, Tábano. Son preciosos.

Al Neri dijo...

Bueno, eso de que la belleza empieza por dentro... El post se refiere a otro tipo de belleza, amigos. Pero es cierto lo que dice Nago de la felicidad: a la gente feliz se la ve más guapa, pero también aquí juega lo físico, que tantas veces está íntimamente conectado con lo psíquico.

El primer poema, el de la carroña, es muy apropiado para dedicárselo a una chica nada más empezar a salir con ella. Se derrite fijo.

Aprendiz de brujo dijo...

Ojo, un pequeño apunte a este análisis brillante. Los feos tienen menos que perder.
Por lo demás , totalmente de acuerdo.
Lo de embriagarse de virtud es muy brillante y sugerente.