martes, 2 de diciembre de 2014

GUERRA FRÍA

Cuando en un grupo cualquiera del que formes parte (familia, amigos, equipo de trabajo) detectes que cada vez es más difícil llegar a acuerdos incluso en los temas más triviales, ten la seguridad de que las personas de ese grupo no se tienen ningún cariño y seguramente ni siquiera el mínimo respeto. También pregúntate por qué a pesar de todo siguen en contacto, visitándose, saliendo de copas o trabajando juntos. La respuesta casi siempre te dejará muy triste. 

Hay relaciones humanas que están rotas o podridas por dentro pero por interés mutuo, costumbre u obligación, necesitan mantenerse en pie e incluso mostrarse bien lustrosas. Sin embargo, hay un primer indicio (indisimulable) de la putrefacción interna: la falta de fluidez en la toma conjunta de las decisiones más sencillas. Cuando nadie cede ni en lo insignificante, es que en ese grupo se cuece el odio y hay una guerra fría subyacente, llegue o no a desatarse el conflicto.

2 comentarios:

Tábano porteño dijo...

Es triste y terrible lo que dice, Neri, y más frecuente de lo que parece.

Un magnífico libro de C. S. Lewis, Cartas del diablo a su sobrino -que por el título ingenuamente puede confundirse con una obra para público infantil-, ayuda a comprender cómo el odio puede volverse el motor de relaciones otrora entrañables.

Uno de los consejos del demonio mayor Escrutopo al sobrino Orugario respecto del hombre cuya alma debe éste lograr se condene (a riesgo de ser devorado por el tío si fracasa)dice, a fin de instalar la discordia en la relación con su madre:

"3. Es frecuente que, cuando dos seres humanos han convivido durante muchos años, cada uno tenga tonos de voz o gestos que al otro le resulten insufriblemente irritantes. Explota eso: haz que tu paciente sea muy consciente de esa forma particular de levantar las cejas que tiene su madre, que aprendió a detestar desde la infancia, y déjale que piense lo mucho que le desagrada. Déjale suponer que ella sabe lo molesto que resulta ese gesto, y que lo hace para fastidiarle. Si sabes hacer tu trabajo, no se percatará de la inmensa inverosimilitud de tal suposición. Por supuesto, nunca le dejes sospechar que también él tiene tonos de voz y miradas que molestan a su madre de forma semejante. Como no puede verse, ni oírse, esto se consigue con facilidad.

4. En la vida civilizada, el odio familiar suele expresarse diciendo cosas que, sobre el papel, parecen totalmente inofensivas (las palabras no son ofensivas), pero en un tono de voz o en un momento en que resultan poco menos que una bofetada. Para mantener vivo este juego, tú y Globoso debéis cuidaros de que cada uno de ellos tenga algo así como un doble patrón de conducta. Tu paciente debe exigir que todo cuanto dice se tome en sentido literal, y que se juzgue simplemente por las palabras exactas, al mismo tiempo que juzga cuanto dice su madre tras la más minuciosa e hipersensible interpretación del tono, del contexto y de la intención que él sospecha. Y a ella hay que animarla a que haga lo mismo con él. De este modo, ambos pueden salir convencidos, o casi, después de cada discusión, de que son totalmente inocentes. Ya sabes como son estas cosas: "Lo único que hago es preguntarle a qué hora estará lista la cena, y se pone hecha una fiera". Una vez que este hábito esté bien arraigado en la casa, tendrás la deliciosa situación de un ser humano que dice ciertas cosas con el expreso propósito de ofender y, sin embargo, se queja de que se ofendan."


Al Neri dijo...

Como siempre, Porteño, aporta usted la cita exacta para ilustrar el post.