Hay quien dice que todos tenemos algún vicio y que la vida sería imposible de sobrellevar sin la válvula de escape de los pequeños o grandes vicios. Alcohol, drogas, tabaco, sexo, juego, comida, compras, Internet, móvil, videoconsola, ropa, trabajo, deporte… Algunos tienen que ver con la dependencia, mayor o menor, de ciertas sustancias; otros, con la satisfacción compulsiva de necesidades fisiológicas, y los hay que pertenecen al mundo de las obsesiones.
Los vicios no deberían meterse todos en el mismo saco, pues aunque es cierto que los hay muy peligrosos y potencialmente destructivos, otros son (o parecen) más bien inocentes, como la pasión por los dulces, el café o el fútbol, aunque quizá la peligrosidad tenga un componente demasiado subjetivo y la amenaza no esté en el vicio en sí, sino en el vicioso. En efecto hay personas en las que cualquier inclinación pronto se convierte en manía y después en adicción sin solución de continuidad, mientras que otras siempre saben mantener sus frenesís a raya. Los individuos con más riesgo de volverse dependientes de cualquier cosa son aquellos con un grave déficit de fuerza de voluntad o los que atraviesan momentos bajos o depresiones.
Hay mucho que indagar sobre los vicios humanos.
¿De verdad todos tenemos vicios? Yo no lo creo. Conozco bastantes personas que no están subyugadas, ni en la más mínima medida, por ninguna de estas servidumbres. Quizá es verdad que en muchos casos se trata de gente que no necesita válvulas de escape porque no tiene de nada de lo que escapar: están muy satisfechos con su vida, pasan por pocos tragos desagradables y, sobre todo, están tan ocupados que no tienen ni media hora para expansiones superfluas. Un factor clave en relación con determinadas conductas y obsesiones es el nivel de ociosidad. Ya dice el refrán que “hombre parado, malas ideas” o que “cuando el demonio no tiene qué hacer, con el rabo espanta las moscas”, en referencia a la relación evidente entre inactividad y vicio. En la crisis que aún padecemos, los altos índices de desempleo han disparado el alcoholismo, el consumo de sustancias psicotrópicas y la promiscuidad juvenil.
Otra cuestión interesante es la mayor propensión a enviciarse de los hombres frente a las mujeres. Hay muchos más varones alcohólicos, drogadictos o con cualquier otra dependencia grave. Incluso si hablamos de pequeñas manías, a mí me parece obvio que nosotros somos mucho más proclives que ellas. ¿Tal vez somos más infelices o más débiles? He pensado que pueda ser una cuestión cultural y que este hecho se explique por la mayor tolerancia social hacia los excesos del hombre debido al duro trabajo físico que este debía desempeñar, o, a sensu contrario, por el mayor control social al que estaban sometidas las mujeres, tanto solteras como casadas, exigiéndoseles una cota de virtud incompatible con cualquier devaneo. Es posible también que los vicios masculinos sean más ostentosos, especialmente los relacionados con la líbido, mientras que ellas hayan sido siempre más discretas o más hipócritas. Yo no lo acabo de ver claro, pero el caso es que a mi alrededor veo muchos hombres con los frenos descacharrados para unos cuantos “hobbies” y, en cambio, encuentro que la inmensa mayoría de las chicas no sufren estos desequilibrios y parecen más capaces de cumplir sus obligaciones cotidianas sin la ayuda de mecanismos de desahogo.
Pero lo que más me interesa a mí de este tema es la subjetividad que he apuntado al principio, y que no solo se traduce en que haya personas con mayor tendencia a encenagarse que otras, sino en que la sociedad no tiene la misma percepción de unos viciosos que de otros. Lo cierto es que solemos tener una actitud farisaica y egoísta hacia las adicciones humanas. Lo que en realidad nos preocupa no es que uno de nuestros semejantes comprometa su vida o su salud física o mental por culpa de su dependencia de los licores, de las drogas o de las putas, sino que su comportamiento nos perjudique a los demás. La heroína en los años setenta y ochenta del pasado siglo, por ejemplo, jamás habría pasado de ser un drama familiar íntimo para los afectados a un problema de interés nacional si los toxicómanos hubieran sido millonarios y no hubieran necesitado delinquir para obtener sus dosis. Con el sexo y el juego pasa parecido: si a un soltero sin hijos le da por putañear diariamente o fundirse todo su sueldo en el póker, endeudándose hasta lo imposible, a todos nos importa un higo. Solo saltan las alarmas cuando estas depravaciones salpican a terceros, o sea cuando hay una esposa públicamente cornuda, unos hijos con la manutención en juego o unos parientes con la herencia peligrando.
En resumen, tengo la impresión de que en nuestra sociedad los vicios solo empiezan a percibirse como negativos o peligrosos cuando la mierda puede esparcirse y pringar a terceros, lo que en la practica implica una mayor benevolencia hacia el enviciamiento de los ricos que hacia el de los pobres, ya que aquel no suele repercutir hacia el exterior, mientras que este puede derivar fácilmente en la desestructuración familiar y en la marginación, con todo lo que ello implica para la comunidad en su conjunto a nivel de gasto asistencial y peligrosidad criminal entre otras consecuencias.
Hay mucho que indagar sobre los vicios humanos.
¿De verdad todos tenemos vicios? Yo no lo creo. Conozco bastantes personas que no están subyugadas, ni en la más mínima medida, por ninguna de estas servidumbres. Quizá es verdad que en muchos casos se trata de gente que no necesita válvulas de escape porque no tiene de nada de lo que escapar: están muy satisfechos con su vida, pasan por pocos tragos desagradables y, sobre todo, están tan ocupados que no tienen ni media hora para expansiones superfluas. Un factor clave en relación con determinadas conductas y obsesiones es el nivel de ociosidad. Ya dice el refrán que “hombre parado, malas ideas” o que “cuando el demonio no tiene qué hacer, con el rabo espanta las moscas”, en referencia a la relación evidente entre inactividad y vicio. En la crisis que aún padecemos, los altos índices de desempleo han disparado el alcoholismo, el consumo de sustancias psicotrópicas y la promiscuidad juvenil.
Otra cuestión interesante es la mayor propensión a enviciarse de los hombres frente a las mujeres. Hay muchos más varones alcohólicos, drogadictos o con cualquier otra dependencia grave. Incluso si hablamos de pequeñas manías, a mí me parece obvio que nosotros somos mucho más proclives que ellas. ¿Tal vez somos más infelices o más débiles? He pensado que pueda ser una cuestión cultural y que este hecho se explique por la mayor tolerancia social hacia los excesos del hombre debido al duro trabajo físico que este debía desempeñar, o, a sensu contrario, por el mayor control social al que estaban sometidas las mujeres, tanto solteras como casadas, exigiéndoseles una cota de virtud incompatible con cualquier devaneo. Es posible también que los vicios masculinos sean más ostentosos, especialmente los relacionados con la líbido, mientras que ellas hayan sido siempre más discretas o más hipócritas. Yo no lo acabo de ver claro, pero el caso es que a mi alrededor veo muchos hombres con los frenos descacharrados para unos cuantos “hobbies” y, en cambio, encuentro que la inmensa mayoría de las chicas no sufren estos desequilibrios y parecen más capaces de cumplir sus obligaciones cotidianas sin la ayuda de mecanismos de desahogo.
Pero lo que más me interesa a mí de este tema es la subjetividad que he apuntado al principio, y que no solo se traduce en que haya personas con mayor tendencia a encenagarse que otras, sino en que la sociedad no tiene la misma percepción de unos viciosos que de otros. Lo cierto es que solemos tener una actitud farisaica y egoísta hacia las adicciones humanas. Lo que en realidad nos preocupa no es que uno de nuestros semejantes comprometa su vida o su salud física o mental por culpa de su dependencia de los licores, de las drogas o de las putas, sino que su comportamiento nos perjudique a los demás. La heroína en los años setenta y ochenta del pasado siglo, por ejemplo, jamás habría pasado de ser un drama familiar íntimo para los afectados a un problema de interés nacional si los toxicómanos hubieran sido millonarios y no hubieran necesitado delinquir para obtener sus dosis. Con el sexo y el juego pasa parecido: si a un soltero sin hijos le da por putañear diariamente o fundirse todo su sueldo en el póker, endeudándose hasta lo imposible, a todos nos importa un higo. Solo saltan las alarmas cuando estas depravaciones salpican a terceros, o sea cuando hay una esposa públicamente cornuda, unos hijos con la manutención en juego o unos parientes con la herencia peligrando.
En resumen, tengo la impresión de que en nuestra sociedad los vicios solo empiezan a percibirse como negativos o peligrosos cuando la mierda puede esparcirse y pringar a terceros, lo que en la practica implica una mayor benevolencia hacia el enviciamiento de los ricos que hacia el de los pobres, ya que aquel no suele repercutir hacia el exterior, mientras que este puede derivar fácilmente en la desestructuración familiar y en la marginación, con todo lo que ello implica para la comunidad en su conjunto a nivel de gasto asistencial y peligrosidad criminal entre otras consecuencias.
1 comentario:
Otra gran entrada, Neri.
Cierto articulista cultor de la sophia perennis (heterodoxos que suelen decir cosas interesantes) expuso una vez lo siguiente respecto de las drogas: el problema es que en la modernidad determinados saberes que en las "sociedades tradicionales" (arcaicas, que eran regidas por lo religioso) estaban reservados a ciertos iniciados. Vgr. el chamán era quien ingería alucinógenos para acceder al ultramundo. En cambio, en nuestras modernas democracias liberales esos saberes son accesibles prácticamente a cualquiera, con la consiguiente anarquía que ello imṕlica.
Y más aún, y sin querer hacer una apología del totalitarismo (en todo caso este es un blog políticamente incorrecto): recuerdan tales autores que Platón decía que había dos clases de hombres: los que pueden gobernarse a sí mismos y los que necesitan ser gobernados; los primeros son los que deben tener el poder.
Y a mayor abundamiento: para Platón gobernar no es meramente administrar. Administrar es disponer del mejor modo posible de los bienes materiales de un pueblo; pero gobernar es llevar a los miembros del Estado a su fin último (sobrenatural). Es claro que Platón era bastante pesimista respecto de la capacidad de los hombres "comunes" para dirigir su vida.
¿Qué habría dicho Platón de la afición al juego de Dostoievsky, que le trajo mis sinsabores pero a la vez le inspiró "El jugador", grande y lacerante novela semiautobiográfica?.
Ya me extendí demasiado pero es que el tema da para mucho. Permítame dejar por último la Sinfonía en gris mayor de R. Darío, quien creo comprendió bien el carácter de exiliado que tenemos los humanos en este mundo; carácter que nos hace propensos a los vicios como el marinero melancólico y fumador del poema:
Sinfonía en gris mayor
El mar como un vasto cristal azogado,
refleja la lámina de un cielo de zinc;
lejanas bandadas de pájaros manchan
el fondo bruñido de pálido gris.
El sol como un vidrio redondo y opaco,
con paso de enfermo camina al cenit;
el viento marino descansa en la sombra
teniendo de almohada su negro clarín.
Las ondas que mueven su vientre de plomo,
debajo del muelle parecen gemir.
Sentado en un cable, fumando su pipa,
está un marinero pensando en las playas
de un vago, lejano, brumoso país.
Es viejo ese lobo. Tostaron su cara
los rayos de fuego del sol de Brasil;
los recios tifones del mar de la China
lo han visto bebiendo su frasco de gin.
La espuma impregnada de yodo y salitre,
ha tiempo conoce su roja nariz,
sus crespos cabellos, sus bíceps de atleta,
su gorra de lona, su blusa de dril.
En medio del humo que forma el tabaco,
ve el viejo el lejano, brumoso país,
adonde una tarde caliente y dorada,
tendidas las velas, partió el bergantín.
La siesta del trópico. El lobo se aduerme.
Ya todo lo envuelve la gama del gris.
Parece que un suave y enorme esfumino
del curvo horizonte borrara el confín.
La siesta del trópico. La vieja cigarra
Ensaya su ronca guitarra senil,
y el grillo preludia un solo monótono
en la única cuerda que está en su violín.
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