A raíz de la denuncia del comunista asturiano Gaspar Llamazares, se ha levantado cierta polémica con la iniciativa de varias organizaciones patrióticas extraparlamentarias de repartir alimentos exclusivamente a necesitados españoles. Estas campañas se han llevado a cabo en unos cuantos puntos de la geografía nacional y con diferentes modalidades, a veces con ocupación ilegal de inmuebles y bajo la denominación de “hogares sociales”.
Me he estado informando del asunto y debo admitir que me cuesta bastante posicionarme. Como católico, no me termina de quedar clara la compatibilidad de los sentimientos humanitarios que se supone que inspiran a estas asociaciones con una discriminación programada por razón de nacionalidad. Se supone que un cristiano con intención de ayudar al prójimo paliando sus necesidades materiales, debería hacerlo espontáneamente con aquellas personas de su barrio o ciudad con mayores dificultades económicas o con mayor riesgo de exclusión, y no seleccionando de manera premeditada a aquellos pobres que más le gusten o mejor le caigan en función de su origen o de la regularidad de su residencia en nuestro país. Y cuidado, que no estoy defendiendo la inmigración ilegal, sino diciendo que a mí me costaría mucho estar repartiendo bocatas o kilos de macarrones a españoles en apuros y no poder darle nada a un negro o a un peruano en la misma o peor situación que me lo pidiera.
Pero aquí mi primer error de juicio es dar por sentado que estos voluntarios actúan guiados por el Cristianismo.
Otro fallo mío, y esta vez a favor de estas iniciativas, es que seguramente no me doy cuenta de que cada ONG está especializada en un determinado campo de acción social, de que cada una suele ayudar a un determinado sector o colectivo, o centrarse en un ámbito geográfico o funcional concreto, por simples razones de eficacia o de vocación. Si tanto me chirría que en los “hogares sociales” solo se entreguen lentejas y embutidos a los españoles, con la de extranjeros que viven en nuestras ciudades en circunstancias dramáticas, ¿por qué no me quejo entonces de las numerosísimas entidades cuya misión es acoger, alimentar, mantener y emplear solamente a inmigrantes? Quizá porque intuyo que este colectivo presenta unos rasgos y unas necesidades específicas que demandan una atención especializada, y porque sospecho que sus penurias son cuantitativamente más graves que las de mis compatriotas, pero… ¿es esto cierto? ¿Los españoles parados que no pueden pagar su vivienda ni alimentar a sus hijos no tienen también derecho a que se cree una asociación que concentre sus esfuerzos en ayudarles a ellos y solo a ellos? ¿De verdad lo pasan peor los moros y los panchitos de Madrid que algunos madrileños de pura cepa?
Pero posiblemente el principal motivo de mis recelos hacia estos repartos selectivos de comida sea mi convencimiento de que sus promotores actúan mucho más movidos por la demagogia y el deseo de publicidad política que por un verdadero afán de auxiliar a los hambrientos, como lo demuestran sus obsesivas campañas de difusión en las redes sociales. Una caridad que tan obscenamente se cacarea a los cuatro vientos no me parece auténtica. Tengo la impresión de que estos grupos lo único que pretenden es imitar (y encima mal) al partido nacionalsocialista heleno Amanecer Dorado, ansiosos de una repercusión mediática similar a la suya. Ha sido además el suyo un altruismo sobrevenido: nadie les recuerda repartiendo arroz antes de los logros electorales de Michaloliakos...
Por otra parte, me da en la nariz que estos aprendices de filántropos no tienen ni la menor idea de cómo identificar y seleccionar a las familias desamparadas, y que se dedican a regalar comida a cualquier jeta que pase por allí y les enseñe un DNI español, porque al fin y al cabo lo único que les preocupa es salir en las fotos de Facebook y de la prensa.
Por otra parte, me da en la nariz que estos aprendices de filántropos no tienen ni la menor idea de cómo identificar y seleccionar a las familias desamparadas, y que se dedican a regalar comida a cualquier jeta que pase por allí y les enseñe un DNI español, porque al fin y al cabo lo único que les preocupa es salir en las fotos de Facebook y de la prensa.
En mis tiempos de la cruz y la espada, por Navidad siempre llevábamos donativos y alimentos a congregaciones religiosas asistenciales o participábamos en la operación kilo de nuestra ciudad, y nunca preguntábamos por la nacionalidad ni por el color de la piel de los beneficiarios de nuestra ayuda, ni mucho menos proclamábamos nuestra “acción heroica” en todos los medios habidos y por haber.
2 comentarios:
Buen post Neri. Mis felicitaciones. Yo creo que mezclar caridad, (en el sentido originario de la palabra), con nacionalismo es sencillamente repugnante. En el fondo es otra forma de mercantilizar la comida.Dar un sentido utilitarista y proselitista a los sentimientos más nobles, es una forma de prostitución extraordinariamente rastrera.
Quizás los que hacemos poco o nada, seamos peores aún si cabe.
Pero quien llega a sus niveles de sectarismo y zafiedad, demuestra una amoralidad y una pobreza humana muy grande.
Felices días a todos.
La caridad (o solidaridad en términos actuales) puede ser una arma política de primer orden. La utilizan los islamistas radicales, logrando adhesiones en sus países, la utiliza aurora Dorada con su clentela política natural, griegos nativos, y la van a utilizar más grupos políticos. Si es una acción que reporta éxito, la utilizarán, y si son grupos nacionalistas excluyentes con los inmigrantes, excluirán a los inmigrantes. Creo que no debe verse como actos solidarios, sino como actos políticos.
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