Walter White y su otro yo "Heisenberg", con todos los accesorios |
El otro día me di cuenta del
enorme impacto sociológico que ha tenido la serie televisiva americana Breaking bad (2008-2013) cuando me encontré, en el escaparate de una tienda de
coleccionismo de Madrid, con varios muñecos articulados y camisetas del personaje
Walter White. No me extrañó nada porque esta creación de Vince Gilligan, que se
emitió en España en Canal Plus y en Yomvi, me parece tan original y apasionante
que considero imposible no quedar un poco marcado por ella. Personalmente jamás
he visto nada parecido, ni en el cine ni en televisión, a esta serie de cinco temporadas y 62
episodios, a caballo entre el drama y la comedia negra, sobre el proceso de
corrupción de un convencional padre de familia de Albuquerque (Nuevo México)
que aprovecha sus conocimientos de química para adentrarse en el negocio de las
drogas sintéticas. La historia es brillante, sorprendente y truculenta a más no
poder; cuenta con unas interpretaciones inolvidables y ha ganado numerosos
premios, entre ellos el Emmy a la mejor serie dramática.
Walter White es un profesor de química de instituto muy pringado con un hijo minusválido y no pocos problemas económicos. Diagnosticado de un cáncer terminal de pulmón y obsesionado por el futuro de su familia, decide asociarse con el veinteañero drogadicto Jesse Pinkman, ex alumno suyo y con menos entendederas que un insecto, para “cocinar” y distribuir juntos una receta muy pura de metanfetamina con los cristales de un llamativo color azul. Al entrar en contacto con la violencia y la sordidez del mundo del narcotráfico, ambos experimentan una compleja evolución personal que altera su percepción de la realidad y sus valores morales. White se ve obligado además a llevar una doble vida para no despertar recelos en su entorno y especialmente en su cuñado, agente de la Drug Enforcement Administration (DEA).
Walter White es un profesor de química de instituto muy pringado con un hijo minusválido y no pocos problemas económicos. Diagnosticado de un cáncer terminal de pulmón y obsesionado por el futuro de su familia, decide asociarse con el veinteañero drogadicto Jesse Pinkman, ex alumno suyo y con menos entendederas que un insecto, para “cocinar” y distribuir juntos una receta muy pura de metanfetamina con los cristales de un llamativo color azul. Al entrar en contacto con la violencia y la sordidez del mundo del narcotráfico, ambos experimentan una compleja evolución personal que altera su percepción de la realidad y sus valores morales. White se ve obligado además a llevar una doble vida para no despertar recelos en su entorno y especialmente en su cuñado, agente de la Drug Enforcement Administration (DEA).
Jesse Pickman es muy tonto pero posee unos sólidos valores |
Se me ocurren multitud de
consideraciones sobre una de las pocas series que me ha dejado sobrecogido y
con la boca abierta al final de cada capítulo.
Una de ellas, por supuesto, es en qué medida todos albergamos el mal en nuestro interior, en estado latente, y bastan las circunstancias adecuadas para que salga a la luz. También cabría preguntarse si la maldad humana es una realidad objetiva o deben siempre contrastarse los hechos, por muy reprobables que sean, con la rectitud de las intenciones. Y en esta misma línea, la gran pregunta que flota en el aire tras disfrutar de Breaking bad es si todo vale cuando se trata de proteger a nuestros seres queridos, cuando actuamos guiados por nuestro amor hacia ellos.
Un amigo me suele decir que él tiene una “vena muy siciliana” en cuestiones familiares, o sea que estaría dispuesto a incurrir en chanchullos e injusticias para ayudar o defender a sus hijos. Desde luego es humano preferir el sufrimiento de terceros al de las personas de nuestro círculo íntimo, pero no parece muy ético provocar nosotros mismos ese mal ajeno salvo en situaciones de extrema necesidad o legítima defensa, que entiendo que no concurren en el caso de “Heisenberg”, al menos en un principio.
Otro tipo de reflexiones irían más enfocadas al tema de la avaricia. ¿Existe algún tope en nuestras ambiciones económicas o siempre estaremos insatisfechos y querremos más, más y más, sea cual sea la cantidad ganada? También he pensado mucho viendo la serie en lo absurdamente compulsivos que podemos llegar a ser los seres humanos con el dinero, como por ejemplo el protagonista cuando se empeña en seguir acumulando pasta a pesar de que, por mucho que derrochara, no agotaría la que ya tiene “ni en diez vidas”, y encima no puede permitirse ningún lujo para que no le pille la DEA.
Lo que más me gusta de Breaking bad es su guión impredecible y plagado de sorpresas, que te mantiene entre desconcertado y angustiado hasta el final. El desenlace de la trama es deslumbrante, digno de esta magnum opus de la televisión estadounidense.
Una de ellas, por supuesto, es en qué medida todos albergamos el mal en nuestro interior, en estado latente, y bastan las circunstancias adecuadas para que salga a la luz. También cabría preguntarse si la maldad humana es una realidad objetiva o deben siempre contrastarse los hechos, por muy reprobables que sean, con la rectitud de las intenciones. Y en esta misma línea, la gran pregunta que flota en el aire tras disfrutar de Breaking bad es si todo vale cuando se trata de proteger a nuestros seres queridos, cuando actuamos guiados por nuestro amor hacia ellos.
Un amigo me suele decir que él tiene una “vena muy siciliana” en cuestiones familiares, o sea que estaría dispuesto a incurrir en chanchullos e injusticias para ayudar o defender a sus hijos. Desde luego es humano preferir el sufrimiento de terceros al de las personas de nuestro círculo íntimo, pero no parece muy ético provocar nosotros mismos ese mal ajeno salvo en situaciones de extrema necesidad o legítima defensa, que entiendo que no concurren en el caso de “Heisenberg”, al menos en un principio.
Otro tipo de reflexiones irían más enfocadas al tema de la avaricia. ¿Existe algún tope en nuestras ambiciones económicas o siempre estaremos insatisfechos y querremos más, más y más, sea cual sea la cantidad ganada? También he pensado mucho viendo la serie en lo absurdamente compulsivos que podemos llegar a ser los seres humanos con el dinero, como por ejemplo el protagonista cuando se empeña en seguir acumulando pasta a pesar de que, por mucho que derrochara, no agotaría la que ya tiene “ni en diez vidas”, y encima no puede permitirse ningún lujo para que no le pille la DEA.
Lo que más me gusta de Breaking bad es su guión impredecible y plagado de sorpresas, que te mantiene entre desconcertado y angustiado hasta el final. El desenlace de la trama es deslumbrante, digno de esta magnum opus de la televisión estadounidense.
1 comentario:
Bueno, uno de los aforismos de G. Dávila reza: "No demos a nadie la ocasión de ser vil. La aprovecha".
Si es como lo explica, Neri, es digna de verse esta serie. Según Hitchcock, "cuanto mejor es el malo, mejor es la película". Una de las mayores dificultades en los autores de ficción es cómo mostrar el mal sin caer en la tentación de maniqueísmo; algunos autores lo logran. Recuerdo que en Scarface de De Palma la caída de Tony Montana comienza cuando se niega a volar un auto en que inesperadamente viajan los niños hijos de la víctima; ese chispazo de humanidad del personaje desencadena la serie de desastres que lo hundirán.
Otro clásico en que se ven los efectos devastadores del mal, esta vez en una vida individual, es Perversidad, de F. Lang:
https://www.youtube.com/watch?v=RLiUqBAqJ7I
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