jueves, 7 de agosto de 2014

NACIONALISMO CASTELLANO

Acto castellanista con pendones morados en vez de carmesís, que es como deberían ser


Aunque suene a cachondeo, existe el nacionalismo castellano. Cuatro o cinco partidos extraparlamentarios, cuyo espectro ideológico abarca desde el centro político al marxismo-leninismo, pasando por la social-democracia, exigen el reconocimiento de Castilla como nación y la recuperación de su unidad territorial, que consideran fragmentada en cinco comunidades autónomas.

Dentro del “castellanismo” encontramos varias corrientes según la intensidad de sus reivindicaciones. Mientras que determinados partidos no pretenden “la independencia de Castilla del Estado Español”, sino “obtener para el pueblo castellano las suficientes y necesarias cuotas de autogobierno” en el marco de un modelo federal, otras formaciones, identificadas con la extrema izquierda al estilo abertzale, sostienen un discurso abiertamente soberanista y separatista. Todos tienen en común, eso sí, una crítica furibunda al “centralismo español” y la reclamación de unas competencias y privilegios fiscales similares a los de las comunidades autónomas históricas.

La formación castellanista más conocida llegó a obtener en las elecciones de 1999 un procurador en las Cortes de Castilla y León y tres concejales en el Ayuntamiento de Burgos.

Sobre este pintoresco fenómeno político, que toma como presupuesto histórico-mitológico clave la Guerra de las Comunidades de Castilla, yo siempre me he hecho dos preguntas a las que aún no he logrado dar respuesta.

La primera de ellas es por qué estos partidos únicamente reivindican como territorio de la supuesta nación castellana el de las actuales comunidades autónomas de Castilla y León, Castilla-La Mancha, La Rioja, Cantabria y Madrid. Sinceramente no lo entiendo. Siendo castellano-leonesistas, lo lógico es que también incluyeran en su mapa nacional los más antiguos territorios del Reino de León (Galicia y Asturias) e incluso los conquistados a partir del siglo XI (Extremadura). Lo mismo me pregunto sobre otras zonas que pertenecieron históricamente al Reino o a la Corona de Castilla, como ciertas comarcas de la actual provincia de Valencia, el Reino de Murcia o, ya puestos a pedir, toda la comunidad andaluza. Y por otro lado, si se empeñan en restringir su "patriotismo" a la Castilla primitiva, ¿por qué no limitan sus pretensiones al viejo condado del siglo X?

Claro que para responder a esta cuestión habría que tener claro, antes que nada, qué es Castilla hoy en día, y lo más honesto sería concluir que hoy ya no existe como entidad propia, pues la generosa Castilla dio a luz a España hace cinco siglos y murió en el parto.

Mi segundo interrogante tiene mucho que ver con el anterior. ¿Por qué siendo nacionalista esta gente no se enorgullece y asume como propia la expansión territorial y/o cultural de su nación en el resto de la Península? ¿Por qué los nacionalistas castellanos renuncian al caudal humano, cultural y geográfico a que dieron lugar la unión con la Corona de Aragón y la conquista de Navarra? Para mí que son los únicos nacionalistas del mundo que reniegan de las políticas expansionistas de su nación, y de la propagación de sus valores, su lengua y su identidad más allá de sus fronteras iniciales. 

La cosa es que si aceptaran estos hechos como parte de la historia de su amada Castilla ya no podrían llamarse esa idiotez de nacionalistas castellanos y se convertirían sin más en patriotas españoles, que es lo que somos todos los que entendemos correctamente el papel de los diferentes reinos históricos peninsulares en la formación de un proyecto común y maravilloso llamado España.

3 comentarios:

Aprendiz de brujo dijo...

Interesante reflexión la que haces, a la par que didáctica, como es habitual. A mi me parece que ser nacionalista y castellano es como ser andaluz y trabajador, (Luzindé hijjjo donde estás).Creo que el palabro es oxímoron.
Por cierto vengo encantado de Conil. Qué mar, qué atún, qué tetas, qué luz, qué clima, qué patios andaluces, qué gente tan estupenda.
Un abrazo viperino para todos.

Tábano porteño dijo...

Un profesor de estos lares, seguidor y difusor en hispanoamérica del pensador J. Évola, suele tener debates esclarecedores respecto de las limitaciones del nacionalismo.

Copio unos párrafos de un artículo:

"Llama la atención que este grupo de europeos que insiste en escribir en la página de Tsunami (*) respecto de las conveniencias que les reporta un nacionalismo continental, tal como hemos venido padeciendo desde hace décadas en nuestro país y en el mundo con sus incesantes despojos de nuestra soberanía y riquezas, hoy nos hable con optimismo respecto de la desaparición de los Estados nacionales y de su consecuente sustitución por conglomerados étnicos, tales como los que allí suceden con Cataluña, Galicia, Padania, Valonia, etc.

Al respecto digamos dos cosas. Es verdad A) que el Estado nacional, tal como existiera hasta nuestros días, es una creación moderna resultante de la quiebra del ecumene medieval. B) Que el nacionalismo tiene por lo tanto un origen burgués habiendo sido motorizado especialmente por la revolución Francesa como una forma más de relativismo. C) Que no es casual que los mismos liberales suelan calificarse muchas veces como nacionalistas en tanto consideran a los Estados nacionales como supraindividualidades que luchan por sus intereses y que, así como en el mercado, por una especie de armonía preestablecida, el libre despliegue de los egoísmos individuales daría como resultado el bien y el progreso de la humanidad toda, de la misma manera creen que, en tanto las naciones se aboquen meramente a defender sus propios intereses, principalmente económicos y ‘geopolíticos’, esto también devendrá en la felicidad colectiva.

Pero desde un punto de vista superior y no relativista como el que es propio de la anomalía moderna es posible en cambio valorar en el nacionalismo un segundo aspecto. Al proponer en el seno de una determinada comunidad el bien de la Nación como un fin superior al de las partes singulares, en un plano subordinado sostiene pues la primacía de un principio universal por sobre uno de carácter particular y de este modo deja de ser relativista, tal como lo fuera en sus orígenes. El gobernante en tal tarea de subordinar las cosas a un principio cumple así el mismo rol que tenía el emperador en el seno de una comunidad más vasta, el de mediatizar los intereses de las partes ante un principio superior. El concepto de bien de la nación se convierte así en una realidad trascendente, -tal como existiera en un nivel más vasto en los grandes imperios- a la cual se deben ordenar las partes singulares. Es sólo desde tal punto de vista que puede ser lícito proclamarse nacionalistas y no en tanto defensores del principio de la soberanía de las naciones o de la superioridad y exclusivismo de lo propio, tal como fuera característica de varias manifestaciones de tal movimiento, por lo cual dicho término ha terminado convirtiéndose en ambiguo y no resulta a nuestro entender para nada conveniente en ser utilizado debido a las confusiones que conlleva."

Luxindex dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.