Pueden fingirse el amor y el
odio, el dolor y el placer, la alegría y la tristeza. Se puede aparentar entusiasmo,
amistad, enfado, frialdad o indiferencia sin sentirlos ni remotamente. Pero el respeto
es imposible de simular; por mucho que nos esforcemos en demostrar consideración
hacia quien despreciamos, jamás conseguiremos que salga bien la pantomima.
Posiblemente nuestra incapacidad
de fingir respeto sea la causa principal del mal rollo que surge a veces en las
relaciones sociales sin que sepamos explicar el porqué.
De vez en cuando nos asombramos
de que nuestro trato con alguien resulta incómodo o poco fluido. Puede ser un
coleguilla del grupo de cañas, un pariente político o un compañero de trabajo,
con el que la relación es formalmente correcta pero algo nos dice que los
engranajes chirrían: ninguno de los dos se siente a gusto en presencia del
otro, hay demasiada tendencia al pique por tonterías aunque no se discuta
frontalmente y no se termina de encajar. Estamos ante la consecuencia típica de
nuestra imposibilidad de fingir respeto. El problema de fondo es que, por el
motivo que sea, uno de los dos menosprecia al otro, se lo toma a chirigota y
desdeña sus opiniones y comportamiento. Y, por muy educado que se sea, por
mucho teatro que se haga, esa falta de consideración se manifiesta en mil
detalles que a nadie, ni mucho menos al interesado, pasan desapercibidos. Generalmente
esta actitud irrespetuosa suele plasmarse en el lenguaje no corporal (gestos
involuntarios, caras de paciencia), en la resistencia a escuchar a esa persona
(no mirarla cuando habla, no dejarla terminar de hablar), en la necesidad
involuntaria de poner pegas a todas sus propuestas u opiniones, y a veces en ciertas
conductas paternalistas o de excesiva cortesía, o en el marcaje de una excesiva
distancia de seguridad.
“Pues yo no entiendo por qué
Fulano está picado conmigo, la verdad. Yo siempre he sido correcto con él y
nunca hemos tenido ni un roce”. Ya, eso es lo que tú te crees. Lo que pasa es
que Fulano te parece un gilipollas y un arrastrado y se te nota a la legua. Te crees
muy educadín por haberte contenido durante años y no haberle llamado pelele en
la cara, por haberle tratado con esa cordialidad de plástico, pero al final,
amigo, te delatan tus caras de grima, tus mini resoplidos y tu aire de
suficiencia mal camuflada cuando le rebates sus opiniones, que te ponen negro. Igual
que todo el mundo, no sabes simular respeto y ello hará siempre imposible que
puedas llevarte bien con aquellos a los que subestimas.
2 comentarios:
Muy buen post. Ahí estamos rascando en las profundidades abisales de las miserias del ser humano. Me ha gustado mucho y me ha hecho reflexionar.
¿cordialidad de plástico?
No me gustaría tener a alguien así a mi lado.
No acostumbro a subestimar a nadie, y menos sin habérselo comunicado previamente de forma verbal o escrita. Se me nota en la mirada.
¡ups! Nadie es perfecto.
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