Me interesa mucho la doctrina
social de la Iglesia en lo tocante al trabajo humano, que no tiene desperdicio.
Para los católicos, el trabajo (que no es herencia del castigo divino a Adán y
Eva como algunos creen) tiene diferentes dimensiones personales y sociales. Una
de ellas es la de medio para sustentar nuestra vida y la de los
nuestros, y la otra es que ha de concebirse como el servicio que cada uno hacemos a
la comunidad humana, o sea nuestra manera de ser útiles a la sociedad. Esta
segunda faceta siempre me ha preocupado y en todos los puestos de trabajo que
he desempeñado (unos cuantos) me he comido el coco sobre cuál era mi
contribución a la mejora de la sociedad o de qué modo estaba haciendo algo por
mis semejantes.
En ocasiones he encontrado
respuestas más o menos satisfactorias y he sentido que realmente estaba
poniendo mi pequeño grano de arena para hacer un mundo o un país un poco mejor,
o para ayudar a alguien en sus necesidades cotidianas, aunque fuera de manera
indirecta. Otras veces no he sido capaz de ver para qué diablos servía lo que
hacía, en especial cuando me dedicaba a tareas con un fuerte componente
burocrático, me ocupaba de trámites muy formales o era el responsable de
simular sobre el papel el cumplimento de absurdas exigencias legales de las que
ya hemos hablado largo y tendido. Por desgracia, y pese a los tropecientos mil
programas de simplificación y racionalización abordados de cara a la galería
por los diferentes gobiernos desde tiempos inmemoriales, la Administración española
sigue siendo una máquina perfecta de generar trabas, requisitos, procedimientos,
cargas y papeles absurdos. Y lo dice un defensor acérrimo de una administración
intervencionista.
Pero no solo me cuesta adivinar la función social de algunos de mis humildes cometidos, sino que, en general, creo
que cada vez hay menos oficios útiles y beneficiosos para alguien más que para
el empresario y esto en el mejor de los casos. Adonde quiero llegar es que hemos
ido construyendo una sociedad cada vez más compleja y artificiosa, atestada de
mercachifles, chupones, intermediarios, expertos en nada, vendedores de humo,
estafadores e inventores de falsas necesidades que si desaparecieran todos de
golpe no los echaría en falta ni su madre.
Triste pero real. Me resulta difícil
encontrar profesiones basadas en eso que llama la Iglesia el servicio a la
comunidad humana. Dos de las que siempre he tenido en un pedestal son la de médico
y la de maestro, aunque admito mi simplificación tontorrona pues hay otros miles de
tipos de trabajo enfocados en teoría a fomentar el desarrollo económico, a la
mejora de la cultura y la calidad de vida, a la asistencia social, la defensa
de la Patria o la satisfacción de necesidades materiales o de ocio. Digo en
teoría porque tengo la sensación de que todas estas necesidades cada vez se
satisfacen de manera más impersonal, o incorporando eslabones o procesos que
solo se justifican en la creación de puestos para que todo el mundo curre. Al
mismo tiempo las nuevas tecnologías representan un grave peligro para el trabajo humano y despersonalizan aún más los bienes y servicios.
A ver si me revela San Josemaría
como se santifican estos tíos en el trabajo porque el asunto escapa a mi intelecto…
5 comentarios:
jaja, muy bueno lo de San Josemaría!!! A lo mejor a través de sus escritos, encontramos algo.
493 No se puede santificar un trabajo que humanamente sea una chapuza, porque no debemos ofrecer a Dios tareas mal hechas.(surco)
Yo pienso que todo el que hace un trabajo puede pensar en el bien común. D. Bosco, santo de mi devoción particular, decía a sus kuchachos que fueran buenos cristianos y honrados ciudadanos; incluso ese abogado que defiende a un asesino está asegurándose de que no castigan a un inocente y consiguiendo garantías procesales para cualquier ciudadano.
Yo mismo cuando calculo o diseño un ascensor (que es a lo que me dedico) obtengo satisfacción de hacerlo bien porque se que elcque vive en el piso 9 me agradecerá que sea seguro y no se estropee.
Y todos pueden encontrar ese estímulo. Lo que pasa es que es más cómodo hacerse político o sindicalista y vivir como un pachá sin tener que trabajar
Ciertamente, es difícil encontrar una utilidad clara en muchas de las ocupaciones de hoy en día.
Yo, que soy uno de esos consultorcillos que hacen Power Points, muchas veces me pregunto que de qué sirve lo que hago. Y cuando no le encuentras mucha más utilidad que llevar un sueldo a casa a fin de mes, pues resulta un poco frustrante.
Sin embargo, esa poca utilidad práctica no me supone ningún inconveniente con el tema de santificar el trabajo. En parte porque pienso que la función social del trabajo no se reduce únicamente a la utilidad inmediata de lo que producimos con nuestra tarea sino que también se trata de hacerlo bien, lo mejor que sepamos, siendo honrados, buenos compañeros, buenos jefes o subordinados... Eso también es función social y, como ha citado Sinretorno, motivos que San Josemaría aducía como materia santificable.
Y, por supuesto, además de haciéndolo bien y tratando bien a los demás, ocupándonos en profesiones compatibles con ser católico. Esto está claro en algunos casos y todo el mundo entiende que un católico no puede trabajar en una clínica abortista o en un bar de alterne. Pero hay profesiones en las que no está tan clara la cosa: empresas de inversiones cuasi-especulativas, cualquier partido político de los que en España está representado en el parlamento, ciertos laboratorios farmaceúticos...
Una pregunta: se puede ser santo y llevar gomina?.
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