Es muy típico escuchar, y últimamente más, que los políticos son unos ineptos que no valen para nada, unos analfabetos que no saben hacer la “o” con un canuto o, por ejemplo, en casos como el de Zapatero, unos tontos de baba.
Hablar así de la clase política española puede venir muy bien, si se quiere, como terapia cutre de desahogo, pero lo cierto es que nuestros mandatarios no tienen un pelo de tontos.
Tanto en los cargos electivos de gobierno como en los órganos directivos de las administraciones se cobra, de entrada, bastante más que en un trabajo normal en cualquier empresa. Luego, a veces, también hay otros ingresos o beneficios “indirectos”, por no hablar de las pensiones vitalicias de algunos o de la consolidación de ingresos de otros (si son funcionarios). Pero la pasta no lo es todo; las redes de poder que manejan a su antojo muchos políticos pueden resultar a veces más atractivas que el vil metal en sí. Nuestros gobernantes mandan sobre muchísima gente, deciden temas de calado que condicionan la economía y la vida de millones de ciudadanos, controlan y adjudican a su antojo cientos de puestos de trabajo o contratas millonarias, hacen (y reciben) importantes favores de todo tipo…
Sería casi infinito el número de personas que querrían estar ahí, en la cúspide, y sin embargo están ellos, esos a los que algunos desprecian por idiotas.
Yo, la verdad, no les veo tan idiotas...
Hay quien dice que no están capacitados, que tienen –en el mejor de los casos- una formación normalita y que no saben nada de gestión pública. Que el nivel de nuestros políticos está bajo cero. Pero yo esto lo interpreto como que son más listos que nadie, tan astutos como para acceder a esos niveles de responsabilidad tan codiciados sin tener la suficiente preparación.
Además, como dice un genial compañero mío, en la Administración lo importante no es saber, sino tener el número de teléfono del que sabe. Ahí es donde se ve quién es espabilado y quién vale: el que sabe rodearse de los mejores para que le expliquen, le asesoren, le hagan el trabajo y le quiten los marrones. Definitivamente, los conocimientos profesionales están sobrevalorados. Eso de pasarse años estudiando como un matado, especializándose para saber más que nadie, es una cosa de pringadillos, porque los inteligentes de verdad son los que sin tener ni flores cobran como si lo supieran todo y, eso sí, fichan a los cerebritos y expertos pagándoles una mierda.
Nuestra valoración de los políticos debería ser más realista e ir además por otros derroteros. Más que los títulos que tengan o lo torpes que subjetivamente nos parezcan, debería preocuparnos ante todo que la inmensa mayoría de ellos se salta a la torera el interés general. En la agenda de los mandamases públicos de este país, los intereses de partido, la satisfacción del propio ego, los compromisos personales, la imagen y el marketing, la continuidad en el poder, los pactos con los lobbies de turno y el autoenriquecimiento suelen figurar más arriba que las necesidades reales de los sufridos ciudadanos de a pie. Por suerte hay excepciones (contadas) a esta regla que también deberíamos esforzarnos por resaltar en vez de encenagarnos siempre en el pesimismo destructivo.
Habrá mejores y peores gestores, pero tontos, lo que se dice tontos, ni uno. Seguramente el problema es que los politicastros tienen todos los defectos menos ese.
Hablar así de la clase política española puede venir muy bien, si se quiere, como terapia cutre de desahogo, pero lo cierto es que nuestros mandatarios no tienen un pelo de tontos.
Tanto en los cargos electivos de gobierno como en los órganos directivos de las administraciones se cobra, de entrada, bastante más que en un trabajo normal en cualquier empresa. Luego, a veces, también hay otros ingresos o beneficios “indirectos”, por no hablar de las pensiones vitalicias de algunos o de la consolidación de ingresos de otros (si son funcionarios). Pero la pasta no lo es todo; las redes de poder que manejan a su antojo muchos políticos pueden resultar a veces más atractivas que el vil metal en sí. Nuestros gobernantes mandan sobre muchísima gente, deciden temas de calado que condicionan la economía y la vida de millones de ciudadanos, controlan y adjudican a su antojo cientos de puestos de trabajo o contratas millonarias, hacen (y reciben) importantes favores de todo tipo…
Sería casi infinito el número de personas que querrían estar ahí, en la cúspide, y sin embargo están ellos, esos a los que algunos desprecian por idiotas.
Yo, la verdad, no les veo tan idiotas...
Hay quien dice que no están capacitados, que tienen –en el mejor de los casos- una formación normalita y que no saben nada de gestión pública. Que el nivel de nuestros políticos está bajo cero. Pero yo esto lo interpreto como que son más listos que nadie, tan astutos como para acceder a esos niveles de responsabilidad tan codiciados sin tener la suficiente preparación.
Además, como dice un genial compañero mío, en la Administración lo importante no es saber, sino tener el número de teléfono del que sabe. Ahí es donde se ve quién es espabilado y quién vale: el que sabe rodearse de los mejores para que le expliquen, le asesoren, le hagan el trabajo y le quiten los marrones. Definitivamente, los conocimientos profesionales están sobrevalorados. Eso de pasarse años estudiando como un matado, especializándose para saber más que nadie, es una cosa de pringadillos, porque los inteligentes de verdad son los que sin tener ni flores cobran como si lo supieran todo y, eso sí, fichan a los cerebritos y expertos pagándoles una mierda.
Nuestra valoración de los políticos debería ser más realista e ir además por otros derroteros. Más que los títulos que tengan o lo torpes que subjetivamente nos parezcan, debería preocuparnos ante todo que la inmensa mayoría de ellos se salta a la torera el interés general. En la agenda de los mandamases públicos de este país, los intereses de partido, la satisfacción del propio ego, los compromisos personales, la imagen y el marketing, la continuidad en el poder, los pactos con los lobbies de turno y el autoenriquecimiento suelen figurar más arriba que las necesidades reales de los sufridos ciudadanos de a pie. Por suerte hay excepciones (contadas) a esta regla que también deberíamos esforzarnos por resaltar en vez de encenagarnos siempre en el pesimismo destructivo.
Habrá mejores y peores gestores, pero tontos, lo que se dice tontos, ni uno. Seguramente el problema es que los politicastros tienen todos los defectos menos ese.
4 comentarios:
Yo no sé si son tontos o no, lo que yo diferencio es que unos llegan al poder por inteligentes, y otros por malos. Siendo inteligente puedes llegar lejos; siendo malo puedes llegar muy lejos; los que sí que no van a ningún lado son los buenos y tonticos. Éstos últimos o aceptan la posición que les va a tocar en la vida, o que se empiecen a volver malos.
El problema esta enraizado en la cultura y mentalidad picaresca espanola. El honrado es visto como poco despierto, el que trabaja duro, como un pringao, y asi con todo.
Pero en mi opinion si hay unos tontos en todo esto: quienes les votan.
Primer párrafo impecable, Trueno.Nunca estuve más de acuerdo contigo.
Muy de acuerdo contigo. Además este es un asunto comprobable muy cerca de cada uno. ¿Quien no conoce o tiene un jefe que técnicamente es un absoluto cero a la izquierda, y que además es objetivamente incapaz de dirigir gente y sin embargo no para de subir como la espuma?. Yo se lo digo a mis compañeros cuando se quejan: "ese tiene una habilidad y capacidad que ninguno de nosotros tenemos, de tonto no tiene un pelo y cuanto antes lo asumáis, mejor".
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