jueves, 27 de agosto de 2015

LA TOMATINA


Que los paisanos de un pueblo del interior de Valencia celebren sus fiestas patronales arrojándose tomates es algo peculiar pero, al fin y al cabo, perfectamente legítimo, pues cada cual se divierte como le peta. Otra cosa, por descontado, es la opinión personal que nos pueda merecer semejante manifestación de ocio pueblerino, y la conveniencia de que tal práctica reciba la atención prioritaria de todos los medios de comunicación nacionales, vendiéndola como una tradición popular de fuerte arraigo. Si además se pretende dar a este inefable festejo una dimensión internacional, es muy lógico que los españoles normales sintamos vergüenza ajena, pues no es plato de gusto quedar como disminuidos psíquicos a la vista de todos los habitantes del planeta.

No quiero ser cascarrabias ni ensañarme con la Tomatina que, como cada último miércoles de agosto, se celebró ayer en la localidad de Buñol, pero un par de apuntes críticos sí se merece esta catetada, creo yo. 

En la edición de este año los vecinos se han lanzado entre sí más de 150 toneladas de la sabrosa hortaliza, en una batalla multitudinaria que, según marca la "tradición", no debe comenzar hasta que algún mozo haya logrado trepar por una cucaña engrasada y descolgar un jamón atado en la punta. Después la gente empieza a aprovisionarse de munición tomatera en unos camiones y acaba todo el pueblo teñido de rojo, con ríos de zumo de tomate bajando por las calles. El Ayuntamiento, cómo no, siempre publica un listado de recomendaciones para que los vecinos y los visitantes puedan disfrutar de la juerga de forma sana y sin peligro: “No se debe romper las camisetas de otros participantes”, “llevar ropa vieja o que no se vuelva a usar más; lo más probable es que acabe para tirar”, o “los tomates se deben aplastar antes de su lanzamiento para que no hagan daño a nadie”, entre otras inteligentes previsiones tan de agradecer.

Nadie está seguro del origen de la Tomatina, aunque, como es natural, los oriundos de Buñol intentan convencernos de que es una costumbre típica del año catapún, en concreto de 1945, cuando, en plenas fiestas, un grupo de adolescentes empezó a lanzar tomates robados de un puesto de fruta contra un desfile de Gigantes y Cabezudos. Según cuentan, fue tan divertido que intentaron repetir al año siguiente pero las autoridades locales (franquistas, claro) se lo prohibieron, y no fue hasta los años 60 cuando se “institucionalizó” este espectáculo, en mi opinión lamentable. Sea como sea, lo cierto es que hasta 1983 la guerra de tomates de Buñol no era más que un pasatiempo lúdico-doméstico de los paletos del lugar, equiparable a las apuestas para ver quién mea más largo, pero un reportaje de ese año en Informe Semanal (RTVE) dio a conocer la ocurrencia en todo el país. Desde entonces el consistorio buñolense se ha esforzado al máximo por sacar rédito mediatico y turístico de lo que no pasa de ser una anécdota local curiosa sin la menor relevancia ni interés para nadie.

Por otra parte, a mí me enseñaron de pequeño que con las cosas de comer no se juega, y no dejo de preguntarme por qué se desperdician de un modo tan absurdo miles y miles de kilos de tomates que quizá podrían destinarse a comedores sociales si es que de verdad sobra tanta mercancía. En Buñol explican que todos los tomates utilizados en la fiesta están desechados para el consumo humano por razón de su tamaño (son muy pequeños) o de su dureza (ya están demasiado maduros para venderse), pero yo sinceramente no me lo trago.

También me pregunto qué opinarán sobre la Tomatina los empleados municipales de limpieza y los vecinos cuyas viviendas se encuentren en mitad del recorrido de los camiones, pues días antes les toca forrar de plástico cada centímentro de sus puertas, ventanas y fachadas.

Pienso y pienso, y no se me ocurre una fiesta más estúpida que esta. Bueno, qué va, miento. Está también la celebración de la Nochevieja el primer sábado de agosto por el municipio vallisoletano de Valoria la Buena, de 600 habitantes. Está claro que los pueblecitos que nadie conoce ni conocerá nunca por algún mérito o logro local, o los que nadie visitaría ni pillando de paso, tienen que inventarse algo para salir en la tele.

5 comentarios:

Aprendiz de Brujo dijo...

Bien, estamos totalmente de acuerdo. Además me he partido el culo. Lo de los españoles normales ha sido antológico.
Abrazos viperinos.

Tábano porteño dijo...

La tomatina será ridícula, en cuanto a exotismo en el nombre seguro que no le gana a esta fiesta gaucha:

http://asadocriolloargentino.com/4%C2%BA-fiesta-del-chancho-con-pelo.html

Al Neri dijo...

¿Asan el cerdo con piel?

Tábano porteño dijo...

Aquí le copio (tomada de internet) parte del relato de un citadino perplejo ante el manjar prepado por los asadores:

"De casualidad, pasando unos días de descanso en a ciudad de Necochea, encontramos a dos asadores de lujo de la localidad de San Andrés de Giles, provincia de Buenos Aires. Estaban cocinando dos chanchos de 100 kilos cada unos, deshuesados, con pelo; algo realmente impresionante. Más allá de conocer el campo y diferentes técnicas de asar distintos tipos de carnes quedé sorprendido al observar este modo de realización.
Nos contaban que los chanchos son seleccionados con una excelente calidad de alimentación y cuidados. Luego se los deshuesa, más tarde se los condimenta (sal y pimienta) y se los macera con vino tinto para su posterior cocción. La misma se desarrolla en un horno hecho artesanalmente con chapas. En su interior, alrededor de ellas se coloca un poco de brasa para lograr la circulación del calor; y en en el exterior, en la parte superior, se ubican leñas para mantener una intensa llama. El tiempo estimado de cocción es alrededor de 4 horas.
Allí me quedé con los asadores quienes me contaban de la fiesta nacional de chancho asado con pelo de San Andrés de Giles y algunos de los secretos en esta técnica de asar. Los escuché atentamente más allá de que yo a penas pueda prender el fuego y hacer unas costillas en la parrilla. El tiempo transcurría entre sus anécdotas y algunos vasos de cerveza hasta que llegó el momento de quitar el cuero. Entonces abrieron el horno y con un piche lo enrollaban hasta quitarlo de forma completa."

Al Neri dijo...

¡Qué curioso! Tiene que estar muy bueno.