Museo del Pan en Mayorga (Valladolid) |
Acabo de leer que el alcalde de
mi ciudad se plantea cerrar el museo municipal taurino, puesto que “no cuadran los
números” con una media de un visitante al día. Yo no sé si avergonzarme de
admitir que, aunque me gustan los toros, en mi vida he visitado este museo.
La noticia me lleva a pensar instintivamente en otros museos locales y provinciales que conozco. Por ejemplo, hace poco he visitado el Museo del Pan en Mayorga y el Museo del Vino en Peñafiel y, para qué engañarnos, ambos me han parecido bastante lamentables. Por supuesto que ofrecen una información de interés (no sé si general), pero es obvio que estos centros y otros muchos están descaradamente sobredimensionados en cuanto a gastos, personal y promoción, y que no pasan de ser un puro escaparate de las políticas culturales y turísticas de la administración correspondiente. Cuando fui a verlos era festivo y temporada alta y casi había más guías y personal atendiendo la taquilla o la tienda que visitantes.
¿A qué se debe esta situación? Existen varias explicaciones al fracaso rotundo de buena parte de los museos y recursos turísticos gestionados por nuestras administraciones y al hecho de que, a pesar de su artificialidad y de su escaso atractivo para el público, sigan manteniéndose abiertos. La principal razón es el empeño de los políticos en desarrollar acciones turísticas y divulgativas a cualquier precio, haya o no contenidos que las sostengan e independientemente de los gustos de los ciudadanos. Otro problema es el enfoque erróneo que suele darse a los museos.
Puede parecer exagerado, pero es que en este país hasta el alcalde de un poblacho aislado en un secarral y sin la menor trayectoria histórica se siente obligado a ofertar, al precio que sea, un catálogo de rutas medioambientales, centros museísticos y recorridos culturales o gastronómicos con la pretensión de atraer turistas. Otras veces los recursos ofertados sí son valiosos; por ejemplo la cultura vitivinícola es fundamental en Valladolid y merece la pena divulgarla. La cuestión es si al vallisoletano o al español medio le apetece pasarse una mañana aprendiendo los tipos de uva, rememorando las fases de la vendimia o leyendo paneles sobre la diferencia entre un crianza, un reserva y un gran reserva. Es muy habitual que los museos, aun teniendo un fin plenamente justificado, respondan a un perfil más "expositivo" que museístico, es decir que no exhiban objetos, obras ni elementos curiosos, sino que se limiten a mostrar textos, fotos y materiales interactivos que no aportan ningún valor añadido al visitante, pues seguramente toda esa información tan poco original podría encontrarla navegando en Internet. Otro de los errores más funestos es enfocar los contenidos casi exclusivamente a la comunidad escolar, lo que desincentiva a muchos potenciales interesados en la materia.
La noticia me lleva a pensar instintivamente en otros museos locales y provinciales que conozco. Por ejemplo, hace poco he visitado el Museo del Pan en Mayorga y el Museo del Vino en Peñafiel y, para qué engañarnos, ambos me han parecido bastante lamentables. Por supuesto que ofrecen una información de interés (no sé si general), pero es obvio que estos centros y otros muchos están descaradamente sobredimensionados en cuanto a gastos, personal y promoción, y que no pasan de ser un puro escaparate de las políticas culturales y turísticas de la administración correspondiente. Cuando fui a verlos era festivo y temporada alta y casi había más guías y personal atendiendo la taquilla o la tienda que visitantes.
¿A qué se debe esta situación? Existen varias explicaciones al fracaso rotundo de buena parte de los museos y recursos turísticos gestionados por nuestras administraciones y al hecho de que, a pesar de su artificialidad y de su escaso atractivo para el público, sigan manteniéndose abiertos. La principal razón es el empeño de los políticos en desarrollar acciones turísticas y divulgativas a cualquier precio, haya o no contenidos que las sostengan e independientemente de los gustos de los ciudadanos. Otro problema es el enfoque erróneo que suele darse a los museos.
Puede parecer exagerado, pero es que en este país hasta el alcalde de un poblacho aislado en un secarral y sin la menor trayectoria histórica se siente obligado a ofertar, al precio que sea, un catálogo de rutas medioambientales, centros museísticos y recorridos culturales o gastronómicos con la pretensión de atraer turistas. Otras veces los recursos ofertados sí son valiosos; por ejemplo la cultura vitivinícola es fundamental en Valladolid y merece la pena divulgarla. La cuestión es si al vallisoletano o al español medio le apetece pasarse una mañana aprendiendo los tipos de uva, rememorando las fases de la vendimia o leyendo paneles sobre la diferencia entre un crianza, un reserva y un gran reserva. Es muy habitual que los museos, aun teniendo un fin plenamente justificado, respondan a un perfil más "expositivo" que museístico, es decir que no exhiban objetos, obras ni elementos curiosos, sino que se limiten a mostrar textos, fotos y materiales interactivos que no aportan ningún valor añadido al visitante, pues seguramente toda esa información tan poco original podría encontrarla navegando en Internet. Otro de los errores más funestos es enfocar los contenidos casi exclusivamente a la comunidad escolar, lo que desincentiva a muchos potenciales interesados en la materia.
Interior del Museo del Vino en el Castillo de Peñafiel (Valladolid) |
Lo que parece evidente es que en
plena era tecnológica, en la que vemos de todo a diario y nuestra capacidad de
sorpresa es ya muy limitada, un museo solo podrá ser sostenible si de verdad
consigue impactar a los visitantes ofreciéndoles algo nuevo, material con
muchísimo valor o interés, e informaciones inéditas o al menos organizadas o
mostradas de forma especialmente original. Tampoco debe olvidarse que la gente
no es idiota y que el nivel cultural de la población se ha disparado en las
últimas décadas, por lo que diseñar museos excesivamente didácticos y simplones
(que es la práctica habitual) siempre conllevará el riesgo de que no lo visite
nadie. Y por último, por muchas pantallitas, nuevas tecnologías y espectáculos de
luz, sonido y color que tenga un museo y, sobre todo, por muy impresionante que sea
el edificio que lo alberga, lo que más atrae al personal es saber que los
contenidos expuestos no los va a encontrar en ningún otro sitio. A admirar los
cuadros del Louvre iría medio mundo aunque los colgaran en una nave
industrial, pero al Museo del Queso de Villalón de Campos seguiría sin ir
absolutamente nadie aunque lo montaran en el más suntuoso palacio. Bueno, sí,
acudirían a ver el palacio, pero no el museo, igual que pasa con lo del vino en
Peñafiel, que la gente va solo por el castillo aunque luego, para matar la
tarde, se saque una entrada para la exposición.
Aunque, claro, yo aquí solo estoy hablando de las razones por las que algunos museos son económicamente insostenibles, porque otra cosa bien distinta, y que daría para un rico debate, es delimitar hasta qué punto algunos de estos centros cumplen una misión de servicio público y, por lo tanto, deben financiarse y mantenerse abiertos, con pocas o muchas visitas, para garantizar el derecho de todos los ciudadanos a acceder a ciertos bienes culturales, sean o no de interés para el gran público. En cualquier caso me temo que los ejemplos que he puesto en esta entrada no cumplirían los requisitos.
Cuestión curiosa también es la forma que tienen los poderes públicos de mantener activos ciertos museos que no tienen el menor poder de atracción pero que interesa salvar como sea por distintas razones políticas, de imagen o de compromiso con determinados sectores o colectivos. El truco habitual para “dinamizarlos” es el viejo método “Juan Palomo, yo me lo guiso, yo me lo como”, que consiste en organizar continuas visitas de alumnos de centros educativos públicos de toda la comunidad autónoma e incluir la actividad en todos los programas de viajes para mayores organizados por la Administración. De esta manera tan peculiar se sostienen de manera ficticia instalaciones y puestos de trabajo que nos cuestan a todos una pasta, además del prurito de contar en la localidad con una Casa del Cangrejo, una flamante Exposición Permanente de Piedras de Mechero, un Centro de Interpretación de la Babosa Ibérica, un Aula de los Derechos de la Mujer o un faraónico Museo de la Ciencia.
Aunque, claro, yo aquí solo estoy hablando de las razones por las que algunos museos son económicamente insostenibles, porque otra cosa bien distinta, y que daría para un rico debate, es delimitar hasta qué punto algunos de estos centros cumplen una misión de servicio público y, por lo tanto, deben financiarse y mantenerse abiertos, con pocas o muchas visitas, para garantizar el derecho de todos los ciudadanos a acceder a ciertos bienes culturales, sean o no de interés para el gran público. En cualquier caso me temo que los ejemplos que he puesto en esta entrada no cumplirían los requisitos.
Cuestión curiosa también es la forma que tienen los poderes públicos de mantener activos ciertos museos que no tienen el menor poder de atracción pero que interesa salvar como sea por distintas razones políticas, de imagen o de compromiso con determinados sectores o colectivos. El truco habitual para “dinamizarlos” es el viejo método “Juan Palomo, yo me lo guiso, yo me lo como”, que consiste en organizar continuas visitas de alumnos de centros educativos públicos de toda la comunidad autónoma e incluir la actividad en todos los programas de viajes para mayores organizados por la Administración. De esta manera tan peculiar se sostienen de manera ficticia instalaciones y puestos de trabajo que nos cuestan a todos una pasta, además del prurito de contar en la localidad con una Casa del Cangrejo, una flamante Exposición Permanente de Piedras de Mechero, un Centro de Interpretación de la Babosa Ibérica, un Aula de los Derechos de la Mujer o un faraónico Museo de la Ciencia.
4 comentarios:
A. Coomaraswamy, en "¿Para qué exponer obras de arte?", reflexiona de modo bastante políticamente incorrecto sobre la función del museo actual respecto de las obras de arte y su relación con el público (es decir, casi todos nosotros):
"(...) Por otra parte, si ignoramos los hechos y decidimos que la apreciación del arte es meramente una experiencia estética, evidentemente organizaremos nuestra exposición de modo que atraiga a las sensibilidades del público. Esto es asumir que al público debe enseñársele a sentir. Pero el punto de vista de que el público es un animal sin sensibilidad está extrañamente en desacuerdo con la evidencia que proporciona el tipo de arte que el público elige para sí mismo, sin la ayuda de los museos. Pues percibimos bien que este público ya sabe lo que le agrada. Le agradan los colores y sonidos agradables, y todo lo que es espectacular, personal, anecdótico o que halaga a su fe en el progreso. Este público ama su comodidad. Si creemos que la apreciación del arte es una experiencia estética, daremos al público lo que quiere.
Pero la función de un museo o de cualquier educador no es halagar y divertir al público. Si la exposición de obras de arte, como la lectura de libros, ha de tener un valor cultural, es decir, si ha de nutrir y hacer crecer la mejor parte de nosotros, como las plantas se nutren y crecen en los terrenos adecuados, a lo que hay que apelar es a la comprensión y no a las sensaciones agradables. En un aspecto el público tiene razón; siempre quiere saber «sobre qué trata» una obra de arte. «¿Sobre qué», como preguntaba Platón, «nos hace el sofista tan elocuentes?» Digámosles entonces sobre qué tratan estas obras de arte y no nos limitemos a decirles cosas sobre ellas. Digámosles la penosa verdad, a saber, que la mayoría de estas obras son sobre Dios, a quien nunca mencionamos entre personas educadas. Admitamos que, si hemos de ofrecer una educación de acuerdo con la naturaleza y la elocuencia más profundas de las obras expuestas, ésta no será una educación de la sensibilidad, sino una educación en filosofía, en el sentido que esta palabra tenía para Platón y Aristóteles, para quienes significa ontología y teología y el mapa de la vida, y una sabiduría que ha de aplicarse a todos los asuntos cotidianos. Reconozcamos que no se habrá logrado nada a menos que lo que tenemos que exponer afecte a la vida de los hombres y cambie sus valores. Al adoptar este punto de vista, borraremos la distinción social y económica entre el arte bello y el arte aplicado; ya no divorciaremos la antropología y el arte, y reconoceremos que la aproximación antropológica al arte es mucho más rigurosa que la del esteta; dejaremos de pretender que el contenido de las artes populares o folklóricas es cualquier cosa excepto metafísico. Enseñaremos a nuestro público a exigir por encima de todo lucidez en las obras de arte. (...)"
Pues si vieras el pedazo edificio que están construyendo en Jaén para hacer un museo... No sé donde han visto la necesidad de hacer uno nuevo, cuando al museo actual no va nadie; yo creo que cuanta "más afluencia" ha tenido es a raíz de la película de Tim Burton, ya que sorprendentemente tiene cuadros de la pintora de la película "Big Eyes", que hasta entonces nadie le había echado cuentas.
La sobreoferta museística de Valladolid, con muchos museos prescindibles como el de la Ciencia, el del Patio Herreriano, el del vino, el del pan, etc.... hace que se diluyan museos como el de Escultura o el Oriental de los Filipinos (museo que por cierto no nos cuesta un euro a los contribuyentes y que es un orgullo para la ciudad).
El Museo de la Ciencia o el Patio Herreriano, que no son ningún referente nacional, que no atraen turistas y a los que no hemos acudido prácticamente ningún vallisoletano (cobran por la entrada lo mismo que una al Louvre), con un contenido absurdo y un continente megalómano.
De acuerdo con usted, Becker.
A mí me gustan también el Museo Etnográfico de Zamora, el de Urueña, el de la Evolución Humana de Burgos, el de la Casa Lis de Salamanca y otros muchos. La exposición anual itinerante de Las Edades del Hombre también es muy interesante, aunque últimamente están prevaleciendo las consideraciones turísticas sobre cualquier otra (se intenta aprovechar económicamente el desplazamiento del visitante -por ejemplo fijando sede compartida- más que ofrecer buenos contenidos)
Tábano, pensé en hablar también sobre si los museos deben siempre adaptarse al gusto del público o deben tratar de cambiarlo, educando a la gente para se interese por cosas por las que jamás se interesaría espontáneamente. Lo que sí está claro es que es muy difícil hacer museos para todo el conjunto de la población. Si se conciben demasiado didácticos, solo gustarán a los niños y a los incultos, pero si tienen excesivo nivel nunca los visitará un amplio sector de la población.
Aprendiz, creo que en todas las capitales de provincia hay uno o dos museos que todo el mundo se pregunta para que están si nunca va nadie y menos los oriundos de la ciudad.
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