domingo, 4 de mayo de 2014

LITERATURA PARCIAL




Hoy he escuchado una opinión muy interesante sobre la creación literaria. En una entrevista radiofónica al profesor José-Carlos Mainer sobre su reciente libro Historia mínima de la literatura española, este ha afirmado que aunque las novelas y la poesía vienen a reflejar la sociedad de cada época, no hay que olvidar que este reflejo casi siempre es muy parcial e incompleto, ya que hasta fechas recientísimas, y especialmente en nuestro país, la lectura y la escritura han sido cotos culturales reservados a las clases acomodadas; salvo excepciones, los únicos que escribían eran los ricos.  En otras palabras: nuestra literatura, desde las jarchas del siglo XI hasta casi la novela de postguerra, solo plasma el punto de vista de un sector muy concreto de la sociedad española. 

Esta teoría, no por marxista menos certera, nos invita a leer de otra forma, analizando un poco la extracción social de los autores, preguntándonos sobre sus motivaciones y prejuicios, y teniendo claro que al paisaje y al paisanaje que nos pinta cualquier obra clásica seguro que le faltan muchos colores para que podamos entender de verdad cómo fue la vida de las gentes que desfilan por sus páginas.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Es cierto que hay un contenido y un significado social en muchas obras.

¡Por cierto, el dueño del Barullo se casa de nuevo, con la misma persona!

Y se comenta que la boda será oficiada por Tono, que supervisará también los alimentos del banquete.
Este Tono...

Tábano porteño dijo...

Bueno, hay autores como Ananda Coomaraswami que seguramente dirían que las ideas de este profesor son una tontería.
Copio un fragmento de "El espantajo de la alfabetización" (pequeño ensayo que bien la pena leer completo, aunque con la precaución de que algunas de las cosas que dice el autor nos puedan resultar hasta escandalosas):

"(...) Pero el norteamericano medio, que no conoce ningún otro estilo de vida más que el suyo, considera que "iletrado" significa "sin cultura", como si esta mayoría constituyera tan sólo una clase subdesarrollada en el seno de su propio medio. Esta es la razón (existen otras más despreciables que no son ajenas a los intereses "imperialistas") por la que, cuando nos proponemos no sólo explotar sino también educar a "las razas inferiores sin ley [es decir, sin nuestra ley]", les infligimos unas heridas profundas y con frecuencia mortales. Decimos aquí "mortales" más que "fatales", porque precisamente de lo que se trata es de una destrucción de su memoria. Olvidamos que la "educación" no es nunca creadora, sino que es un arma de dos filos, siempre destructora, o bien de la ignorancia, o bien del conocimiento, según que el educador sea sabio o necio. Muy a menudo los necios se precipitan allí donde los ángeles no se atreven a aventurarse.

Para combatir este prejuicio autosatisfecho, intentaremos mostrar que 1º), no hay ninguna relación necesaria entre alfabetización y cultura, y 2º), que imponer nuestra alfabetización (y nuestra "literatura" contemporánea) a un pueblo cultivado pero iletrado equivale a destruir su cultura en nombre de la nuestra. En aras de la brevedad, admitiremos como postulado que la "cultura" implica una cualidad ideal y una perfección de la forma que pueden ser realizadas por todos los hombres, sea cual sea su condición; y puesto que tratamos de la cultura principalmente en cuanto se expresa con palabras, la identificaremos con la "poesía"; no estamos pensando en esa poesía moderna que parlotea a propósito de verdes praderas, o que refleja únicamente un comportamiento social o nuestras reacciones personales ante acontecimientos pasajeros, sino que aludimos a ese género literario que es la literatura profética, que comprende la Biblia, los Vedas, las Eddas, [el Corán, por supuestísimo], las grandes epopeyas y, de modo general, los "mejores libros del mundo", y los más filosóficos, si estamos de acuerdo con Platón en que "la maravilla es el comienzo de la filosofía". Muchos de estos "libros" ya existían mucho tiempo antes de ser transcritos, muchos no lo han sido nunca, y otros se han perdido o se perderán.

(...) Mientras que los que únicamente saben leer y escribir están a menudo muy orgullosos de su instrucción, por débil que sea su valor, únicamente los hombres que "no sólo son instruidos sino también cultos" han reconocido que las "letras" no podían ser en el mejor de los casos más que un medio con miras a un fin, pero nunca un fin en sí: en otras palabras, que "la letra mata".

(Ananda K. Coomaraswamy, ¿Acaso soy el guardián de mi hermano? seguido de El espantajo de la alfabetización, J. J. de Olañeta editor, Palma de Mallorca, 2007, pp. 44-46).