viernes, 8 de junio de 2012

"MIS NIÑAS"

Una de las cosas que más me jode es el paternalismo. El paternalismo es la manera educada, suave, democrática, con la que los de arriba les ponen el pie en la cabeza a los de abajo. En el terreno profesional se ve mucho. Se camufla con ademanes cariñosos o con tonos dulzones lo que en el fondo, y no tan en el fondo, solo son faltas de respeto a empleados de categorías inferiores, meadas de perro en la farola para marcar el territorio y decir aquí mando yo.

Donde yo trabajo hay una jerarquía muy rígida, como en cualquier gran organización que se precie, pero como el principio de autoridad parece no ir con los tiempos, se dedican muchas horas, mucha palabrería, muchas energías, muchas sonrisas y muchas buenas palabras a disimular la situación, y el peor defecto de una jerarquía rígida, que es la tendencia a menospreciar a los que ocupan puestos menores del escalafón, se camufla con toda suerte de paños calientes.

Un ejemplo de esto que explico y que a mí me ha llamado siempre poderosamente la atención es la horrenda costumbre de llamar “niñas”, “niños”, “chicas”, “chicos”, “chavales” o “chavalas” a los secretarios personales, o a los auxiliares o subalternos independientemente de su edad. Estos apelativos cariñosos no me sorprenderían si también fueran utilizados con el resto del personal, pero no, a nadie se le ocurriría decir “pásale este expediente al niño de contabilidad” para referirse al jefe del departamento de contabilidad; cuando se dice eso debe entenderse que hay que darle los papeles al auxiliar que allí trabaja.

En una reunión de dirección es tipiquísimo oír “que luego nos hagan mis niñas unas fotocopias”, y ya se sobreentiende que las niñas, que igual tienen cincuenta años cada una, son las secretarias del Director. “Fulano, diles a tus chicos que vayan preparado unas tablas comparativas”, “se lo doy a los chavales para que lo pasen a limpio y mañana lo tienes antes de las 9”, “llama a la niña del sótano, que se suba los cajones de los avales”. Son simples ejemplos muy comunes, aunque lo que más se dice es “niños”.

La costumbre es muy antigua y está muy extendida no solo en las Administraciones, sino en empresas medianas o grandes donde hay muchas categorías profesionales diferentes y, qué casualidad, se reservan los calificativos más confianzudos y supuestamente afectivos para los que menos mandan. No comprendo por qué no puede llamarse a esta gente por su nombre, como se hace con el resto de los compañeros, o simplemente decir “los auxiliares del servicio”, “el bedel” o “mi secretaria”. Es como si se quisiera evitar pronunciar a toda costa la correcta denominación de la categoría y sustituirla por un término más amable, cuando a mí las tareas que desempeñan estos profesionales me parecen dignísimas, relevantes y merecedoras de toda admiración. Ya lo dijo San Josemaría Escrivá de Balaguer en una charla que dio a las empleadas de limpieza de la Universidad de Navarra: “os aseguro, hijas, que vuestra labor no es menos importante que la del Rector o la de los catedráticos”.

Lo que sí me interesa destacar es que quienes llaman así a estos compañeros no lo suelen hacer con mala intención, sino imitando lo que han oído siempre y siguiendo una tradición de años, aunque estoy seguro de que, en su origen, esta práctica no era tan inocente.

4 comentarios:

EL FRANCOTIRADOR dijo...

Bueno no siempre es exactamente así.También como es mi caso,y debido a mi edad,me refiero en términos de "chiquito" o "chiquita" a gente que veo que es mucho más joven que yo,independientemente de su escalafón profesional sea superior o inferior al mío.

Al Neri dijo...

En este caso no es un tema de edad, Francotirador. Se lo dicen a gente de más de cincuenta solo por su puesto.

Tablones, atento a la próxima entrada, que va de un paisano suyo...

El Subdirector del Banco Arús dijo...

Puff... Con que gente más clasista e idiota trabaja usted. Seguro que la mayoría son libredesignados que han lamido muchos culos y, claro, ahora esperan que se los laman a ellos.

Al Neri dijo...

Me temo, Subdire, que en casi todos los ambientes de trabajo hay una proporción similar de lameculos, de gente honesta, de trepas, de inadaptados y de currantes natos. En mi trabajo casi siempre he tenido la suerte de contar, tanto por arriba como por abajo, con magníficos profesionales, con persomas muy preparadas, de los que he aprendido todo lo que sé. En la vida y en el trabajo la actitud lo es todo; motivos para criticar siempre encontraremos, pero es peligroso dejar que el malestar que nos provocan los aspectos criticables nos ciegue, nos bloquee y hasta nos inutilice.