Hay gente que comete tantas veces el mismo error, aun habiendo sido aconsejados o advertidos, que uno se pregunta si son gilipollas o simplemente su soberbia les impide reconsiderar su actitud y cambiar de rumbo.
Es el perfil del tío tozudo hasta las últimas consecuencias, de Don Erre que Erre, del que mete la cabeza por el agujero que tenía planeado aunque se la arranquen. Les da igual lo que les digan, les da lo mismo el peligro, las consecuencias de sus actos o los graves perjuicios que para su persona o para terceros puedan derivarse de su obstinación (si es que son conscientes de ellos). Sencillamente van a su bola, en plan kamizaze, sin mirar atrás ni a los lados, y cuando se pegan el leñazo, se incorporan aturdidos, dolientes, y, hala, otra vez la emprenden a frente descubierta contra el muro. Así hasta que revientan.
Lo más llamativo de esta peña es que jamás reconocen que la culpa es suya por tercos y por cerriles, sino que responsabilizan de sus desgracias a todo el mundo a su alrededor: a su familia, a sus jefes, a sus compañeros, a su cónyuge, al que levantó el muro contra el que se han hostiado o al Sistema. Sí, al Sistema; de estos he conocido unos cuantos. Son unos pasmados que van por la vida como pollo sin cabeza, pero cada vez que la cagan la culpa la tiene el capitalismo, la oligarquía, los empresarios o vete tú a saber quién. Recuerdo como una vez un fervoroso falangista que era más membrillo que los membrillos, al ver la multa que le habían puesto tras aparcar dos metros dentro de una acera, exclamó todo indignado:
- ¡Policía mercenaria! En un Estado nacionalsindicalista estas cosas no pasarían.
Algunos confunden mucho su testarudez con la honradez y la independencia en la denuncia de las injusticias, o con no dejarse pisar. Dicen que les parten la cara porque son los únicos que la dan, cuando lo cierto es que se meten ellos solitos en berenjenales en los que nadie les llama y encima no benefician a nadie con ello. Más que honestos son llevacontrarias profesionales que se mueven solo por vanidad y que en otra ocasión análoga harían o dirían justo lo contrario a lo que están haciendo o diciendo ahora si con ello se erigieran en voz original y discordante. No lo pueden remediar; son pesados, inoportunos, imprudentes y nunca solucionan ningún problema. Dicen que se quedan a gusto con su conciencia, pero para mí lo único que consiguen es hacerse la santísima sin ninguna necesidad.
No debe confundirse a estos sujetos con las personas generosas y sacrificadas, dispuestas a perjudicarse por ayudar a los demás, ni con las personas dignas que no toleran que nadie abuse de ellos o les explote.
Hay una diferencia fundamental entre los verdaderos luchadores y los adoquines contumaces a los que va dedicada la entrada. Aquellos conocen muy bien las consecuencias negativas de sus actos, las esperan con naturalidad y cuando se producen finalmente, saben asumirlas con dolor pero con elegancia, ya que es el precio previsto de su gesto altruista. Estos, sin embargo, suelen ser unos cretinos que ni siquiera se habían imaginado lo que les iba a pasar, y reaccionan ante la adversidad con tono sorprendido y quejumbroso cuando no lloriqueante, agarrándose un rebote de cuidado y salpicando culpas a diestro y siniestro. Eso sí, a pesar de la experiencia del tortazo, si se encontraran en el futuro en una situación parecida, probablemente volverían a las andadas y seguirían sorprendiéndose al estrellarse de nuevo. Para ellos la responsabilidad nunca será suya. Dirán que ellos son así y seguirán lanzándose a todos los muros que pillen hasta que se rompan la crisma.
Las luchas, los sacrificios, deben tener la espontaneidad propia de todo gesto generoso y no encajarían bien en un programa previo o en una tabla detallada de pros y contras, pero tampoco pueden ser fruto de la más absoluta candidez y falta de previsión. Que las piedras del camino de nuestra entrega no nos pillen de sorpresa; que antes de empezar a andar estemos dispuestos a que se nos claven en los pies hasta hacernos sangre. De lo contrario, si nos lanzamos al camino sin conocer cómo está el terreno, lo nuestro no será entrega desinteresada sino estulticia e inconsciencia.
1 comentario:
por favor, no me tache de frívolo si le digo que sólo con su acertada definición "adoquín contumaz" me he hecho una clara idea del sujeto descrito. Más vale un buen epíteto que mil palabras.-
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