El escritor oscense Ramón J. Sender (1901-1982) jamás ha sido santo de mi devoción. No me gusta cómo escribe (en general es un peñazo) ni su temática, y además como persona me parece deplorable tanto por sus ideas políticas como por su actitud en la guerra civil, en la que fue degradado por cobardía al abandonar el combate durante la defensa de Madrid, en octubre del 36, para irse a dormir a su casa.
Pero disquisiciones históricas aparte, es innegable el mérito de sus memorias noveladas, Crónica del alba, y, mucho mayor aún, el de su adaptación cinematográfica en dos películas que Antonio Betancor dirigió a su muerte. La primera de ellas, Crónica del alba. Valentina (1982), es una cinta deliciosa, inolvidable, sobre el amor incomprendido de dos niños ricos de 12 años en un pueblecito aragonés a principios de siglo. Esta obra maestra siempre será recordada por la interpretación del todavía impúber Jorge Sanz y la de Anthony Quinn en el papel de mosén Joaquín, y por el soberbio tema compuesto por Riz Ortolani, también curiosamente autor de la banda sonora de la polémica Holocausto caníbal (1980).
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