martes, 26 de junio de 2012

ANTROPOLOGÍA DE BARRA (1): PAGANDO RONDAS


Se podría escribir un estudio sociológico de miles de páginas sobre la actitud de la gente a la hora de pagar cuando alterna en los bares en grupo. Las costumbres al respecto varían muchísimo según el ambiente, la compañía, los grupos, la personalidad de sus integrantes y yo diría que incluso la zona geográfica de España. Yo mismo salgo con diferentes peñas de amigos y en cada una es un mundo lo de soltar la gallina en la barra.

Una premisa elemental a tener en cuenta, que guarda íntima relación con la hipocresía consustancial al ser humano, es que cuando salimos a tomar algo con unos amigos, conocidos o compañeros de trabajo siempre todos intentamos crear la sensación, falsa como Judas, de que da lo mismo quién pague y quién no, o cuántas veces ha aflojado el monedero cada uno esa noche u otras anteriores. Sin embargo es una verdad inmutable que quien más y quien menos lleva la cuenta.

La mayoría tratamos de estar al loro de cuándo nos toca apoquinar una ronda, con los reflejos a punto en el momento preciso para que no se nos anticipen. Otros es justo al contrario: están pendientes de todo menos de quién paga y cuándo, charlan muy concentrados en una zona estratégicamente alejada de la barra y guardan la cartera en el más recóndito bolsillo del abrigo para que, por mucho que aparenten reaccionar y esgrimir el billete alguna vez, siempre se les adelante alguien. Por último, hay un porcentaje de despistados auténticos, de tímidos y de miedosos escénicos (bastantes mujeres) que directamente te puedes olvidar de que inviten a nada si el grupo es más o menos nutrido. Vamos, que son unos sopazas sin iniciativa que se quedan como setos mientras los demás sacan la cartera.

Lo políticamente correcto es no fijarse en estas cosas, pero ya ves, todo el mundo se fija.

Negro escaqueándose de pagar una ronda
Luego hay otras peculiaridades muy típicas de observar. Una de ellas es la pervivencia en algunos círculos de esa ancestral regla consuetudinaria de que ellas no pagan nunca. Las mujeres se han liberado, ganan un sueldo como tú, te tocan mucho los huevos con su feminismo de pandereta, pero luego algunas invitan (comprobado) una de cada veinte rondas en un grupo de cinco compañeros de trabajo. No sé, es como si hiciera menos feo que las chicas se escaquearan, y, como lo saben, se dejan hacer. Mucha culpa de este hábito, especialmente horrible en ambientes profesionales, la tenemos los hombres, que casi llevamos inscritos genéticamente determinados modales como dejarlas pasar en las puertas o pagarles los cafés. Son, desde luego, gestos bonitos de cortesía que simbolizan la caballerosidad de ceder a las señoras el asiento, el lugar o la situación más preferentes o cómodos en cada momento, pero qué duda cabe de que algunas de estas delicadezas están de más en la sociedad actual, donde a poco que te descuides te clavan los tacones en la cabeza y te pasan por encima en plan Sexo en Nueva York o esas series de putillas liberadas amigas de la ley del embudo.

También hay otro fenómeno que casi merece un análisis científico, y es el del tipo que no se deja invitar ni a tiros, que siempre tiene que pagar él y no permite a nadie corresponderle. Se marca varias rondas seguidas o te agasaja siempre que te lo encuentras, aunque lleves tú seis veces sin invitar, y tienes que hacer verdaderos aspavientos, casi ponerte en pie de guerra sujetándole la mano o porfiando con el camarero para conseguir colocar tus monedas en la barra. La psicología de estos pollos, que te hacen sentir aún más incómodo que los ratas, suele ser bastante compleja. En ocasiones se trata de sujetos que tienen una curiosa concepción social del dinero, como si creyeran que invitando y halagando a destajo van a caer mejor o a conseguir más amigos. Otras veces son simples chuletas que, ricos o no, tratan de demostrar que tienen poderío económico. Finalmente hay algunos que se comportan de esta guisa por puro complejo social, como el novio de una antigua amiga mía, un humilde albañil que cuando salía con los ingenieros, médicos y abogados de la pandi de su novia, no paraba de pagar rondas como un descosido, el muy pelele, por no ser menos que nadie.

Bebe, moza, que ya lo sudarás
Para terminar esta primera entrega, haremos una reflexión sobre los invitadores interesados y rastreros. Esta especie se caracteriza porque no tiene ninguna costumbre de invitar y de hecho no le hace ninguna gracia. Normalmente catalogados como roñosos en su círculo de conocidos (aunque no lo sepan), estos tíos solamente te pagan una copa cuando quieren algo de ti o, menos frecuentemente, cuando pretenden agradecerte algo. Como ya digo, se estiran menos que el portero de un futbolín, de modo que el día que desempolvan uno de cincuenta salta a la vista que algo buscan y no tarda en saberse qué. Yo he visto como verdaderos capullos, supuestos amigos que no me han llamado en años, han venido a mi despacho, me han sacado a tomar algo, y luego me han avergonzado con sus ruegos lastimeros, con sus absurdas demandas de favores, cuando a un amigo se le ayuda por cariño y no porque te pague dos cervezas y te lama el culo de ciento en viento.

Estos patanes son los mismos que, cuando quieren seducir a una mujer, se piensan que la falta de gracia, habilidad, ingenio, belleza y atractivo es fácilmente sustituible por cinco rondas de copas a su cuenta o por una cena sufragada con su tarjeta. Jamás invitarían a un amigo por tener un detalle y mucho menos a una chica que no les gustara o con la que no vieran posibilidad alguna de retozar, pero, ay si les interesa la torda… Entonces sí que invierten lo que haga falta para deslumbrarla, pagando anticipadamente como si fuera una ramera del Jamaica. Y lo más triste es que hay mujeres, decentes en teoría, que muerden estos anzuelos con una facilidad pasmosa.

Sobre este mismo tema en La pluma: Se les atasca la mariconera

4 comentarios:

Aprendiz de brujo dijo...

A veces no es fácil acertar. me ponen muy nervioso los ratas.Tengo un cuñado que dice, ue alguno en el Oeste no duraba ni medio día.Los amagadores de cartera,me resultan asquerosos especialmente.
Por regla general he tenido la suerte de relacionarme con gente que si peca de algo es de generosidad siempre.He tenido incluso amigos,-em este caso mayores- que aún de estudiante se empeñaban en hacerme entrar en una rueda que ellos sabían que no podía seguir, y se las apañaban para pagar más que yo, sin hacerme sentir incómodo.
Es todo un arte ser generoso sin parecer pretencioso.
La gorronería es algo que no soporto, y conservo ciertos tics sexistas a la hora de pagar cuando estoy con damas,si bien he procurado no caer en las garras de las calientapollas sin escrúpulos.
En general he tenido buenos maestros en la materia, creo.
Por cierto en un grupo grande y estando de vacaiones o de jornada entera lo más práctico siempre es poner un bote.
En fin...la elegancia no se compra en ningún lado.

Zorro de Segovia dijo...

me gusta invitar y que me inviten. Es una costumbre que me inculcó mi padre, y que sigo con gusto. Lo del bote ... pues no está mal sobre todo con gente menos conocida o cuando vas de copas y alguno de los del grupo bebe poco o sólo toma fantas.

Y con los gorrones ("los que se arriman" decimos en Collado) pues mira, cosa de ellos, que no hay nada peor que ser señalado en una aldea pequeña.

Pd. verdad como un templo lo de las mujeres, o lo de las "unidades familiares" que beben por tres o cuatro pero pagan como uno.

El Subdirector del Banco Arús dijo...

Buenísimo, sr. Neri. De lo mejor que ha escrito en meses. Sobre todo los comentarios de las fotografías que me han recordado cuando colaborábamos en otro tipo de proyectos.

Por cierto, la semana que viene tengo un curso en Valladolid. Podíamos quedar y tomarmos unas cañas o comer esas cutrerías que a usted le encantan.

Aprendiz de brujo dijo...

Venga. Quedamos.E invitas tu que para eso tienes sueldo de subdirector y yo de aprendiz.

Subdirector, unas cañitas, unas copitas y a ver que tal se nos da después la cosa con las pucelans. Yendo tres tíos tan guapos como Neri, tu y yo, malo será que no nos comamos ni un colín.-

Neri ya me estás organizando la cacería.