Una de las formas más primarias de sumisión, agradecimiento o halago es reírle ostentosamente las gracias al mandamás. Se ve en las manadas de hienas: cuando el macho dominante emite su siniestra carcajada, todos los miembros del clan, empezando por los más débiles, o sea las hembras y los cachorros, emulan la risotada lo más alto posible.
A unas diez puertas de mi despacho trabaja una compañera muy pija y arregladita con la que apenas he tenido ocasión de tratar. Es una mujer aparentemente discreta a la que rara vez vemos y oímos, y cuyas tareas concretas ninguno terminamos de tener claras. Bueno, sí, cumple una función importantísima, que es avisar a toda la planta de cuándo aparece el Gran Jefe por el pasillo. En efecto, cuando el jefazo sale de su área suele asomarse un momento a saludar al despacho de esta señora y hace alguna gracieta, que ella corresponde con extremo alborozo, soltando unas risas tan estruendosas que pueden oírse dos pisos más arriba.
El tema es que se dan tres curiosas circunstancias: primero, que el Gran Jefe es un tipo bastante serio cuyos chistes, las pocas veces que los hace, encajan difícilmente en los cánones aceptados de comicidad; segundo, que a los otros dos compañeros de despacho de esta chica no les oye nadie reírse (seguro que lo hacen en bajo), y tercero y más importante, ella es la persona más enchufada de todo el edificio, que no en vano consiguió cazar hace unos años, no sé si a base de carcajadas o de colchonazos, a un macro-giga-mega-jefazo de la organización. Cosas de la vida.
Sin llegar a estos extremos, cualquier jefe, desde el mismo día de su nombramiento tendrá la sensación de que se ha vuelto muy chisposo de repente porque algunas personas de su entorno empezarán a mondarse de risa, con grandes flexiones y aspavientos, cada vez que haga el más leve chascarrillo. Los decibelios y la teatralidad de estas muestras de hilaridad guardarán normalmente proporción directa con las expectativas de ascenso o de renovación del contrato de los risueños. Pero no siempre, algunos ríen las gansadas del jefe solo por eso, por ser del jefe.
5 comentarios:
Hombre, por eso en cuanto alguien tiene algo de poder se le sube a la cabeza, por la cantidad de gente que tiene alrededor que le tocan las palmas. Es uno de los "atractivos" de ser alguien importante.
Salvo excepciones, la supuesta gracia del jefe precisa del acompañamiento de las carcajadas de algunos subordinados pelotas, que vienen a ser como las risas enlatadas que acompañan las actuaciones de los cómicos mediocres.
¿Y que me dice de la sobreactuación de los norcoreanos (todos) cuando murió el amado lider? Es más o menos el mismo fenómeno que las risas forzadas al oir un chascarrillo del jefe, pero en clave siniestra. Los pobres norcoreanos seguramente se jugaban la vida o una larga temporada en un campo de reeducación, los empleados simplemente que no se les margine.
En mi pueblo a estas se las conoce como mosquitas muertas y yo me alejo de ellas todo lo que puedo porque no me gusta la gente falsa, que es pura apariencia y encima dan el pego para muchos. El que quiera algo que se moje el culo como hacemos muchos y que no haga el paripé para que el trabajo sucio lo hagan otros y luego suban ellas...Qué morro...
Yo de mayor quiero ser jefe, seré alta, guapa, divertida y por supuesto todos me adorarán mientras yo me parto de risa en su cara viendo como me siguen dejando rastro plateado de caracoles.
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