
... Porque el director de marketing de PROVICO, S.A. era José Ángel.
Tras la constitución de los ayuntamientos de mi provincia se han montado varios pollos a cuenta de la intentona de algunos alcaldes de subirse el sueldo para dedicarse exclusivamente al cargo. En algún caso, incluso, el regidor ha pretendido aumentar su nómina sin dejar su anterior trabajo.
En este asunto de los emolumentos de los cargos públicos siempre incide una dosis importante de demagogia. A mí me parece que para determinar si un concejal o un alcalde ha de cobrar un sueldo y si este debe mayor o menor, habrá que estar a cada caso concreto dejando a un lado prejuicios y palabrerías de quienes no conocen la labor política en un consistorio.
Como estoy en contra de la política profesional, en principio y como regla general, no creo que un edil deba abandonar su profesión ni cobrar por el desempeño de sus funciones municipales. Me parece razonable, no obstante, que pueda recibir una serie de indemnizaciones o dietas para compatibilizar lo mejor posible su oficio con su obligada presencia en el ayuntamiento (por ejemplo, si debe faltar al trabajo durante un tiempo o reducir la jornada).
Entiendo también que dedicarse a la política en municipios con un determinado número de habitantes no pueda conciliarse con ningún trabajo, y no quede otra que “liberar” al alcalde y abonarle una retribución. Aquí es donde más suelen entrar en juego los discursitos demagógicos sobre el montante del sueldo, ya que cada español tiende a opinar que el político de turno no debería cobrar ni un euro más de lo que cobra él. Así es, aunque parezca mentira. Se oye, por ejemplo, que los políticos con plena dedicación no tendrían que cobrar por encima del sueldo mínimo y muchos se escandalizan cuando se enteran de que reciben una cantidad que a ellos les parece excesiva en comparación, como digo, con sus propias nóminas. Otros más “comprensivos”, pero equivocados de raíz, consideran que la retribución debería ser equivalente a lo que cobraran en su empresa antes de ganar las elecciones.
Pero, ¿cuál es entonces el sueldo justo de un alcalde liberado? No siempre es sencillo, pero igual que se intenta hacer con los empleados públicos, debería buscarse la equivalencia en el mercado laboral con otras funciones análogas o equiparables en la empresa privada. Es decir, que si un regidor se ocupa de unas determinadas tareas de gestión, que le exigen una dedicación determinada y tiene a su cargo un número equis de empleados, debería pagársele aproximadamente una media de lo que en la calle se esté pagando a un señor con un puesto de esas mismas características. Y sé que es complicado comparar la labor política con un puesto, por ejemplo, en la banca o en una fábrica, pero estoy seguro de que podría encontrarse una solución razonable, teniendo además en cuenta que un político es un servidor público que no está ahí para enriquecerse. Pero lo que no tendría sentido es pagar al alcalde de una ciudad de 400.000 habitantes un sueldo bruto de 35.000 euros al año ni 65.000 euros al de un pueblo de 3.000 almas.
Y lo que desde luego jamás podré entender es que se permita ser concejal, alcalde, procurador o diputado a un fulano que no tiene ni ha tenido ningún trabajo, como tan a menudo sucede en este país y, sin ir más lejos, en el municipio más habitado de mi provincia. Para hacer política es imprescindible aportar una previa experiencia vital, técnica y profesional, y no concibo que alguien sin una trayectoria laboral conocida, un inútil al fin y al cabo, se ponga a representar al pueblo trabajador. Convertir los cargos públicos en refugio de vagos e incapaces es la manera más rápida de desprestigiar la noble tarea de la Política con mayúsculas.
La Cavatina fue compuesta por Stanley Myers mucho antes del estreno de El Cazador (The deer hunter, 1979) y versionada después por diferentes artistas como Iris Williams o los emblemáticos The Shadows.
Nadie puede negar que el filme de Cimino, ganador de cinco Oscar, es uno de los más completos de la historia del Séptimo Arte, que cuenta con la probablemente mejor interpretación de Robert de Niro y que hubiera sido imposible encontrar una pieza musical que acompañara mejor que la Cavatina los planos más nostálgicos y desgarrados de esta historia de un grupo de amigos marcado para siempre por la Guerra de Vietnam.
La palabra dictadura me parece totalmente acientífica. Es un concepto valorativo (peyorativo) empleado como insulto político y un sinónimo exacto de tiranía. Para más inri la palabreja en cuestión se emplea de forma relativa, es decir por comparación con determinados modelos de estado muy concretos cuales son las democracias parlamentarias de partidos hoy vigentes en los países de nuestro entorno. Un régimen político será considerado más o menos "dictatorial" en función exclusivamente de si se aleja más o menos de los cánones constitucionales del tipo hoy conocido. Llamar pues a alguien dictador o a su mandato dictadura genera múltiples desajustes de la realidad y rodea de prejuicios a esa figura o a ese período históricos.
Se dice dictadura para acusar, no para describir, y por ello todo historiador que se precie debería apartarse de este concepto. Una de las pruebas más evidentes de su carácter subjetivo es que se usa solo para desprestigiar formas de estado o de gobierno de las etapas más recientes, y precisamente por quienes están en la acera ideológica opuesta a las mismas. ¿Por qué por ejemplo nadie llama dictadura al Reinado de Felipe IV o al de Carlos III sabiendo que estos soberanos no reconocían derechos individuales y que aplicaban penas de muerte a sus enemigos políticos? Muy fácil: esos reinados no tenían una carga ideológica asumible o criticable con los parámetros de hoy, mientras que hay mucho interés en estigmatizar el franquismo, la Cuba de Fidel, la vieja URSS, el nazismo, el peronismo, el régimen chino, el Chile de Pinochet o el régimen talibán.
Además no debe olvidarse que los historiadores no son ni tienen por qué ser politólogos, por lo que sus incursiones en el terreno de las ideas resultan muy peligrosas.
Lo que no se puede es decir en una biografía de Francisco Franco que era un hijoputa (o un dictador, que me da lo mismo) solo por dar gusto a los rogelios, ni afirmar que era un salvador de la Patria por congraciarse con los franquistas. Dejemos las interpretaciones y las valoraciones, pues de lo contrario estaremos manipulando en vez de investigando o informando. No creo que sea posible la objetividad en Historia, pero al menos (no sé si en España) sí es evitable el sectarismo y el calentamiento para hacer una obra seria y digna.