miércoles, 13 de abril de 2016

LAS TRES MENTIRAS DE TODOS LOS DEPENDIENTES


Ir de tiendas es una de las actividades que más me desagrada, pero a la vez es una rica experiencia sociológica que activa mis cinco sentidos de oteador implacable de las miserias humanas.  

Ya he comentado alguna vez que la mentira es al comerciante como el agua al pez, elemento indispensable de vida. Todos los encargados o dependientes de cualquier establecimiento engañan sistemáticamente a la clientela. Su primera norma de trabajo es confundir al comprador suministrando una información equívoca o directamente falsa sobre el género, las calidades, los precios, las condiciones de venta, las promociones o cualquier otro aspecto relacionado con su negocio. Su único objetivo es vender y evidentemente no van a permitir que la verdad objetiva les haga perder una sola venta.

Por supuesto que hay muchos grados de honestidad entre los comerciantes, y hay quien engaña más y quien engaña menos. Ellos saben que recurrir al embuste de manera burda y sistemática termina mellando la confianza de la clientela, por lo que los más listos suelen moderarse y buscar un cierto equilibrio entre las mentirijillas que "conlleva" toda actividad comercial y la seriedad mínima exigible para fidelizar clientes. Apuntado este matiz, al menos una cosa debe quedarnos bien clara: en las tiendas siempre nos mentirán en todo aquello que no pueda comprobarse. Puede que no se atrevan a decirle a una gorda que le queda bien un vestido entallado, que han rebajado un 30% un artículo que ayer estaba al mismo precio en el escaparate o que a un jersey de 15 euros no van a salirle bolas, pero sí tenderán a falsear cualquier dato subjetivo sobre su mercancía.

En este sentido hay tres grandes trolas que nos intentan colar en todos los comercios, que a mí ya me parecen hasta entrañables, pero estoy convencido de que todavía hay gente que se traga.


1.- “No lo tenemos. Se nos acaba de agotar pero lo vamos a recibir en unas semanas”.

Mentira en el 90% de los casos. Ni lo han tenido ni lo van a tener. Ni siquiera lo han pedido al fabricante. Es solo un truco para que entres otro día a preguntar y a lo mejor, de paso, compres otra cosa que te guste.

2.- “Eso está descatalogado”.

Falso. Jamás hay que creerlo. Es una de las grandes patrañas de todos los vendedores. Se trata de una vulgar estratagema para que te desanimes de seguir buscando y adquieras otro producto parecido que sí tienen.

3.- “Yo tengo uno igual en casa y estoy contentísimo”

Esta artimaña de primero de mercadotecnia es la más enternecedora y posiblemente la más eficaz. Todos la hemos vivido. En un momento dado, cuando te ve dudar, el dependiente se pone en plan colega y te asegura que él tiene una sandwichera idéntica a esa, que le quedan unos emparedados riquísimos y que sus niños no quieren cenar otra cosa. O la chica de la zapatería te cuenta que esas deportivas son las que usa ella para correr y que son comodísimas  y súper resistentes.


Son tres truquillos con los que somos benévolos creyendo (equivocadamente) que no implican un engaño directo sobre las características del artículo, aunque con ellos en el fondo se ofrecen falsas expectativas, se intenta alterar la conducta del consumidor y se crea un clima artificial de confianza al que muchas personas son muy vulnerables.

1 comentario:

Tábano porteño dijo...

Acertada nota, Neri.
Pero quizá debiéramos ser indulgentes con los dependientes, porque ¿acaso no es un poco el suyo es "zeitgeist", el "espíritu de este tiempo" -que inevitablemente es un poco el de todos nosotros-?.

Cuando se tratan estos temas inevitablemente recuerdo un notable párrafo del discurso de presentación de la revista nacionalcatólica Memoria en los 90, tiempos del "liberalperonismo" de Carlos Menem; el texto es literariamente exquisito pero duro y creo excede su circunstancia histórica, en tanto todos quizá tenemos bastante del "homo consumens" que describe:

"Se ha olvidado en cuarto lugar la virtud del arraigo. La mentalidad cosmopolita que se inculca, no necesita raíces ni refugios, ni ciudadelas inexpugnables ni casas solariegas. Sólo mercados potenciales o reales. El "homo consumens" es nómade e individualista, reemplaza las solidaridades carnales y próximas por otras abstractas y distantes, y ya no precisa a la tierra natal sino a la aldea global. O mejor aún, el "free shoping", a la vuelta de cada aeropuerto. Desvinculado de las raíces, ante ocupa la patria que la habita, y como cualquier transeúnte, ya no cree legítimo ocuparse de lo que sucede en el hotel que circunstalcialmente lo aloja. Para ese tipo humano, escribe Dawson, un corredor de bolsa tiene más belleza que un guerrero homérico o un sacerdote egipcio."

(Antonio Caponnetto, "Presentación", revista Memoria núm. 1, abril de 1994).