miércoles, 27 de abril de 2016

DESAYUNOS MUY SERIOS


Desde hace años bajo tres veces a la semana con un pequeño grupo de compañeros a cumplir el ritual sagrado del desayuno funcionarial. Como supongo que estaréis imaginando, cumplimos al dedillo los tópicos y estereotipos al uso: todos con gafas, los hombres con jersey de rombos, ellas muy feas y con fular al cuello, conversaciones mayormente sobre moscosos, niveles y trienios, quejas sobre los recortes en la Administración, etc. Lo que pasa es que al principio nos reíamos mucho y lo pasábamos muy bien, pero ahora son unos desayunos más bien formales en los que, aunque la charla es agradable, el tono general resulta un poco grave y circunspecto, sin las bromas de antaño.

La culpa la tiene Higinio, el jefe de la Sección de Información.

Antes hacíamos muchos chistes, sobre todo Gonzalo y yo. Gonzalo era especialista en las pullas picantonas, a veces bastante subidas de tono, que hacían soltar chilliditos a las compañeras, y lo mío eran los motes despiadados, el sarcasmo corrosivo y los comentarios políticamente incorrectos sobre gitanos o igualdad de género, que siempre escandalizaban a Natalia, la más pepera del grupo. Pero ya no. Ahora ya nadie dice gilipolleces porque le tenemos un miedo atroz a Higinio.

Cuando recuerdo los desayunos del principio, se me quitan automáticamente las ganas de hacer chirigotas. Igual que ahora, llegábamos al bar un poco más tarde de las 11 y ocupábamos una mesa al fondo, abriéndonos paso a codazos para pedir y trasladar los cafés y las viandas. Higinio siempre desayunaba té con limón y un gigantesco pincho de tortilla que engullía a grandes bocados. Ocupaba media mesa con su corpachón y hablaba muy poco. Por lo general se limitaba a escucharnos al resto con los ojos muy abiertos tras sus gruesas gafas de pasta, mientras rumiaba pan y tortilla, o a responder alguna pregunta concreta que alguna vez le hacíamos sobre su departamento.

–  Higinio, ¿qué quería esa rubia que ha entrado en tu sección a primera hora? –preguntaba, malicioso, Gonzalo.

El aludido respondía siempre con la boca llena, medio tapándosela con la mano, y le salía una voz gangosa y a duras penas inteligible.

– ¿Ummm? Ha fenido a for ed ceztificado que fidió e lunes.

– Bueno, bueno, pues si vuelve esa monada por el edificio, le dices, por favor, que se pase un momento por mi despacho, que quiero atenderla yo personalmente en todo, subrayo, en todo lo que necesite. ¡Todo sea por dejar satisfecha a una ciudadana!

Entonces se producía la tragedia, porque Higinio, que habla tan poco, es sin embargo hipersensible a cualquier muestra de humor, por pésima que sea, y además tiene una risa explosiva, escandalosa y, lo peor de todo, imprevisible. A la gracieta de Gonzalo, el jefe de la Sección de Información reaccionaba con una risotada gutural, estridente y detonante en el peor de los sentidos, ya que con ella esparcía a dos metros a la redonda múltiples restos masticados de tortilla de patatas y pan. Los tropezones volaban libres desde sus inflados mofletes y aterrizaban sobre la camisa de un compañero, pringaban el fular rosa de Natalia o caían en mi taza de café. Se producía un silencio espeso, incomodísimo, mientras la gente se limpiaba con discreción o apartaba su almuerzo para protegerlo de posibles nuevos disparos, ya que la carcajada de Higinio solía durar lo suyo.

Pero no aprendíamos. A la semana siguiente, igual. Yo daba un traguito a mi zumo de naranja y soltaba una cuchufleta sobre las orejas desplegadas del Director General de Accesibilidad, o contaba un chiste de negros o hacía alguna observación sarcástica sobre el administrativo de mi servicio, que es de Podemos el muy gañán, y entonces Higinio, con su tortilla de chorizo a medio deglutir, se descuajeringaba de la risa y nos hacía la metralleta sin previo aviso, que no nos daba tiempo ni a tapar las tazas. Pedazos de comida de muy diversos tamaños se estampaban en la corbata de uno, en la tostada con aceite y tomate de otra o en los pantalones del de más allá. A veces el tío, al terminar de deshuevarse, decía “perdón, perdón”, pero nadie le respondía nunca.

Así que con el tiempo nos hemos ido adiestrando en el autocontrol, y, aunque al principio nos costaba evitar las coñas, las duras experiencias vividas con el bueno de Higinio nos han convencido de que es preferible mantener la seriedad y aburrirnos un poco que morir de asco o incluso quedarnos sin desayunar, ya que a veces nuestro almuerzo quedaba incomestible después del bombardeo. 

5 comentarios:

Tábano porteño dijo...

Peor era el Viejo Vizcacha, arquetipo de lo que aquí llamamos "viveza (astucia) criolla", que lo hacía con una finalidad determinada:

"El Viejo Vizcacha personifica al gaucho bandido y ladino que aprovecha cualquier circunstancia para obtener una ventaja y que no duda en practicar el robo o el engaño para salirse con la suya. A este viejo sinvergüenza le otorgan el cuidado, en calidad de tutor, de uno de los hijos de Martín Fierro y es en el relato de éste cuando aparece resumida la vida y la obra de Vizcacha."

"El viejo Vizcacha es un personaje famoso del Martín Fierro, el poema nacional de la Argentina, y representa a un anciano pícaro quien, en una circunstancia, para quedarse con un asado que efectuaban unos paisanos en el campo, lo escupe, convirtiéndolo así en incomestible para éstos, aunque no para sí mismo."

(Aquí los versos):
“Si ensartaba algún asao,
¡pobre! ¡como si lo viese!
poco antes de que estubiese
primero lo maldecía,
luego después lo escupía
para que naides comiese”.


Algunas de los sentencias del Viejo (varias se han convertido en refranes populares en Argentina y Uruguay):
"Jamás llegués a parar
a donde veas perros flacos”

“El diablo sabe por diablo
pero más sabe por viejo”

“Hasta la hacienda baguala
cai al jagüel con la seca.”

“Vaca que cambia querencia
se atrasa en la parición”.

“La vaca que más rumea
es la que da mejor leche”

“Cada lechón en su teta
es el modo de mamar”

“A mi me gusta mojarme
por afuera y por adentro”

“No dejés que hombre ninguno
te gane el lao del cuchillo”

“Hacete amigo del juez
no le des con que quejarse.”


Para algún politólogo Perón era una mezcla de Maquiavelo, Clausewitz y... Viejo Vizcacha:
"Sociológicamente, tuvo algo de la típica viveza criolla. Frases como “hay que poner el guiño a la izquierda y doblar a la derecha” evidenciaban ese pragmatismo de raíz maquiavélica, pero también expresaban esa característica del Viejo Vizcacha del Martín de Fierro, que enseñaba a sobrevivir con picardía y resignación."
(Rosendo Fraga, "Perón y la constante búsqueda del manejo del poder en Argentina").

Al Neri dijo...

Tábano, siempre nos descubre usted cosas del polifacético Perón.

Aprendiz de brujo dijo...

La tortilla española puede llegar a ser un arma de destrucción masiva.
Buen jueves.

Teutates dijo...

Búsquenle a Higinio nuevos compañeros de desayuno, y si puede ser aquella rubia de la que habla, mejor. También puede usted sentarse justo a lado de Higinio para evitar el impacto de sus proyectiles, de paso hágale reír. Eso si, sus torpedeados compañeros quizá le cojan un poco de inquina.

Al Neri dijo...

Teutates, no sé cómo lo hace Higinio, pero con sus explosiones de risa bombardea de tortilla incluso a quien tiene detrás, así que las precauciones que usted me sugiere me temo que serían inútiles.