miércoles, 10 de junio de 2015

SAN ÓSCAR ROMERO


Muy a mi pesar, no siempre entiendo los motivos que llevan a la Iglesia a elevar a los altares a determinadas personas, pero, como católico, me esfuerzo en aceptar, lo menos a regañadientes que puedo, el criterio de la Jerarquía en materia de santidad. No todo el santoral es de mi agrado pero me aguanto por fidelidad, por humildad, por confianza y porque comprendo que nuestra Santa Madre Iglesia está mucho más capacitada que yo para dilucidar quiénes son los cristianos más ejemplares y dignos de nuestra veneración. 

En los últimos quince años se han producido varias beatificaciones y canonizaciones que han puesto a prueba mi templanza y mi prudencia. Uno no acaba de acostumbrarse, por ejemplo, a ver en una estampita, con la aureola en el cogote, a un señor del que siempre había pensado (sin duda equivocadamente) que era un aristócrata megalómano, clasista y vendido a la oligarquía económica. Pero ya digo que para ser buenos católicos -y esa es mi aspiración- ciertas cosas hay que comérselas con patatas, sin darles muchas vueltas ni azuzar demasiado nuestro sentido crítico, porque si no Dios sabe cuánto podría durarnos la Fe… 

Otro sofocón me lo he llevado hace tres semanas con motivo de la beatificación de Monseñor Óscar Romero, el famoso arzobispo de San Salvador asesinado en 1980, a quien el Papa Francisco declaró mártir el pasado mes de febrero. Una vez más he tenido que respirar hondo, practicar ejercicios de autocontención y repetirme a mí mismo una y otra vez: “Neri, sosiégate, que en Roma saben más que tú”. Aunque todavía me dura el disgusto, estoy decidido a ejercitar mi acusado sentido de la disciplina y a tragarme al nuevo beato como un niño engulle la pescadilla que su madre le pone de cena: no porque le guste un pelo, sino porque mamá dice que es muy nutritiva y ella es la que manda.
Más de moda que el Che

Guiado por mis convicciones religiosas y por mi apego a la Iglesia, voy a esforzarme a partir de hoy mismo por desterrar los horribles prejuicios que todavía albergo hacia el prelado salvadoreño, casi unánimemente reconocido en toda la Cristiandad como un ardiente defensor de los derechos humanos. Creo que debo resetear el ordenador de mis recelos, limpiar de basura mi disco duro mental e investigar de nuevo, con más serenidad, la trayectoria de esta figura tan relevante para los seguidores de Cristo.

Tengo que arrancar de mi cerebro esa idea disparatada de que Óscar Romero fue un obispo débil y vacilante, un auténtico tonto del culo manipulado por el grupo de jesuitas de extrema izquierda que dirigía la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA), entre ellos el proetarra Ignacio Ellacuría, redactor de sus homilías y cartas pastorales. Tengo que olvidarme de esa chorrada de que Monseñor, malmetido por estos jesuitas, se dedicó a condenar los actos violentos del Ejército y de los cuerpos de seguridad, obviando completamente los atentados de la “guerrilla” o pasando de puntillas por ellos, y de que acabó pringado hasta las cejas en el golpe de estado de 1979 contra el presidente Carlos Humberto Romero, apoyando a la Junta Revolucionaria de Gobierno resultante.

Tengo que abrir mi mente y superar esa idea preconcebida de que el arzobispo Romero hizo una interpretación reduccionista e ideologizada de la Conferencia Episcopal de Medellín, que no se le caía de la boca. Desde mi estrechez de miras yo siempre había creído que en esta Conferencia, cuyo fin fue aplicar el Concilio Vaticano II a la realidad hispanoamericana, se había vetado incluso el liderazgo político y la militancia de los sacerdotes, y que el arzobispo, pasándosela por el arco del triunfo, se postuló como personaje mediático y defensor de una facción concreta, la de sus amigos comunistas de la UCA. Por eso yo, en mi ignorancia, venía dando por sentado que fueron razones de índole exclusivamente política las que motivaron su injusta ejecución por un miembro de la Guardia Nacional salvadoreña, y que, al no ser el móvil del crimen “el odio a la Fe”, no tenía sentido declarar su santidad martirial.


He de concienciarme de una vez y empezar a tomarme muy en serio la nueva condición de beato, y muy pronto de santo, de este paladín del cristianismo cuyos méritos y hazañas eran tan desconocidos para mí, y al que yo hacía un blandengue sin personalidad, traído y llevado por unos y por otros. Baste decir que en sus últimas semanas de vida Juan Pablo II le había quitado la venda de los ojos, llegándole a convencer de que lo estaban manejando los teólogos de la liberación. Tras ser llamado al orden por el Vaticano, el pobre se lanzó a criticar en una homilía, pocos días antes de morir, los “excesos marxistas” de la “Iglesia Popular”. Tiene gracia la cosa.

Sin duda acabaré convencido de su santidad, pero algo me dice que no llevaré su imagen en la cartera ni le rezaré demasiado.

6 comentarios:

Aprendiz de brujo dijo...

Yo no entiendo mucho de santos. Yo te diría que reflexiones en los puntos en común que puedes tener con él. Óscar Romero tenía virtudes que tu admiras en los hombres:valentía, honestidad intelectual, integridad.Yo creo que equivocado o no este hombre no era fácilmente manipulable.
Os remito enlace de su última homilía. Fue la firma de su sentencia de muerte. Él mismo la estampó.
https://www.youtube.com/watch?v=2rsASJglK0s

Sinretorno dijo...

Es usted un catollico fiel y cabal,gracias por su testimonio.

Sinretorno dijo...

Y aunque pueda sonar raro,y con todas las distancias, es pelin de izquierdas...

Tábano porteño dijo...

Pues parece, Neri, que tendrá que resignarse a que la pescadilla será cada vez más abundante: ayer salió en el suplemento Valores religiosos del Clarín, diario de mayor tirada de Buenos Aires, la noticia del enlace.

http://www.valoresreligiosos.com.ar/Noticias/avanzan-las-causas-para-beatificar-a-nueve-martires-argentinos-4252

Sin justificar la muerte violenta y las ejecuciones clandestinas que padecieron casi todos ellos (aunque es bastante dudoso el caso de Angelelli), pudiera decierse que se viene una tanda de "santos de la corrección política actual -es decir, filomarxistas.

Respecto del obispo Angelelli, el más enzalzado de todos ellos, puede verse en este enlace datos que difícilmente muestren los mass media:
http://www.catolicosalerta.com.ar/bergoglio/angelelli.html

Esta nota también es imperdible:
http://www.catapulta.com.ar/archivos/14662

Bueno, que todo esto me recuerda la amarga sentencia que dejó hace décadas Nimio de Anquín, lúcido pensador de estos pagos: "el eón cristiano llegó a su fin".


Al Neri dijo...

Brujo, tendré que investigar mejor esas virtudes que la Iglesia y usted (¡qué coincidencia más curiosa!) atribuyen a Monseñor Romero.

¡Qué va, Sinretorno!

Enlaces buenísimos, Tábano. Cuando en tiempos tan conflictivos un sacerdote se enreda en la política posicionándose claramente a favor de un bando (como Angelelli o Ellacuría) y desempeñando un rol totalmente ajeno a su misión pastoral, luego que no pretenda que sus enemigos le traten de forma especial en atención a su dignidad sacerdotal.

Al Neri dijo...

Acabo de leer el comentario de Sinretorno del 11 de junio a las 4:04, que por alguna extraña razón, se había quedado atascado en el buzón de moderación. Amigo, no sé si ofenderme o tomármelo como un piropo. Pienso que no debería esforzarse en clasificarme porque es difícil incluso para mí.