domingo, 14 de junio de 2015

HIPERACTIVIDAD





Generalmente tenemos una percepción muy equivocada sobre el rendimiento humano. Tendemos a creer que aquellos que se pasan la jornada revoloteando por la oficina, enlazando actividades, ocupándose de varias tareas a la vez, reuniéndose tres veces al día, respondiendo llamadas de trabajo o dando instrucciones a diestro y siniestro, son profesionales exitosos y eficientes. Al contrario suele mirarse con recelo a los trabajadores de ritmo más pausado, que reaccionan con más lentitud y cumplen sus gestiones paso a paso, sin prisas apreciables e incluso descansando aparentemente más de la cuenta.

No nos engañemos. Si hay una verdad inmutable sobre el ser humano es la abismal diferencia de capacidad entre individuos. Nos quedaríamos impresionados si pudiéramos conocer el verdadero alcance de esta desigualdad, incluso entre sujetos con semejante nivel de formación, experiencia, motivación y cociente intelectual.  En un mismo departamento puede haber un tipo capaz de rematar en tres mañanas un enjundioso informe que su compañero del despacho de al lado tardaría en hacer tres semanas. Hay quien con un par de llamadas puede llegar a comprender un problema mejor que otra persona tras estudiarlo durante un mes. A algunos les basta una simple reunión informal para dejar bien cerrado un asunto, mientras que otros necesitarían como mínimo una docena de encuentros, videoconferencias, dictámenes y tormentas de ideas.

La vida es así. De modo que preguntémonos, antes de juzgar los ritmos de trabajo, por qué en una misma unidad hay gente que siempre anda agobiada, corriendo de aquí para allá y sosteniendo penosamente varios platillos a la vez, como equilibristas chinos, y otra que parece vivir tan bien y no se despeina ni con un huracán. Y después tratemos de averiguar quiénes se equivocan menos, rinden más y son más útiles a la empresa. Seguro que nos llevaríamos más de una sorpresa y empezaríamos a intuir que, estrategias de imagen aparte, la hiperactividad en el mundo laboral está sobrevalorada.

1 comentario:

Tábano porteño dijo...

El relato del samurai y los tres gatos parece hecho para ilustrar esta entrada:

"Un samurai tenía en su casa un ratón del que no llegaba a desembarazarse. Entonces adquirió un magnifico gato, robusto y valiente. Pero el ratón, más rápido, se burlaba de el. Entonces el samurai tomo otro gato, malicioso y astuto. Pero el ratón desconfió de el y no daba señales de vida mas que cuando este dormía. Un monje Zen del templo vecino presto entonces al samurai su gato: este tenía un aspecto mediocre, dormía todo el tiempo, indiferente a lo que le rodeaba. El samurai encogió los hombros, pero el monje insistió para que lo dejara en su casa. El gato se pasa el día durmiendo, y muy pronto, el ratón se envalentono de nuevo: pasaba y volvía a pasar por delante del gato, visiblemente indiferente. Pero un día, súbitamente, de un solo zarpazo, el gato lo atrapo y lo mató. ¡Poder del cuerpo, habilidad de la técnica no son nada sin la vigilancia del espíritu!."