miércoles, 4 de marzo de 2015

MIEDO




Hasta nuestros instintos más innatos evolucionan de la mano de los cambios sociales y culturales. Nuestras pasiones, apetitos, deseos, motivaciones y reacciones naturales sufren profundas transformaciones a lo largo de los años o de los siglos a medida que adquirimos conocimientos o vivimos nuevas experiencias. Alimentos que en el pasado consumíamos sin remilgos, hoy nos producen naúseas. Olores cotidianos hace décadas hoy nos repugnan. Comportamientos que antaño considerábamos higiénicos hoy nos parecen sucios. Nuestras pautas de excitación sexual han sufrido una revolución inimagibable. Y, por supuesto, los actuales patrones de miedo ya no tienen nada que ver con los de hace, por ejemplo, sesenta años: lo que aterrorizaba a nuestros antepasados hoy es motivo de descojone general. A mí me impresionan los cambios que hemos vivido con relación a este último tema, cómo ha influido el devenir de nuestras sociedades en los resortes del terror humano, que nos parecían casi atávicos y ya se ha visto que no lo son.

Hace poco salía en televisión un feriante, dueño de una de estas atracciones de toda la vida conocidas como mansiones del terror, explicando que su negocio se estaba yendo a pique porque a los niños ya no les asustaba recorrer en un vagoncito unos pasillos tenebrosos llenos de momias, monstruos, vampiros y otros seres siniestros. Que cuando Drácula aparecía de repente ante el trenecito con su capa y su palidez espeluznante, la chiquillería se echaba a reír y gritaba “¡mira, Batman!”.

Dicen que las pelis de miedo también están en crisis y que los directores ya no saben qué inventarse para impresionarnos. De hecho hay quien afirma que el cine de terror como tal ha desaparecido, pues las cintas que se ruedan ahora buscan solamente sobresaltar o dar asco con escenas sorpresivas o efectos gore, o, como mucho, mantener la tensión con un suspense bien administrado. Pero miedo, lo que se dice miedo, ya no consiguen darnos hagan lo que hagan. Nuestro nivel cultural, nuestros rudimentos científicos, nuestro hartazgo de efectos especiales y nuestro escepticismo santotomasiano bloquean cualquier asomo de canguelo ante una trama terrorífica convencional

Posiblemente la atenuación del miedo humano en las sociedades modernas se explique por el hecho de que su principal razón de ser era la ignorancia, y hoy en día no hay casi nada que ignoremos o al menos eso nos pensamos. Antaño se tenía terror a lo desconocido y hoy no existe lo desconocido. Apenas queda ya ningún fenómeno incomprensible que nos provoque recelo y mucho menos pánico. En una cultura tan empírica como la nuestra, en la que vemos todo tipo de cosas y tenemos toda clase de vivencias a diario, es prácticamente imposible horrorizarse ante ninguna situación. Por añadidura la ciencia y la educación han arrasado con las viejas leyendas y supersticiones que atenazaban la garganta de nuestros abuelos y que, en buena medida, sirvieron de inspiración a toda la iconografía de la literatura y el cine de terror contemporáneos. Los cuentos de brujas, fantasmas, ogros y chupasangres cada vez se nos antojan más pintorescos, y personajes como Nosferatu, que en los años veinte puso los pelos de punta a toda una generación, hoy nos parecen cómicos histriones.

Una vez leí que cuando el hombre aprendió a manejar el fuego hace 500.000 años desaparecieron de un plumazo la mayoría de sus terrores ancestrales, y que el resto de aprensiones se disolvieron con la llegada de la electricidad. La luz de las hogueras y de las bombillas logró neutralizar nuestro temor a todo aquello que se ocultaba a nuestros ojos tras la anochecida. Del mismo modo, la formación y el bagaje con los que contamos ahora han sido como un foco luminoso que ha dejado al descubierto todos los peligros y ha desvelado todos los misterios que nos inquietaban.

¿Habrá en el futuro nuevos miedos que paralicen a la Humanidad? ¿Descubriremos nuevas galaxias, planetas y seres que nos amedrenten tanto como lo hicieron los espíritus malignos, el vudú, los hombres lobo o la Santa Compaña? De momento parece que el único pavor que nos queda es a nuestra propia muerte.

10 comentarios:

tomae dijo...

Fíjese Neri hoy cuando iba a tomarme un café, en el Bar habían dos simpáticas camareras de 25 años aprox. Sin que importe el cuento, Heidi y Marco han salido en la conversación con esas chicas. Una de ellas, y luego la otra sostenía que entre Heidi y su entrañable abuelito, había una relación más que familiar ... ¡no sabe que mal me ha sentado el café! ...

Saludos ¡¡¡¡ ...y a ti también Adelaida. :)

Al Neri dijo...

Tomae, no pillo la relación entre el tema del post y sus insinuaciones sobre Heidi. Tampoco sé quién es Adelaida.

señora de Tomae dijo...

quien es esa adelaida que la voy a retorcer el pescuezo

tomae dijo...

Neri, creo que usted habla de la cambio de conducta humana con el paso de los años (conducta pasional, gastronómica, sexual ...) ; así como a través del tiempo "cosas que nos darían miedo ahora nos harían reír".
Que esas dos jóvenes me hicieran ver una relación abuelito Heidi, fuera de la moral y las buenas costumbres a mí me ha asustado. Me extraña que no lo pille o que no guarde relación con el post. Igual el equivocado soy yo...quien sabe.

Siguiendo con el tema "asociativo", pienso que la película "El Silencio de los Corderos" marcó un hito en los últimos años, para que el público se fuera acostumbrando al comportamiento depravado y/o caníbal de alguno de nuestros semejantes. Hoy en día, esa peli ya no asusta tanto.

¿Adelaida? … pregunte por la la señorita Rottenmeier (Fräulein Rottenmeier de Frankfurt.

Llorente dijo...

Hombre, si cada vez que anuncian una rueda de prensa de Rajoy con supuestas buenas noticias nos cagamos en los pantalones, a ver qué cineasta supera eso.
Ahora en serio (y antes también), supongo que la Humanidad es tan adaptable que se va acostumbrando a lo que le van echando. Lo que ha explicado tan bien sobre el miedo y otros aspectos de la condición humana también es aplicable a la música: géneros rebeldes como el rock o el punk acabaron sonando en las fiestas infantiles dos generaciones después.
En definitiva, el revolucionario de hoy es el clásico de mañana.

Un saludo.

Tábano porteño dijo...

El psiquiatra suizo Carl Gustav Jung quizá no estaría de acuerdo con usted, Neri. Su teoría del inconsciente colectivo (sustrato común a los seres humanos de todos los tiempos y lugares del mundo, constituido por símbolos primitivos con los que se expresa un contenido de la psique que está más allá de la razón) habla del miedo a la oscuridad. Un colega de Jung lo explica:

"Tomemos un ejemplo sencillo. En el inconsciente colectivo de todos nosotros existe como arquetipo el temor a la oscuridad. Esto es innato e inherente a toda la especie humana (precisamente por eso es arquetípico), un atavismo que nos remite a épocas prehistóricas, particularmente anteriores al descubrimiento de métodos artificiales para producir fuego, en las que el hombre primitivo, de día, dominaba las sabanas y praderas, era el cazador; pero al oscurecer, al caer la noche, la falta de luz le convertía en la presa, el cazado. Oscuridad fue, durante centenares de miles de años, sinónimo del peligro de los grandes carniceros nocturnos acechando en las sombras. Ese temor se imprimió en nuestros genes al punto que, como un reflejo condicionado, en estos tiempos de luminarias eléctricas y ciudades sin fieras (animales, cuanto menos) el miedo subsiste. Generalmente, en todos nosotros sublimado como el temor a lo desconocido, y también como el temor al cambio. (La ecuación sería: oscuridad = desconocido; cambio = desconocido). Si el temor a la oscuridad es tan evidente en los pequeños, lo es sólo en función de que los mecanismos de represión, de adaptación al medio y de racionalización no se encuentran tan desarrollados como en los adultos, que con ellos minimizan su manifestación."

No sé cuánto pueda haber de verdad en todo eso, pero bastante de las ideas del suizo hay en la gran novela Solaris, del matemático polaco Stanislaw Lem, que trata de un planeta con un inmenso océano que resulta un descomunal organismo viviente, un "aciago demiurgo", que da vida literalmente a ciertos recuerdos lacerantes de los humanos que viven en los alrededores. A mi juicio, una original forma del horror es la que muestra allí el autor: al protagonista principal el "océano" le "devuelve" a su esposa que se había suicidado años antes, hecho del que él se sentía culpable; y ahora, sabiendo que ella no es real, se aferra sin embargo a esa especie de "fantasma material" porque se le aparece como la posibilidad de subsanar los pasados -irremediables- errores.

El ruso Tarkowski filmó la novela pero le dio una impronta cristiana, más optimista que la de la novela del agnóstico Lem.

Aprendiz dijo...

Pues no sé si estoy muy de acuerdo Al Neri, porque yo soy una miedica y a mí que no me pongan una peli de miedo ni me cuenten historias de miedo porque soy incapaz de pegar ojo luego durante un mes, hasta que se me olvide.

Y los niños no son tan insensibles como los pintas. En el club al que voy se hace todos los años una casa del terror, y te aseguro que muchas niñas no entran; que algunas se salen a mitad; otras la terminan llorando; y por supuesto están las que salen vacilando de que no han pasado miedo. Eso contando con que los "monstruos" son las hermanas mayores de la mayoría.

Quizás ya no haya quien asuste a algunos, como mi hermano, que se iba a mi campo por la noche con la puerta de la casa abierta a ver pelis de miedo.

Al Neri dijo...

Tomae, ver entre Heidi y su abuelito "una relación fuera de la moral y las buenas costumbres" responde a un trastorno individual y no a una evolución de la conducta humana a lo largo de los años.

Es cierto, Tábano, que el temor a la oscuridad está en nuestro inconsciente colectivo, incluso en nuestro ADN, por lo que explica Gustav Jung, pero a pesar de la huella que han dejado en nuestro subconsciente tantísimos miles de años rodeados de tinieblas, ahora ya nos sabemos dueños de la luz y de la naturaleza, y pienso sinceramente que nuestro umbral del miedo es muy limitado.

Pero señorita Aprendiz, ¿se piensa que ver pelis de miedo con la puerta abierta es más peligroso que con la puerta cerrada? jejejeje. Por cierto, este fide voy a ver una película de terror que dicen que es de echarse a temblar: La cueva (2014). Es española.

Aprendiz dijo...

Ni tampoco es menos peligroso verla con la luz encendida que apagada, pero ya ves como funciona la mente humana... yo cuando alguna vez he visto alguna, luego me he pasado un mes durmiendo tapada hasta la cabeza aunque fuera verano y estuviéramos a 40 grados. Y mira, la verdad que no hay ninguna necesidad de pasarlo mal. Pero reconozco que lo mío tampoco es normal.

Al Neri dijo...

Llorente, no había visto su comentario en el buzón. En efecto he de reconocer que hay situaciones políticas en España que pueden provocar pánico. A mí los de Podemos, a ratos, me ponen los pelos de punta.

Lo del rock y el punk y otras manifestaciones musicales o culturales es también muy cierto. Pensemos en los llamados "chicos yeyé", una auténtica provocación en la España de los 60 y hoy una ñoñería a los ojos de todo el mundo. ¡Y qué decir del ridículo movimiento hippie! ¡Una hippie del año 69 tenía la mitad de experiencia sexual que una chica de las más normalitas de ahora!