El español, como lengua viva, ha ido incorporando a su vocabulario a lo largo de la historia innumerables préstamos de idiomas extranjeros, especialmente del portugués (carabela, barullo, chubasco), del francés (élite, chalé, ordenador), del inglés (fútbol, mitin, club), del alemán (brindis, guerra, obús) y del italiano (novela, glorieta, óleo). En su justa medida, este fenómeno no solo es inevitable (y más en el actual modelo de sociedad globalizada) sino que me parece positivo para enriquecer nuestro lenguaje.
Por lo general los extranjerismos contribuyen a mejorar la precisión del vocabulario. No le demos más vueltas: cuando los españoles hemos adoptado espontáneamente una palabra extranjera en un determinado momento histórico ha sido porque en nuestro propio idioma no existía un término conciso para denominar esa realidad concreta. Si copiamos “bayoneta” a los franceses fue porque no teníamos un vocablo para definir el machete largo que se acopla al cañón del fusil, y si les cogimos “carabela” a nuestros vecinos portugueses fue porque en nuestra lengua no había un término para llamar a los barcos pequeños de tres palos y una sola cubierta que tan en boga estuvieron en el siglo XV. Y así con tantos ejemplos.
Además los préstamos lingüísticos suelen estar muy relacionados con aquellos campos técnicos, profesionales o sociales en los que es pionera o especialista la nación que los aporta. Así Portugal, en la Edad Moderna, exportó mucho vocabulario relacionado con la navegación; Alemania influyó más tarde en el léxico bélico de toda Europa; Francia nos ha terminado imponiendo su terminología del mundo de la moda y de la gastronomía, y los anglosajones han marcado la pauta idiomática en materia de balompié, nuevas tecnologías y gestión de organizaciones. España también les ha pegado a los demás palabras propias relacionadas con su historia o sus tradiciones, por ejemplo el nombre de muchos productos americanos tras el Descubrimiento o toda nuestra nomenclatura taurina que tanto se utiliza en el sur de Francia.
El problema de los extranjerismos en la actualidad es el riesgo de abuso, que puede llegar a poner en peligro la identidad, la inteligibilidad y la propia pervivencia de nuestro idioma. Porque una cosa es aceptar las aportaciones foráneas para hablar con mayor exactitud y ampliar nuestro diccionario, evitando así convertir el español en una lengua muerta e impermeable a los avatares culturales y a las relaciones internacionales, y otra incurrir en el esnobismo grosero de plagar nuestros textos y conversaciones de voces generalmente inglesas que podrían ser perfectamente sustituidas por su equivalente en castellano de similar extensión gráfica o fonética.
A veces suponemos que utilizando de continuo nombrecitos en inglés vamos a dotar a nuestro discurso de un mayor nivel técnico y profesional, cuando lo único que conseguimos es mancillar el mayor tesoro de nuestro patrimonio cultural, que no nos entienda casi nadie, y, ya de paso, quedar como unos perfectos gilipollas. Coaching, feedback, network, mobbing, smartphone, personal trainer, headhunting, tablet y tantísimos otros términos son innecesarios y absurdos. Cuando los veo utilizar sin medida alguna por los colectivos en los que todos estamos pensando siento verdadera vergüenza ajena.
Muy a menudo esta corrupción del español no se perpetra solo con la sustitución forzada de palabras, sino también de estructuras gramaticales (“te llamaré en la mañana”). Aunque de momento este fenómeno parece más limitado a los países hispanoamericanos, existe peligro de contagio a través de los inmigrantes.
Podríamos pensar a simple vista que toda esta contaminación se produce de manera más o menos espontánea, pero la realidad es bien distinta. La responsabilidad de la invasión insultante de extranjerismos, del abuso de los falsos préstamos, de la adulteración del segundo idioma más hablando del planeta y de la implantación del más burdo espanglish en todos los niveles de nuestra sociedad hay que atribuírsela al cincuenta por ciento a dos agentes muy distintos: a las marcas y multinacionales americanas, obviamente interesadas en la colonización cultural de nuestro país, y a los medios de comunicación nacionales, que a veces “por moda” y sin mala intención se convierten en dañinos caballos de troya capaces de socavar nuestra identidad lingüística.
Es complicado plantear soluciones a este problema cada vez más grave. Existen algunas páginas webs encomiables (por ejemplo la de la Fundación para el Español Urgente-Fundéu, muy interesante también de seguir en Twitter) donde se listan los anglicismos no aceptados por la RAE y se sugieren expresiones en español para sustituirlos, sobre todo en el campo tecnológico y de la I+D+i. En cualquier caso no parece que la vía de la recomendación sea la más acertada para atajar esta amenaza. Desde mi punto de vista urge la creación de un organismo adscrito al Ministerio de Educación y Cultura que vele por la correcta utilización del idioma en los medios de comunicación tanto escritos como audiovisuales, en la edición de cualquier libro o novela, en los sitios de Internet españoles, y en la publicidad comercial. Una de sus misiones sería erradicar los extranjerismos superfluos mediante campañas divulgativas, acciones educativas y formativas, y, por supuesto, severas sanciones contra quienes infecten reiteradamente la lengua castellana con elementos extraños.
5 comentarios:
Nerí, apunte dos vocablos curiosos para este post.
Capicúa "importado" del catalán.
Taxi "importado", del inglés, del francés, del alemán, del ruso, del italiano, del polaco, del esperanto y de muchas lenguas más...
Trabajo haciendo llamadas de teléfono, y es increíble que la gran mayoría de su aprobación exclamando el inefable: "okey", sin diferencia ya de edad, sexo o nacionalidad. No es que se vaya a imponer, es que ya lo tenemos totalmente asimilado, en perjuicio del también asimilado en su momento "vale", tal vez porque la RAE en una de sus acepciones lo define como: 2. m. desus. Adiós o despedida que se da a un muerto, o el que se dice al remate o término de algo.
Qué razón, señor Neri.
Somos unos acomplejados de nuestro propio idioma. Lejos de las necesarias importaciones de palabras de otros idiomas porque no existe vocablo en español que signifique una realidad determinada, los anglicismos responden más a una vomitiva pedantería.
Me parece muy oportuna la propuesta de crear un organismo público que proteja la lengua de Cervantes frente a invasiones anglosajonas, o en su defecto que la RAE tome un papel más activo en ese sentido.
Por cierto, como humilde principiante de la lengua alemana, "guerra" es "krieg", si mal no tengo entendido. ¿A qué se refiere con el origen alemán del término?
Saludos
Me parece, Alatriste, que viene del alemán antiguo ("wërra" o algo así, que significa pelea)
La culpa es del marketing... ¡Uy, perdón! De la mercadotecnia.
Y de los malditos gurúes (del francés gourou) gafapasta especialistas en nada.
Y de Linkedin, morada de los Experienced Tax Advisor & Accountant y los Senior Financial Consultant.
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