Con el pasar de los años y tras recibir muchos y muy diversos palos acabas comprendiendo que, efectivamente, el camino que conduce al infierno está empedrado con buenas intenciones. Que el hacer las cosas dejándote guiar por tu buena fe y por tu mejor voluntad, en muchas ocasiones, es perjudicial para aquellos que reciben las obras derivadas y, lo que es peor, tremendamente nocivo para uno mismo. Y es que, a la hora de amar, también debe escucharse la cabeza y no sólo el corazón.
He llegado, por ejemplo, a la conclusión de que actuar con un sentido exagerado de la generosidad, la responsabilidad y el altruismo es peligroso por sí mismo pero especialmente en ciertos ámbitos. Todos conocemos a personas cuya forma de ser es extremadamente desprendida y voluntariosa, ya sea por aprendizaje, temperamento o un sentido exagerado y ciertamente desviado del deber: el amigo que siempre conduce cuando hay una excursión o que ir de copas a otra ciudad; el compañero de trabajo que siempre está dispuesto a cambiarte el turno o terminar el trabajo que tus «múltiples obligaciones» no te permiten finalizar en condiciones; el primo que siempre se ofrece voluntario para acompañar a la abuelita al médico o el vecino al que parece no importarle arreglarte el ordenador o cambiarte un enchufe a cualquier día de la hora o de la noche.
El riesgo de estas actitudes es que crean hábito en muchos de los beneficiados y la mayoría de éstos, tarde o temprano, se acaban convenciendo de que los favores que continuamente reciben no son tales sino, en realidad, obligaciones del «pardillo» de turno. Y lo que es peor, el día que el cándido voluntarioso no cumpla con la celeridad, eficiencia y amabilidad suficiente, será reprendido por su carencia de profesionalidad o de compañerismo, por su escaso sentido de la amistad o por no querer suficientemente a tal o cual o pariente. Claro, hasta que llega un día que el «pringado» se cabrea y les manda a todos a tomar por el saco o algún sitio peor y, entonces, pasa a convertirse en el malo o en el apestado del trabajo, la familia, el grupo de amigos o del vecindario. Eso, cuando no sale catapultado en sentido contrario y se convierte, objetivamente, en un «suda», un pasota o un vago.
Vamos, que pienso que el altruísmo, como el amor, debe ser algo a dispensar con cuenta gotas y un cuidado extremo, teniendo en cuenta, antes de entregar locamente nuestro tiempo y nuestras ilusiones factores importantísimos:
He llegado, por ejemplo, a la conclusión de que actuar con un sentido exagerado de la generosidad, la responsabilidad y el altruismo es peligroso por sí mismo pero especialmente en ciertos ámbitos. Todos conocemos a personas cuya forma de ser es extremadamente desprendida y voluntariosa, ya sea por aprendizaje, temperamento o un sentido exagerado y ciertamente desviado del deber: el amigo que siempre conduce cuando hay una excursión o que ir de copas a otra ciudad; el compañero de trabajo que siempre está dispuesto a cambiarte el turno o terminar el trabajo que tus «múltiples obligaciones» no te permiten finalizar en condiciones; el primo que siempre se ofrece voluntario para acompañar a la abuelita al médico o el vecino al que parece no importarle arreglarte el ordenador o cambiarte un enchufe a cualquier día de la hora o de la noche.
El riesgo de estas actitudes es que crean hábito en muchos de los beneficiados y la mayoría de éstos, tarde o temprano, se acaban convenciendo de que los favores que continuamente reciben no son tales sino, en realidad, obligaciones del «pardillo» de turno. Y lo que es peor, el día que el cándido voluntarioso no cumpla con la celeridad, eficiencia y amabilidad suficiente, será reprendido por su carencia de profesionalidad o de compañerismo, por su escaso sentido de la amistad o por no querer suficientemente a tal o cual o pariente. Claro, hasta que llega un día que el «pringado» se cabrea y les manda a todos a tomar por el saco o algún sitio peor y, entonces, pasa a convertirse en el malo o en el apestado del trabajo, la familia, el grupo de amigos o del vecindario. Eso, cuando no sale catapultado en sentido contrario y se convierte, objetivamente, en un «suda», un pasota o un vago.
Vamos, que pienso que el altruísmo, como el amor, debe ser algo a dispensar con cuenta gotas y un cuidado extremo, teniendo en cuenta, antes de entregar locamente nuestro tiempo y nuestras ilusiones factores importantísimos:
- ¿Quién será el beneficiado? No es lo mismo entregar nuestras energías a un familiar o alguien muy cercano y con quien tengamos contraída una deuda moral o vital que al cara de turno.
- ¿No hay nadie más que se pueda hacer cargo? Pues en caso afirmativo habrá que dejar claro que ciertas responsabilidades son compartidas y no deben cargarse siempre sobre las espaldas del mismo.
- ¿Debo dejar claro que me deben un favor? Me parece imprescindible si estamos tratando con personas con las que no tenemos ningún tipo de vínculo moral o personal. Más complicado es decirlo con la suficiente claridad y cortesía.
- ¿Va a ser algo puntual o corro el riesgo de que se convierta en un hábito?
- ¿Verdaderamente mi impulso nace de un sentido auténtico del altruismo o lo hago por otras causas: sentido del deber, ganas de agradar, incapacidad para decir «no», querer ligarse a alguna (lo que hacen las mujeres para aprovecharse de los hombres podría tratarse en varios artículos)...?
- ¿Corro el riesgo de llegar a quemarme?
- ¿Se reconce mi esfuerzo suficientemente y es proporcionalmente recompensado? Esto es imprescindible en el ámbito laboral aunque, claro, aquí podríamos entrar a discutir que hacer las cosas para obtener prebendas no es generosidad.
13 comentarios:
Alguien te ha debido tocar los cojones esta semana. ¿Me equivoco?
Yo siempre he creido que no se puede ser demasiado amable, ni demasiado generoso, ni demasiado simpático...
Como bien dices, la gente tiende a aconstumbrarse a esas conductas y si algún día no te da la gana de ser generoso, te conviertes en el más egoísta.
Creo que todas esas personas que son tan buenas, algún día acabarán saltando y en muchos puede tener un efecto rebote y hacer lo contrario a lo que siempre han hecho (echando por tierra todos los esfuerzos hasta el momento, que nunca le reconocerán). Otros quizás quieran ignorar la maldad de los demás y aguantar de pardillo toda la vida.
A mí no me parece ser frio o calculador, es que es mejor pensar bien las cosas y no dejar nada a la improvisación.
Yo creo que hay que pensarlo bien antes de hacer un favor más o menos molesto, y si decides hacerlo concienciarte de que verdaderamente nunca se lo vas a echar en cara a nadie, ni siquiera exigir un reconocimiento. Y por supuesto no esperar que te devuelvan el favor.
Si no se quiere hacer algo es mejor decir que no. Muchas veces se piden favores que no cuestan ningún esfuerzo hacerlos, pero que corren el riesgo de que se repitan (tipo, "tía traeme un café", no cuesta nada la verdad), pero es mejor aconsejarle que no se aconstumbre, ("venga vale, pero no te aconstumbres ehh" sobre todo si ya es la segunda vez que lo pide y es por pura comodidad)
Si no muestras a veces tu inconformidad la gente puede pensar que realmente no te cuesta nada, y como a todos nos gusta que nos ayuden o hagan las cosas por nosotros, acudimos al tonto que no le cuesta nada.
Pero lo más importante de todo, es que hagas lo que hagas, que no te importe las reacciones de la gente.
Estoy de acuerdo contigo, Subdirector... bueno, al menos con tu última frase: pareces demasiado frío y calculador como para poder llamar altruismo a lo que sea que hagas por lo demás si previamente te preguntas todo eso.
Personalmente prefiero pasarme de tonto que quedarme corto (al menos en teoría, en la práctica a menudo soy más calculador de lo que quisiera). No obstante sí comparto alguna de las ideas que señalas sobre los riesgos de crear dependencia / inutilidad en la otra persona, por lo que ciertamente coincido en que el altruismo ha de hacerse con algo de cabeza, pero no para pensar en lo que nos reportará o el riesgo que nos supondrá a nosotros, sino al "auxiliado".
Y también, como señalas, hay que tener un poco de criterio para no ser excesivamente pardillo y que te las cuelen todas de continuo. Dice un proverbio “si me engañas una vez, la culpa es tuya. Si me engañas dos, la culpa es mía” (yo procuro hacerlo extensivo hasta la tercera vez, pues dar sólo una oportunidad me parece un pelín rácano, pero la idea es la misma).
Y hace poco leí otro proverbio que decía “cuando no sepas qué decir, di un proverbio”. Y hoy ya he dicho dos.
So long.
Estoy muy de acuerdo con la entrada. Las personas desprendidas arrastran siempre tras de sí una legión de parásitos y de caraduras que acaban tiranizándolo. Aquí, como en todo, entra en juego el tener carácter y saber decir no.Creo que sus precauciones, Subdire, son intachables, pero es complicado llevarlas a la práctica, porque, por muy frío que uno sea, hay cosas que se hacen sin meditar demasiado, por cariño, por servicialidad, por educación... Es más, si estas cosas se hicieran meditándolas mucho, perderían buena parte de su mérito.
Subdirector, como bien ha dicho Aprendiz, cuando hagas algo por alguien, hazlo de buen grado, con una sonrisa y sin esperar nada a cambio. Si no, encima de hacer un favor la gente se sentira mal contigo, es como prestar dinero que les estas haciendo un favor pero cuando les pides que te lo devuelvan se mosquean, pues igual.
Sefo:Pues precisamente esa es la diferencia entre prestar dinero y dar el dinero.
Abogado chalado: Si sólo hubiera sido esta semana. Para ser buen maestro es necesario haber sido bien acuchillado.
Aprendiz y sr. Neri: Totalmente de acuerdo.
Ignatus. Se nota que de usted no se han aprovechado lo suficiente y, si es así, aún no ha llegado al punto de quemarse.
Subdirector, me ha parecido una reflexión muy acertada y los comentarios y matizaciones que se han hecho también, aunque para situarla en las coordenadas adecuadas yo sacaría a colación el Evangelio y la enseñanza que se extrae de el. Por ejemplo ese, "dad y se os dará: os verterán una medida generosa, apretada, colmada, rebosante. La medida que vosotros uséis la usarán con vosotros". Para un cristiano, lo que debe importar sobre cualquier otra consideración es el juicio de Dios (también acerca de los detalles del día a día), entendido como lo que Le agrada o lo que Le desagrada. Para los demás, la verdad, no lo se.
Efectivamente: yo soy un "pringao", y reincidente para más inri. A pesar de que he acabado mandando a unos y a otros a tomar viento, siempre vuelvo sobre mis pasos porque sinceramente pienso que el mundo necesita más "pringaos" y menos "justos", y creo que todos sabemos quien es el modelo de virtud para el cristiano. Pues eso.
Me vienen al pelo dos viejos refranes:
1. "Das un dedo y te toman el brazo"
2. "En el término medio está la virtud"
Álvaro, lo que se trata es de no ser un pardillo, un tonto ni un pringado para no llegar a quemarse. Le pongo un ejemplo, mis amigos, cuando necesitan un arreglo en el ordenador, usualmente, no me dicen (como muchas otras personas) "Arréglame el ordenador" y se quedan pensando en las musarañas. Generalmente me han pedido que les enseñe para poder hacerlo ellos mismos.
Sin embargo, hay otras personas a las que intentas enseñar y no quieren. PRefieren al tonto de turno que se lo hace gratis. Contra esos gestos y esa gente hay que protegerse.
Señor subdirector estoy completamente de acuerdo con usted,creo que todo se podría simplificar en la puta ingratitud,personalmente si hago una cosa de forma desprendida no espero ni subordinación ni tampoco una reciprocidad obligatoria,eso si lo que no admito es la ingratitud porque si alguien es ingrato desde ese momento no pierdo ni un segundo de mi valioso tiempo con esa persona.Y aúnque poco a poco, le puedo asegurar que con el pasar de los años he aprendido a perder solo el tiempo con quien yo quiero.Saludos.
Subdirector - Obviamente, en eso que me dice estoy totalmente de acuerdo. Pero seguro que usted también ha entendido lo que yo quería decir en mi comentario ... Saludos!
Estimado Subdirector,
Su entrada me ha recordado la vida en los pueblos (muy pequeños), donde la supervivencia de la mayoría estaba basada en la virtud de dar.
Dar ayuda, apoyo, consejo... todo entendido como el yo te ayudo, tu me ayudas.... Se basaba en que hay edades y momentos de la vida en que a todo ser humano le sobran fuerzas y energias para dar, pero tod esto se agota y es necesario saber entender y recibir la ayuda que uno no esta acostumbrado a recibir... Estas costumbres pasaban de padres a hijos, basandose en el ideal los padres ayudan a los hijos y luego son estos los que ayudan a los padres... Siendo asi desde nuestros primeros tiempos.
En la actual sociedad, todo esto se ha desvirtuado, ya no es todo el dar, si no que es mejor recibir y recibir...
¿Es esto la adaptación de "algunos" de nuestra singular raza?
Sin más, un cordial saludo sr. Subdirector
En efecto, y el ejemplo más reciente lo tenemos en el "ejemplo" de paternidad que dan algunas personas, encasquetando a los hijos en cualquier lugar para no tener que ocuparse de ellos (decenas de actividades extraescolares, con los abuelos para irnos de copas, en el bar hasta la una de la mañana...).
Vamos que cuidan más del coche (que no prestarían a nadie) o, incluso, del perro.
Luego, estos padres, cuando sean viejos, se sorprenderan de que sus casi desconocidos hijos les abandonen en una gasilonera para irse a Benidorm.
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