Para mí, la polémica decisión de la Trini y de la Bibi de que la píldora del día después la puedan comprar hasta las crías igual que pillan chuches en el quiosco de la esquina, es un episodio más en la lista de recuerdos tristes y cutres que guardo sobre la pastillita esa que llaman tan finamente “postcoital”.
I- Hice la mili tarde, a los veintiséis, en un Regimiento de Caballería. Era el veterano de un grupo integrado por chavalines de pueblos recónditos de la Región, casi todos con la testosterona más disparada de la cuenta. Roberto era de los más jóvenes, vivía en un pueblo chiquitín de Zamora y curraba en una explotación porcina. Nos hicimos amiguetes en las segundas maniobras, que me tocó compartir tienda biplaza con él. Era un tío espontáneo, muy buena gente, y lo que más le gustaba, aparte de "chivarse" a la novia, era escuchar por las noches el programa de Lorena Berdún. Una vez acomodados en el saco de dormir, después de todo el día danzando con los dichosos TOA´s, sintonizaba Los 40 en un pequeño transistor y nos lo pasábamos de miedo con las consultas sexuales de los oyentes, que yo siempre he pensado que eran amañadas porque no se puede ser tan gilipollas. Aunque sin duda lo más gracioso eran los comentarios del propio Roberto, y no sólo sus continuas procacidades sobre la “voz cachonda” de la presentadora, sino mayormente sus dos frases favoritas mientras oía los consejos eróticos de la radio, que transcribo con exactitud:
- “Joder, otra vez con la puta regla. ¡Es que siempre es lo mismo! Tenían que hacer un día un especial sobre la regla y luego ya dejar de tocar los huevos con eso”.
- Dime, Roberto, ¿qué te pasa?
II- Fernando no se llama Fernando, pero al ser un amigo cercano, que igual hasta nos lee, he preferido cambiarle el nombre. Fernando me cae muy bien, aunque es un golfo sin remedio, un mujeriego irredimible que –según dice- lo lleva en los genes, así que sólo es una pobre víctima de sus impulsos, ya se sabe. Ni siquiera ha conseguido aplacacar su fogosidad un acontecimiento que, en buena lógica, debería haberlo hecho. Él sabrá.
Fernando una vez impartió un curso aquí en nuestra ciudad sobre un tema relacionado con su bonita profesión, y después, en una cena que dieron los organizadores, se le sentó al lado una zagala flacucha con los ojos tristes que hablaba muy poco pero tenía un mirar felino y una sonrisa capaz de hacer zozobrar a muchos hombres y a Fernando desde luego. Tras una deliciosa conversación, casi monopolizada por la labia de mi amigo, y una mezcla explosiva de copas, miraditas y estratégicos achuchones en el hombro y cogidas de mano, la improvisada pareja se desgajó del grupo. Ella casi no decía ni Pamplona; sólo se reía y se dejaba hacer.
Al final, la cría –porque era una cría- se quiso ir a casa porque “estaba reventada” y Fernando la acompañó hasta el barrio de La Rondilla y se metió en el portal con ella. La mudita se le echó encima, como una tigresa, pero sin abrir la boca. Le empujó contra la pared, junto al ascensor, y comenzó a actuar como si nada en el mundo le diera vergüenza.
- ¿Te apetece?- habló al fin.
Fernando, que es un hombre fogoso pero prudente en cierto modo, le sugirió entre beso y beso, mientras exploraba cada rincón de su anatomía, que podía ser buena idea subir al piso, ya que la chavala no vivía con sus padres, sino con varias compañeras de Facultad con las que, al parecer, tenía muy buen rollito en trances similares. Pero ella se negó, explicando jadeante y sin interrumpir los magreos, que sus amigas estaban todas despiertas preparando un examen final para el día siguiente y no le apetecía dar explicaciones ni que la vieran. “No me extraña”, se dijo Fernando pensando en la diferencia de edad.
Cuando la muchacha dio muestras de querer pasar a mayores muy mayores, cuando la situación ya era insostenible y estaban los dos más calientes que el palo de un churrero, el bueno de Fernando balbució medio descompuesto:
- Oye, que no tengo nada…
Y ella, sin mirarle a los ojos, con la voz ronca de la excitación y como pronunciando un viejo ritual aprendido de memoria, le animó:
I- Hice la mili tarde, a los veintiséis, en un Regimiento de Caballería. Era el veterano de un grupo integrado por chavalines de pueblos recónditos de la Región, casi todos con la testosterona más disparada de la cuenta. Roberto era de los más jóvenes, vivía en un pueblo chiquitín de Zamora y curraba en una explotación porcina. Nos hicimos amiguetes en las segundas maniobras, que me tocó compartir tienda biplaza con él. Era un tío espontáneo, muy buena gente, y lo que más le gustaba, aparte de "chivarse" a la novia, era escuchar por las noches el programa de Lorena Berdún. Una vez acomodados en el saco de dormir, después de todo el día danzando con los dichosos TOA´s, sintonizaba Los 40 en un pequeño transistor y nos lo pasábamos de miedo con las consultas sexuales de los oyentes, que yo siempre he pensado que eran amañadas porque no se puede ser tan gilipollas. Aunque sin duda lo más gracioso eran los comentarios del propio Roberto, y no sólo sus continuas procacidades sobre la “voz cachonda” de la presentadora, sino mayormente sus dos frases favoritas mientras oía los consejos eróticos de la radio, que transcribo con exactitud:
- “Joder, otra vez con la puta regla. ¡Es que siempre es lo mismo! Tenían que hacer un día un especial sobre la regla y luego ya dejar de tocar los huevos con eso”.
- “¡No me jodas, el preservativo! Vamos, que mucho dicen, pero no hay color entre chivar con y sin condón. Es que no da el mismo gusto ni de lejos!
Roberto tenía una novia en un pueblo cercano al suyo. Decían que era medio gitana. Yo a veces le preguntaba por ella, que qué hacían allí en el pueblo, que por dónde salían, etc. Por hablar de algo. Él me contaba que casi no se veían, que sólo los sábados un rato, “para chivar, ¿sabes?”. Por lo visto cada sábado quedaba con los colegas a emborracharse y luego, hacia las cinco o así, se mandaban un mensaje de móvil, la recogía en la plaza y se iban con el coche al pinar. Yo pensaba que eso no era una novia, pero él siempre la llamaba así.
Un domingo por la mañana, un mes después de las maniobras, me llamó al móvil desesperado.
- Al Neri, tío, que la he cagao. Me tienes que hacer un favor de la ostia.
Roberto tenía una novia en un pueblo cercano al suyo. Decían que era medio gitana. Yo a veces le preguntaba por ella, que qué hacían allí en el pueblo, que por dónde salían, etc. Por hablar de algo. Él me contaba que casi no se veían, que sólo los sábados un rato, “para chivar, ¿sabes?”. Por lo visto cada sábado quedaba con los colegas a emborracharse y luego, hacia las cinco o así, se mandaban un mensaje de móvil, la recogía en la plaza y se iban con el coche al pinar. Yo pensaba que eso no era una novia, pero él siempre la llamaba así.
Un domingo por la mañana, un mes después de las maniobras, me llamó al móvil desesperado.
- Al Neri, tío, que la he cagao. Me tienes que hacer un favor de la ostia.
- Dime, Roberto, ¿qué te pasa?
- Pues joder, que el sábado se me fue la olla con la niña y no salí a tiempo, ¿sabes?
- Ya – yo no sabía por qué me contaba aquello.
- Pues eso, tío, que la da palo ir al centro de salud a por la pastilla, porque conocen a todo el mundo de los pueblos de aquí, ¿sabes?
- Bueno, ¿y a mí… para qué me llamas?
- Hombre, joder, que me harías el favor de mi vida si vas tú al Clínico con tu novia, decís que se os ha roto y eso, y nos la consigues, y quedamos por la tarde donde sea… ¡Por favor macho!, ¡qué andamos acojonaos!
Le mandé a tomar por culo. El lunes seguía con la copla y les llevó al Hospital Provincial otro compañero a él y a su “novia”, a la que tuvieron que ir a buscar al pueblo, porque Roberto no traía el coche al cuartel. Habían pasado más de 24 horas, pero parece que les daba igual.
Otro lunes justo antes de licenciarnos, me quedé helado al pasar por los talleres y oírle de nuevo convenciendo a no sé quién para que le consiguiera la postcoital. Se ve que le gustaban las emociones fuertes.
Le mandé a tomar por culo. El lunes seguía con la copla y les llevó al Hospital Provincial otro compañero a él y a su “novia”, a la que tuvieron que ir a buscar al pueblo, porque Roberto no traía el coche al cuartel. Habían pasado más de 24 horas, pero parece que les daba igual.
Otro lunes justo antes de licenciarnos, me quedé helado al pasar por los talleres y oírle de nuevo convenciendo a no sé quién para que le consiguiera la postcoital. Se ve que le gustaban las emociones fuertes.
II- Fernando no se llama Fernando, pero al ser un amigo cercano, que igual hasta nos lee, he preferido cambiarle el nombre. Fernando me cae muy bien, aunque es un golfo sin remedio, un mujeriego irredimible que –según dice- lo lleva en los genes, así que sólo es una pobre víctima de sus impulsos, ya se sabe. Ni siquiera ha conseguido aplacacar su fogosidad un acontecimiento que, en buena lógica, debería haberlo hecho. Él sabrá.
Fernando una vez impartió un curso aquí en nuestra ciudad sobre un tema relacionado con su bonita profesión, y después, en una cena que dieron los organizadores, se le sentó al lado una zagala flacucha con los ojos tristes que hablaba muy poco pero tenía un mirar felino y una sonrisa capaz de hacer zozobrar a muchos hombres y a Fernando desde luego. Tras una deliciosa conversación, casi monopolizada por la labia de mi amigo, y una mezcla explosiva de copas, miraditas y estratégicos achuchones en el hombro y cogidas de mano, la improvisada pareja se desgajó del grupo. Ella casi no decía ni Pamplona; sólo se reía y se dejaba hacer.
Al final, la cría –porque era una cría- se quiso ir a casa porque “estaba reventada” y Fernando la acompañó hasta el barrio de La Rondilla y se metió en el portal con ella. La mudita se le echó encima, como una tigresa, pero sin abrir la boca. Le empujó contra la pared, junto al ascensor, y comenzó a actuar como si nada en el mundo le diera vergüenza.
- ¿Te apetece?- habló al fin.
Fernando, que es un hombre fogoso pero prudente en cierto modo, le sugirió entre beso y beso, mientras exploraba cada rincón de su anatomía, que podía ser buena idea subir al piso, ya que la chavala no vivía con sus padres, sino con varias compañeras de Facultad con las que, al parecer, tenía muy buen rollito en trances similares. Pero ella se negó, explicando jadeante y sin interrumpir los magreos, que sus amigas estaban todas despiertas preparando un examen final para el día siguiente y no le apetecía dar explicaciones ni que la vieran. “No me extraña”, se dijo Fernando pensando en la diferencia de edad.
Cuando la muchacha dio muestras de querer pasar a mayores muy mayores, cuando la situación ya era insostenible y estaban los dos más calientes que el palo de un churrero, el bueno de Fernando balbució medio descompuesto:
- Oye, que no tengo nada…
Y ella, sin mirarle a los ojos, con la voz ronca de la excitación y como pronunciando un viejo ritual aprendido de memoria, le animó:
- Da igual, tío, de verdad, luego me acompañas a la Residencia y pedimos la píldora, ¿vale?
Cuando Fernando me contó la experiencia insistió en que jamás le había pasado algo tan sórdido y penoso y que por supuesto en toda su vida había sufrido un gatillazo como aquél.
Cuando Fernando me contó la experiencia insistió en que jamás le había pasado algo tan sórdido y penoso y que por supuesto en toda su vida había sufrido un gatillazo como aquél.
11 comentarios:
Pues nada, Bibi y la Trini (esas dos inteligencias superiores del Cosmos) aprobando leyes pensando en sus propias necesidades (basta con ver a la Bibi para darse cuenta de que ella se debe tomar dos o tres píldoras al día desde los 12 años).
En breve aumentarán los casos de ETS. Y, en el futuro, los cánceres de en las mujeres.
Pero qué país de locos!!! Una niña de tres años ahora podría ir a una farmacia, pedir la pildorita y dársela a su hermanito de uno, por ejemplo.
Yo también conozco casos de amigas que le han pedido a otras el favor de que les consigan la pastilla...
Me parece algo penoso y egoísta.
Se considera la pastilla como una simple aspirina que te la tomas para que te quite algo tan normal como un dolor de cabeza. Sin embargo, la píldora te la tomas para abortar.
Ja,ja,ja,q exagerao eres....ni q fueras andaluz.
La joven ministra Aido
ha ido a meter la pata
con frase poco sensata
y carente de sentido.
Pues la moza ha esgrimido
de forma algo pazcuata
q la criatura nonata
con tres meses cumplidos.
Nunca será ser humano
tirando del castellano
pues q esxplique de una vez
entonces q coño es.
Contestará con tono altivo
q no,q no es un ser vivo
¡¡eso es pensar con los pies!!.
La pildora del dia después
se la tenían q haber dado
a la madre se ZP.
Menudas historietas, jajaja... Que malo eres mandarle a la mierda y no hacerle el favor de conseguirle la píldora. El otro amigo, Fernando, no se de que se extraña porq es muy habitual que las chicas usen la pildora del dia despues como anticonceptivo , lo que pasa es que sin conocerle de nada me parece bastante fuerte.
chicos, por qué no habeis hecho un post de aniversario, llevais un añito en la red y eso hay que celebrarlo no? No sé una entrada comentando lo que ha sido para vosotros este año aquí estaría bien
un beso para todos
¡Buenas historias!
Ahora las crías van a usar la píldora como anticonceptivo y va a ser un desmadre si es que no lo era antes. Ademas se van a propagar mas las enfermedades de transmision e incluso el sida. El gobierno para estas cosas piensa con los pies.
Tu amigo Roberto me parece un cafre la verdad y Fernando aunque mas refinado y mas prudente, no se le diferencia demasiado, aunque al menos tiene cerebro.
Exacto, la pildora es sordida y casi inhumana como tus relatos, es para hacernos un poco mas instintivos y animales, para que nos apartemos mas del amor y pensemos solo en el propio placer. Tus amigos del relato son un simbolo de millones de jovenes que viviran episodios parecidos y daran pena.
Señor Al Neri, usted, Roberto, el programa de la Berdun y acomodados en un saco de dormir..... da que pensar en como acabaría la noche ¿eh?
Cada vez q abre la boca
mete un poco más la pata
q esta pobre mentecata con hablar ya se equivoca.
Y,como ahora le toca
más tiro por la culata
nos suelta otra perorata
q a la estupidez aboca
pues no duda en comparar
la decisión de abortar
con aumentrse las tetas
ganándose con motivo
el glorioso apelativo
de minitra analfabeta.
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