jueves, 1 de septiembre de 2016

LA INSOPORTABLE VERDAD


No sé si la verdad nos hace libres, como dijo Jesucristo, pero está claro que casi nunca nos hace felices. El sabor de la verdad es, con frecuencia, demasiado amargo y sus aristas demasiado cortantes. Solo las mentes muy lúcidas y los caracteres más fuertes son capaces de mirar directamente, día tras día, al sol de la verdad, que es el más luminoso pero puede quemar retinas y corazones. La verdad sobre nuestras vidas, nuestras relaciones y nuestras capacidades no suele ser un trago agradable y menos con el transcurrir de los años, cuando vamos ganando en clarividencia y nos atrevemos, alguna vez, a jugar al solitario sin trampas, descubriendo que es un juego tan lacerante que conviene no volver a practicar.

No los tenemos tan bien puestos como para enfrentarnos a la realidad descarnada, como para digerir, sin retorcernos de dolor, esas pequeñas o grandes verdades sobre nosotros mismos que algunas veces se manifiestan con rotundidad demoledora a un palmo de nuestras narices. Preferimos dar un rodeo, taparnos los oídos, canturrear en voz alta o mirar para otro lado (so pena de estamparnos) antes que ver u oír lo que no nos sentimos con fuerzas de soportar. De hecho, hay demasiados aspectos de nuestra existencia y de nuestra forma de ser sobre los que preferimos vivir en una dulce ignorancia, rechazando, conscientemente o no, cualquier información sobre ellos.

Necesitamos la mentira como una droga. Adornamos los hechos, idealizamos las vivencias, nos autoensalzamos, nos montamos felicidades de cartón piedra, culpamos de nuestros errores y defectos a los demás y a las circunstancias, nos inventamos eufemismos maravillosos o escondemos la porquería bajo la alfombra, porque estas pobres triquiñuelas son nuestra única anestesia frente a las punzadas inmisericordes de la verdad desnuda. 

¿Por qué aceptar la verdad pudiendo retozar en el blando lecho de las falacias? ¿Por qué abrir los ojos a la realidad cruda e indigesta pudiendo seguir sumidos en un sueño reparador, cuajado de espejismos pero sin una pesadilla, del que nadie tiene el menor interés en despertarnos?

5 comentarios:

Sinretorno dijo...

muy bueno; pero añadiría, para quien tiene Fe, que también hemos de mirarnos bajo la mirada amorosa de la Verdad, Dios.

Tábano porteño dijo...

El que trató la cuestión en una obra teatral es Ibsen. Véase lo que dice un crítico comentando "El pato salvaje" (y adviértase en el segundo párrafo qué es lo que considera habría que hacer a los "Werle" del mundo):

"Para quien no lo sepa: “El pato salvaje” es una obra de teatro escrita en 1884 que cuenta, grosso modo, la siguiente historia: Gregers Werle es un joven de buena familia que se marca como objetivo en su vida hacer cumplir los "imperativos de lo ideal" que -en su opinión- no son otra cosa que hacer prevalecer la verdad por encima de todo (y pesar de todos) al considerar que este es el verdadero camino para alcanzar la paz interior -su particular idea de felicidad- para lo cual decide abrirle los ojos a su amigo Hjalmar Ekdal, un hombre humilde cuya vida se sostiene sobre una “mentira vital” -como la define su vecino Relling, verdadero aliento de la misma- que no voy a contar porque lo segundo mejor de la obra es descubrirlo (lo primero es la propia obra). La intención de Gregers Werle sería digna de elogio si ejecutarla no significase llevarse por delante la felicidad que a la familia Ekdal la he constado tanto alcanzar y no digamos mantener.
(...)
Volviendo a la obra, Ibsen toma partido claramente por Relling (probablemente su alter ego) para quien la “mentira vital” es, en ocasiones, imprescindible para alcanzar la felicidad o, al menos para, sostener una sensación de felicidad, que para el caso es lo mismo. De hecho, la mejor y más famosa frase de la obra, la que mejor resume el conjunto de la misma y lo que trata el escritor de explicar la dice el propio Relling, como no podía ser de otra manera: “Si quita usted la mentira vital a un hombre vulgar, le quita al mismo tiempo la felicidad”. Pues eso. Por si se lo preguntan yo opino igual aunque no predique con el ejemplo. A los Gregers Werle del mundo había que colgarlos por los pulgares y bañarlos en aceite hirviendo, verías que pronto aprendían a no meterse en asuntos ajenos."

Nago dijo...

Porque nos hace mejores, Sr. Neri. Aún después de habernos inventado un verbo escribiendo un comentario público en un blog, quedando de manifiesto nuestra pésima ortografía y, peor capacidad de reflexión a la hora de plasmar una idea, con la consiguiente vergüenza torera. Ups! ;)

Ha de doler. Condición imprescindible para hacer una buena confesión y volver a empezar.

Nadie es perfecto. Y eso no tiene por qué hacernos peores.

Al Neri dijo...

Bienvenida, Nago. Espero que haya disfrutado de un buen verano.

Nadie es perfecto pero no nos gustan nada nuestras limitaciones y tendemos a hacer todo lo posible por ignorarlas, negarlas y hasta mentirnos a nosotros mismos y a los demás, cuando un autochequeo honesto podría hacernos mucho bien y ayudarnos a encaminar correctamente nuestros pasos.

Nago dijo...

No hay que sufrir por lo que no podemos cambiar, buen hombre. Hay que aprender a vivir con ello. Con humildad. No mintiendo.

Sin pañitos calientes. Sin subterfugios. Con un par de tacones.

Feliz semana.