lunes, 1 de febrero de 2016

PAÍSES DESANGRADOS


Al juzgar el fenómeno de la inmigración nos obcecamos con los peligros inmediatos que supone para nuestra propia nación, para nuestra economía, empleo, seguridad e identidad, olvidando siempre que  los más perjudicados por los movimientos migratorios masivos son sin duda los países de origen. Para un pueblo consumido por el subdesarrollo o azotado por una crisis financiera no puede haber un drama más terrible que la desbandada de jóvenes en edad de trabajar. La emigración es una vergüenza nacional, un cáncer mortal, una manera de desangrarse perdiendo a chorros los mejores efectivos.

Es un poco como el éxodo rural que comenzó en Castilla hacia los años 60. Los más jóvenes, despiertos, emprendedores y ambiciosos huyeron del arado y de las casas de adobe al olor de las oportunidades y comodidades de la gran ciudad. En el pueblo se quedaron los más conformistas, los más miedosos, los más cómodos... los más tontos. Y hoy no hay más que ver cómo está el campo castellano y quiénes siguen en él.

Los países de emigración larga y sostenida quedan raquíticos e improductivos, resecos como una planta sin savia, anclados en ignorancias y extremismos paralizadores, con el freno echado para siempre. Agonizan mientras las potencias pujantes, las mismas que les hundieron en la miseria con el cuento de la descolonización, les roban impunemente los millones de manos y los millones de pies  que podrían sacarlos a flote.  

2 comentarios:

Tábano porteño dijo...

Pérez Reverte –sé que no es santo de su devoción- en alguna entrevista habla con mal disimulado desdén de los que llama “moluscos”, aquellos jóvenes de países en crisis graves que no se atreven a irse por no poner en peligro su minúscula "zona de seguridad" -por llamarla de algún modo.
Sostenía lo contrario un erudito profesor que tuve en la Universidad, del que después fui bastante amigo. Decía, refiriéndose a sus familiares italianos (la mitad de los argentinos descendemos de italianos) a quienes visitaba anualmente, que los que se habían quedado allá eran los mejores, los que soportaron los tiempos duros a pie firme. Y lo decía quizá en desmedro de sus propios progenitores, que dejaron la península para instalarse aquí.
Como en tantas cosas probablemente en este tema la verdad sea difícil de dilucidar y dependa de cada caso en particular. Lo que es seguro es que el caso en cuestión sea una tragedia personal para cada inmigrante más allá de los motivos del desarraigo.

Al Neri dijo...

Que en los países pobres suelan emigrar los más espabilados no quiere decir que sean las mejores personas, ni las más generosas ni las más patrióticas.

Supongo que hay de todo. Cuando estuve en Marruecos el tipo de gente que me encontré allí me pareció mucho más educada y con mucha mejor pinta que los marroquís que veo en España. No sé si es posible sacar de esto alguna conclusión.