El viernes fui con Aprendiz de brujo a un concierto de
Pancho Varona y Antonio García de Diego en una discoteca de mi ciudad. Nos
regalaron una velada inolvidable aunque... ¡no son Sabina! Estos dos genios de la
composición, sobre todo Pancho, le han puesto música durante más de tres décadas
a las canciones más exitosas del ubetense del bombín y le acompañan en todas
sus giras. De siempre han sido sus “escuderos” invisibles, pero últimamente
están haciendo algún pinito por libre, por salas modestas de toda España, con
los temas que han creado, como ellos mismos dicen, con, por y para Sabina.
Durante el recital no pude evitar acordarme de Viceversa, que era el grupo musical de Joaquín a mediados de los ochenta y que grabó los álbumes Juez y parte (1985), En directo (1986) y Hotel, dulce hotel (1987), con canciones tan gloriosas como Princesa, Así estoy yo sin ti o Que se llama soledad. En el 87 Sabina se separó de esta banda y un año después lo hizo Pancho Varona para emprender junto a él, aunque a la sombra de él, una carrera artística jalonada de éxitos.
Los grupos de música son un buen ejemplo de cómo funcionan todos los equipos humanos y de cómo la desigualdad es inherente a nuestra naturaleza.
Si nos paramos a pensar un minuto se nos vendrán a la cabeza decenas de conjuntos de rock o de pop, desde los Beatles a La oreja de Van Gogh, en los que el cantante o compositor principal terminó mandando a los demás a freír espárragos e inició una trayectoria en solitario. Esto pasa siempre porque al principio, cuando el grupo se forma por amistad o afición, solo para disfrutar, es fácil compartir a partes iguales, pero cuando el hobby se convierte en un pingüe negocio, el miembro con más talento (a veces el único que lo tiene) empieza a sentirse idiota repartiendo la tarta con quienes solo hacen lo que cualquiera podría hacer. Empieza a preguntarse por qué siendo el autor de todos los temazos, el único que tiene voz o el líder indiscutible que goza del favor de las multitudes, tiene que hacer millonarios a unos fulanos, por muy amigos suyos que sean, que se limitan a tocar el bajo o a aporrear la batería como lo harían otros diez mil.
Imagino que siempre habrá un intento previo de modificar la fórmula de reparto y que los otros componentes se cabrearán, acostumbrados como estaban a un igualitarismo injusto pero jamás cuestionado por no herir sensibilidades, al más puro estilo español. Imagino que al final el genio se cansará de que le toquen los huevos y se largará a su aire.
En Viceversa seguro que fue así. A los irrepetibles Sabina y Varona les sabría a peras tener que estar repartiendo una fortuna con otros siete tíos pudiendo ganar lo mismo o más ellos solos.
Durante el recital no pude evitar acordarme de Viceversa, que era el grupo musical de Joaquín a mediados de los ochenta y que grabó los álbumes Juez y parte (1985), En directo (1986) y Hotel, dulce hotel (1987), con canciones tan gloriosas como Princesa, Así estoy yo sin ti o Que se llama soledad. En el 87 Sabina se separó de esta banda y un año después lo hizo Pancho Varona para emprender junto a él, aunque a la sombra de él, una carrera artística jalonada de éxitos.
Los grupos de música son un buen ejemplo de cómo funcionan todos los equipos humanos y de cómo la desigualdad es inherente a nuestra naturaleza.
Si nos paramos a pensar un minuto se nos vendrán a la cabeza decenas de conjuntos de rock o de pop, desde los Beatles a La oreja de Van Gogh, en los que el cantante o compositor principal terminó mandando a los demás a freír espárragos e inició una trayectoria en solitario. Esto pasa siempre porque al principio, cuando el grupo se forma por amistad o afición, solo para disfrutar, es fácil compartir a partes iguales, pero cuando el hobby se convierte en un pingüe negocio, el miembro con más talento (a veces el único que lo tiene) empieza a sentirse idiota repartiendo la tarta con quienes solo hacen lo que cualquiera podría hacer. Empieza a preguntarse por qué siendo el autor de todos los temazos, el único que tiene voz o el líder indiscutible que goza del favor de las multitudes, tiene que hacer millonarios a unos fulanos, por muy amigos suyos que sean, que se limitan a tocar el bajo o a aporrear la batería como lo harían otros diez mil.
Imagino que siempre habrá un intento previo de modificar la fórmula de reparto y que los otros componentes se cabrearán, acostumbrados como estaban a un igualitarismo injusto pero jamás cuestionado por no herir sensibilidades, al más puro estilo español. Imagino que al final el genio se cansará de que le toquen los huevos y se largará a su aire.
En Viceversa seguro que fue así. A los irrepetibles Sabina y Varona les sabría a peras tener que estar repartiendo una fortuna con otros siete tíos pudiendo ganar lo mismo o más ellos solos.
En el resto de ámbitos de la vida pasa lo mismo con los grupos o equipos: que ni la bondad más desmedida ni el cariño más arraigado toleran durante demasiado tiempo que una legión de mediocres siempre ande chupando rueda de su amigo, compañero o familiar más brillante, trabajador o inteligente. Algo se desequilibra en el universo cuando todo el talento o el esfuerzo lo ponen uno o dos, y otros diez o doscientos participan, en pie de igualdad, de los beneficios en sus distintas modalidades, no siempre económicas.
3 comentarios:
Sí señor. Gran concierto y fantástica velada.Y muy interesante la reflexión que haces acerca de los grupos y los colectivos en general..
Vaya peazo músicos, Pancho varona y Antonio García de Diego.
Muchos dicen que fui la instigadora del grupo de mi marido, Sr.Neri como otras tantas novias/o mujeres que se meten donde hay unos amigos que se llevan bien...
Joaquín Sabina el día 19 de marzo en el polideportivo Pisuerga
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