Al pie del estadio se extienden dos largas calles de puestos flanqueadas por furgonetas blancas en medio de un bullicio de colores. Casi todos los tenderetes son de ropa y calzado, pero también los hay de juguetes, herramientas, antigüedades, marroquinería que parece plástico, cachivaches eléctricos y bisutería irregalable. Incluso un viejo merchero de mejillas chupadas con una visera puesta del revés vende periquitos, canarios y mixtos que animan la mañana invernal con sus trinos mezclados con el griterío de los reclamos comerciales.
– ¡Bolsos de marca a cinco euros, chicas! ¡Aprovechar!
Cuatro gitanos jóvenes, gordos como boliches, se desayunan con un trago de orujo frente a la churrería ambulante, frotándose las manos e intercambiando miradas salaces.
– ¿Tú tas echao ya con la Noemí? – le preguntan al más repeinado entre codazos cómplices y con la boca llena de churros.
Un jicho bajito con sombrero y patillas blancas le ofrece fulares a una señora muy peripuesta que ni se para. La sigue unos pasos llamándola a voz en grito:
– ¡Si no te gustan estos también los tengo de Busberri!
Las gitanas agasajan a las clientas mientras se prueban las prendas en la trasera de los tenduchos. Una chica guapa y con un desparpajo de vértigo intenta colocar una sudadera falsa de Adidas a una adolescente acompañada por su madre.
– Pues la tengo también en azul. ¡Esa te queda divina, cariño! –y mira a la madre– ¡Ay, de verdad que es que sois clavaditas! ¡Que al veros yo me pensé que erais hermanas y no madre e hija!
– ¡Bolsos de marca a cinco euros, chicas! ¡Aprovechar!
Cuatro gitanos jóvenes, gordos como boliches, se desayunan con un trago de orujo frente a la churrería ambulante, frotándose las manos e intercambiando miradas salaces.
– ¿Tú tas echao ya con la Noemí? – le preguntan al más repeinado entre codazos cómplices y con la boca llena de churros.
Un jicho bajito con sombrero y patillas blancas le ofrece fulares a una señora muy peripuesta que ni se para. La sigue unos pasos llamándola a voz en grito:
– ¡Si no te gustan estos también los tengo de Busberri!
Las gitanas agasajan a las clientas mientras se prueban las prendas en la trasera de los tenduchos. Una chica guapa y con un desparpajo de vértigo intenta colocar una sudadera falsa de Adidas a una adolescente acompañada por su madre.
– Pues la tengo también en azul. ¡Esa te queda divina, cariño! –y mira a la madre– ¡Ay, de verdad que es que sois clavaditas! ¡Que al veros yo me pensé que erais hermanas y no madre e hija!
Tras el puesto de zapatos se desgañitan dos treintañeros en chándal:
–¡Botas buenas de piel en liquidación! ¡Venid pa acá, hermosonas! ¡Pagáis la bota derecha y os regalo la izquierda!
Hay un vejete con sonotone y cazadora de cuero gris que expone gorros de lana con pompón sobre una colcha extendida en la acera. Le sabe dar color a su mercancía:
– ¡Todo térmico! ¡Todo térmico!
Al final de la calle venden collares, pendientes y otras baratijas. Atiende un chavalín renegrido, en camiseta a pesar del relente. Dos mujeres se paran y manosean las pulseras de cuentas hablando en bajo entre ellas.
– La que más os guste, ¿eh? ¡Es perla perla!
Antes de irme le compro al quinqui una piedra de calcio para mi periquita, y un espejo con cascabel, que se le ha roto el que tenía y se lo pasaba bomba picoteando su propia imagen y metiendo la cabeza bajo la campanilla.
2 comentarios:
¿Los gitanos de Valladolis son tan finolis como los payos de allí?
Maravillosa semblanza, Neri.Yo no sé que decir. Todo lo que había que decir lo has dicho tú.
Me ha gustado especialmente lo de "cariño".
Por la tarde los jóvenes se ponen de tiros blancos, se lavan, se repeinan y se van a la Tasquita a ronear.
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