viernes, 19 de septiembre de 2014

PSICOLOGÍA DE LAS FOTOS



Igual que existe la grafología para determinar, a través de la escritura de un individuo, los rasgos de su carácter y personalidad, tendría que haber otra disciplina (y sería mucho más rigurosa) que dedujese los atributos psicológicos de las personas basándose en la actitud, postura y gestos que adoptan posando en las fotos, de forma que estudiando unas cuantas instantáneas en las que salga un señor pudiéramos establecer científicamente si es un sujeto equilibrado, educado, discreto, modesto o inteligente, o si, por el contrario, se trata de un acomplejado, un vanidoso, un notas o un descerebrado.

En tiempos, no tan lejanos, en que la gente no se hacía más fotografías que la del carné de identidad o, si acaso, alguna suelta en los viajes de vacaciones, no podía sacarse ninguna conclusión certera de la observación de estas pocas imágenes. Todo el mundo puede tener un día tonto o estar con mala cara en un momento determinado, así que cuando veíamos una foto de alguien despeinado, haciendo el capullo, con semblante de proxeneta, con posturita de portada de disco, o, en el caso de ellas, con pose de modelo o de semiprostituta, nos echábamos unas risas y exclamábamos: “¡anda, qué mal ha salido Fulanito/a!, ¡vaya pintas!”.

Pero en la era de las redes sociales ya no tiene razón de ser un comentario tan cauteloso, pues ahora podemos acceder, por ejemplo a través de Facebook, a cientos de fotos de nuestros conocidos, y comprobar que quien parece gilipollas en una imagen generalmente también lo parece en las otras cuatrocientas que comparte en su perfil. Con tanto material disponible, ya no cabe hablar de mala suerte.

En efecto podrían esbozarse auténticos diagnósticos psicológicos y hasta psiquiátricos repasando los álbumes del personal. 

Una primera pista sobre el desajuste mental de alguien nos la da la presencia en su cuenta de un número llamativo de retratos personales. Colgar muchas fotitos con el grupo de amigos, la familia o la novia puede considerarse cansino o poco prudente, pero entra dentro de la normalidad. Al contrario, salir casi siempre solo denota el egocentrismo inquietante de quien está encantado de haberse conocido. Si encima se abusa del formato selfie, podemos tener la seguridad de que el autorretratado es, como mínimo, un estúpido de primera división.

Las actitudes del fotografiado constituyen igualmente una valiosa fuente de información clínica. La vanidad, que es el mayor defecto femenino, adquiere tintes caricaturescos en las social networks, sobre todo cuando la que cuelga veinte instantáneas tumbada en bikini en una hamaca, poniendo morritos y entornando los ojos a lo Scarlet Johansson, es una señorita con sobrepeso, sin tetas o con cara de mandril. Pero no solo, puesto que también las chicas monas nos dicen muy poco de sí mismas difundiendo indiscriminadamente sus pases de modelos, sus miraditas afectadas, sus escotes y sus guiños sensuales; en el mejor de los casos, que son chicas superficiales, poco sencillas y obsesionadas por el físico. No tiene sentido llenar tu página con este tipo de fotografías salvo que vivas de la pasarela.


Pero esta manía de poner fotos haciéndose el guay no es exclusiva de ellas. En bastante menor medida podemos ver a alguno de nuestros amigos llenando su muro con imágenes de vergüenza ajena en las que se muestra con ademanes gorilescos, marcando camiseta después de su sesión de gimnasio o con el torso descubierto, en plan Tarzán, sin ningún contexto de playa o piscina que lo justifique. En los hombres también se suele dar un exhibicionismo más de tipo intelectual, en el que no se presume de belleza o de cuerpo, sino de ser un tipo intenso, culto o interesante. Todos tenemos en mente esos primeros planos del rostro con una sonrisilla enigmática, la palma en la mejilla, el cuello ladeado, la mirada reconcentrada, gafitas de ensayista reconocido y, en definitiva, con pinta de imbécil al cuadrado cuando no de maricón.

Es la falta de naturalidad en un retrato la que más nos habla de los defectos de alguien.

Capítulo aparte merecen las fotos de mascotas, de parejitas empalagosas y de bebés y niños pequeños que inundan las cuentas de las redes sociales y que nos suben el nivel de azúcar hasta límites intolerables. Hay demasiada gente que con el material gráfico que comparte de forma indiscriminada simplemente nos está demostrando sus obsesiones, su falta de medida, su irresponsabilidad y lo poco que respeta su propia intimidad personal.


No tengo ninguna duda de a todos se nos están ocurriendo muchos otros ejemplos divertidos que os agradecería que compartierais.

2 comentarios:

Carlos T. dijo...

Muy interesante su post. Radical, pero muy acertado. Ya hemos comentado en alguna ocasión que lo que antes era un arte ha pasado a ser una tendencia que se nos va de las manos. Asusta ver las caras de lascivia que ponen algunas niñas de once y doce años mientras se hacen un autorretrato.

El último de Filipinas dijo...

Lo malo es que hay tanta gente haciéndose selfies por la calle, que es muy difícil andar por la ciudad sin salir retratado en alguno sin darse cuenta.