Me parece enriquecedor tener una
actitud abierta a conocer gente nueva y a hacer amigos distintos de los de toda
la vida. Las relaciones interpersonales son algo vivo y dinámico, y tratar durante
muchos años con las mismas personas, moverse en los mismos ambientes y salir
con el mismo grupo rígido de amigos es una forma de anquilosamiento y muerte social como cualquier otra.
Hacer amistades fácilmente es una valiosa habilidad que yo envidio. No soy el más sociable del barrio y mi tendencia ha sido, desde muy joven, a rodearme de gente de mi absoluta confianza y a mostrar cierto recelo a las nuevas incorporaciones. Grave error por muchos motivos, pero el caso es que en varias ocasiones de mi vida he tenido la suerte de conocer a gente diferente y fantástica gracias a que alguien de mi grupo de siempre ha tenido la generosidad y el acierto de traerse amigos de otras pandillas. Varias de estas personas, que un día fueron “los nuevos” y a los que miré con cierta desconfianza, hoy se cuentan entre las que más aprecio.
He observado que con la edad la gente tiende a mezclar más los amigos. Entre los factores que lo explican se encuentra la necesidad que muchos tienen de partir de cero al casarse todos sus colegas menos él o al divorciarse ellos mismos y verse de repente más solos que la una. Otro factor importante, aunque no lo parezca, es que a los veinte años tenemos todo el tiempo del mundo para picotear en varias cuadrillas, pero pasada la treintena disfrutamos de pocas horas de ocio y se impone una política de simplificación o de reagrupación social. En vez de quedar cada día con una gente, no son pocos los que tratan de presentar unos a otros para “refundir” las quedadas y ahorrar tiempo. Yo esto lo he visto mucho.
En principio, como digo, no cabe hacer ninguna objeción a estas mezclas. El único inconveniente es que si bien algunos gozan de una habilidad especial y de gran intuición para llevar a buen puerto este tipo de amalgamas amistosas, los hay tan rematadamente torpes que lo único que consiguen con sus experimentos es provocar el peor ambiente o que salten chispas.
Hacer amistades fácilmente es una valiosa habilidad que yo envidio. No soy el más sociable del barrio y mi tendencia ha sido, desde muy joven, a rodearme de gente de mi absoluta confianza y a mostrar cierto recelo a las nuevas incorporaciones. Grave error por muchos motivos, pero el caso es que en varias ocasiones de mi vida he tenido la suerte de conocer a gente diferente y fantástica gracias a que alguien de mi grupo de siempre ha tenido la generosidad y el acierto de traerse amigos de otras pandillas. Varias de estas personas, que un día fueron “los nuevos” y a los que miré con cierta desconfianza, hoy se cuentan entre las que más aprecio.
He observado que con la edad la gente tiende a mezclar más los amigos. Entre los factores que lo explican se encuentra la necesidad que muchos tienen de partir de cero al casarse todos sus colegas menos él o al divorciarse ellos mismos y verse de repente más solos que la una. Otro factor importante, aunque no lo parezca, es que a los veinte años tenemos todo el tiempo del mundo para picotear en varias cuadrillas, pero pasada la treintena disfrutamos de pocas horas de ocio y se impone una política de simplificación o de reagrupación social. En vez de quedar cada día con una gente, no son pocos los que tratan de presentar unos a otros para “refundir” las quedadas y ahorrar tiempo. Yo esto lo he visto mucho.
En principio, como digo, no cabe hacer ninguna objeción a estas mezclas. El único inconveniente es que si bien algunos gozan de una habilidad especial y de gran intuición para llevar a buen puerto este tipo de amalgamas amistosas, los hay tan rematadamente torpes que lo único que consiguen con sus experimentos es provocar el peor ambiente o que salten chispas.
Por culpa de la imperante filosofía
del buenrollismo, algunos dan por sentado que todo el mundo puede ser amiguito
de todo el mundo y llevarse chachi, cuando la experiencia nos dice que hay
personas que a la legua se ve que son incompatibles entre sí, lo que desaconseja juntarlas
demasiado o forzar afinidades imposibles. Violar esta pauta elemental de
prudencia puede terminar desembocando en conflictos más o menos declarados,
malestares de larga duración, rupturas de amistades ya consolidadas o
simplemente que, por educación o por cariño hacia nosotros, a algunos de
nuestros amigos les toque soportar lo insoportable. Hasta que explotan, claro.
Conviene evaluar con tiento las mezcolanzas que pretendemos ensayar en nuestro entorno más íntimo, no sea que la armemos como Amancio. El agua y el aceite no pueden conjuntarse y empeñarnos en lo contrario puede ser contraproducente para nosotros y para los demás. Además la mayoría de las veces, conociendo mínimamente a la peña, se pueden prever de sobra las reacciones positivas o negativas. Cada grupo de amigos tiene su propias reglas no escritas, su propio estilo de ocio, su propio nivel de gastos, sus propias ideas políticas o religiosas, y –muy importante– su propio código de humor, que, mezclados con los de extraños, pueden derivar en una bomba.
A esto habría que matizar que no es lo mismo llevar un día suelto a un amiguete o a un compañero de trabajo a que se tome una copa con nuestros habituales, que meter con calzador en el grupo a una persona que está sola en la vida y que probablemente tratará de “pegarse” para no quedarse descolgada los fines de semana y sumarse a actividades o viajes. Esta situación, tan clásica, puede dar excelentes frutos (de los que yo he disfrutado) o provocar la tercera guerra mundial, según se obre con inteligencia o como un macaco. Lo peor de todo es que como la gente a priori suele ser maja y accesible, por la caridad a veces entra la peor peste.
Para terminar estaría el factor pareja, que ya es incontrolable. No hay manera de evitar, aunque a veces sería muy deseable, que los amigos integren, con plenitud de derechos, a sus nuevos ligues, novias o parejas. Si se da la mala suerte de que no somos compaginables con ellos, solo queda sufrirlos en silencio, como las hemorroides, si deseamos salvar una amistad de años.
Más sobre grupos de amigos en La pluma viperina: El grupo de amigos
Conviene evaluar con tiento las mezcolanzas que pretendemos ensayar en nuestro entorno más íntimo, no sea que la armemos como Amancio. El agua y el aceite no pueden conjuntarse y empeñarnos en lo contrario puede ser contraproducente para nosotros y para los demás. Además la mayoría de las veces, conociendo mínimamente a la peña, se pueden prever de sobra las reacciones positivas o negativas. Cada grupo de amigos tiene su propias reglas no escritas, su propio estilo de ocio, su propio nivel de gastos, sus propias ideas políticas o religiosas, y –muy importante– su propio código de humor, que, mezclados con los de extraños, pueden derivar en una bomba.
A esto habría que matizar que no es lo mismo llevar un día suelto a un amiguete o a un compañero de trabajo a que se tome una copa con nuestros habituales, que meter con calzador en el grupo a una persona que está sola en la vida y que probablemente tratará de “pegarse” para no quedarse descolgada los fines de semana y sumarse a actividades o viajes. Esta situación, tan clásica, puede dar excelentes frutos (de los que yo he disfrutado) o provocar la tercera guerra mundial, según se obre con inteligencia o como un macaco. Lo peor de todo es que como la gente a priori suele ser maja y accesible, por la caridad a veces entra la peor peste.
Para terminar estaría el factor pareja, que ya es incontrolable. No hay manera de evitar, aunque a veces sería muy deseable, que los amigos integren, con plenitud de derechos, a sus nuevos ligues, novias o parejas. Si se da la mala suerte de que no somos compaginables con ellos, solo queda sufrirlos en silencio, como las hemorroides, si deseamos salvar una amistad de años.
Más sobre grupos de amigos en La pluma viperina: El grupo de amigos
5 comentarios:
Buen Post Neri, me ha hecho gracia eso de las hemorroides.
Me gustaría ahondar en el tema relacionado con aquello que se suele decir “los amigos de mis amigos…”.
Y me siempre me hace pensar en un amigo que tuve, que por su personalidad y magnetismo podía traspasar fronteras de la amistad; quiero decir que siempre que conocido con algún conocido y me comenta que también era amigo suyo; hace que exista de por sí una cierta empatía, entre ese interlocutor y yo.
Permítame unas líneas para hablar de él, pues fue una persona muy allegada e importante para mí. Era reportero en zonas de guerra y un balazo acabó con su vida en Sierra Leona en el año 2000. Y como he dicho antes, el qué alguien haya sido amigo suyo me merece por él, la simpatía y el cariño que le tenía. Siempre que surgen temas sobre la amistad me acuerdo de él.
Hay veces que pienso que la vida que llevó y la cierta fama que tuvo hagan que me suba un poco el orgullo de haber sido amigo mío; pero eso no elude que ese hombre tenía un magnetismo que le hacía muy singular, y que agradezca a Dios que fuera amigo mío, como otros y otras más que de los que me siento afortunado de haber coincidido, y tanto me han enriquecido.
Disculpe si he sido algo personal.
Le invito a usted y sus lectores a que sepan de él.
Miguel Gil Moreno de Mora Macián. Hay un libro, “ Los ojos de la Guerra” que narra su historia.
Buena semana a todos.
Se tienen tantos compromisos y encuentros pendientes, a la vez que tan poco tiempo libre disponible, que el juntar amigos puede ayudar a simplificar las cosas. Claro, que de esas mezclas puede provenir la explosión.
Cuando empiezas tu posts con amables disquisiciones es que el pehache se va a disparar después.Aunque en esta ocasión no queda más remedio que felicitarte por la lucidez y el tino, con el que has retratado la pura realidad.
Estoy muy de acurdo con todo lo que dices.
Buena semana a todos.
¡Qué mejor cicerone que un amigo para presentarte a otro afín!. Pero avisando previamente, por favor. Ya jode eso de que te inviten a casa, a una cena formal para cuatro y encontrarte una jarana de desconocidos inesperados. Y si el organizador eres tú y el "amigo" viene acompañado de una jarca, ni hablamos.
Mi grupo de amistades siempre ha sido bastante cerrado, supongo porque éramos los raritos, gente que se encontraba a gusto con nosotros y de bromas y conversaciones poco entendibles de cara al "exterior". Hasta mi mujer, que no pertenecía al grupo, le cuesta entender una pandilla tan singular, pero que con el paso de los años, nunca ha mermado sus lazos, es más, la llegada de mujeres e hijos nos ha unido aún mucho más. Un abrazo
Publicar un comentario