Uno de los más claros síntomas de
madurez e incluso de equilibrio emocional es observar un comportamiento acorde
a la edad que se tiene.
Cuando se rebasa cierta cifra, especialmente los estigmatizados cuarenta, muchos tienen la tentación más que natural de renovar su aspecto para compensar los efectos, ya visibles, del paso de los años, prestando más atención a su estética y salud corporal, y huyendo de atuendos excesivamente formales. También es muy comprensible que las personas de esta quinta recapaciten sobre el sentido de la vida y pongan un mayor acento en el disfrute de cada instante, volcándose algo más, si sus obligaciones se lo permiten, en el ocio y en las relaciones sociales.
Tampoco pueden olvidarse los profundos cambios socioculturales que hemos vivido en los últimos años, algunos qué duda cabe que positivos, como por ejemplo la superación de esa rigidez de antaño en materia de roles de edad, que condenaba a los solteros cuarentones (sobre todo a ellas) y a las personas mayores a quedarse encerrados en casa “para no hacer el ridículo”. Hoy en día la caída de muchos prejuicios y la amplia oferta de alternativas de esparcimiento contribuyen a una vida más rica para las personas de todas las edades. Hace no tantos años una mujer de pueblo de 45, entre las costumbres, los lutos y demás, parecía una vieja y vivía como una vieja.
Cuando se rebasa cierta cifra, especialmente los estigmatizados cuarenta, muchos tienen la tentación más que natural de renovar su aspecto para compensar los efectos, ya visibles, del paso de los años, prestando más atención a su estética y salud corporal, y huyendo de atuendos excesivamente formales. También es muy comprensible que las personas de esta quinta recapaciten sobre el sentido de la vida y pongan un mayor acento en el disfrute de cada instante, volcándose algo más, si sus obligaciones se lo permiten, en el ocio y en las relaciones sociales.
Tampoco pueden olvidarse los profundos cambios socioculturales que hemos vivido en los últimos años, algunos qué duda cabe que positivos, como por ejemplo la superación de esa rigidez de antaño en materia de roles de edad, que condenaba a los solteros cuarentones (sobre todo a ellas) y a las personas mayores a quedarse encerrados en casa “para no hacer el ridículo”. Hoy en día la caída de muchos prejuicios y la amplia oferta de alternativas de esparcimiento contribuyen a una vida más rica para las personas de todas las edades. Hace no tantos años una mujer de pueblo de 45, entre las costumbres, los lutos y demás, parecía una vieja y vivía como una vieja.
Por otra parte cada vez se hace más
obvia la sima existente entre la edad cronológica y la edad social, o, dicho
de otra manera, que no podemos esperar conductas semejantes de dos personas con
los mismos años pero con situaciones y cargas personales y familiares diametralmente
opuestas. No puede pretenderse que se diviertan del mismo modo o incluso que vistan con el mismo estilo un treintañero sin pareja que aún estudia, está en
paro y vive con sus padres que otro con un estresante puesto de ejecutivo, casado y con dos niños
pequeños.
A pesar de todo lo dicho, que respalda una cierta flexibilidad benevolente, salta a la vista que son muchos, yo diría que demasiados, los que tienen una pinta y una forma de vida manifiestamente inapropiadas para las primaveras que llevan a cuestas. Madres de más de 40 con minifaldas y escotes de furcia en una despedida de soltera. Singles gordos y calvos entrando a veinteañeras en un discobar de yogurines. Hombres de treinta y tantos, con trabajo estable, haciendo botellón en el parque o bebiendo “cachis” (en Madrid, “minis”) de calimocho. Divorciadas con hijos adolescentes cambiando de novio tres veces al año. Jubilados en bermudas y camisetilla marcando bíceps y pectorales. Pollos bien entrados en la cuarentena quedando con los amigotes a jugar a la Play Station. Señoras de respetable edad mamándose como perras en una boda o en las fiestas de un pueblo. Dos añosos caballeros peleándose por una dama en un baile, en un viaje del IMSERSO. Gente de cincuenta siempre vestida con chándal o ropa deportiva…
Todos estos ejemplos son reales como la vida misma y seguro que se nos ocurren muchos más.
Hace tiempo quedé a tomar algo con unos conocidos que hacía mucho que no veía. Entre ellos, dos amigas de 42 recientemente separadas. Estábamos en un bar de copas y en un momento dado las sorprendí cuchicheando y mirando a unos chicos algo más jóvenes que pedían en la barra. Una de ellas le decía a la otra: “¡Ay, Isa, están buenísimos, les tenemos que decir algo! ¡Ay, porfi, porfi, prométeme que les vamos a decir algo!”. De repente se giraron y vieron mi careto de desolación. Isa se me acercó con sonrisa avergonzada y me explicó: “Neri, ¿sabes? Es que nosotras acabamos de entrar en una especie de segunda adolescencia”. “Pues qué pena”, pensé. “¡Menudo retroceso!”
A pesar de todo lo dicho, que respalda una cierta flexibilidad benevolente, salta a la vista que son muchos, yo diría que demasiados, los que tienen una pinta y una forma de vida manifiestamente inapropiadas para las primaveras que llevan a cuestas. Madres de más de 40 con minifaldas y escotes de furcia en una despedida de soltera. Singles gordos y calvos entrando a veinteañeras en un discobar de yogurines. Hombres de treinta y tantos, con trabajo estable, haciendo botellón en el parque o bebiendo “cachis” (en Madrid, “minis”) de calimocho. Divorciadas con hijos adolescentes cambiando de novio tres veces al año. Jubilados en bermudas y camisetilla marcando bíceps y pectorales. Pollos bien entrados en la cuarentena quedando con los amigotes a jugar a la Play Station. Señoras de respetable edad mamándose como perras en una boda o en las fiestas de un pueblo. Dos añosos caballeros peleándose por una dama en un baile, en un viaje del IMSERSO. Gente de cincuenta siempre vestida con chándal o ropa deportiva…
Todos estos ejemplos son reales como la vida misma y seguro que se nos ocurren muchos más.
Hace tiempo quedé a tomar algo con unos conocidos que hacía mucho que no veía. Entre ellos, dos amigas de 42 recientemente separadas. Estábamos en un bar de copas y en un momento dado las sorprendí cuchicheando y mirando a unos chicos algo más jóvenes que pedían en la barra. Una de ellas le decía a la otra: “¡Ay, Isa, están buenísimos, les tenemos que decir algo! ¡Ay, porfi, porfi, prométeme que les vamos a decir algo!”. De repente se giraron y vieron mi careto de desolación. Isa se me acercó con sonrisa avergonzada y me explicó: “Neri, ¿sabes? Es que nosotras acabamos de entrar en una especie de segunda adolescencia”. “Pues qué pena”, pensé. “¡Menudo retroceso!”
10 comentarios:
Y yo cumpliendo hoy 41....una buena amiga dice que a los 40 una mujer oye una especie de clic y a partir de ahí todo cambia a mejor. Es cierto, pero nada de segundas adolescencias, para mí ha sido mucha más tranquilidad en mi cabeza, valorar mucho más lo que tengo y plantearme nuevas metas que poco a poco voy logrando.
Salu2
Ante todo y sobre todo, ya estás presentándome a esa Isa y cía.
Vamos con lo secundario. El post está muy bien; tu descarnada y genial descripción de los fenotipos es lúcida y teñida de esa misantropía y nostalgia que te caracteriza.
Me veo reflejado de alguna forma en esa lucha contra el paso del tiempo, y no puedo evitar tener que darte la razón.
Jaja, me parto porque en cada ejemplo, me venían a la cabeza...en fin, creo que tu post es un claro ejemplo de la situación actual, la crisis de los 40 es dura y cada cual la lleva como puede...:))
¡Muchas felicidades, Marian!
Felicidades Marian. Un pequeño obsequio por tu cumpleaños.
http://www.youtube.com/watch?v=6iwxXFWdt1E
Muchas gracias señores, ya saben que hay tarta y café para ustedes.
Pues yo de mayor quiero ser pequeña!!!!
O los gilipollos y gilipollas de 40 añazos que quedan en pandilla a patinar por la ciudad.
Yo le decía el otro día a mi madre que hoy en día, para madurar, hay que proponérselo. Antes la vida te obligaba a madurar.
Completamente de acuerdo con usted.
Lo del cuarentón barrigudo entrando a las jovencitas ha existido siempre, y me vienen a la memoria aquellos lejanos años de juventud en que, sin disimular nuestro asombro, veíamos entrar al padre de un amigo nuestro en el pub de moda a intentar ligar con chicas de la edad de su hijo. Pasábamos vergÜenza ajena.
En cuanto al tema de los divorciados, tengo la teoría de que a ciertas edades tratan de recuperar el tiempo perdido y de beberse la vida como si los años de casado hubiesen sido años perdidos que hubiese que recuperar. Lo he observado en varios casos y me da pena ver cómo retroceden a la veintena hombres y mujeres que superan la cuarentena.
Lo dicho, cada cosa a su edad....
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