Para este capítulo en dos partes, seguiré el libro de Felipe Ximénez de Sandoval, La piel de Toro. Cumbres y simas de la Historia de España, publicado en 1.944 por la editorial Juventud.
«El cordero que el año 219 antes de Jesucristo despertó el apetito de la loba romana y el león cartagines, fue un poblado alafarero de la piel de toro que se llamaba -y se llama, porque el heroísmo colectivo perpetúa su nombre- Sagunto.
Sagunto era un ciudad edetana del Mediterráneo, que giraba económicamente en la órbita de la colonización cartaginesa; sin aceptarla de una manera total ni mucho menos. Los edetanos, como el resto de las tribus de Iberia, no habían cuajado su personalidad racial en un pueblo propiamente dicho. Como los demás grupos autotóctonos, -cántabros, astures, galaicos, vascones, indigetes, contestanos, túrdulos, tartesios, lusitantos, etc.-, carecían de sentido nacional, de aspiración colectiva y de disciplina civil y militar. Incapaces de ser Nación o Estado, ni siquiera llegaba a constituir la entidad política llamada ciudad para la que es indispensable la refinada sensibilidad que suponen la jerarquía, el mando y la obediencia. Dentro de un mismo recinto urbano, las tribus y las castas eran independientes y no reconocían un jefe superior a sus jefecillos de clan. Las más feroces rencillas aislaban a unas tribus de otras. Ni siquiera cabía la unión por el lado religioso, pues cada tribu tenía sus dioses propios y exclusivos. Por ello, se aceptaban sin lucha las sucesivas invasiones. Los indígenas, inermes, por su falta de cohesión, se sometían a uno y otro pueblo, sobre todo cuando la colonización era sin ruido de armas. Los fenicios y los griegos no tuvieron que pelear. El comercio era su medio de penetración pacífica. Los cartagineses gustaron menos a nuestros compatriotas. ¡Como desembarcaron formados y armados y en sus bagajes había muchas más lanzas, espadas, flechas y arcos que lienzos y joyas para cambiar por productos de la piel de toro! Rudos soldados, los hombres de Cartago no eran zalameros como los fenicios ni corteses como los helenos y usaban más de la brusquedad de la requisa que de la negociación de la permuta. Sus dioses eran sanguinarios y su idioma lleno de violencia.
Los saguntinos se veían perdidos con vecinos tan ásperos y ansiosos. Hasta los alfares de los ceramistas edetanos llegaba la inquietud prebélica de la Nueva Cartago, dedicada al acaparamiento de las materias primas y a la captación de los mozos para sus falanges de combate. Gobernadores y capitanes imponían altas contribuciones, saqueaban las huertas y los talleres y amedrentaban a las madres con la amenaza de enrolar a sus hijos en las filas de los mercenarios de Numidia.»
Continuará...
«El cordero que el año 219 antes de Jesucristo despertó el apetito de la loba romana y el león cartagines, fue un poblado alafarero de la piel de toro que se llamaba -y se llama, porque el heroísmo colectivo perpetúa su nombre- Sagunto.
Sagunto era un ciudad edetana del Mediterráneo, que giraba económicamente en la órbita de la colonización cartaginesa; sin aceptarla de una manera total ni mucho menos. Los edetanos, como el resto de las tribus de Iberia, no habían cuajado su personalidad racial en un pueblo propiamente dicho. Como los demás grupos autotóctonos, -cántabros, astures, galaicos, vascones, indigetes, contestanos, túrdulos, tartesios, lusitantos, etc.-, carecían de sentido nacional, de aspiración colectiva y de disciplina civil y militar. Incapaces de ser Nación o Estado, ni siquiera llegaba a constituir la entidad política llamada ciudad para la que es indispensable la refinada sensibilidad que suponen la jerarquía, el mando y la obediencia. Dentro de un mismo recinto urbano, las tribus y las castas eran independientes y no reconocían un jefe superior a sus jefecillos de clan. Las más feroces rencillas aislaban a unas tribus de otras. Ni siquiera cabía la unión por el lado religioso, pues cada tribu tenía sus dioses propios y exclusivos. Por ello, se aceptaban sin lucha las sucesivas invasiones. Los indígenas, inermes, por su falta de cohesión, se sometían a uno y otro pueblo, sobre todo cuando la colonización era sin ruido de armas. Los fenicios y los griegos no tuvieron que pelear. El comercio era su medio de penetración pacífica. Los cartagineses gustaron menos a nuestros compatriotas. ¡Como desembarcaron formados y armados y en sus bagajes había muchas más lanzas, espadas, flechas y arcos que lienzos y joyas para cambiar por productos de la piel de toro! Rudos soldados, los hombres de Cartago no eran zalameros como los fenicios ni corteses como los helenos y usaban más de la brusquedad de la requisa que de la negociación de la permuta. Sus dioses eran sanguinarios y su idioma lleno de violencia.
Los saguntinos se veían perdidos con vecinos tan ásperos y ansiosos. Hasta los alfares de los ceramistas edetanos llegaba la inquietud prebélica de la Nueva Cartago, dedicada al acaparamiento de las materias primas y a la captación de los mozos para sus falanges de combate. Gobernadores y capitanes imponían altas contribuciones, saqueaban las huertas y los talleres y amedrentaban a las madres con la amenaza de enrolar a sus hijos en las filas de los mercenarios de Numidia.»
Continuará...
2 comentarios:
Buenas:
Falta en el relato que la ciudad de Sagunto estaba declarada como "Amiga de Roma" (algunos dudan si era un "confederatii") y que por eso comenzo la Segunda Guerra Punica.
No se si me he adelantado...
Un saludo
Pues un poco
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